sábado, 17 de marzo de 2018

Miedo y ficción krauzianas


Laughter is poison to fear.
George R.R. Martin, A Game of Thrones.




Si a uno le cae muy gordo, digamos, el candidato de la coalición Por México al Frente, puede, pongamos, subrayar su juventud, su menudencia curricular y hasta su aniñada apariencia, y llamarlo candidatito. Así nomás, no se tiene que probar nada, ni documentar nada. O uno puede idear un palíndroma en el que se retrotraiga la acusación que en mancuerna le hacen el PRI y la PGR: ¿Lava lana? ¡Ay, Anaya! Anal aval. Habrá a quienes les dé risa y a los que el juego de palabras les parezca tonto y de mal gusto, pero no se necesita más que hacerlo para hacerlo. O si el guamazo quiere dirigirse en contra del candidato de Enrique Peña Nieto, más de uno ha jugado con el apellido del abanderado priísta, que se escribe Meade pero se dice Mid y suena a Me-ha-de querer seguir fregando… En este caso tampoco hay que desarrollar un razonamiento lógico para, sin más, soltar a la chanza. ¿O qué tal que sea el tabasqueño el que te provoca náuseas? Puedes hacerlo público diciéndole Lopitos, como hace Fox, con todo el afán de ningunearlo… Y otra vez: no es necesario fundamentar la ocurrencia, la espetas y listo, a ver a quién le hace gracia…

No es lo mismo si eres un insigne intelectual mexicano y publicas en The New York Times un texto editorial que titulas “The End of Mexican Democracy?” (7/III/2018). No es lo mismo porque, de entrada, los lectores llegarán al texto predispuestos a atender un discurso serio, bien hilado y fundamentado. Por supuesto, habrá quienes vayan más allá e incluso se predispongan, erróneamente, y pretendan encontrar en los juicios de Enrique Krauze verdades, si no científicas, al menos historiográficas, desatendiendo lo que en negritas advierte la propia publicación antes del título: Opinion —que en español significa tal cual, pero con acento ortográfico en la última sílaba—. Es decir, el autor presenta una serie de pensamientos con los que cada quien podrá o no estar de acuerdo: sus pareceres, pues. Claro, no todo lo que en su escrito afirma es una opinión —por ejemplo, el primer enunciado expresa un hecho: “El primero de julio, los mexicanos elegiremos a nuestro presidente para los próximos seis años”*—. Con todo, hay de opiniones a opiniones: hemos quienes opinamos que fue una gran falta de respeto que el presidente constitucional de la República Mexicana le haya dicho a sus gobernados que “no hay chile que les embone” (17/IV/2017), y habrá otros que piensen que su dicho coloquial no pasa de una bromita inofensiva…; de acuerdo, cada quien en su derecho, y si se tiene el ánimo y la educación suficientes incluso se puede dedicar tiempo a discutir las opiniones y tratar de convencer a los demás. Sin embargo, opinión, como cualquier otro concepto, tiene sus límites, sus fronteras semánticas, de tal suerte que hay significados que simplemente no están contenidos en él. Así como ni un camello ni una molécula de aluminio ni una artículo de la Constitución es una historia, así tampoco ni una fobia ni una mentira ni una cuento de hadas pueden pasar por una opinión… El problema es que sí es posible confundir un miedo o una fábula con una opinión, o peor, con una verdad indiscutible. Más grave que confundir resulta camuflar propositivamente una fobia y una ficción en un bosque de opiniones e informes, para hacerlos pasar por verdades. Tal es la operación que realiza Krauze.

