sábado, 15 de abril de 2017

Don Giovanni y la Matrix

Neo: Why do my eyes hurt?
Morpheus: You've never used them before.
The Wachowski Brothers, The Matrix.

E' morto per complicazioni respiratorie all'età di 92 anni il politologo e sociologo Giovanni Sartori... Pocas horas después de que el diario italiano Corriere della Sera informara que su editorialista estrella había fallecido, ocurrió lo que últimamente suele suceder no sólo aquí en México sino en el resto de Occidente: primero, el óbito fue deplorado sinceramente por la exigua pero todavía significante capa de ilustrados que no sólo sabían de la existencia del florentino sino que incluso alguna vez lo habían leído; enseguida, algunos twitteros y los usuales del Face actuaron como resonadores en cadena, antes de que los mass media, que aún quedan algunos, dieran cuenta del suceso: un descalabro para el pensamiento liberal contemporáneo, una pérdida devastadora para la Ciencia Política, un menoscabo irreparable de la conciencia crítica del orbe... Y luego de un lapsito de grandilocuencias teledirigidas y debidamente entreveradas entre noticias de calamidades cotidianas y escándalos de siempre, entonces sí se unieron al pésame miles y miles de personas que jamás habían leído una sola línea de don Giovanni… En fin, como dijo el poeta calabrés Antonio Porchia, “se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo”.

Sartori publicó en 1997 uno de los ensayos más pesimistas y lúcidos que he leído en mi vida: Homo videns. La sociedad teledirigida —Taurus editó al año siguiente en español—. En pocas palabras, el pensador dictamina que hoy por hoy el ser humano promedio está involucionando, y que la regresión de nuestra especie está sucediendo, no al lentísimo paso de la evolución natural, sino a la desbocada velocidad de la evolución cultural. No exagero yo en la interpretación, él lo estableció así, tal cual: “el tele-ver está cambiando la naturaleza del hombre”. El tele-ver condiciona el video-vivir, y el homo sapiens está degradándose en homo videns. Además, afirma, el proceso es ya irreversible. Muchos años antes de que la vida sin el Face resultara impensable para hinchadas hordas de jóvenes y no tan jóvenes en todo el planeta, mucho antes de la irrupción de tablets y smartphones, y de que la caja idiota se adelgazara para disfrazarse de televisión inteligente, el italiano pronosticó: “ataco al homo videns, pero no me hago ilusiones. No pretendo frenar la edad multimedia. Sé perfectamente que en un período de tiempo no demasiado largo una mayoría de la población de los países opulentos [y en los no tanto, meto mi cuchara] tendrá en casa, además de la televisión, un miniordenador conectado a Internet. Ese desarrollo es inevitable y, en último extremo, útil; pero es útil siempre que no desemboquemos en la vida inútil, en un modo de vivir que consista sólo en matar el tiempo. Así pues, no pretendo detener lo inevitable”.

Don Giovanni, quien murió en Roma el martes pasado, nació en Florencia, Reino de Italia, en 1924. Ese mismo año cayó el Imperio Otomano, una entidad política fundada en 1299. Ese mismo año murió Lenin, autor de más de una veintena de libros y líder de la Revolución Rusa, y José Stalin se hizo del poder en la Unión Soviética. Ese mismo año Hitler escribió Mi Lucha. Aquel era un mundo inmerso en la Modernidad simbólica que Gutenberg había hecho posible en 1452. También en 1924, la British Broadcasting Company (la BBC) transmitió desde sus estudios en Londres la primera radio-dramatización del mundo, Danger de Richard Hughes. Las comunicaciones humanas seguían pues dominadas por la palabra, la impresa y la hablada. “La radio es el primer gran difusor de comunicaciones —explica Sartori—; pero un difusor que no menoscaba la naturaleza simbólica del hombre. Ya que, como la radio ‘habla’, difunde siempre cosas dichas con palabras”. 

Sartori se apersonó en un mundo sin televisión: apenas un año más tarde, el escocés John Logie Baird lograría transmitir la imagen de las siluetas de James y Stooky Bill, dos muñecos de ventrílocuo, por medio de una televisión mecánica. Sin embargo, no sería sino hasta mediados del siglo XX que aparece la televisión propiamente dicha, y con ella, ahora sí, se da una ruptura drástica: “el hecho de ver prevalece sobre el hecho de hablar, en el sentido de que la voz del medio, o de un hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen, y, como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico… Y esto es un cambio radical de dirección, porque mientras que la capacidad simbólica distancia al homo sapiens del animal, el hecho de ver lo acerca a sus capacidades ancestrales, al género al que pertenece la especie del homo sapiens”. Del anterior razonamiento se desprende la contundente e irrebatible conclusión de que el aparatejo está transmutando a la gente, si no a toda, sí a la gran mayoría: “La televisión no es sólo instrumento de comunicación, es también… un instrumento ‘antropogenético’, un medium que genera un nuevo anthropos, un nuevo tipo de ser humano”.

A Giovanni Sartori le alcanzó la vida para constatar que buena parte de sus predicciones —que no previsiones— se han cumplido. Que haya acertado es meritorio, claro, pero resulta lamentable. La depauperación del entendimiento se ha propagado y profundizado en la medida en la que la que más y más horas-hombres al día se desplazan al tele-ver, actividad ahora potenciada monstruosamente por servicios como Netflix, la Matrix, pero sin cables, de los hermanos, ahora hermanas, Wachowski.

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