viernes, 9 de octubre de 2015

Klaatu


“Aunque usted no lo haya visto por televisión, seguramente algo debe saber de lo que ocurrió aquí hace tres meses. Los hechos se pueden referir brevemente. Un poco después de las 5:00 pm del 16 de septiembre, los visitantes de Washington D.C. atestaban los jardines [del Capitolio] en las cantidades habituales y sin duda con sus pensamientos habituales. El día era cálido. Un río de gente salía de la entrada principal del museo… Toda la gente iba ya de vuelta a casa, cansada, sin duda, después de horas a pie viendo las exposiciones del museo y conociendo los edificios cercanos. Y entonces sucedió. En el área que está justo a la derecha, apareció el viajero del tiempo-espacio. Sucedió en un abrir y cerrar de ojos. No descendió del cielo; decenas de testigos juran que no estaba aquí, y un instante después sí”.

Días antes de cumplir 40 años, Hiram Gilmore Bates III (1900-1981) escribió el cuento por el cual se haría famoso: Farewell to the MasterAdiós al amo—. Muy pocos conocen la historia con ese título, puesto que sería el de su adaptación cinematográfica con el que alcanzaría al gran público: The Day the Earth Stood Still —El día en que la Tierra se detuvo— (1951), dirigida por Robert Wise. Tampoco recordamos al escritor por su nombre, sino por el apócope Harry, Harry Bates.

En la película, la tensión del primer nudo dramático de la historia se aprieta con una modificación importante: la nave no se materializa de pronto…, llega volando y antes de aterrizar en la capital estadounidense rodea nuestro planeta a velocidad súpersónica. Una serie de escenas da cuenta de que el insospechado arribo es noticia internacional: Calcuta, Londres, París… Curiosamente, cuando la nave, un luminoso platillo volador, se deja ver sobre Washington, la gente, como en el cuento, disfruta tranquilamente de un hermoso día primaveral.

El relato fue publicado originalmente en octubre de 1940 en Astounding: Scince-Fiction, la pulp magazine que el mismo Bates había concebido —la edición inaugural de la revista, dirigida por él, apareció en 1930 con el título Astounding Stories of Super Science, mismo que mantuvo durante su primera época—. 

“La radio, la televisión y los reporteros de todos los medios acudieron de inmediato. La policía montó un denso cordón de seguridad, y unidades militares llegaron para rodear la nave encañonándola con todo tipo de armas de fuego y lanza rayos. Se temía la calamidad más terrible… La nave sólo apareció para quedarse quieta. Nadie salió de ella, y no se registró ninguna señal de que en su interior hubiera algún ser vivo. ¿Quién o qué venía en ella? ¿Visitantes hostiles o amigables?”

El cuento ni siquiera se mencionaba en la portada de aquel número de Astounding; muy probablemente hoy permanecería en el olvido de no haber sido porque una década más tarde a Edmund Hall North se le ocurrió escribir un guión basado en él. El resultado fue magnífico, y aunque no recibiría ningún premio de la Academia —junto con Francis Ford Coppola, North efectivamente ganaría un Óscar varios años después por el guión que ambos realizaron para Patton (1970), de Franklin J. Schaffner—, el film muy pronto habría de ser considerado un clásico. 

“… la nave permaneció aquí, quieta, sin dar ninguna señal de movimiento. Como fue reconocido desde el principio, no procedía de ningún rincón del Sistema Solar. Cualquier niño sabía que en la Tierra únicamente se habían construido dos transportes espaciales, y ninguno en otro planeta o satélite; de aquel par, uno fue destruido al acercarse al Sol y el otro había reportado hace poco su feliz arribo a Marte”.

Antecedida sólo por Metropolis (1927), Things to Come (1936), Frankenstein (1931), King Kong (1933), Forbidden Planet (1956) y The Thing from Another World (1951), Arthur C. Clark consideró The Day the Earth Stood Still como una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos.

“Por fin, después de dos días, a la vista de decenas de miles de personas, rodeado de los más poderosos cañones y lanza rayos de la armada, una apertura apareció en la nave y una rampa se deslizó hasta el piso. Emergió un hombre con apariencia divina, seguido de cerca por un robot gigante…”

No conozco una edición en español de Farewell to the Master —los extractos son traducción mía—, pero en inglés puede encontrarse en línea (The Internet Archive). A diferencia de las narraciones que escribió Clark, en las cuales el apego a principios científicos es fundamental, en el binomio ciencia ficción para Harry Bates lo importante era el segundo elemento, la historia, la cual podía ser todo lo fantástica que se quisiera siempre y cuando lograra verosimilitud.

El ser con forma humana que descendió de la nave “alzó el brazo derecho haciendo el gesto universal de paz”. Aún le daría tiempo de presentarse a sí mismo y al enorme robot que lo acompañaba: “Yo soy Klaatu y este es Gnot”. Luego, tanto en el cuento como en la película, un idiota es quien se adelanta en representación de toda la Humanidad, y desde la multitud le pega un tiro al alienígena. Hasta aquí, el principio de la historia; lean el cuento o vean la cinta —la de 1951; evita le remake de 2008—.


En la lista de Arthur C. Clark, después de El día en que la Tierra se detuvo sigue la cinta que Stanley Kubrick realizó a partir del guión que ambos escribieron, 2001, Odisea del espacio. La concordancia entre ambas películas me parece evidente: en forma de alienígenas súperdesarrollados, nostalgia de divinidad.

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