sábado, 8 de septiembre de 2018

Ejemplares nini (1)


Carmen Mansilla Marín,
La leyenda de Lilith

Laura


Tercer intento. La verdad, la verdad, esta vez sí estudió lo más que pudo. Desde hace meses no sale de fiesta, desde hace eternidades que ni siquiera ha ido al cine…
           
Su papá no ha dejado de animarla, como desde el primer intento: ¡Tú puedes, hijita! Su mamá ya no tanto…; es más, cada vez le exige que se encargue de más y más quehaceres en la casa…:
           
— Por favor metes a la lavadora todas las sábanas, y subes a tenderlas…

Laura piensa que es su manera de decirle que mejor ya se dé por vencida, porque ya quedó claro que nunca va a conseguir la calificación suficiente. Juanelo, su hermano mayor, nada más se burla…, ¡como si él mismo no estuviera en la misma situación y desde hace más tiempo: sin poder entrar a la universidad y sin trabajo! ¡Pero, claro, como es hombre…!

— Hoy salen los resultados, ¿verdad? –le preguntó su madre antes de irse a la oficina, sabiendo de antemano la respuesta:

— Sí, mamá… –suspira Laura–, al ratito los busco en Internet.

— Bueno, pues mucha suerte, hija… Me avisas. ¡Ah!, por favor preparas la comida; hay arroz y pescado en el congelador.



El Roger

El Roger se fue a vivir a Chicago cuando tenía cinco años. Su hermana Caro tenía tres. Sus papás decidieron probar suerte allá. La aventura duró justito diez años:

— Si a los diez años no estamos mucho mejor que en México, nos regresamos –había sentenciado su papá cuando se fueron, y él no habla mucho, pero lo poco que dice lo sostiene. A los diez años, ambos seguían como condenados a trabajos forzados, él trapeando pisos en un mall y ella lavando trastes en un restaurante… A los dos hijos no los veían durante toda la jornada. Vivían con el miedo de ser deportados.

El Roger tenía quince años cuando regresaron de Chicago. Llegaron a vivir a la casa de doña Clara, la mamá de su mamá, en Neza. Se supone que era mientras se alivianaban. Eso fue hace doce años, y ahí siguen, hacinados con la abuela y la familia de su tío Isra. Desde entonces, con los ahorros que juntaron en Estados Unidos, sus papás pusieron una cocina económica en el mercado. Trabajan de sol a sol, ellos dos y también Caro. El Roger, con problemas por el idioma, terminó la prepa; después trató de entrar al Poli, varias veces, la última hace siete años. Por aquella época, como habla inglés, trabajaba algunas temporadas en un call center, pero acabó hartándose porque pagan muy poco. Ni estudia ni trabaja desde hace mucho, demasiado para sus papás. En el negocio de la familia jamás pone un pie; lo detesta.

El Roger pasa buena parte del día en la azotea de la casa de su abuela, soñando despierto, fantaseando en regresarse a Chicago, a donde va a trabajar duro para hacer un chingo de varo: va a vivir en un depa súper amplio y va a tener una camioneta todo terreno, negra y con quemacocos, en la que va a recorrer todo Estados Unidos…



Anselmo

Lleva más de seis horas sentado frente a la computadora… Juega solitario, uno de los pocos programas que soporta la PC que le regaló hace años uno de sus sobrinos. Claro, era regalármela o tirarla a la basura… Tres de tréboles sobre cuatro de corazones; siete de picas sobre ocho de diamantes… A lo lejos, opacado por el sonido del cliqueo compulsivo, alcanza a escuchar algo… ¡Me lleva la…!, no sale el rey de corazones… Toc, toc… Seis de diamantes sobre siete de picas… Toc, toc…

— Anselmo, hijo, abre…

— ¿Qué quieres, madre? 

— Ya va a oscurecer, hijo. ¿Podrías ir por favorcito por el pan?

Anselmo no quiere salir. No tiene ni tantitas ganas… Pero piensa que tal vez logre convencer a su madre de que le dé dinero para comprar unos cigarros… El montón de naipes virtuales vuelve a terminarse y no sale el rey de corazones… Suspira y se levanta enojado… Siente las piernas entumidas. Justo antes de abrir la puerta, recuerda que aún no se ha vestido…: — Espérame tantito, madre, ya voy... Me pongo algo y voy.



Gabriela

— Que no va Gaby con nosotros; dice que se va a quedar a avanzarle a lo de su tesis –informa Lalito a todos: Ubaldo, su papá, al volante; Sonia, su mamá, en el lugar del copiloto, y Diego, su hermano, en uno de los asientos de atrás.
           
— Bueno, ya ni modo, súbete y vámonos –responde Ubaldo a su hijo. Enciende el auto y arranca…: — ¡Que avanzarle a la tesis ni qué ocho cuartos! ¿A quién demonios cree que engaña Gabriela? ¡Si tiene ya casi cuatro años que salió de la universidad!

— No, más bien casi cinco —lo corrige Sonia, su esposa.

— Más a mi favor: casi cinco años haciéndose mensa con la dichosa tesis. Además, de dónde saca que no puede chambear antes de titularse de psiquiatra…

— No, no psiquiatra: psicóloga.

— Pues eso… Eso o lo que sea, que para ser mesera o secretaria o vendedora no se necesita título de psiquiatra.

— Psicóloga –intervienen en coro Lalito y Diego.

— Pero no estudió para ser mesera, viejo.

— ¡Pues tampoco estudió para pasársela encerrada en su cuarto! La dichosa tesis no es nada más que su pretexto, pretextotote para no hacer nada… Si ni siquiera te ayuda a ti con el quehacer, mujer.

— Bueno, eso sí –concede Sonia.

— Y que no me venga con el cuento de que está avanzándole a la tesis, porque no es cierto... Si se la pasa echadota picándole al maldito teléfono.

— Eso también es cierto.

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