sábado, 10 de septiembre de 2016

Trump en Los Pinos: la Navaja de Hanlon y las tijeras de Videgaray*

La pregunta

… y después del oprobio, amaneció de nuevo: el jueves pasado, es decir, al siguiente día de que Donald Trump, invitado por el presidente Peña, ratificara desde Los Pinos y con el Escudo Nacional de fondo que si gana la Presidencia de Estados Unidos efectivamente construirá el dichoso muro fronterizo, la mayoría de los columnistas más influyentes hicieron públicos su desconocimiento y consecuente confusión. La misma pregunta, como si se hubieran puesto de acuerdo, se leyó en todas las páginas editoriales: ¿para qué lo invitó? Aguilar Camín lo fraseó así: “Los medios estadunidenses saben lo que buscaba Trump en México: una foto para su campaña. Los mexicanos no sabemos aún qué quería el presidente Peña”. Carlos Puig se lamenta: “Ahora sí que como diría El divo de Juárez, pero qué necesidad. ¿Para qué? ¿Por qué?” Jorge G. Castañeda, quien ha cobrado como secretario de Relaciones Exteriores, pudo calificar la invitación —“innecesaria, inútil y a destiempo” — sin necesidad de saber qué la motivó: “Trump vino y se fue, y no quedó muy claro por qué se le invitó”. Ricardo Raphael propuso que alguno de los jóvenes que al siguiente día departiría felizmente con Peña preguntara: “¿Con qué propósito invitó usted a Donald Trump? ¿Por qué prestó Los Pinos como escenario para el relanzamiento de una campaña que iba a la baja?” José Cárdenas de plano tituló su texto (es un decir) “¿A qué diablos vino Trump?” Carlos Elizondo no sólo afirmó que la jugada era “incomprensible”, sino que, en tanto fenómeno, “es la mayor torpeza que recuerdo de este sexenio —y hay de dónde escoger— y de la política exterior mexicana”. Otras plumas no tan influyentes también expresaron su confusión: “¿qué ganas?” (Félix Cortés Camarillo); “¿pero qué necesidad?’. ¿A qué vino Masiosare?” (Fausto Alzati); “no entiendo cuál fue la intención” (Yuriria Sierra); en fon, como escribe Gil Gamés, quien por cierto también expresó su consternación: “Gil no da crédito y cobranza.”

La respuesta insuficiente

El mismo jueves, el propio presidente Peña firmó un texto que El Universal hospedó: “¿Para qué me reuní con Donald Trump?” ¡La misma pregunta! Claro, en el texto no pasó de lo que ya había dicho: el diálogo y las arañas. La respuesta fue o inverosímil o insuficiente, porque, parafraseando a Dylan, siguió la pregunta flotando en el aire.

El runrún

Hasta el jueves por la tarde, la respuesta dominante era sencilla: “la estulticia se explica a sí misma”, como resumió el Maestro de El Pueblito. También supe de otra espeluznante: “lo hace para burlarse de todos: ¿no me aprueban, no me aplauden? Pues aquí les traigo al míster”. Y dos estrambóticas elucubraciones: se vendió o le averiguaron algo y lo están chantajeando.

Hanlon's Razor 

El llamado a la sensatez me llegó por whats: la doctora Asando Lav, sabia mentora y amiga, me exhortó a entrar en razón y recordar el principio de Hanlon, también conocido como la Navaja de Hanlon. Para algunos se trata sólo de un corolario de la Ley de Finagle sobre la Negatividad Dinámica —formulada por cierto décadas antes que la Ley de Murphy—, que establece: “Algo que pueda ir mal, irá mal en el peor momento posible”, o incluso, en última instancia, de una consecuencia lógica de la segunda ley de la termodinámica. En cualquier caso la Navaja de Hanlon es tan filosa como la que debemos a Guillermo de Ockham (1280-1349): “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”¬. “Hanlon es probablemente una variación fonética de Robert Heinlein, quien acuñó el principio en una noveleta publicada en 1941, Logic of Empire” (Giancarlo Livraghi, The Power of Stupidity. Monti & Ambrosini SRL, 2009); total, que la Navaja de Hanlon estipula: “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”.

La respuesta filtrada

Pero, me temo, la opinión pública no se guía por la el principio de Hanlon: al despertar del viernes, en el ágora el respetable seguía buscándole una respuesta al misterio: “No, cómo crees, hasta ellos lo pudieron haber previsto”. “Si hasta la gente de la cancillería les dijo que no lo hicieran”… Pero en la tarde comenzó a correr la luz: que la idea salió de Hacienda, que fue Videgaray, que lo recomendó para salvar nuestra economía… Y a media noche, puntual como suele hacerlo, Riva Palacio publicó su columna en ejecentral.com: “el arquitecto de la reunión, Luis Videgaray, secretario de Hacienda, quien convenció al Presidente de que o se acercaban a Trump o el 8 de noviembre, si ganaba la elección, sería la catástrofe económica para México”. Y al otro día, ya para un público más amplio, Carlos Loret, desde el título de su columna, apuntaba con la tecla flamígera: “Videgaray, el artífice del encuentro Peña-Trump”. Conforme cundió el trascendido, los pocos interesados y atentos fueron plantando gesto circunspecto y diciéndose: “Ahí está, había algo más”. Ya en la noche aquello era verdad no oficial, es decir, verdad de verdad.

Las tijeras de Videgaray

Pero nunca falta un cerebro inquieto: también por whats un amigo atento al acontecer nacional me escribió el viernes a medio día: “Oye, pero eso de que fue para estabilizar los mercados es una tontería”. Cauto, yo le respondí con el emoji de carita dubitativa acariciándose el mentón. Él fue más allá: “Nomás quieren justificar la salida del Vice de secre: tijeras!” (¿qué quieren?, así se escribe en whats). ¡Uf…! Lástima, no tengo navajitas en los emojis, así que tuve que teclear la respuesta: “Navaja de Hanlon”.



* En donde dice "y las tijeras de Videgaray" debió decir "y las tijeras a Videgaray"

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