sábado, 1 de septiembre de 2018

Chusma contra expertos


Un experto es una persona que evita
los pequeños errores
mientras avanza hacia la Gran Falacia.
Corolario a la Revelación de Gallois



— ¿Texcoco o Santa Lucía?

Vox populli vox regem.

— ¡Ah, caray! ¿De plano? ¿Ya nos llevamos así…?

Opinantes, opinólogos, opinócratas y hasta opinópatas varios, en coro, la mayoría cual orfeón sincronizado, salieron a la mediósfera y a las redes a despotricar contra la decisión del presidente electo de someter a consulta pública el futuro del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México (NAICM).

— ¡Oh, mexicanos bien nacidos, escandalícense, pronúnciense, indígnense! Que en octubre AMLO va a ir a preguntarle parecer a la gente, y además que el resultado tendrá carácter vinculatorio. O sea, que se hará lo que el pueblo mande… ¡Habráse visto…!

Los guamazos, que no se hicieron esperar, en el fondo han sido de dos tipos. Uno —no necesariamente el primero—, que podríamos etiquetar como “el paralogismo del agarre usted parejo”, se enuncia fácil:

— Oiga, señor AMLO, si va a preguntarle al pueblo –y esto de “pueblo” se pronuncia con cara de fuchi– qué onda con el futuro del NAICM, pues por qué no le pregunta también si quiere o no su —“su” de él, del susodicho electo, se entiende– tren maya, su refinería en Tabasco y sus no sé cuántos millones de hectáreas de arbolitos…; a ver, agarre parejo. Si es que de verdad es tan demócrata como pregona, si va a consultar, ¡consulte todo! Es más: consulte qué acciones de gobierno se deben ir a consulta antes de salir a consulta. Aptísima recomendación que, ya entrados en congruencias, tendría que ser sometida a consulta popular.

El otro género de críticas, me parece que el más promovido, se vocifera más o menos así:

— ¡Cómo es posible que el presidente electo sea tan ingenuo e irresponsable y deje la decisión de un asunto tan importante, tan complejo, tan sofisticado y oneroso, como lo es el destino —y “destino” dígase como si estuviera escrito todito con mayúsculas—  del NAICM en manos de gente común y corriente, y no a cargo de los expertos…!

Por caso, Jorge Castañeda —quien de coordinador de campaña del fallido candidato frentista a Presidente, y partidario supongo, regresó incólume a las filas de los editorialistas objetivos e imparciales— sentenció que el dilema es “endiabladamente complicado”. En el mismo espacio televisivo —televiso—, Aguilar Camín dijo que él no está listo para votar, y que no piensa ponerse a estudiar para hacerlo; no sólo, ya en franca chacota, se declaró a sí mismo en igual condición que “el pueblo…, que es sabio en materia de aeropuertos…” Tampoco faltaron los tweets ilusivos. Recuerdo uno emitido por el conspicuo director de un periódico —años ha “de la vida nacional” y hoy más muerto que vivo—, quien cuestionaba: ¿Un enfermo del corazón preguntaría a sus familiares para saber si se opera o no, o iría con médicos para tomar una decisión? A botepronto interrogué yo: ¿Un editorialista serio daría su opinión argumentando o lanzaría preguntas retóricas para confundir a la opinión pública? El embate retórico de quienes insisten en establecer un falso dilema en términos de chusma contra expertos ha usado también el estratagema de la humildad incluso arropada de una dizque autocrítica: A mí ni me pregunten, porque la verdad yo no sé nada aeronáutica… ¿Qué pasó, ya se pusieron a estudiar ingeniería de suelos para poder participar en la consulta?

A quienes se hayan dejado persuadir por estas consideraciones, mañosas y culposas, me animo a recordarles que no es preciso consultar a un grupo de expertos para saber que experto no es sinónimo de infalible. En efecto, la gente común y corriente, sin conocimientos especializados, suele equivocarse; en cambio, un experto se equivoca bien informado. Lo cual me lleva a la sabiduría condensada en torno a la Ley de Murphy —cuya máxima máxima es el Corolario de Finagle a la Ley de Murphy: Algo que pueda ir mal, irá mal en el peor momento posible—. De entrada, recuerde usted el Lamento de Lofta —Nadie, por sí mismo, puede hacer las cosas lo suficientemente bien—, pero sobre todo la definición de experto que aporta: Un experto es alguien que cada vez sabe más y más acerca de menos y menos, hasta que llega a saber todo de nada. Piénselo, no es sólo un juego de palabras… La médula del planteamiento alude al hecho de que un especialista necesariamente necesita enfocarse en algo muy concreto, es decir, descartar mediante la abstracción todo lo que no es de su específico interés, así que, necesariamente, pierde perspectiva. Además del interés digamos cognitivo, está el interés a secas; la Primera Ley del Consejo Experto establece: Nunca preguntes a un peluquero si necesitas un corte de pelo. A lo que deberíamos sumar que la mejor forma de escoger a un experto es optar por el que predice que el trabajo tomará más tiempo y costará más caro.

Frente a todo lo anterior, los partidarios de que la decisión la tomen los especialistas argumentarán que se debería recabar la opinión no de uno, sino de un grupo de expertos en una serie de campos, como aeronáutica, ingeniería de suelos, costos, urbanismo, en fin… Pero quién integraría todo y decidiría a partir de ello. Seguramente el poderoso caballero, esto es, don Dinero. Y aquí es donde está el gran error: evaluar la viabilidad del NAICM en términos económicos es una estupidez. Cueste lo que cueste, se pierda lo que se pierda, el NAICM en Texcoco es el suicidio de la Ciudad de México. Para usar una analogía médica, imagine usted que requiere una cirugía que le va a costar un millón de pesos, y que si no lo operan se muere…; ¿la disyuntiva es ahorrarse o no ese dinero? Si quiere, consulte a un experto.

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