Sería impertinente juzgar una opinión en términos de veracidad. Por ejemplo, el viernes pasado el monero Patricio tuiteó: “Yo opino que deberían hacer una Barbie de @RosarioRobles”. No sería adecuado calificar tal proposición —la entrecomillada— como verdadera o falsa; el caricaturista eso opina, y uno podrá estar a favor o en contra de su idea, pero no tacharla de mentira, ni siquiera de ilógica. Es igual que el segundo aserto que sentencia Krauze: “No serán unas elecciones ordinarias”. Una opinión…, discutible, por supuesto —¿qué proceso electoral ha sido ordinario?—, pero no en cuanto a su conformidad con respecto a la verdad. Enseguida, el enunciado que se cuela en el texto como la tesis central: “… lo que está en juego no es sólo un cambio de gobierno sino también un cambio en la naturaleza misma de la democracia liberal que México ha construido en lo que va del siglo”. Y líneas más abajo, ya afinado el tono de gravedad apocalíptica, la advertencia: “no será la primera vez que una elección democrática ponga a prueba a la democracia” —¿algo así como un suicidio del sistema? En fin, otra opinión—. Una vez que ha revelado la terrible amenaza, ya agazapada desde el título/pregunta de su artículo, el señor Krauze, antes de señalar al ente amenazante, dedica dos párrafos a esbozar un relato de nuestra historia política reciente, mismo que podría resumirse así: a partir de 1928, el país vivió una monarquía sexenal, “con ropajes de republicanismo”; muchos años después, en 2000, ¡albricias!, “la victoria de Vicente Fox…, puso fin al largo reinado del PRI. Y comenzó el experimento democrático en el que vivimos hasta ahora”. Las siguientes elecciones las despacha con nueve palabras: “El PAN ganó nuevamente con Felipe Calderón en 2006”, y las más recientes con trece: “en 2012 el poder presidencial regresó al PRI con Enrique Peña Nieto”. Informes ambos que, dada su concisión, resultan indiscutibles, aunque den cuenta de sucesos que merecerían una problematización mínima —más aún si el asunto central es, precisamente, la democracia y las elecciones presidenciales—. Pero nada, Enrique Krauze establece que México ya es una democracia, y presenta sus pruebas: alternancia, “el presidente ya no es un monarca absoluto”, el Congreso se integra por representantes de varios partidos políticos, “la Suprema Corte de Justicia es independiente” y “los órganos autónomos clave… operan profesionalmente” (particularmente menciona al INE y a Banco de México). Una maravilla, pues, en la que además agrega, en el mismo párrafo, como una prueba de la existencia de la democracia mexicana —¡oh, alquimia!—, la libertad de expresión, gracias a la cual, “aunque todavía es algo limitada…, se han revelado casos de corrupción que habrían permanecido ocultos en el siglo XX”. Enseguida, ¡faltaba más!, Krauze dedica un párrafo a criticar la situación del país —67 palabras en el texto original en inglés—, después dos para presentar a los candidatos en contienda —190 palabras— y luego la médula de su discurso: seis párrafos —524 palabras— en los que enjuicia a Andrés Manuel López Obrador, la amenaza para la democracia.

El diagnóstico de la actualidad comienza reiterando que “México es ya una democracia”, pero, enseguida, la enorme piedra en el arroz: “hay un profundo descontento con sus resultados”. La primera parte de la oración puede entenderse como una opinión, pero la segunda es, si no una mentira, por lo menos una imprecisión: el profundo descontento no es con los resultados de la democracia, sino con los resultados de los gobiernos emanados de la presunta democracia instaurada —ojo, digo presunta democracia porque habrá quienes recuerden el hecho irrebatible de que ninguno de dichos gobiernos ha representado a la mayoría de los electores, por no mencionar que hay datos duros suficientes para, por lo menos, afirmar que las dos últimas elecciones no fueron limpias, de tal manera que desde dicha perspectiva podría decirse que más bien que el “profundo descontento” se debe a la deficiente instauración del sistema democrático—. Y enlista los malos resultados achacados a la democracia: escaso crecimiento económico, pobreza, desigualdad… “y cuatro terribles problemas complican esta situación: violencia, inseguridad, impunidad y corrupción”. Cierto, aunque puesto así parecen como si los mentados problemas nos hubieran caído del cielo y no pasaran de complicaciones… Aquí sí no menciona agentes responsables.

