sábado, 22 de julio de 2017

Chilangos sí, mexicas nel



Sábado Distrito Federal

Llegar al centro, atravesarlo, es un desmoche
Un hormiguero no tiene tanto animal
Chava Flores, Sábado Distrito Federal

El viernes 29 de enero de 2016 se promulgó la reforma por la cual, desde el siguiente día, el sábado 30, el Distrito Federal dejó de existir. El camaleónico y docto don Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega fue en buena media uno de los responsables de que el DF haya desaparecido. El aún Comisionado para la Reforma Política del Gobierno de la Ciudad de México, a quien habrá que felicitar el próximo domingo 23 por su cumpleaños 84, no sólo es un fénix, también ha sido y sigue siendo un incansable petrel, un ave de las tempestades: ahora, hace unos días, Muñoz Ledo lanzó al ágora una propuesta que, para pronto, yo califico como desacertada.



— Defeños ya no somos porque ya se acabó el Distrito Federal… –planteó. Un hecho incontrovertible, ciertamente. Pero, ¿de ello se desprende que más de ocho millones de personas nos hemos quedado de la noche a la mañana sin gentilicio?


La centenaria Ciudad de México

Mi ciudad es chinampa
en un lago escondido
Guadalupe Trigo

Llevamos añales sin un gentilicio específico para la Ciudad de México y nadie lo había echado de menos. Con capitalinos y defeños ahí la íbamos pasando, aunque aquellos eran adjetivos adjetivos; lo sustantivo ha sido la relación con la Ciudad de México. Porque salir con que en los albores del siglo XXI “se logró la creación de la Ciudad de México” podrá ser una consigna demagógica redituable, pero es un despropósito histórico.

Ni como realidad ni como etiqueta puede afirmarse que la Ciudad de México sea una creación contemporánea. “Ciudad de México” es un topónimo de uso común, popular y generalizado desde hace casi cinco siglos. Ya así se le llamaba desde la Conquista. Ni siquiera es novedad como nomenclatura oficial: en 1928, Obregón impulsó la reforma de la cual se derivaría la Ley Orgánica del Distrito y de los Territorios Federales, conforme a la que el Distrito Federal quedó integrado por trece delegaciones y un Departamento Central, cuya  cabecera era, precisamente, la Ciudad de México —tal demarcación habría de desaparecer en 1970 y de ella habrían de surgir las delegaciones Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Venustiano Carranza—. Pero el entrañable DF es cosa del pasado.


La Ciudad de México es ahora una de las 32 entidades federativas del país. En otras palabras, la circunscripción que antes se llamaba Distrito Federal cambió de nombre por el de Ciudad de México. Localizado en la subprovincia fisiográfica de Lagos y Volcanes de Anáhuac, se trata de un territorio enclavado mayoritariamente en la subcuenca de los Lagos de Zumpango y Texcoco. Con todo, aquí nadie se asume como anahuaquense ni texcocano ni zumpanguense.

La entidad 32 tiene una extensión de poco menos de 1,500 kilómetros cuadrados —no alcanza el 0.1% del territorio continental del país—, y resulta que actualmente no todo el territorio de la hoy Ciudad de México está ocupado por la Ciudad de México: prácticamente la mitad del polígono de la entidad no corresponde a la mancha urbana (47%, de acuerdo al Censo de 2010), aunque eso sí, prácticamente todos sus habitantes somos urbanos, citadinos.


Ni mexicas ni tenochcas

Los mexicanos no somos descendientes de los mexicanos,
sino de los pueblos que se sumaron a Cortés
para derrotarlos.
Somos un país con un nombre hecho de nostalgia y culpa.
Álvaro Enrigue, Muerte súbita.

Dado que defeños ya no somos, y puesto que según él capitalinos no alcanza y chilangos no sirve, don Porfirio sugirió mexicas como gentilicio aplicable a la gente de la Ciudad de México: “Yo creo que deberíamos rendir homenaje a nuestros ancestros, a la tribu que llegó a esta ciudad para erigir una gran civilización, a los mexicas”… La propuesta me parece descabellada. Va en corto mi alegato.

México es un nombre importado. Lo trajo un pueblo que, hacia el siglo XIII de nuestra era, llegó supuestamente del norte. “Según los relatos, al estar en Aztlan eran aztecas o aztatecas. Durante la peregrinación cambian a mexicas, conforme a lo que les indica su dios Huitzilopochtli. Al llegar a Tenochtitlan y fundar su ciudad se les denomina tenochcas” (Eduardo Matos Moctezuma, Tenochtitlan. FCE, 2006). Los mexicas eran el grupo nahuatlaca hegemónico cuando llegaron los españoles, y fueron el pueblo derrotado por la gran coalición de reinos mesoamericanos organizada por Cortés. Prácticamente fue una guerra de exterminio, de tal manera que llamar “nuestros ancestros” a los mexicas no es preciso: efectivamente, los mexicanos somos producto del mestizaje, pero no entre ibéricos y fantasmas. En dado caso, sería más certero que nos llamáramos tlaxcaltecas o texcocanos. 

México-Tenochtitlan fue fundada en alrededor de 1321 y conquistada en 1521; existió durante dos siglos. Como ciudad capital del Virreinato de la Nueva España alcanzó tres siglos de existencia (1521-1821). Así que adoptar el gentilicio de tenochcas tampoco parece ser lo más conveniente.

El país se llama México por la Ciudad de México, y el gentilicio para todos es mexicanos. En cambio, según la RAE, para los naturales de la capital de la República el vocablo que nos toca es mexiqueño. A diferencia del horrible mexiquense que sí usa la gente del Estado de México, no conozco a nadie que se diga mexiqueño —más feo— o se refiera como tal a un capitalino… A partir de 2016 quizá lo más apropiado sea mexicopolitanos, pero resulta un tanto artificioso y dudo que llegara a emplearse. ¿Qué queda? Lo más sencillo: chilangos.



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