sábado, 25 de mayo de 2019

Estrategia Nacional de Lectura: definición por negación


El domingo 27 de enero, en Mocorito, Sinaloa, el gobierno federal entrante presentó la Estrategia Nacional de Lectura. El evento me emocionó hasta la médula, entre otras cosas porque el discurso de Beatriz Gutiérrez y la presencia del presidente de la República permiten suponer que el asunto será tratado por fin como una prioridad nacional. También podía considerarse relevante el simbolismo del sitio —enclavado en el llamado Triángulo Dorado del narcotráfico mexicano— y la fecha, días previos a que concluyera el primer mes del año, segundo mes de la administración, y mucho antes incluso de que se presentara el Plan Nacional de Desarrollo… La intervención de Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica —pero, sobre todo, figura protagónica en el movimiento que llevó a López Obrador al poder— fue también alentadora. Sus palabras suelen ser apasionadas, incendiarias incluso, y en aquella ocasión, en la tierra de los Tigres del Norte, el novelista y promotor cultural no se contuvo…, y qué bueno. Sintético, sostuvo que el objetivo de la Estrategia es “construir una gran república de lectores”. Muy bien… Bueno, pero ahora… ¿cómo? Ese día no se detalló gran cosa, de hecho, más allá de los discursos, no se presentó documento alguno. Si acaso, Paco enunció los tres ejes que tendrá la estrategia: el formal (irá de la mano con la nueva política educativa), la disponibilidad de libros y el comunicacional (“posicionar que el acto de lectura es una habilidad extraordinaria, puesto que permite entender, sentir y pensar mucho más allá de lo inmediato”). Y de inmediato, malquerientes obsesivos y descreídos consuetudinarios, pejefóbicos de cepa y alguno que otro crítico reflexivo señalaron que lo sucedido en Mocorito fue más una especie de episodio anacrónico de campaña que un acto de gobierno… Entre los esperanzados y optimistas, algunos pensamos que estuvo más que bien lo dicho y hecho en Sinaloa, y que más allá de la presentación de la postura del gobierno, de su intención última, habría que esperar que las consabidas instancias competentes germinaran y escribieran el documento formal, con la definición precisa de la política pública… Han pasado más de tres meses.
           
Sé que las susodichas instancias competentes están trabajando en la delimitación de las líneas de acción específicas de la Estrategia Nacional de Lectura. Deben de andar muy ocupadas en el estire y afloje, definiendo qué debe ser la Estrategia, redactando impecablemente el texto —que los también ya mentados pejefóbicos y malquerientes revisarán con lupa—…, así que, supongo, poco margen tendrán para dedicar tiempo y esfuerzos a especificar contundentemente que NO debe ser la Estrategia Nacional de Lectura (ENL). Aquí es donde encuentro un pequeño resquicio en el cual, creo sinceramente, algo puedo aportar.


1. La ENL no debe ser un diagnóstico. Todos ya sabemos que se lee menos de lo que se quiere que sea. No es necesario dedicar hojas y hojas del documento a un circo de gráficas y porcentajes... Nadie necesita revisar los resultados de ninguna encuesta para saber que los libros no son parte fundamental, como la tele y los teléfonos celulares, de la vida cotidiana de la mayor parte de la gente. Además, ya se dio la instrucción presidencial: hay que echar a andar una ENL. Por supuesto, habrá quienes saquen a cuento la bonita jaculatoria tecnócrata que ha dado tanta chamba a ejércitos de asesores y a embarnecidas estructuras burocráticas: “¡Momento!, no se puede corregir lo que no se tiene bien evaluado”. Para apurar las cosas me permito una analogía: el lector en México es un joven que tiene clavado un puñal en la espalda y vidrios en los dedos, llegó a urgencias deshidratado, con gas pimienta en los ojos, flemas en la tráquea y una arritmia cardiaca terrible… ¿Lo pasamos a estudios clínicos a que le saquen unas muestras de sangre y revisamos puntualmente su historial médico o intervenimos cuanto antes? Por lo demás, me temo que las cosas están tan mal que todo lo que se pueda hacer en el corto plazo será insuficiente para remontar la situación… a corto plazo, pero urge parar la caída cuanto antes.

2. La ENL no debe ser diseñada como la respuesta a un problema que aqueja sólo a México. El mal que se enfrenta no es nacional, es global. Giovanni Sartori lo perfiló certeramente desde 1997, cuando publicó uno de los ensayos más pesimistas y lúcidos que he leído en mi vida: Homo videns. La sociedad teledirigida. Lo que está en juego es la capacidad de pensamiento abstracto de la mayoría de los seres humanos; la polarización de la riqueza —ese 1% de los más ricos que acapara más del 82% de la riqueza— tiene su expresión en el desarrollo cognitivo de la humanidad, y esa expresión se escribe fácil: involución. El fenómeno no es “otro de los males mexicanos”, es una encrucijada civilizatoria. México no está aislado: el dilema ¿horas y horas de series en Netflix o Los bandidos de Río Frío? no puede enfrentarse desde el prejuicio malinchista que suspira quejándose: ¡Ay, es que el mexicano no lee…!

