viernes, 28 de julio de 2017

Gadgets y hartura

A JAIR, por la recomendación.


El 16 de agosto de 1964, Isaac Asimov (1920-1992) publicó algunas predicciones en The New York Times. En una nota que tituló Visit to the World's Fair of 2014, el escritor norteamericano nacido en suelo soviético daba a conocer cómo imaginaba que sería el mundo medio siglo después. En general, apostaba porque los artilugios tecnológicos —curiosamente empleaba el vocablo gadgetry, es decir, un montón de gadgets— “continuarán descargando a la humanidad del trabajo tedioso”. Y aunque entre tedio y aburrimiento hay una relación de sinonimia casi perfecta, Asimov alertaba: “La humanidad sufrirá gravemente de la enfermedad del aburrimiento...” Pronosticaba, pues, una paradoja: que en el futuro la tecnología aminoraría el tedio y que el futuro sería aburrido. El bioquímico y autor de cientos de libros de ciencia ficción y de divulgación científica, a todas luces, le dio en el clavo…  Eso sí: no fue el primero en atisbar lo que se nos venía encima.

Gracias a la película de Carlos Carrera con guion de Vicente Leñero, es muy famoso el argumento de la novela O Crime do Padre Amaro; sin embargo, su autor es poco conocido en México:
José Maria Eça de Queirós, a quien, si tuviéramos que guardarlo en un cajón, habría que echarlo en uno con el rótulo “REALISMO NATURALISMO DECIMONÓNICO”. El escritor, quien nació junto al mar, en la ciudad portuguesa de Póvoa de Varzim (1845), ha sido valorado como el mejor novelista de su país, laurel que seguramente nadie le escatimaría hasta hoy de no haber transitado por este mundo un tal José Saramago. La cortedad de su vida —la tuberculosis lo mató antes de que cumpliera 55 años— no impidió que Eça de Queirós publicara un buen bonche de novelas, relatos y crónicas. Acabo de leer un volumen en el que se compilan todas sus narraciones breves, Cuentos completos (Siruela, 2004). Entre las 17 historias incluidas, Civilização —inicialmente publicado por entregas durante octubre de 1892 en el diario Gazeta de Notícias de Río de Janeiro—, un magnífico cuento que sería la semilla de la novela A cidade e as serras, publicada en forma póstuma en 1901. El protagonista, un afortunado:
Un lindo río, murmurante y transparente, con un lecho muy liso de arena muy blanca, reflejando apenas pedazos lustrosos de un cielo de verano o ramajes siempre verdes y de buen aroma, no ofrecería, a aquel que lo descendiese en una barca llena de almohadones y de champán helado, más dulzura y facilidades de las que la vida ofrecería a mi camarada Jacinto.
Acaudalado, rodeado de amigos y bienaventurado en amores, el hombre era, según el narrador de la historia, “el más complejamente civilizado, o, mejor dicho, aquel que se había provisto de la más vasta suma de civilización material, ornamental e intelectual”. Vivía en un palacio, estudiaba las enseñanzas filosóficas de Shopenhauer, organizaba tertulias y disponía de una opulenta biblioteca —25 mil volúmenes con “todas las obras esenciales de la inteligencia… e incluso de la estupidez”—. La descripción que hace Eça de Queirós del “gabinete de trabajo” de Jacinto, el corazón de la morada, no se acoquina frente a los textos más imaginativos de Julio Verne:
Su silla, grave y abacial, de cuero…, alrededor de ella pendían numerosos tubos acústicos, que… parecían serpientes adormecidas y suspensas en un viejo muro de finca. ¡Nunca recuerdo sin asombro su mesa, toda recubierta de sagaces y sutiles instrumentos para cortar papel, numerar páginas, pegar estampillas, afilar lápices, raspar enmiendas, imprimir fechas, derretir lacre, encintar documentos, sellar cuentas! Unos de níquel, unos de acero, relucientes y fríos… Él consideraba que todos eran indispensables…, así como los treinta y cinco diccionarios, y los manuales, y las enciclopedias, y las guías, y los directorios, atestando una estantería aislada, alta, en forma de torre, que silenciosamente giraba sobre su pedestal y a la que yo le había puesto el Farol.
Y luego, lo que “más completamente le imprimía a aquel gabinete un portentoso carácter civilizado”: la gadgetry, “los grandes aparatos, facilitadores del pensamiento”:
… la máquina de escribir, los autocopistas, el telégrafo Morse, el fonógrafo, el teléfono, el teatrófono, y aun otros, todos con metales brillantes, todos con largos hilos. Constantemente sones cortos y secos tintineaban en el aire templado de aquel santuario. ¡Tic, tic, tic! ¡Dlin, dlin, dlin! ¡Crac, crac, crac!... Era mi amigo comunicándose. 
Además de todos estos dispositivos en los que se prefiguran las maravillas multimedia disponibles hoy en cualquier smartphone, Jacinto, un metrosexual adelantado, disponía de un bien surtido arsenal para socorrer “las operaciones de alindamiento”: peines y cepillos especiales, paños, grifos, vaporizadores, fuentes… Con todo, el treintañero, sano y rico, bien querido e inteligente, apertrechado de cultura y dueño de los más desarrolladas invenciones de su siglo, vivía en un “bostezo perpetuo y vago”. En concordancia con lo que Asimov prevería casi un siglo después, Eça de Queirós cuenta que el hipercivilizado Jacinto sufría de aburrimiento salvaje:
¡Era doloroso testimoniar el hastío con el que él, para apuntar una dirección, tomaba el lápiz neumático, su pluma eléctrica, o, para avisar al cochero, cogía el tubo del teléfono!… Claramente, la vida era para Jacinto un cansancio: o por laboriosa y difícil, o por poco interesante y hueca.
El diagnóstico más atinado del mal que aquejaba al protagonista de Civilización lo aporta Grilo, su fiel sirviente: “Su Excelencia sufría de hartura”.

