viernes, 10 de septiembre de 2010

Ni aunque sí

El rector de la UNAM dijo que son casi siete millones. Luego la SEP y el CONAPO salieron a desmentir: reinterpretando las cifras de la Encuesta Nacional de la Juventud, declararon que la realidad es otra, que hay que descontar a seis millones de mujeres que ni estudian ni trabajan pero se dedican a los quehaceres del hogar y a cuidar chamacos; así, la verdad oficial es que no llegan a 300 mil. Guerra de cifras. El caso es que las estadísticas son flexibles, escribió Mark Twain, pero los hechos son obstinados. Como en otros tantos grandes líos nacionales, el análisis cuantitativo bien puede ayudar a opacar las cosas. Sean seis o siete millones los ninis, ¿cómo son? ¿Qué tan ingenuo o no resulta apostar por los que hoy son jóvenes? Tengan o no chamba, se dediquen o no nada más labores domésticas y de crianza, ¿qué se puede prospectar pensando en los hombres y mujeres que andan ahora entre los 12 y los 29 años de edad? Haciendo a un lado las estadísticas y ya encarrerados la demografía, la sociología y todas las ciencias sociales, sugiero echarle un ojo al asunto desde la ventana de la literatura. En particular, una novela más o menos reciente: Diablo Guardián, de Xavier Velasco (Alfaguara, 2003).

Diablo Guardián arranca con texto de impactante fuerza expresiva, en el cual se presentan los dos protagonistas de la novela: Violetta y Pig, su Diablo Guardián:

" … me acuso de ser yo por todas partes. O sea de querer siempre ser otra. Y hasta peor: conseguirlo, ¿ajá? Me acuso de bitchear, witchear, rascuachear, de ser barata como vino de tetra-pak, y al mismo tiempo cara, como cualquier coatlicue traicionera… Me acuso de acusar al confesor por mis pecados, y de haberlo nombrado Demonio de Mi Guardia…"


Detesto las reseñas que develan la trama de un libro, más todavía si se trata de una buena novela. Diablo Guardián lo es. Apenas, pues, digamos que Velasco cuenta la historia de un encuentro, o mejor, de la suma de los muchos desencuentros personales que llevarán a dos excéntricos personajes a toparse el uno con la otra… y así con ellos mismos.

Desde sus andares, Pig y Violetta, feroces outsiders de la clase media urbana mexicana, permiten al lector husmear las tragicomedias cotidianas de sus terruños desde palcos preferenciales: la soledad, la acidez del desencanto, el fracaso, el individualismo como estrategia y como condena, el rompimiento de todo compromiso social… Los protagonistas de Diablo Guardián ya no son los onderos de hace cuarenta años; no son optimistas, no son propositivos, mucho menos revolucionarios… Por el contrario, son los jóvenes que nacieron y crecieron con la crisis tatuada como condición perpetua de vida, asqueados de la corrupción y al mismo tiempo transas consumados: “Está todo tan pinche corrompido que la decencia tiene que esconderse para sobrevivir”.

Se trata de la generación que ha vivido trepada en el tobogán de la depauperación, con las uñas y el ánimo roto, embobada por los escaparates, y el terror a la pobreza quitándole el sueño cada fin de quincena. Ellos, ahora la gran mayoría en este país, transitan de descalabro en descalabro con la certeza de que por más inclemente que pueda ser su postura crítica ya nada los hará creer en una solución que vaya más de la contingencia, porque la desconfianza en el otro, en todos los demás, necesariamente lleva al pesimismo: “Toda la gente que se propone enderezar al mundo lo que en realidad quiere es enchuecarlo a su medida. No hay nada más retorcido que un enderezador.” Y desde ahí, ¿cómo imaginar un futuro mejor en el que quepamos todos? Imposible: “Yo solamente entiendo la necesidad de una revolución si me dices que todos nos vamos a ir a Las Lomas. Y ahí está la mierda, ¿ajá? Con tanto muerto de hambre Las Lomas se volvería una puta vecindad.”


Pig quizá más ensimismado, Violetta volcada hacia fuera, pero ambos atroces a la hora de ver su origen de clase en el espejo; la vulnerable clase media balconeada en todo su patetismo:

“Si yo trataba de arrimarme a Polanco y Lomas con esas caravanas de sirviente fino, júralo que de miau no me iban a bajar. Ni a subir, ni a dejarme mover. Es como si tú llegas con un desconocido y le dices: Buenos días, caballero. El tipo te va a dar las llaves de su coche, pero para que se lo laves… Ya me imagino lo que piensa una señorona con tremendo caserón en Las Lomas cuando un pinche inquilino de Rinconada del Carajo le sale con que Está usted en su casa. ¿Te imaginas la respuesta sincera? No me digas que no. ¿Cuándo en la vida ha visto usted que yo tenga una casa así de pinche? Claro, esas cortesías se inventaron cuando los ricos todavía eran cursis. Ya luego echaron la decencia a la basura y la bola de pránganas se abalanzó sobre ella, como moscas”.

¡Pobres clasemedieros! ¡Tan lejos del primer mundo y tan cerca de la pobreza! ¡Tan obvios en nuestros miedos y tan angustiados por que no se nos noten! ¡Qué osos!:
“Me enferma esa palabra: oso. Los ejecutivos de la agencia viven con el Jesús en la boca por miedo de hacer un oso con sus pinches clientes. Tanto miedo le tienen al ridículo que le dicen oso. Le decimos, pues… Nadie vive tan cerca del ridículo como la clase media."

Por supuesto, como cualquier novela que realmente lo sea, Diablo Guardián permite muchas lecturas… Pero que aquí pare la cosa, y tú ponte a leer…

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