domingo, 23 de agosto de 2015

Homo credulus

Tertulianas

Credible quia ineptum:
certum est quia impossibile est.
Tertuliano (c. 160 – c. 220)

En el cielo, hay lugar para 144 mil almas, ni una más ni una menos; de eso están convencidos los Testigos de Jehová, y al igual que el resto de la cristiandad ellos también creen que cielo sólo hay uno. En cambio, la umma —todos los pueblos que creen en el Islam— tienen la certeza de que Allāh —Dios— creó todo lo que hay en la Tierra y además no uno sino siete cielos. Los más de 15 millones de seguidores de la doctrina de los Santos de los Últimos Días —comúnmente conocidos como mormones— creen que en 1820, en un pueblito cercano a Nueva York, su fundador, Joseph Smith, fue contactado nada menos que por Dios y Jesucristo —sabrá Dios, y quizá también Jesús, por qué no iría el Espíritu Santo—, quienes se manifestaron nada más para decirle que todas las iglesias existentes hasta entonces aquel eran puras mentiras. El Papa Francisco I, máximo jerarca de la Iglesia Católica, reveló hace poco la razón por la cual la violencia cunde en nuestro país: sucede que “el diablo no le perdona a México” que la Virgen de Guadalupe se haya aparecido en el cerro del Tepeyac. Y aquí, en suelo mexica, de acuerdo a una encuesta realizada en 2009 por Consulta Mitofsky, la mayoría de la gente (57%) cree que el diablo existe efectivamente. Conforme  los resultados del mismo instrumento, tres de cada cuatro personas residentes en el país creen en la existencia de los santos, y ocho de cada diez en los milagros.

En un claridoso artículo  publicado en la Smart Set (diciembre de 1920), Henry Louis Mencken (1880-1956) explicaba: “En resumen: 1) El cosmos es una gigantesca rueda girando a diez mil revoluciones por minuto. 2) El hombre es un patético ser dando un loco paseo en ella. 3) La religión es la teoría que sostiene que la rueda fue diseñada y puesta a girar para darle un paseo al hombre”. 


Darwiniana

¿Qué es el hombre? El hombre es
un bacilo apestoso que Nuestro Padre Celestial creó
porque estaba decepcionado del mono.
Mark Twain

Steve Pinker (Montreal, 1954), en su discurso de aceptación del Emperor Has No Clothes Award, reconocimiento otorgado por la Freedom from Religion Foundation, también trajo a cuento algunas palabras de Mencken: “la más común de todas las estupideces es creer apasionadamente en lo que palmariamente no es verdad”, y sin embargo tal “es la principal ocupación de la humanidad”. En efecto, la religión es un fenómeno presente en todas las culturas, a lo largo y ancho de todo el orbe y al menos hasta donde la corta mirada de los registros nos alcanza. La pregunta que Pinker pretendió contestar durante la ceremonia en la que fue premiado se halla en el ámbito no de la historia sino en el de la biología: cómo fue que evolucionó en los seres humanos el poderoso gusto por las creencias aparentemente irracionales. 

¿A qué obedece la creencia generalizada de que existen seres divinos? Existe una posible explicación en términos evolutivos. Hemos desarrollado la visión con profundidad de campo porque en verdad el mundo es tridimensional. Hemos desarrollado una fobia innata a las serpientes porque ciertamente proliferan esos bichos y muchos de ellos son venenosos. Igual, quizá, efectivamente existe un ser eterno, omnipresente, omnipotente, invisible, dispensador de castigos y milagros, y para mantenernos en una adecuada relación simbiótica con Él hemos desarrollado una especie de módulo divino que nos impele a creer en su existencia y a actuar en consecuencia, por encima y a pesar de cualquier evidencia en contra. Si se asume el anterior planteamiento como una hipótesis, se desprende, argumenta Pinker, que los milagros deberían ser observables, el éxito en la vida proporcional a la virtud como el sufrimiento al pecado. Tal vez nadie tenga a mano una batería de estadísticas que lo prueben, pero resulta tentador sostener que sobran pruebas de que el mundo no funciona así.

El psicólogo canadiense deja ver tres tentativas más de explicación de la religión en tanto adaptación evolutiva. Primera: la religión ofrece cierto confort frente al sin sentido de la vida. En efecto, pero aceptarlo no evidencia el por qué, es decir, ¿por qué, en el caso del pensamiento religioso, creer en falsedades brinda confort o consuelo? Segunda: la religión provee fuertes lazos comunitarios entre los humanos. Incuestionablemente hay verdad en tal aseveración, pero, de nuevo, ¿por qué sería esa la mejor respuesta evolutiva? ¿Por qué sería necesario creer en dioses? ¿Por qué no urdir tejido social únicamente con la fuerza de la amistad y la solidaridad? Tercera: hay quienes seriamente defienden la idea de que la religión es la fuente de los anhelos éticos más nobles del género humano. Cruzadas y guerras santas, quema de mujeres acusadas de brujería, procesos inquisitoriales, jihadas, bombarderos suicidas, raptos colectivos de niñas, en fin, abundan los sucesos que tiran por suelo tal explicación. Por lo demás, apunta Pinker, la psicología ha mostrado que los valores morales se encuentran lógicamente enraizados en la empatía, en la capacidad de ponerse en el lugar de los otros. 

¿Entonces? Para responder desde una perspectiva evolucionista a la pregunta ¿por qué el Homo sapiens es tan propensos a las creencias religiosas?, es necesario distinguir entre los rasgos que son realmente adaptaciones, es decir, los productos de la selección natural de las especies, y los que son sólo subproductos de ciertas adaptaciones, también llamados enjutas. Veremos…

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