sábado, 20 de febrero de 2016

Datamancia

Life is not like water. Things in life don't
necessarily flow over the shortest possible route.
Haruki Murakami, 1Q84.


Voy a morir el 15 de diciembre de 2046. No tengo ningún detalle adicional. Desconozco si el deceso ocurrirá después de una larga agonía o de golpe y porrazo, si lo provocará un accidente, un infarto fulminante o será la previsible consecuencia de un padecimiento pertinaz. No sé si para entonces daré a la muerte un agradecido saludo de bienvenida o si, aterrado, lucharé en su contra hasta el último suspiro. Sólo sé que mi último día será el tercer jueves decembrino de ese año: voy a fallecer a los 82, nueve días antes de mi cumpleaños. 


El vaticinio no lo obtuve de una vieja quiromántica que se haya esforzado en leer las palmas de mis manos ni de un cartomanciano ducho en la interpretación de los arcanos del tarot, tampoco de un excéntrico giromántico ni de un nigromante que haya tenido que escudriñar los mensajes del porvenir en las vísceras de algún cadáver. Doy por descartada la ornitomancia porque todas las aves me parecen seres bobos y poco confiables. Nunca me he fiado de los espejos, así que jamás atendería los presagios conseguidos a través de la catoptromancia. Sé que hay quienes buscan las señas de su destino en las arrugas de su propia frente —metopomancia—, en la luna  —selenomancia—, en las progresiones del humo — capnomancia—, en las uñas — onicomancia—, en las entrañas de los peces —ictiomancia— y entre las piedras —litomancia—: no comparto creencias con ninguno de ellos. Y si bien más de una noche me he descubierto a mí mismo fisgando en las llamas de una fogata en busca de algún augurio, en realidad no le concedo mayor crédito a la piromancia. ¿Entonces, de qué arte adivinatorio saqué el pronóstico de la fecha precisa de mi óbito?

Horóscopo secular. Por Koestler.

En enero del año pasado escribí un texto en el que me burlaba del pensamiento mágico de la OCDE. En concreto, me refería a las predicciones que para México por entonces publicaba dicha organización —“ las reformas explotarán todo su potencial”, ¡albricias, albricias!—, y para ponerle un nombre al supuesto sustento de sus buenas nuevas anticipadas proponía yo un neologismo: datamancia, esto es, la adivinación a partir de datos, sobre todo de números y estadísticas. Ahora, a diferencia de la espuria y fallida datamancia de la OCDE, sé que me quedan 30.9 años de vida gracias a un maravilloso artilugio premonitorio: population.io, un desarrollo web realizado por Wolfgang Fengler en colaboración con K.C. Samir y Benedikt Grob.

Únicamente es necesario que captures tres datos en el oráculo digital —fecha de nacimiento, nacionalidad y sexo— para que en un instante se descubra la fecha precisa en la que, según la datamancia, fenecerás. En mi caso, frente a mi atónita mirada no sólo se reveló que ya ha transcurrido poco más del 61% de mi vida, sino también el sitio en el que me hallo respecto a mis semejantes…

En todo el planeta —habitado hoy día por más de 7,374 millones de seres humanos— hay 84.17 millones de personas que tienen la misma edad que yo, 51; y tan sólo en México son 1.28 millones. Estoy entre los que resultarían beneficiados si se volviera a imponer la gerontocracia: de cada diez personas en el mundo, ocho son más jóvenes que yo; en México, soy más viejo que el 84% de la población. En efecto, en este país pululan los menores de edad respecto a mí: 104.5 millones. Y del otro lado, gente más vieja, solamente 21.57 millones.

¿Tienes una idea de cuánta gente cumple años el mismo día que tú? ¿Y de ese grupo, cuántos cumplen la misma edad? En mi caso, son 230,541 congéneres repartidos por los cinco continentes. Aproximadamente 9,605 hombres y mujeres nacieron no sólo el mismo día, también a la misma hora que yo. En México, fueron 3,529 los niños y niñas que se apersonaron aquí  por vez primera el mismo día que yo. Pocos, si lo comparamos con el ejército de bebés que pegaron su primer berrido en China justo el 24 de diciembre de 1964: 60,063, mientras que en India fueron 36,042 y en Estados Unidos, 12,031. Cumplen años, los mismos que yo y justo el mismo día, 23 personas en Luxemburgo, 685 en Chile.

A pesar de que en este país cada día resulta más azaroso conservar la cabeza en su lugar, la esperanza de vida de los mexicanos y mexicanas sigue estando por arriba del promedio terrícola: si en lugar de haber nacido y vivido en México, hubiera corrido con la pésima fortuna de haber sido ciudadano de la República de África Central, me quedarían apenas 21.7 años de vida: expiraría el 29 de octubre de 2037. Claro, está el otro extremo: si en lugar de haberlo hecho en la Ciudad de México hubiera caído al mundo en Tokio, Japón, me quedarían 33.1 años de vida, y entregaría el equipo hasta el 4 de marzo de 2049. Con todo, aún salgo ganando siendo vecino de estas tierras americanas, population.io me informa amablemente: “Estimamos que vivirías hasta el 9 de abril de 2042 si fueses un ciudadano promedio del mundo”, es decir, mi esperanza de vida sería de unos cuatro años menos. En fin, los dados están tirados desde hace mucho en la mesa y habrá que jugar con ánimo toda la partida. Me quedo con un dato que me agrada: tengo 13.5% de probabilidades de morir a los 100 años… ¡Un amplio margen!

1 comentario:

  1. Buenas noches, tú relato es muy interesante e ingenioso. Me parece curioso el concepto de datamancia. Si he entendido bien, es como ordenar datos y hacer estadísticas, lo que me lleva a pensar que es algo así cómo una predicción racional sobre la expectativa futura más posible.
    He llegado hasta aquí buscando información sobre la selenomancia, concepto que desconocía hasta hace unas horas, pero que define una práctica que llevo un tiempo practicando sin ninguna finalidad concreta, y me explico.
    Creo que podemos encontrar la inspiración de diferentes maneras, estamos rodeados de eventos que prácticamente no comprendemos y que la simple observación de estos ya producen en nosotros un efecto de cambio de percepción. Luego están las cosechas propias y la necesidad de protagonismo o de ser escuchados que todos tenemos, cuando no las necesidades económicas, la charlatanería.
    En cuanto a la luna, los datos científicos conocidos sobre su influencia más toda la mitología que la acompaña son suficientes para que su observación ya nos haga salir de nuestro mundo para dejarnos llevar por ella y volver luego renovados.
    De todas maneras, comparto lo que decías sobre las -mancias, es horroroso el uso absurdo y casi institucionalizado que se hace de ellas. Pero bueno, yo me conformo con la luna.

    Saludos y gracias.

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