Siguen los dos párrafos en los que presenta a los candidatos en contienda: el pobre Meade, quien “sufre las consecuencias” de los susodichos “terribles problemas”; Anaya, a quien los electores “no tienen aún manera de juzgar porque no ha presentado un programa detallado”; AMLO, el candidato de Morena, y finalmente la morralla, los independientes que aparecerán en la boleta pero que “no tienen ninguna posibilidad real de ganar”. La presentación del elenco no termina sin un juicio en conjunto, en el cual sólo uno sale raspado: “Más allá de sus diferencias políticas, todos ellos, con excepción del Sr. López Obrador, comparten un respeto por la democracia”. En la anterior opinión va implícito, claro, un diagnóstico: el Peje está loco porque, no respetando la democracia, participa en la contienda democrática. Muy su opinión de Krauze.

El más de medio millar de palabras con los que el articulista refiere “los precedentes” antidemocráticos de López Obrador aglutina las consabidas pruebas —para quienes así lo creen— de que el hombre es un peligro para México… Que mandó al diablo a las instituciones, que el plantón de Reforma, que si ha dicho que la Suprema Corte es un instrumento de la oligarquía, que si ha ofrecido amnistía a los narcos, que si “ha mostrado una intolerancia inflexible con los intelectuales y la prensa”…, en fin, casi todos, más que hechos, dichos más o menos comprobables… —todos, salvo la liga de “fervor religioso entre el Sr. López Obrador y sus seguidores”; juicio que es imposible de probar—…, a partir de los cuales Krauze expresa opiniones críticas contra el Peje. Bien, muy sus opiniones, discutibles todas… 

El problema se encuentra al final de su diatriba, en donde Enrique Krauze inserta un miedo y una ficción. Entiendo que el miedo que expresa no sólo lo siente un grupo de personas no especificado sino también él mismo: “Muchos mexicanos liberales tienen miedo de que [López Obrador] revierta la apertura a la inversión privada y extranjera en la producción petrolera mexicana y opte por proteger la economía nacional de la competencia internacional”. Más allá de que es discutible que 1) sea o no fundado el temor, y 2) que en efecto sea inconveniente para los intereses nacionales revertir la Reforma Energética, subrayo que lo que se expresa es un miedo —fear—, y me temo —aquí yo expreso el mío propio— que lo que pretende es propagarlo.

Enrique Krauze dedica el penúltimo párrafo de su artículo de opinión a su miedo personal, un miedo a una “actitud” del candidato morenista: “Mi principal preocupación… es su actitud hacia nuestra aún frágil democracia”, lo cual basa no en hechos, no en noticias, ni siquiera en opiniones, sino en una ficción de tres pisos, que no tiene desperdicio:

Primera parte: “Si el Sr. López Obrador eligiera incitar a movilizaciones populares y plebiscitos…”. Segunda: “… su gobierno podría convocar a una Asamblea Constituyente y avanzar hacia la anulación de la división de poderes y la subordinación de la Corte Suprema y otras instituciones autónomas después de restringir la libertad de los medios y silenciar cualquier voz disidente”. Tercera: “En tales circunstancias, México podría convertirse una vez más en una monarquía, mesiánica con el estilo de un caudillo sin vestimenta republicana: ‘el país de un solo hombre’.”

La ficción es kafkiana: resulta que el tabasqueño, por medio de plebiscitos, es decir, de un instrumento democrático —la Real Academia define plebiscito como una “consulta por medio de la cual se somete una propuesta a votación para que los ciudadanos se manifiesten en contra o a favor”—, instauraría una monarquía. Ya en la ruta de la fabulación —confabulando—, resulta meritorio que don Enrique no haya también escrito que el Peje podría, ya siendo monarca-caudillo por elección popular, implantar la República Bolivariana en México y en un descuido hasta reinstaurar los sacrificios humanos.
 
“The End of Mexican Democracy?” cierra con una esperanza: “que el legítimo descontento de los mexicanos y la urgente necesidad de cambio no nos lleve a la desaparición de nuestra incipiente pero genuina democracia”. Genuina, genuina, pero incapaz, según el articulista, de resistir que gane el contendiente que le cae más gordo.
 

* La traducción del inglés al español es mi responsabilidad.

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