3.  La ENL no debe ser entendida como un esfuerzo de alfabetización masiva. Sé que sonará excesivo subrayarlo, pero más vale: una estrategia dirigida a impulsar a la gente a que lea parte del presupuesto de que la gente ya sabe hacerlo, y la que no sabe hacerlo no es población objetivo de dicha estrategia. En el Censo de Población de 2010 se cuestionó a las personas de seis años y más si sabían leer y escribir un recado, y la misma pregunta se realizó en 2015 en la Encuesta Intercensal: 9 de cada 10 respondieron afirmativamente. Esa es la población objetivo de la ENL. Claro, sería absurdo invitar a la gente que apenas puede leer un recado a que lea a Kierkegaard por las tardes, pero también sería absurdo no preparar materiales de lectura adecuados para que esas mismas personas superen pronto el nivel necesario de lectura para comprender un recado. Por lo demás, el soporte estadístico es bastante para saber qué tanto se requieren libros para lectores iniciales…, iniciales, aunque la enorme mayoría de ellos, vale la pena no olvidarlo, es capaz de leer los subtítulos de cualquier churro hollywoodense.

3 bis. En contrapartida, la ENL no debe ser proyectada como un enorme club de lectores. Los lectores empedernidos podemos y debemos echar la mano, meter el hombro, pero no somos la población objetivo de la ENL. Un seminario para discutir la hipertextualidad entre la generación de la Literatura de la Onda y la picaresca del Siglo de Oro Español puede reportar un divertido encuentro y muchas fotos lucidoras, pero no va a producir nuevos lectores. Por lo demás, sabemos sobradamente lo que ocurre cuando se institucionaliza el apapacho gubernamental a las élites.

4. La ENL no debe ser un programa sectorial, no al menos en el sentido de que cada dependencia pública “sume” a ella, nada más para embarnecerla, las acciones que desde antes ya hacía o iba a hacer. Proceder así podría asegurar un documento rollizo y apantallante, pero ineficaz puesto que seguiría pasando lo que hasta ahora pasa. En la nomenclatura tecnócrata se veneran fórmulas verbales como “acciones transversales”, al tiempo que se usa como denuesto lo que se califica como “acciones aisladas”; el problema de ello, como ocurre con cualquier ideología, es que se actúa sin pensar: muchas veces lo que se requiere es una acción específica y no la suma de acciones concurrentes que a la mera hora nomás no concurren en nada. En esa misma jerga está muy bien visto hablar de “alinear la estrategia con” tal o cual programa o eje o plan…, a partir de lo cual lo que muchas veces ocurre es que la dichosa estrategia termina siendo una rebaba inútil. En el caso de la ENL esto puede ser especialmente peligroso tomando en cuenta el primer eje mentado, el formal: si apenas se está en la definición a detalle de la nueva política educativa de este país, cómo “alinear” la estrategia a algo todavía brumoso. Más incluso: “ir de la mano de la nueva política educativa” está bien como metáfora, mientras no signifique que la ENL tendrá que avanzar al ritmo de la política aludida o, peor, depender de la plena puesta en marcha de la misma.

5. La ENL no debe ser un programa de producción editorial. Visto desde la perspectiva del conocidísimo ciclo del libro, la estrategia debe incidir sobre todo en la distribución y en la lectura. Si se parte de la creencia de que se lee poco en México porque faltan libros, se estará olvidando que abundan bibliotecas vacías de lectores y bodegas repletas de libros que nadie lee, por no hablar de los terabytes de excelente literatura que puede descargarse de manera legal y gratuita de internet. Esto no quiere decir que uno crea que el FCE deba detener su reciente producción de ediciones masivas de bajo costo, mucho menos frenar las ventas de títulos baratos. La cuestión es que la ENL debe salvar la distancia que existe entre los lectores potenciales y los libros y demás materiales de lectura que ya existen, y además propiciar que cuando el lector tenga un libro en las manos proceda en feliz consecuencia, es decir, que lea, lo cual, claro, se dice fácil, pero es lo más difícil de todo.

6. La ENL no debe ser un mecanismo de reparación de daños frente a los pueblos originarios de México, aunque, en caso de resultar exitosa, a eso precisamente ayudaría.

7. La ENL no debe ser un artilugio de adoctrinamiento, ni siquiera en favor de las mejores causas. Leer no hace a la gente mejores personas, ni más buenas ni necesariamente más informadas. Leer aceita el pensamiento abstracto y provee de herramientas cognitivas, las palabras, la sintaxis, el universo conceptual. ¿Para qué? Sobre todo para responder acertadamente al cambio. Y los tiempos que hoy vivimos, perdón por la perogrullada, son ante todo tiempos de cambios acelerados. Estimular que los mexicanos y las mexicanas lean fortalecerá el recurso más importante con que contamos, nosotros mismos.

Coda (nomás para no llegar al 8)
La ENL no tiene que propagarse con un discurso positivo ni indulgente; ya se ha apostado por todos esos mensajes amigables y se ha fracasado: es divertido, te ayuda a crecer, cultiva, te informa, es maravilloso…, aunque sea 20 minutos, no duele, ándale, lee… No, más bien urge alertar:

Desconéctate y lee.
Si estás leyendo esto y lo entiendes,
aún podrías salvarte.

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