sábado, 29 de agosto de 2015

La sacra enjuta

¿Por qué el Homo sapiens es tan propenso a las creencias religiosas? El científico cognitivo Steve Pinker (Montreal, 1954) sostiene que para dar respuesta a esta interrogante desde el punto de vista de la biología, de entrada es necesario saber diferenciar, de entre todos los rasgos de una especie —en este caso, nosotros—, las adaptaciones, esto es, las características que son producto de la selección natural, y los rasgos que son sólo enjutas. ¿Enjutas?

Stephen Jay Gould (1941-2002), paleontólogo experto en procesos evolutivos, y Richard Lewontin (1929), genetista, ambos norteamericanos, publicaron hace casi cuarenta años una ponencia —The Spandrels of San Marco and the Panglossian Paradigm: A Critique of the Adaptationist Programme— en la que acuñaron el término enjuta, para referirse a determinadas características de los organismos. La palabra no la inventaron ellos: enjuta —spandrel en inglés—, es un término tomado de la arquitectura. Enseguida, traduzco la explicación que ellos mismos ofrecen:

En sus mosaicos, el gran domo central de la Basílica de San Marcos de Venecia presenta una detallada iconografía de los pilares de la fe cristiana. Tres círculos de figuras irradian desde la imagen central de Cristo: los ángeles, los discípulos y las virtudes. Cada círculo está dividido en cuadrantes. Cada cuadrante empata con una de las cuatro enjutas que están en los arcos bajo el domo. Las enjutas  son los espacios triangulares estrechos que  se forman por la intersección de dos arcos de medio punto en los ángulos rectos; son un subproducto arquitectónico necesario, resultado del montaje de la cúpula sobre arcos. Cada enjuta contiene un diseño admirablemente ajustado a su forma estrecha. Los diseños son tan elaborados, armónicos y adecuados, que uno se siente inclinado a tomarlos como el punto de arranque de cualquier análisis, como el origen de toda la obra arquitectónica. Sin embargo, proceder así invertiría la dirección apropiada del análisis. En realidad, el sistema comienza en una restricción arquitectónica: la necesidad de cuatro enjutas y sus formas triangulares estrechas. Ellas proveen el espacio en el que el artista que realizó los diseños trabajó… Toda vez que dichos espacios deben existir, son utilizados para generar un efecto ornamental ingenioso.
Las enjutas son pues subproductos, efectos secundarios: en cierto sentido son ‘adaptaciones’, pero las restricciones estructurales son los rasgos primordiales. Jay Gould y Lewontin complementan su explicación del término con otro ejemplo, ahora tomado de la etnografía histórica:
… el antropólogo Michael Harner ha propuesto que los sacrificios humanos que organizaba la teocracia imperial azteca surgieron como una solución al problema crónico de carencia de carne que sufría aquel pueblo. Wilson ha utilizado esta explicación como prueba principal de la predisposición genética de los seres humanos a la dieta carnívora. Dicho autor nos pide entender todo un sistema social y un complejo conjunto de justificaciones explícitas que involucran mitología, símbolos y la tradición como meros epifenómenos generados por los aztecas como una racionalización inconsciente para enmascarar la causa ‘real’ para todo: necesidad de proteínas. En cambio, Sahlins argumenta que los sacrificios humanos representan sólo una parte de un tejido cultural que, en su conjunto, no sólo representó la expresión material de la cosmología azteca, sino que también involucró funciones utilitarias en el mantenimiento de la jerarquización social y el sistema de tributación.
Los autores sostienen, claro, que el canibalismo azteca era, como las enjutas de la Basílica de San Marcos, no la causa de todo el sistema, sino un mero epifenómeno, un uso secundario con las piezas disponibles. Ambos científicos sostienen que ocurre que muchos rasgos de los organismos son así, subproductos de las adaptaciones biológicas con las que las especies evolucionan, y para referirse a ese tipo de características toman prestada la palabra enjuta.

Picker por su parte explica que una manera de distinguir una enjuta de una adaptación es preguntarse si la característica en cuestión es innata o no. Ejemplifica: la lectura es una enjuta, pues un infante no aprenderá a leer si alguien no lo enseña a hacerlo; en cambio, el lenguaje hablado es una adaptación, ya que emerge espontáneamente en todos los niños normales en cualquier sociedad —en su espléndido ensayo “Hermes o de la Comunicación Humana”, don Alfonso Reyes apuntó la misma idea hace muchos años: “La escritura, accidente del lenguaje, pudo o no haber sido: el lenguaje existe sin ella”—. Existe una segunda forma de indagar si un rasgo es en efecto una adaptación o sólo una enjuta: los efectos causales del rasgo serían, en promedio, mejoras en la supervivencia o la capacidad de reproducción de la especie portadora de ese rasgo. Veamos el gusto que todos los humanos experimentamos por los sabores dulces: “actualmente no es tremendamente benéfico, pero el azúcar está lleno de calorías, y por lo tanto su consumo podría haber evitado la inanición durante una época en la cual las fuentes de alimentos eran inseguras”. En contraste, no es muy claro que la música o el sentido del humor tengan una función en términos de adaptación de la especie. En el mismo baúl mete Pincker a la religión: en principio, en promedio y a la larga, no es útil ni para la sobrevivencia ni para la reproducción. Por tanto, la religión es seguramente una enjuta. ¿Entonces? “Un corolario crucial de la teoría de la evolución de las especies es que el conflicto de intereses entre organismos, ya sean de diferentes o de la misma especie, impele al equivalente biológico de una guerra armamentista”. Y la bendita explicación va por ahí…

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