sábado, 16 de marzo de 2019

Virtudes cínicas


No pienso que los hombres, amigos, tengan
la riqueza o la pobreza en sus casas, sino en sus almas.
Antístenes (Jenofonte, El banquete)







La escuela de los cínicos apareció en Grecia en el siglo IV a. C. Antístenes (444 – 365 a. C.), alumno de Sócrates (470 - 399 a. C.), la fundó en Atenas, y su discípulo Diógenes de Sinope, el Perro (412 – 323 a. C.), fue su máximo representante. “Diógenes… es ante todo un filósofo práctico, que en sus actos ejemplifica la teoría de la escuela, llevando al paroxismo las máximas que Antístenes ya había proclamado en sus escritos, pero sin realizarlas del todo. En Diógenes éstas cobran un perfil tajante; a la indiferencia frente a lo que no afecta a la virtud corresponde la adiaphoria cínica, de la que se sigue la anaideia y la parrasia…” (Carlos García Gual, La secta del perro. Alianza, 2014). Tales son las tres virtudes de los cínicos.




1) La descarada


Anaideia no es una diosa, es un espíritu, un demonio (daimona), un ser que “interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a los hombres las de los dioses” (Platón, El banquete). Es la insolencia, la desvergüenza, la impudencia… Pero no hay que suponer que se trata de una inconsciente, una desbocada; no, Anaideia sabe muy bien lo que hace: es una provocadora, una incitadora. Consecuentemente, es compañera de la violenta Hibris, la desmesura, la arrogancia, la altanería… Enemiga de Eleos, la misericordia, hay quienes dicen que Anaideia es también la impiedad, la crueldad. Se le suele presentar como hija de Nix, la noche, en cuyo caso sería nieta de Caos. Otros afirman que en realidad su madre fue la terrible Eris, la discordia, quien, según Hesíodo (Teogonía), también habría parido a las Anfilogías, las Ambigüedades, y a los Pseudologos, las Mentiras.


2) La indiferente

Además está la Adiaforía, es decir, la indiferencia, tanto a las vicisitudes de la vida como a las cosas que la mayoría de la gente considera los mayores bienes, incluidos “la mayoría de los supuestos beneficios de la civilización, que pueden desaparecer en cualquier turbulencia”. Los cínicos son ascetas; no es que renuncien a los placeres porque pretendan la penuria o el sacrificio por sí mismos, lo hacen porque no están dispuestos a  arriesgar su autonomía. “Diógenes es un asceta como Heracles es un atleta, entrenándose para resistir las amenazas y tentaciones contra la libertad
 (La secta del perro).


3) La deslenguada

La franqueza absoluta o parresía: decirlo todo. Nada de andarse por las ramas con ironías socráticas. Soltar la sopa a bocajarro, tirar verdades a mansalva, sin miramientos.


¿Y la respetuosa?

El actuar realmente cínico está reservado para muy pocos. Una sociedad no podría formarse con gente como Diógenes.

Anaideia es a Aidos lo que blanco es a negro, lo que vicio a virtud —el vocablo anaideia se forma por el prefijo negativo a, y aidos—. En principio, Aidos es el espíritu de la modestia, del pudor y la humildad… En la versión que Protágoras de Abdera (c. 485 – 411 a. C.) cuenta a Sócrates del mito de Prometeo, dos son los dones con que Zeus compensó a los seres humanos para que pudieran convivir entre sí y sobrevivir como especie: aidos y dike. Enseguida, compendio lo sucedido…

Después de crear con fuego y tierra a todas “las razas mortales”, los dioses encomendaron a Prometeo y Epimeteo, hijos del titán Jápeto, que repartieran competencias. Los hermanos acordaron que Epimeteo realizaría el trabajo y que luego Prometeo supervisaría los resultados. Así ocurrió, conforme a una inteligente estrategia: “A unos los armaba y, a los que les daba una naturaleza inerme, los proveía de alguna otra capacidad para su salvación… Y así, equilibrando… hacía su reparto. Planeaba con la precaución de que ninguna especie fuera aniquilada”. Epimeteo no sólo armó los ecosistemas balanceando las habilidades de las distintas bestias, también consideró las relaciones de los seres con su entorno. La labor parecía correcta, pero Epimeteo nos olvidó: “el hombre estaba desnudo y descalzo y sin coberturas ni armas”. Para solucionar el entuerto, y como no quedaba ya nada por repartir, Prometeo “roba a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional junto con el fuego…, y luego la ofrece como regalo al hombre”. Cuenta Protágoras que así dotado el hombre pudo vivir, desarrolló la religión y el lenguaje, “… e inventó sus casas, vestidos, calzados… y alimentos del campo”. Pero la gente andaba dispersa y resultaba fácil presa para las fieras: “Ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero cuando se reunían, se atacaban los unos a otros, al no poseer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban y perecían”. Fue entonces que, temiendo que “sucumbiera toda nuestra raza”, Zeus ordenó a Hermes a que le llevara a los humanos aidos y dike…, palabras que García Gual traduce del griego al español como “el sentido moral y la justicia”, y a pie de página se sustenta en Rodolfo Mondolfo (La comprensión del sujeto humano en la cultura antigua): “Me parece que sólo la expresión ‘sentimiento o conciencia moral’ puede traducir de manera adecuada el significado de la palabra aidos en Protágoras, que conserva sin duda el sentido originario de ‘pudor, respeto, vergüenza’, pero de una vergüenza que se experimenta no sólo ante los demás, sino también ante sí mismo…” (Platón, “Protágoras”; Platón I de Gredos).



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