domingo, 3 de mayo de 2015

Insatisfechos con satisfactores

I can't get no satisfaction
'Cause I try and I try and I try and I try
I can't get no, I can't get no.
Satisfaction, Rolling Stones.


Todos ustedes piden mucho para ser felices: sostengo que, al igual que la inmensa mayoría de los humanos que pululan hoy por el mundo, a ustedes y a mí no nos basta, como a Nietzsche, con el sonido de una gaita. No, nosotros necesitamos una base amplia y firme…: agua potable, baño y regadera conectados al drenaje, luz eléctrica, techo y paredes, salud e higiene, comunicación telefónica, en fin, un caudal de condiciones que asumimos con mínimas, ya no digamos para ser felices sino apenas para vivir dignamente. Y el piso está cada vez más alto –¡vamos, la ONU declaró en 2011 que el acceso a internet es ya un derecho humano!–. Pertenecemos a una gran camada de hombres y mujeres —la más numerosa de todos los tiempos— que, siendo la que dispone de más y mejores artilugios para el gozo y el disfrute de la vida cotidiana, es la que más insatisfecha se muestra. Al parecer a nadie le basta con tener un teléfono con el cual es posible comunicarse con quien uno quiera sin importar la distancia, como tampoco a casi nadie le produce felicidad el poder bañarse con agua caliente a media noche o tener una hoguera controlada en la cocina o hielos en el congelador. Tampoco parece ser suficiente tener atrapado a Krystian Zimerman en el iPod para que interprete todos los conciertos para piano de Beethoven a la hora que a uno le dé la gana y las veces que uno quiera.

La perspectiva anterior es sociológica: apuesta a la comprensión del comportamiento de las personas en tanto seres sociales e históricamente condicionados. Desde ese punto de vista, la semana pasada acusaba que hoy día el sonido de una gaita ya no nos resulta suficiente… Mi amigo el conde Serredi no sólo leyó y meditó sobre el asunto sino que también suma una perspectiva complementaria:
Va una opinión desde una perspectiva distinta, basada en lo que he visto, platicado y preguntado: por alguna razón misteriosa, la capacidad de disfrute es distinta de persona a persona. Hay quien disfruta mucho y sufre poco, hay quien experimenta lo opuesto, y también están quienes disfrutan y sufren en abundancia. Y todo eso me parece que es independiente del tiempo. Si tienes capacidad de disfrutar, lo harás con lo que esté a tu alcance: un pedazo de queso en alguna época fue un lujo ampliamente disfrutable para una niño, pero para la niñez actual no puede competirle a los dulces que encuentras en cualquier miscelánea; subirse a un simulador espacial en Disneylandia y vivir una experiencia inmersiva es hoy, también para muchos, una experiencia increíble, mientras que en el pasado la primera vez que un joven dominaba un caballo podría ser un hito biográfico. Todo puede disfrutarse. Si en vez de Manhattan tengo el sonido de una gaita y me parece que es agradable, pues lo disfruto. Se puede disfrutar tanto de lo que es escaso como de lo que es abundante; de lo que sucede de vez en cuando y de lo que nos pasa a diario. Seguramente lo que ha cambiado con el tiempo es la variedad de cosas que se presentan ante nuestros sentidos y experiencia, por lo que somos más selectivos y desechamos cosas que para alguien del pasado sería un crimen, como el sonido de una gaita. Por eso, creo, para un antepasado pasaríamos por mamones y melindrosos. Basta pensar en el vino o el café: hoy el mercado y la competicia nos han hecho tan sofisticados que seguramente nos parecería basura lo que tomaban y disfrutaban en siglos anteriores. Lo que sí es que de plano qué mal gusto de Nietzsche: ¡el sonido de una gaita!
Más que a la psicología, el alegato del conde Serredi apela a la dichosa naturaleza humana, porque si bien acepta que al paso del tiempo el abanico de satisfactores —palabreja que, si bien no existe en el español según la RAE, se refiere a cosas materiales— y experiencias posibles se ha ensanchado, defiende en su médula la idea de que la disposición al disfrute no es cultural, sino natural y varía de individuo a individuo.

Coincido sin regateos con el conde: hay personas intensas y otras tibias, como hay gozosas y sufridoras, independientemente de sus circunstancias históricas. Sin embargo, si es que la naturaleza humana no ha variado a lo largo de la existencia de la especie, algo sí ha sucedido en la manera en que vivimos que produce una situación contradictoria y generalizada: nunca antes en la historia de la Humanidad una proporción tan alta de la población había tenido tantas facilidades, como hoy, para disfrutar la vida cotidiana, y paradójicamente el género camina hacia el futuro de capa caída: “El panorama epidemiológico señala que con pocas variaciones regionales entre el 20 y 25% de los adultos en las sociedades modernas tienen datos claros de depresión crónica o cíclica, y que los índices de su más onerosa manifestación, el suicidio, son igualmente elevados –explica el neurólogo Julio Sotelo–.  A pesar de la carencia de estudios comparables realizados en tiempos pretéritos es la opinión de muchos expertos en estudios recientes que la depresión es un fenómeno creciente en la sociedad moderna”. En suma, todos tenemos, tibios e intenso, sufridores y jubilosos, mucho más con qué pasarla cada vez mejor y sin embargo cada vez más gente la pasa peor. Si esto es realmente así, la llamada condición humana no alcanzaría para explicar el fenómeno.

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