sábado, 30 de junio de 2018

Sopa de moscas


El día a día pasa apresurado, como casi todos los posts en su muro del Facebook, fugaces, insignificantes, siempre exiguamente digeridos… ¿Lo percibe usted? Entre esperanzas y miedos, con la mirada enganchada a un futuro utópico para algunos o distópico para otros, no nos queda mucho margen de atención al presente, a lo que nos está ocurriendo ahora mismo…; en lo poco que queda apenas cabe el ruido de las campañas, las salvajadas de Trump y algunos goles. Más allá, difícilmente nos queda espacio en la conciencia para el infortunio generalizado en que se encuentra el país… Más incluso: me temo que, distraídos como andamos en lo que andamos distraídos, al ánimo nacional le urge más una buena atajada de Memo Ochoa que algunas décimas a la baja en el Índice Nacional de Precios al Consumidor…

Pese a que vivimos en una situación escandalosa, hemos optado por prestar oídos sordos a la realidad. Independientemente del intercambio de excrecencias con el que los diversos contendientes en la elección han ensuciado prácticamente toda la res publica, independientemente de que el oligofrénico depravado guillotine o no el TLCAN, ¡vamos!, incluso independientemente de que México llegue o no al quinto partido, el próximo presidente de la República recibirá una Nación atestada de calamidades. Y los desbarajustes no son casos aislados.

En mayo la atrocidad criminal rompió récord: según cifras oficiales del Sistema Nacional de Seguridad, en promedio son asesinadas 93 personas por día en México. 2,890 homicidios. Los números ya expresan poco, así que más valdría intentar aprehender las cifras… Imagine que, al igual que había sucedido el día previo aunque para casi nadie fuera laboral, el 2 de mayo pasado, aquella jornada cuando el primer mandatario de la República, Enrique Peña, consideró oportuno declarar “Nadie negocia conmigo; yo soy presidente”, ocho equipos de fútbol, cada uno con su portero, sus defensas, sus medios y sus delanteros, los once, todos integrados por gente con rostro, historia, hermanos y padres, algunos con hijos, fueran conducidos a un espacioso cadalso, uno por uno los ocho conjuntos, hasta tener ahí arriba a los 88 futbolistas, para luego también subir una quinteta de jugadores de basquetbol para completar el hatajo… 93 seres humanos como usted o como yo, a quienes entonces se procederá a bañarlos a metralla hasta quitarles la vida a todos… Imagine que eso mismo sucedió también el día siguiente y el siguiente y el siguiente…, diario, de lunes a viernes y también los sábados y domingos a lo largo de todo el mes de mayo... 93 personas —intente recordar el rostro de 93 hombres y mujeres que usted conozca, 93— al día… Esta es solo una mosca y en la sopa no hay una: la sopa es de moscas. Y hay de todas…

En el plato hay moscas enormes y más panzonas que nunca, como la deuda pública —más de diez billones de pesos— y el crecimiento lelo de la economía; hay pequeñitas, microscópicas, pero extraordinariamente abundantes —53.4 millones de pobres, para quienes su origen será destino; la profusa informalidad y ejércitos de jóvenes sin quehacer—; otras tantas penosamente famélicas y sin embargo incansables barrenadoras —la precarización del empleo—; moscas perniciosas queriendo hacerse las chistosas —el retrato de la acertividad de la diplomacia mexicana en el maletín del embajador de Corea del Norte, expulsado de nuestro país poco antes de que Trump y Kim Jong-un se sentaran a dialogar—; algunas moribundas, dando aletazos lastimeros —una reducción del 20% en el presupuesto de la Secretaría de Salud, las universidades públicas en riesgo financiero—; otras de patas largas que alcanzan casi todo el guiso —Banxico acaba de subir el costo del dinero a su nivel más alto desde 2009; la gasolina magna ya alcanzó 19 pesos por litro—; otras panteoneras, horripilantes, de ojos verduzcos y saltones — según la propia CNDH, la crisis en materia de derechos humanos ha alcanzado niveles insólitos; la ola de feminicidios ya es tsunami; el secuestro y la extorsión son prácticas masificadas—; hay dípteros con socavones en la cabeza, y otros con jorobas asquerosas, descomunales —el sobregasto en publicidad oficial, la partidocracia—; moscas estercoleras volando encima del plato, recién llegadas de miles de fosas clandestinas… Moscas y más moscas, todas en el caldo de la corrupción, y la impunidad y la incompetencia…

No queremos/podemos ver el tremendo embrollo en buena medida porque no hay de dónde asirse para entenderlo; el lenguaje está dinamitado: ¿cómo se acredita a un sicario, cómo desenmarañar la entelequia crimen organizado, a quién en concreto exigir justicia si “Fue el Estado”…? La comunidad imagidada precisa acuerdos semánticos, y muchos de ellos dejaron de operar.

Tal vez otra parte de la confusión en la que nos hallamos esté en el hecho de que, efectivamente, la mayoría estamos enojados. Discrepo de lo que últimamente andan argumentando —es un decir— algunos partidos políticos, en el sentido de que es peligroso votar enojados… No sólo se vale votar enojados, quizá sea lo que más convenga: enojo mata miedo, y urge votar en defensa propia.

A una semana de los comicios, subrayo el acuerdo generalizado: es necesario cambiar. Si no creemos que podemos cambiar no lo haremos: espero que el 2 de julio próximo todos, no sólo quienes temen el apocalipsis y quienes sueñan con la vuelta a la Edad Dorada, sino también los que siguen aferrados al pensamiento mítico según el cual en este país nunca pasa nada, despertemos con la evidencia de que sí, podemos cambiar.

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