viernes, 17 de octubre de 2014

Iguala ahoga, Iguala iguala

“El terror es una memoria de futuro”, escribió E. M. Cioran (El ocaso del pensamiento, 1940). A la densa sombra de lo sucedido recientemente en nuestro país, y en concreto me refiero a los hechos acaecidos en Iguala, Guerrero, la sentencia del filósofo rumano cobra un espantoso sentido: aquí, después de aquella monstruosidad, cualquier cosa le puede pasar a cualquier persona. 


El 19 de septiembre, el director para las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, afirmó que de confirmarse —cosa que a la fecha ya ha hecho la PGR— que a finales de junio pasado en Tlatlaya, Estado de México, efectivos del ejército ejecutaron a un grupo de civiles, “nos encontraríamos frente a una de las más graves masacres ocurridas en México”. El día 26 del mismo mes, el secretario de Gobernación declaró que se sentía confiado de que el episodio de Tlatlaya fuera “sólo una acción aislada”. Ese mismo día, por la noche, un centenar de alumnos de la Escuela Normal de Ayotzinapa sería masacrado por policías municipales de Iguala; por ahora, el saldo asciende a seis muchachos asesinados y 43 desaparecidos. El lunes 29 escuché en la radio la declaración del alcalde de Iguala: “no supe nada de los actos de violencia, yo estaba bailando”. El declarante, todavía con fuero, hoy anda prófugo y una juez ya le concedió un amparo.
“La idiotez —dice Ciroan— es un terror que no puede reflexionar sobre sí mismo”.



Desde el fin de semana comenzó a circular información respecto a la relación del presidente Constitucional del Municipio de Iguala de la Independencia —hoy autodesaparecido—, el perredista —hoy expulsado del partido—, José Luis Abarca, y su esposa con una gavilla de narcos, al que refieren como los Guerreros Unidos. Ya a principios de semana resultaba más bien increíble que sabiéndolo tantos, habiendo tantos indicios, Abarca siguiera ahí tan campante. Al parejo todos, en eso sí muy coordinaditos, la clase política en tropel salió a la palestra a condenar la situación y lamentarse: ¡oprobio, el crimen organizado penetró a las sacrosantas instituciones públicas! ¿Será? ¿No será acaso que la clase política se está organizando criminalmente? 



El jueves pasado, en Irapuato, Guanajuato, durante la inauguración de un hospital materno infantil y de medicina familiar del IMSS, el presidente de la República declaró en relación a la atrocidad de Iguala: “se trata de un hecho verdaderamente inhumano”. Para entonces, ya habían sido descubiertas varias fosas clandestinas en los alrededores de Iguala, en los cuales se encontraron varios cadáveres calcinados. Es posible que a esa gente la haya quemado viva. 

Y Cioran se pregunta: “¿Acaso perdonará Dios al hombre por haber llevado tan lejos su humanidad? ¿Comprenderá Él que no ser ya hombre es el fenómeno central de la experiencia humana?”


La Fiscalía del estado de Guerrero ha informado que un individuo al que refiere nada más con un apodo, El Chuky —¿cuántos Chukys habrá en México?—, presunto jefe principal de Guerrero Unidos, fue quien dio la orden a los policías municipales de Iguala, Guerrero, de que aniquilaran a los estudiantes normalistas. 

“El mal es abandono; el bien, un cálculo inspirado”, Cioran dixit.



En el mismo discurso, el presidente Peña calificó la agresión a los jóvenes de Ayotzinapa como “un acto de barbarie, que no puede distinguir a México”.

En Desgarradura (1983), E. M. Cioran apunta: “Los bárbaros no conquistaron Roma sino un cadáver; su único mérito fue tener buen olfato”.



En su libro Breviario de podredumbre (1949), Cioran señala: “Las ideologías no fueron inventadas más que para dar un lustre al fondo de barbarie que se mantiene a través de los siglos, para cubrir las inclinaciones asesinas comunes a todos los hombres”.
Apenas el fin de semana pasado, un señor que se llama Carlos Navarrete fue electo presidente nacional del PRD. El lunes, en entrevista radiofónica (MVS), declaró: “Todos los partidos podemos estar sujetos de que nuestros gobiernos sean penetrados por el narcotráfico, o por la vía de dinero o por la vía de plomo”. No obstante, al día siguiente, en Iguala, en donde organizó una plenaria de su partido, tuvo que enmendar: “Asumimos nuestro error y ofrecemos al pueblo de Guerrero nuestras disculpas y pedimos su perdón”. Si Abarca no se enteró de nada porque estaba bailando, Navarrete, en nombre del PRD explicó: “Toda la historia de horror la acabamos de conocer recientemente”.



Dos días después de la expresión de compunción perredista, apareció colgado a la www un video-comunicado del grupo guerrillero Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), en el cual los alzados convocan “al interior de sus filas y al pueblo en general, a conformar una Brigada Popular de Ajusticiamiento…, para enfrentar en aspectos político-militares esta nueva afrenta del narcoestado mexicano y, particularmente, al cártel de sicarios del Estado, mal llamado Guerreros Unidos”. En pocas palabras, un llamado a la venganza.

“Hoy se mata en nombre de algo; nadie se atreve a hacerlo espontáneamente; de tal suerte que incluso los verdugos deben invocar motivos…”, explica Cioran, también en su Breviario de podredumbre.



Omar García, sobreviviente de la masacre de estudiantes de Ayotzinapa, narró a Telemundo parte de lo que vivió en Iguala la noche del 26 de septiembre. “Somos un caso más de gente desaparecida…, de esos llamados daños colaterales”, dijo al final de su testimonio. Lo escucho, veo su mirada y me siento ahogado.

“El hechizo de la tristeza se parece a las olas invisibles de las aguas muertas”, dice Cioran en El ocaso del pensamiento.

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