viernes, 16 de septiembre de 2016

Palabras perro bravo

I know nothing in the world that has as much power as a word.
Sometimes I write one, and I look at it, until it begins to shine. 
Emily Dickinson



El error metodológico

Una pinche mosca está a punto de colmarte el plato. Lleva una eternidad revoloteando sobre tu escritorio. Díptero asqueroso. Más allá de la probabilidad de que porte alguna enfermedad infecto-contagiosa —digamos, que te deje sembrada una tifoidea o una salmonelosis en la taza de café—, son tus nervios los que ya no la toleran un minuto más. Para colmo, el negruzco insecto se posa ahora sobre el monitor de tu lap, casi al centro, y parsimonioso recorre unas cuantas letras, justo sobre el renglón en el cual estabas a punto de redactar el meollo del reporte que tu jefe te está pidiendo con urgencia desde temprano. Lo que vas a informarle lo va a sacar de quicio… Te hará responsable del error, y no habrá manera de echarle la culpa a alguien más. Tus días en la empresa están contados. La mosca levanta el vuelo otra vez y se pierde en al aire. En el escritorio de enfrente, Hana sigue pintándose las uñas. La mosca pasa zumbando muy cerca de tus ojos. Manoteas desesperado, el teléfono timbra… La llamada proviene de la extensión de tu jefe. ¿Contestas o terminas de escribir la última línea de tu sentencia? La duda es atajada por la minúscula bestia que se para ahora en el teléfono. No piensas más: sacas del portafolio la Astra calibre 22 con la que, según te prometiste a ti mismo, jamás permitirías que volvieran a asaltarte en la calle… Quieres creer que el balazo también mató a la mosca. El cadáver de Hana quedó con todas las uñas bien pintadas. Te acusarán de homicidio y tú alegarás que fue una equivocación. ¡No fue un asesinato, fue un error de método!

La Lechuga

En 2018, La Lechuza cumplirá 40 años. Ahí sirven los mejores tacos de rajas con crema de toda la Ciudad de México. El negocio está sobre Miguel Ángel de Quevedo, a unos pasos de Insurgentes Sur. Anoche que llegamos a cenar ahí no encontramos sito en la calle, así que enfilé hacia el estacionamiento que está a unos cuantos locales.

— ¿Van a La Lechuga? –nos preguntó el vigilante que controla el acceso. 

— ¿La Lechuga? La Lechuza, querrá usted decir.

— Yo así le digo: La Lechuga.

— Ok… Sí, sí vamos a La Lechuza.

Estacionamos el auto y mientras salíamos del estacionamiento presenciamos la llegada de otro vehículo.

— ¿Van a La Lechuga?

— No.

— Sólo es para clientes, señorita.

Bufando, la mujer metió reversa. Unos veinte minutos después la reconocí cuando entró a La Lechuza…, ¡pobre!, quién sabe hasta dónde encontraría estacionamiento.

El plagio

El alma mater del presidente de la República emitió un comunicado en el cual sentenció que, en su tesis de licenciatura, el joven Enrique Peña Nieto incluyó “reproducciones textuales de fragmentos sin cita a pie de página ni en el apartado de la bibliografía”. Días después, el mandatario declaró: “Yo hice mi tesis…, nadie me puede decir que plagié mi tesis. ¿Que pude haber mal citado o no bien citado alguno de los autores que consulté? Es probable que sí. Tendría que aceptar un error metodológico…”

Las palabras

“¿Qué son entonces las palabras? ¿Existen siquiera?”, cuestiona Daniel Dennett (Boston, 1942), filósofo y experto en ciencias cognitivas y biología evolucionista. “Podría parecer una pregunta filosófica ociosa…, pero es, de hecho, tan seria y motivo de polémica como la que pueden formularse respecto a si los genes existen o no realmente” (Dennett, The Cultural Evolution of Words and Other Thinking Tools. Tufts University, 2009). El surgimiento del lenguaje y la cultura de los homo sapiens es una de las más importantes transiciones de la evolución biológica, tanto como la transición de los organismos procariotas a los eucariotas o la aparición de la reproducción sexual (Maynard Smith J, Szathmary E. The major transitions in evolution. Freeman, 1995). Gracias a las palabras es que “únicamente en una especie, la nuestra, haya despegado la transmisión de información por medio de su reproducción no genética. En nuestro caso, la cultura se acumula de forma recursiva, explosiva, saltando a lo largo de miles de miles de siglos en pasos individuales”. Dennett sostiene que hasta hace muy poco todas las palabras habían evolucionado de acuerdo a las reglas del juego de la selección natural, no de un diseño inteligente. Pero el proceso se ha modificado…

Palabras rata, palabras gallina

Según Darwin (La variación de los animales y las plantas bajo domesticación, 1868) 
se logra domesticar una especie cuando se controla su reproducción. Vacas, cerdos, gallinas son especies domesticadas. Las especies sinantrópicas, en cambio, “han evolucionado para prosperar en compañía de los humanos, pero nadie las posee y nadie es responsable de su bienestar”; tal es el caso de chinches, ratas, palomas, cucarachas… Dennet sostiene que la enorme mayoría de las palabras son sinantrópicas, no domesticadas. ¿Quién inventó palabras como casa, árbol, tierra, duelo…? Nadie, todos, la evolución cultural. No puede decirse lo mismo de una palabra como cibernética, la cual, como se sabe, fue acuñada por el matemático norteamericano Norbert Wiener (Cybernetics: Or Control and Communication in the Animal and the Machine, 1948). No todas las palabras domesticadas han sido creadas en el ámbito de la ciencia. Por ejemplo, José Luis Coll es autor de una plétora de palabras, por muestra, creó el vocablo abiertamiente, “que miente con toda franqueza y sin reserva”.

Palabras perro bravo

Siguiendo la analogía, además de palabras sinantrópicas y domesticadas, sufrimos la violencia semántica de palabras no salvajes, puesto que no surgieron fuera del ámbito de la cultura, sino de palabras como perros que alguien embraveció y ya no puede controlar. Ejemplos: levantón, sicario, plagio… 

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