sábado, 30 de mayo de 2015

Robinsonadas

Para la Real Academia de la Lengua Española, en nuestro idioma la palabra no existe, aunque sí consigna el adjetivo robinsoniano: “perteneciente o relativo al héroe novelesco Robinson Crusoe”.  Por su parte, la Enciclopedia Británica define robinsonada en los siguientes términos: “cualquier novela escrita a imitación de Robinson Crusoe de Daniel Defoe, que se ocupa del problema de la supervivencia de un náufrago en una isla desierta”. Recordemos que el vocablo robinsonada fue acuñado en 1731 en Alemania por Johann Gottfried Schnabel (La isla de la fortaleza de piedra). ¿Pero Defoe inventó el subgénero? Es decir, ¿Robinson Crusoe (1719) es la primera robinsonada?

Cien años antes de la publicación de la novela de Daniel Defoe, también en Londres, Shakespeare había estrenado La tempestad (1611), una pieza teatral en la que Próspero, el legítimo duque de Milán, es traicionado por su propio hermano y arrojado a una isla semidesierta, en la cual sobrevive y prepara su venganza. Pero, cuidado, ni Próspero es un Robinson ni mucho menos Calibán es una especie de Viernes; y si existe una autoridad para afirmarlo es Harold Bloom, quien insiste en que este último personaje no es más que “un monstruo salvaje, que ni de lejos se puede defender como símbolo de la emancipación indígena” (Shakespeare: la invención de lo humano).


Otra robinsonada pre robinsoniana: 51 años antes del Robinson Crusoe, el también inglés Henry Neville (1620-1694) publicó The Isle of Pines. En una serie de cartas, un holandés, Henry Cornelius Van Sloetten, cuenta la historia de un náufrago con buena estrella: George Pines, quien fue a parar a una paradisíaca isla desierta en el Pacífico sur, junto con cuatro agraciadas féminas, con quienes se esmeró en reproducir la especie. Hasta aquí la cosas van muy bien; sin embargo, años después, para cuando el holandés encuentra la isla —poblada ya por los nietos y bisnietos de Penis, perdón, Pines—, aquello ya ha involucionado, de tal forma que el relato se convierte en la descripción de una antiutopía.

Posteriores al libro de Defoe, abundan las robinsonadas. Novelas como The Female American (1767), de autor anónimo; La familia Robinson suiza (1812), de Johann David Wyss; La isla misteriosa (1874), Escuela de robinsones (1882) y Dos años de vacaciones (1888), las tres de Verne (1828-1905); La isla del doctor Moreau, de H. G. Wells (1866-1946); El Robinson italiano (1896), de Salgari (1862-1911); El señor de las moscas (1954), de Golding (1911-1993); Foe (1986) de Coetzee; La isla del día de antes (1994), de Eco… Y en pantalla grande, además de las adaptaciones de la novela de Defoe —como la de Buñuel (1954) o la de Rod Hardy y George T. Miller (1997)—, evidentes robinsonadas como Náufrago (2000), un de las mejores cintas de Zemeckis.

Más allá de las robinsonadas descaradas —el náufrago en la isla desierta que lucha por sobrevivir—, el personaje creado por Defoe, en tanto referente simbólico, da para más. A Sabina por ejemplo le sirve para describir la ausencia del ser amado:
Extraño como un pato en el Manzanares,torpe como un suicida sin vocación,absurdo como un belga por soleares,vacío como una isla sin Robinson…
… o para hacer una incisiva crítica social de Cuba:
Y a las barbas de la revolución les salían más canas cada día, y el mañana era un niño que mentía, y todos se llamaban Robinson.

En uno de sus ensayos, Teodoro W. Adorno (1903-1969) acude a la figura del náufrago de Defoe para develar el sentido profundo de los personajes creados por Franz Kafka (1883-1924), como Gregorio Samsa (La metamorfosis, 1915) o Josef K. (El proceso, 1925):
el sujeto kafkiano… cae de situación desesperada y sin salida en situación desesperada y sin salida: las estaciones de la aventura épica se hacen estaciones de la pasión… Lo monstruoso se convierte en el mundo entero, en la norma... En Kafka la razón trabaja para que destaque la locura objetiva… Kafka cuenta cómo van propiamente las cosas, pero sin ilusiones sobre el sujeto que, en extrema conciencia de sí mismo —de su nulidad—, se arroja al montón de basura… Kafka ha escrito la robinsonada total, la robinsonada de una fase en la que cada hombre se hizo su Robinson, bogando sin timón en una balsa cargada de trastos reunidos sin conexión. La relación que existe entre robinsonada y alegoría, que tiene su origen en el propio Defoe, no es ajena a la tracción grande de la Ilustración; corresponde a la original lucha burguesa contra la autoridad religiosa.
Y aquí dejo en paz al buen Robinson Crusoe, puesto que todo esto comenzó porque me sorprendió tremendamente enterarme de que la traducción de la novela de Defoe al castellano más conocida durante varias generaciones en España e Iberoamérica, la realizada por Julio Cortázar (1914-1981), está mutilada, y no cualquier cosa, sino ampliamente. Quien más ha estudiado el caso es el catalán Enrique de Hériz, y aunque no ha dado con una explicación respecto a lo que motivó Cortázar para traicionar a Defoe con las tijeras, sí logró decantar el criterio que utilizó el argentino:
Robinson Crusoe está lleno de reflexiones de orden religioso en torno al pecado de la desobediencia y a propósito del uso que Dios hace de la Providencia para castigar a quien lo practica. Está plagado de ideas sobre la organización de la sociedad que responderían, como mínimo, al calificativo de “jerárquicas”. Si a alguien con el perfil ideológico de Cortázar le daba por recortar un tercio…, era lógico que quitara exactamente eso y eso es justamente lo que falta en su versión.
Así que la versión de Cortázar del Robinson Crusoe es casi otra robinsonada.

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