martes, 24 de marzo de 2015

El extraño enemigo

Con aprecio a Carmen Aristegui
y un saludo solidario para
Daniel Lizárraga e Irving Huerta.


Y fue lanzado fuera aquel gran dragón,
la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás,
quien engaña a todo el mundo; fue arrojado a la tierra,
y sus ángeles fueron arrojados con él.
Apocalipsis (12:9)




Tengo 50 años, siempre he vivido en este país, y nunca antes había percibido las cosas tan mal. La afirmación se escribe de un plumazo, pero la certeza es terrible y no se digiere fácilmente. No tengo recuerdos personales de 1968, pero considero que aquel conflicto no afectó a la totalidad del tejido social: los jóvenes estudiantes que protagonizaron el movimiento tenían que cuidarse de los catorrazos de la policía y los soldados, pero también de los de sus propios padres. Me parece que no vivimos la siguiente crisis sociopolítica de gran envergadura sino hasta 1988, cuando reprobamos estrepitosamente la primera prueba de democracia electoral efectiva. Seis años después, el tobogán de 1994: del fast track al primer mundo vía el TLC a la caída libre en el México profundo de los rezagos históricos. Siguió en 2006 una crisis que no terminó de serlo y acabó en un patético plantón y años de desinfle. Finalmente, cuando todas las apariencias y las portadas proclamaban que el priísmo reinstaurado retomaba triunfante las riendas del país y lograba imponer un cierto rumbo, hace poco más de cinco meses, en la noche del 26 de septiembre del año pasado, en Iguala de la Independencia, Guerrero, algo se rompió. De entonces para acá, la organización sociopolítica del país ha dado muestras cada vez más contundentes de una descomposición tal que compromete su viabilidad misma. Las evidencias a las que me refiero no se limitan al terreno de las sensaciones; hay datos duros que documentan la pertinencia de hablar ya de un colapso…; sin ánimo de deprimir a nadie, van algunos. La semana pasada, Carlos Echarri, investigador de El Colegio de México, presentó un estudio en el cual se concluye que debido a las defunciones causadas por la violencia generalizada durante los primeros 10 años del siglo XXI la esperanza de vida se estancó y se perdieron 2.2 años. Otro: durante los últimos dos decenios, los suicidios se duplicaron en México —de 2.2 suicidios consumados por cada 100 mil habitantes en 1990, a 4.7 en 2014—. Uno más: el país del mundo del cual más gente ha emigrado recientemente no es China ni la India, sino el nuestro —alrededor del 11% de su población total ha tenido que irse—. Y no insistamos en hablar de asesinatos, decapitados y descuartizados… o de los más de 23 mil hombres y mujeres que oficialmente se encuentran en calidad de desaparecidos, o de los cientos y cientos de cadáveres aparecidos que permanecen sin nombre. ¿Para qué recordar el informe de la ONU que establece que aquí la tortura es una práctica generalizada e impune? Y no hablemos del tipo de cambio, el mercado interno, la inflación, el precio del petróleo… Olvidemos el abismo que separa a la sociedad civil de la clase política que debería representarla… No diré nada de la corrupción que desde lo más alto de la estructura del poder público se pavonea.



¿Cómo explicar todo este desbarajuste? No tiene ningún sentido recurrir a las respuestas tradicionales e indagar en pos de los culpables en donde siempre: los gringos, el gobierno, nuestro dichoso ser nacional, el capitalismo, la fortaleza de la economía norteamericana, la debilidad de la economía norteamericana, la genética, la cultura… No, hoy en la mañana leí una nota —confieso que, incrédulo, la confronté en varios periódicos— en la que, ¡albricias!, se difunde que al fin la respuesta ha sido revelada nada más, pero nada menos, que por el Patriarca de Occidente, quien fuera el señor Bergolio y es el actual Vicario de Cristo, el Papa Francisco: “Yo pienso que a México el diablo lo castiga con mucha bronca por esto —dijo señalando un enorme retablo con la representación de la Virgen de Guadalupe—. Creo que el diablo no le perdona a México que ella haya mostrado ahí a su hijo, interpretación mía (ah, bueno). México es privilegiado en el martirio (sic y cursivas nomás para resaltar) por haber reconocido, defendido, a su madre”, dijo el Sumo Pontífice en una entrevista exclusiva —pero ¡claro!— a Televisa. Y refiriéndose a nosotros, los pobres mortales que tenemos sufrir los embates de el diablo, añadió: “todos son guadalupanos. Se sienten hijos de la que trajo al Salvador, destruyó al demonio (¿entonces, la destrucción caducó?). Yo creo que el diablo le pasó la boleta histórica a México, y por eso todas estas cosas, siempre han aparecido focos de conflictos graves”.

El extraño enemigo de los versos de Francisco González Bocanegra ha quedado al descubierto: es Satán. No hay peor sordo que el que no quiera oír, y si ya lo dijo el Santo Padre habrá que actuar. Mexicanos y mexicanas, no todo es responsabilidad del gobierno —pensarlo así “es infantil”, como bien señaló el mismo Sucesor de Pedro—. Urge exorcizar México. Ahora que el petróleo vale menos que la leche —¡menos de 45 dólares el barril de la mezcla mexicana—, usemos todos los ductos de PEMEX para que millones y millones de litros de agua vendita recorran el terruño, de punta a punta, de costa a costa. Sembremos el suelo patrio de crucifijos, y más nos vale que durante el último segundo Seminario de Exorcistas realizado en la Universidad Pontificia de México se hayan graduado los 40 sacerdotes que participaron.

Vade retro Satana.

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