martes, 3 de mayo de 2011

La esperanza que se ve desde el infierno


Vida y destino
Vasili Grossman
Traducción: María-Ingrid Rebón Rodríguez
México, Lumen. 2008. 1120 pp.


La batalla definitoria de la II Guerra Mundial, escenario de “crímenes… nunca antes vistos en la Tierra”, ocurrió en Stalingrado. Ahí estuvo Vasili Grossman (1905-1964) como corresponsal del Ejército Rojo; casi veinte años después (1961), terminó de escribir Vida y destino, una novela en la cual recreó los horrores acaecidos durante aquellos tiempos en ambos lados del Volga: la monstruosidad de Treblinka, en donde los alemanes sistematizaron el asesinato masivo de judíos, pero también el espanto de la cárcel de Lubianka, en la que la humanidad de los enemigos de Stalin, reales o imaginarios, era totalmente diluida. La obra permaneció secuestrada por la censura soviética durante un par de decenios más; en 1981 se publica en Lausanne, gracias a que Andréi Sajárov pudo sacar clandestinamente de la URSS el microfilm de una copia de cuya existencia jamás se enteró la KGB. En castellano, bien a bien no había sido posible leerla sino hasta que, el año pasado, Galaxia Gutenberg publicó la traducción directa del ruso de Marta Rebón –la edición de Seix Barral (1985) se realizó a partir de una versión incompleta en francés–.


En Occidente, sobre todo desde la traducción al inglés de Robert Chandler (1985), la recepción ha sido prácticamente unánime: se trata de una obra cumbre del siglo XX. En España, sólo el año pasado se vendieron más de 125 mil ejemplares.

A lo largo de más de mil páginas, Vasili Grossman construye una épica de una altura literaria perfectamente comparable a la del único libro que, durante el sitio de Stalingrado, él mismo pudo leer: Guerra y paz, de Tolstói (1828-1910). El título mismo de la novela no tiene nada de ingenuo: condensa la tesis filosófica desde la que Grossman cuenta las atrocidades que los seres humanos pueden perpetrar organizados. Para el escritor, tan antónimos son guerra y paz, como vida y destino. A diferencia del fatalismo tolstoniano, los personajes de Grossman muestran que a fin de cuentas el hombre puede decidir, incluso bajo regímenes fascistas, porque todavía queda, siempre, una salida: “al hombre que deseaba seguir siendo hombre se le presenta una opción más fácil que conservar la vida: la muerte”.

La capacidad de optar es reiteradamente puesta a prueba por Grossman. Si bien resulta impreciso referirse a él como el protagonista, Víktor Shtrum, un eminente científico soviético caído en desgracia por su origen judío y por las connotaciones políticamente incorrectas que algunos dieron a sus tesis en materia de física nuclear, en muchos sentidos se muestra como el alter ego del propio Vasili, y es precisamente él quien tiene que actuar para atender el cuestionamiento que tensa toda la obra: “¿Sufre la naturaleza del hombre una mutación dentro del caldero de la violencia totalitaria? ¿Pierde el hombre su deseo inherente de ser libre?” La respuesta, claro, no la da un individuo.

Considerando la sapiencia que Grossman tenía de la cantidad y la diversidad de la gente que confluyó en aquel momento histórico, pero sobre todo su afiladísimo colmillo literario, concuerdo con John Lanchester cuando afirma que Vida y destino permite “un extraordinario sentido de intimidad con toda una cultura”. Con la experiencia de la novela uno acaba rodeado de una ingente procesión de seres humanos. Ocupa varias páginas la lista de los personajes nominales que se entrecruzan, entre sí y con las grandes tramas de la historia contemporánea. Y si bien una de las más impresionantes fortalezas literarias de la novela estriba en que logra alcanzar fácilmente la enormidad del retablo épico, no se queda allí, por el contrario, mantiene al lector anclado en esa escala en la cual cabe toda la historia de la humanidad, la suya propia, la mía y la de usted, la del corazón de un solo hombre, protagonista o comparsa de los grandes acontecimientos: “un joven teniente de espalda estrecha va por el bosque…: ¡cuántos otros como él serán olvidados en estos tiempos inolvidables!” La perspectiva que Grossman consigue con este repetido cambio de lentes atolondra y maravilla: aún lejos del desenlace definitivo en Stalingrado, un soldado alemán sale de su escondite buscando en el suelo algo con qué mitigar su hambre de días, choca con una vieja rusa que va haciendo exactamente lo mismo, ambos levantan la vista, se espulgan la mirada y continúan su búsqueda…, el narrador anota: ahí van dos dignos representantes de civilizaciones en disputa.

Aunque hoy usted sí puede leerla, el escritor murió sin saber si algún día su novela sería publicada. Con todo, frente a la gran disyuntiva que plantea Vida y destino, Vasili Grossman apuesta todo por un vía, la de la libertad: “… ni el destino ni la historia ni la ira del Estado ni la gloria ni la infamia de la batalla tienen el poder para transformar a los que llevan por nombre seres humanos”. Vida es libertad, destino es muerte.

Como ocurre con toda novela histórica que es realmente literatura, la lectura de Vida y destino le permitirá entender mejor lo que pasó, pero sobre todo, lo que sucede…

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