Asimov, recio ateo, no creía que nada nos espera después de la muerte, así que no temía las eternas penas del infierno… En dado caso, pensaba que “el aburrimiento del cielo sería aún peor”. 

sábado, 22 de julio de 2017

Chilangos sí, mexicas nel



Sábado Distrito Federal

Llegar al centro, atravesarlo, es un desmoche
Un hormiguero no tiene tanto animal
Chava Flores, Sábado Distrito Federal

El viernes 29 de enero de 2016 se promulgó la reforma por la cual, desde el siguiente día, el sábado 30, el Distrito Federal dejó de existir. El camaleónico y docto don Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega fue en buena media uno de los responsables de que el DF haya desaparecido. El aún Comisionado para la Reforma Política del Gobierno de la Ciudad de México, a quien habrá que felicitar el próximo domingo 23 por su cumpleaños 84, no sólo es un fénix, también ha sido y sigue siendo un incansable petrel, un ave de las tempestades: ahora, hace unos días, Muñoz Ledo lanzó al ágora una propuesta que, para pronto, yo califico como desacertada.



— Defeños ya no somos porque ya se acabó el Distrito Federal… –planteó. Un hecho incontrovertible, ciertamente. Pero, ¿de ello se desprende que más de ocho millones de personas nos hemos quedado de la noche a la mañana sin gentilicio?


La centenaria Ciudad de México

Mi ciudad es chinampa
en un lago escondido
Guadalupe Trigo

Llevamos añales sin un gentilicio específico para la Ciudad de México y nadie lo había echado de menos. Con capitalinos y defeños ahí la íbamos pasando, aunque aquellos eran adjetivos adjetivos; lo sustantivo ha sido la relación con la Ciudad de México. Porque salir con que en los albores del siglo XXI “se logró la creación de la Ciudad de México” podrá ser una consigna demagógica redituable, pero es un despropósito histórico.

Ni como realidad ni como etiqueta puede afirmarse que la Ciudad de México sea una creación contemporánea. “Ciudad de México” es un topónimo de uso común, popular y generalizado desde hace casi cinco siglos. Ya así se le llamaba desde la Conquista. Ni siquiera es novedad como nomenclatura oficial: en 1928, Obregón impulsó la reforma de la cual se derivaría la Ley Orgánica del Distrito y de los Territorios Federales, conforme a la que el Distrito Federal quedó integrado por trece delegaciones y un Departamento Central, cuya  cabecera era, precisamente, la Ciudad de México —tal demarcación habría de desaparecer en 1970 y de ella habrían de surgir las delegaciones Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Venustiano Carranza—. Pero el entrañable DF es cosa del pasado.


La Ciudad de México es ahora una de las 32 entidades federativas del país. En otras palabras, la circunscripción que antes se llamaba Distrito Federal cambió de nombre por el de Ciudad de México. Localizado en la subprovincia fisiográfica de Lagos y Volcanes de Anáhuac, se trata de un territorio enclavado mayoritariamente en la subcuenca de los Lagos de Zumpango y Texcoco. Con todo, aquí nadie se asume como anahuaquense ni texcocano ni zumpanguense.

La entidad 32 tiene una extensión de poco menos de 1,500 kilómetros cuadrados —no alcanza el 0.1% del territorio continental del país—, y resulta que actualmente no todo el territorio de la hoy Ciudad de México está ocupado por la Ciudad de México: prácticamente la mitad del polígono de la entidad no corresponde a la mancha urbana (47%, de acuerdo al Censo de 2010), aunque eso sí, prácticamente todos sus habitantes somos urbanos, citadinos.


