sábado, 17 de octubre de 2015

Estulticia y chacota

El mensaje llegó procedente de la Romandía. Un comunicado trasatlántico tecleado por mi amigo Galo Filio, a una distancia que mesurada en horas de vuelo pasa de trece. Debió de haberlo enviado minutos después de las tres de la tarde, de tal suerte que vino a caer en mi bandeja de entrada, casi de inmediato, poco después de las ocho de la mañana: “stultitĭa”, advertía el asunto del correo electrónico. A pesar de que trabaja en Europa, en un país que ostenta el tercer Índice de Desarrollo Humano (IDH) más alto del mundo (0.917), Galo persiste en el afán de seguirle la pista a los destinos de México, su tierra. Me recomendaba una columna periodística publicada ese mismo día, no en Europa, sino acá…

Antes de insertar la liga a la página web, Galo, al tanto de mis antipatías, amortiguaba: “Sin prejuzgar sobre calidades periodísticas o morales del columnista…”, para luego entrar de lleno a la cuestión, “el texto muestra un fenómeno que crece de manera apabullante y que, además del caso particular al que se refiere, también se ha manifestado en la muerte del director general del ISSSTE, en la asignación de contratos de obra pública, en el gobierno federal (no están libres los estatales ni los municipales), en las empresas, en los bancos, en el deporte pagado, en cualquier esquina de cualquier lugar: la estupidez campea como vencedora”. Pues sí, me dije y procedí al click: “Jugaban ‘Solitario’ mientras El Chapo se fugaba”, se titulaba el apunte, firmado por Carlos Loret; por lo demás, un encabezado preciso, porque cuenta eso, que los agentes del CISEN responsables de vigilar al famoso sinaloense, mientras el capo se les iba por un túnel, se entretenían acomodando naipes de pixeles. Regreso al correo de Galo y leo: “Loret dice que parecía película de Viruta y Capulina; dar el salto del tapete verde virtual del Solitario a la realidad no debe ser fácil; pero así es, en eso se ha convertido mucha gente, en malos actores tratando de interpretar un rol torpe: el cajero del OXXO que no se sabe la tabla de multiplicar del tres y necesita calculadora para cobrar un Gansito, el policía que no sabe leer el reglamento, la maestra que trata a sus alumnos con leperadas. Son más y están escalando posiciones”. Ciertamente, mientras leía el desfile que Galo convocaba con sus palabras yo pensaba en las hordas de lelos que, más que ascendiendo jerarquías, desde hace un rato ya despachan en los puestos más altos de la Nación. Como si adivinara hacia dónde iban a enfilar mis neuronas, desde el Primer Mundo mi amigo argumenta: “Sí, claro, la corrupción cala, pero la estulticia está más extendida y el remedio resulta más caro y más difícil de conseguir. Ni siquiera se ha reconocido como un problema de salud pública, pero quizá allí se esconden los que nos llevan a la ruina despacio, un poco cada día, cada vez que nos descuidamos o que nos da flojera corregirlos. De verdad da miedo”.

Desde México, que es decir 68 lugares más abajo en el ranking mundial de acuerdo al IDH, le respondí a Galo Filio: “Tienes razón, la estulticia se propaga. El sábado pudiste perder a tus cuates: veníamos en la México-Querétaro a toda velocidad en un auto que le llevábamos a una familiar que estudia por allá, para que pudiera moverse por aquellos lares en donde el transporte público es especialmente malo (cosa que dicha en México significa infernal, de menos). Poco antes de la desviación a San Juan del Río, ¡madres!, se apagó el coche, así que nos quedamos sin dirección hidráulica y sin frenos... No abundo en detalles: no nos pasó nada, salimos ilesos... La anécdota viene al caso porque todo sucedió sencillamente por que el mecánico que había cambiado días antes la banda de distribución no tuvo a bien apretar el tornillo tensor… Esperamos bajo el sol como hora y media a que llegara la grúa del seguro... ¡Y cuando llegó fuimos felices por lo rápido que había acudido! ¿Te das cuenta? Llegamos al punto en el cual todo aquello que no sea calamitoso ya sale barato”.

Y la tragedia es que para muchos las cosas están de risa. Durante un acto público, el gobernador Duarte de Veracruz le regala una caña de pescar al senador Héctor Yunes “para que pesque esos peces gordos que busca”…, ¡pácatelas!, risotadas y aplausos del respetable, la política al más puro estilo del Teatro Blanquita, el pastelazo como argumento. Otra priísta, la legisladora Corcholata espeta a los miles de ciudadanos que firmaron una declaración en contra de su permanencia en la Cámara de Diputados: “… se pueden meter sus firmas por el trasero o por donde más les quepan, hijitos. Yo estoy respaldada por mi partido”. El mero día de su toma de posesión como gobernador de Nuevo León, el señor al que le dicen Bronco, generoso, destapó su estrategia de comunicación política: “Los quiero hacer reír porque quiero que su corazón se abra, el hacer reír a una persona hace que su corazón se abra y si su corazón se abre va a poder estar bien con su gobierno”. La raza ríe y aplaude: la Broncomanía avanza en caballo de hacienda en un país urgido de vientos civilizatorios. A tono, Peña, incansable, haciendo el solaz de moneros y memeros con singular desenfado.
Asunto serio: la estulticia y la chacota cunden.

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