Ni mexicas ni tenochcas

Los mexicanos no somos descendientes de los mexicanos,
sino de los pueblos que se sumaron a Cortés
para derrotarlos.
Somos un país con un nombre hecho de nostalgia y culpa.
Álvaro Enrigue, Muerte súbita.

Dado que defeños ya no somos, y puesto que según él capitalinos no alcanza y chilangos no sirve, don Porfirio sugirió mexicas como gentilicio aplicable a la gente de la Ciudad de México: “Yo creo que deberíamos rendir homenaje a nuestros ancestros, a la tribu que llegó a esta ciudad para erigir una gran civilización, a los mexicas”… La propuesta me parece descabellada. Va en corto mi alegato.

México es un nombre importado. Lo trajo un pueblo que, hacia el siglo XIII de nuestra era, llegó supuestamente del norte. “Según los relatos, al estar en Aztlan eran aztecas o aztatecas. Durante la peregrinación cambian a mexicas, conforme a lo que les indica su dios Huitzilopochtli. Al llegar a Tenochtitlan y fundar su ciudad se les denomina tenochcas” (Eduardo Matos Moctezuma, Tenochtitlan. FCE, 2006). Los mexicas eran el grupo nahuatlaca hegemónico cuando llegaron los españoles, y fueron el pueblo derrotado por la gran coalición de reinos mesoamericanos organizada por Cortés. Prácticamente fue una guerra de exterminio, de tal manera que llamar “nuestros ancestros” a los mexicas no es preciso: efectivamente, los mexicanos somos producto del mestizaje, pero no entre ibéricos y fantasmas. En dado caso, sería más certero que nos llamáramos tlaxcaltecas o texcocanos. 

México-Tenochtitlan fue fundada en alrededor de 1321 y conquistada en 1521; existió durante dos siglos. Como ciudad capital del Virreinato de la Nueva España alcanzó tres siglos de existencia (1521-1821). Así que adoptar el gentilicio de tenochcas tampoco parece ser lo más conveniente.

El país se llama México por la Ciudad de México, y el gentilicio para todos es mexicanos. En cambio, según la RAE, para los naturales de la capital de la República el vocablo que nos toca es mexiqueño. A diferencia del horrible mexiquense que sí usa la gente del Estado de México, no conozco a nadie que se diga mexiqueño —más feo— o se refiera como tal a un capitalino… A partir de 2016 quizá lo más apropiado sea mexicopolitanos, pero resulta un tanto artificioso y dudo que llegara a emplearse. ¿Qué queda? Lo más sencillo: chilangos.



sábado, 15 de julio de 2017

Todos mienten

Dios nos cubrió el cerebro con un cráneo
para que nadie mire en su interior.
¿Cómo se podría vivir sabiendo lo que el otro piensa?
Isaac Bashevis Singer


2:40 am: el insomnio volvió a ganar el pleito. Suspiras. Te levantas de la cama y, tratando de no hacer ruido, caminas al living. Prendes un cigarro. Prendes la computadora… Abres Chrome. Tecleas: “cómo le hago para…”, así, sin el signo de interrogación que abra la pregunta que no necesitarás cerrar antes de que Google complete la oración con las cinco búsquedas más frecuentes…:
… descargar música… recuperar mi cuenta de facebook… descargar videos… dormir… sacar mi rfc
Desplazas el cursor a la penúltima opción. Cliqueas.

Minutos antes, la vecina del departamento 8, también insomne, escribió en la barra de búsqueda: “me siento…” Los algoritmos de Google terminaron de inmediato el enunciado: 
… triste… sola… mal… tan sola
La gente busca guía en internet para resolver todo tipo de inquietudes, desde las más generales hasta las más específicas. ¿Cuáles son las consultas más frecuentes relacionadas con, pongamos por caso, la circunstancia de ser ciudadano de este país? Para averiguarlo, basta digitar “soy mexicano y…”:
… quiero trabajar en Canadá… quiero trabajar en Australia… quiero vivir en España… quiero vivir en Argentina
La diáspora como la esperanza generalizada; el anhelo nacional, salir corriendo… 

En la introducción a su libro Everybody Lies: What the Internet Can Tell Us About Who We Really Are (Harper Collins, 2017), Seth Stephens-Davidowitz afirma: “El poder de los datos de Google es que la gente le cuenta al gigantesco motor de búsqueda cosas que no le diría a nadie más”. Cierto, e ipso facto desde la inmensidad del llamado big data es posible desplegar un espejo que nos destapuja a todos. “Después de googolear sobre la NFL y música rap, un hombre se toma un momento para preguntar en el motor de búsqueda: ‘¿Es normal soñar que uno besa a otros hombres?’” La búsqueda queda registrada. Ningún otro mecanismo tiene tal poder. Por ejemplo, esto es lo que los internautas en México han googoleado últimamente, al formular el planteamiento práctico “quiero saber cómo…”: 
… hacer el amor… tú te fijes en mí… hacer un pacto con la san de la muerte… hacer bien el amor… hacer un testamento
En su prólogo a Everybody Lies, el prestigiadísimo doctor Steven Pinker sostiene que ninguno de los métodos de los que dispone hoy la ciencia —tiempos de reacción, dilatación de la pupila, neuroimágenes funcionales, electrodos implantados, etcétera— proven una visión franca de la mente. “Si nos concentramos en medidas que son fácilmente cuantificables, como el tiempo de reacción a las palabras, o la respuesta de la piel a las imágenes, podemos generar estadísticas, pero apenas hemos rasguñado la textura compleja de cognición. Las metodologías más sofisticadas de neuroimagen pueden mostrarnos cómo un pensamiento se extiende en el espacio tridimensional, pero no pueden decirnos en qué consiste”. Por lado, el psicólogo experimental especializado en procesos de cognición y lenguaje acepta que indagar por medio del diálogo nunca alcanza: “las proposiciones en toda su enmarañada gloria multidimensional son muy difíciles de analizar para un científico”. Además, ¿a cuánta gente habría que entrevistar?, ¿de qué tamaño es una muestra realmente representativa?  En contraste, el doctor Pinker se manifiesta entusiasta respecto a los hallazgos en la www: “Este libro aborda un método totalmente nuevo para estudiar la mente humana. La big data de internet y otras reacciones en línea… permiten un vistazo sin precedentes en la psique de las personas”. Everybody Lies… ofrece un panorama actualizado de las potencialidades alucinantes que la vida en línea nos depara: “En la privacidad de sus teclados, las personas confiesan las cosas más extrañas, a veces (como en los sitios de citas o las búsquedas de asesoramiento profesional) porque tienen consecuencias reales, otras veces precisamente porque no tienen consecuencias: la gente puede desahogarse de algún deseo o temor sin que otra persona real reaccione con consternación o peor”.

Como Pinker —“una y otra vez mis ideas preconcebidas sobre mi país y mi especie fueron revueltas”—, no paro de asombrarme. Un botón de muestra, acabo de realizar una pequeña exploración: a partir de su condición de edad, ¿sobre qué googlea la gente? Enseguida, solamente las primeras tres búsquedas:

Tengo


Tengo

15 años y
quiero trabajar

28 años y
nunca he tenido novio
me mide 10 cm

no tengo novio
quiero bahar de peso

tengo arrugas
16 años y
quiero trabajar

29 años y
nunca he tenido novia
quiero tener relaciones

no tengo novia
me mide 12 cm

nunca he trabajado
17 años y
quiero trabajar

30 años y
nunca he tenido novio
nunca he tenido novia

no tengo novia
no se me para

no tengo nada
18 años y
nunca he tenido novia

31 años y

no tengo novio
quiero una tarjeta de crédito

soy virgen
nunca he tenido novio un he besado

me siento vieja
19 años y
nunca he tenido novia

32 años y
no tengo cartilla militar
nunca he tenido relaciones

nunca he trabajado
no me sale barba

quiero bajar de peso
20 años y
nunca he tenido novio

33 años y
no tengo novia
tengo cuerpo de niña

me siento viejo
tengo canas

no sé qué hacer con mi vida
21 años y
nunca he tenido novio

34 años y
vivo con mis padres
no se me para

me siento vieja
me duele el corazón

quiero embarazarme
22 años y
nunca he tenido novio

35 años y
tengo acné
soy virgen

quiero embarazarme
no tengo novia

no se me para
23 años y
nunca he tenido novio

36 años y
estoy embarazada
mis padres me controlan

no sé que hacer con mi vida
tengo arrugas en los ojos

quiero estudiar
24 años y
nunca he tenido novia

37 años y
estoy embarazada
me dicen señora

me siento vieja
me siento viejo

no puedo quedar embarazada
25 años y
nunca he tenido novio

38 años y
estoy embarazada
quiero estudiar

me siento muy cansada
nunca he tenido relaciones

quiero embarazarme
26 años y
nunca he tenido novio

39 años y
estoy embarazada
me dicen señora

no me baja la regla
vivo con mis padres

quiero embarazarme
27 años y
nunca he tenido novio

40 años y
no puedo bajar de peso
no tengo novio

nunca he tenido novio
no se me para

quiero estudiar






Psicólogos, ¡a un lado! Sociólogos, a trabajar que hay mucha tela de donde cortar.