sábado, 20 de julio de 2019

Nuestra caducidad


Olivar de olvido


… no hay nada más relativo que ese falso absoluto
que llaman, a falta de mejor nombre, eternidad.
Martín Caparrós, Los Living.

El sábado que telefoneé al conde Serredi lo hallé fuera de la ciudad, en Cuernavaca:
           
— Venimos por El Greñas…, te acuerdas de mi cuate El Greñas, ¿no? Pues se murió. Un infarto. Lo cremaron y él había pedido que echáramos sus cenizas en un olivo…

¿Así nomás, encima o enterradas?, me pregunté, pero no lo verbalicé: — ¿Un olivo?

— Sí, uno que está plantado acá.

¿En la casa de algún familiar, en un parque, en el jardín de alguna ex novia? ¿Quedarán las cenizas del amigo del conde dispuestas al olvido en un olivar o en un olivo solitario? A saber.


Tierra y polvo


Con el sudor de tu rostro comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado;
pues polvo eres, y al polvo volverás.
Génesis, 3:19

Como El Greñas, cada vez más gente opta por la cremación. ¿Saben qué…? Mejor me incineran y sanseacabó, me salto la tierra y vuelvo directo al polvo. En abril de 2018, La Jornada informaba que en México, “de acuerdo con cifras oficiales, hay más de 650 mil fallecimientos al año, y se inhuma aproximadamente el 80%; el 20% restante se incinera”. En realidad, en 2017 se registraron 703 mil defunciones (INEGI); en cuanto al método para deshacerse de los cadáveres, ninguna institución capta cifras oficiales. Con todo, seguramente a nivel nacional sigue respetándose mayoritariamente el precepto bíblico del enterramiento, aunque en las metrópolis la situación ha cambiado. En la capital del país la proporción se invirtió; hace un mes, el señor Vélez, presidente de la Asociación de Propietarios de Funerarias y Embalsamadores de la Ciudad de México, aseguró que del total de servicios que ofrece su gremio el 80% corresponde a cremaciones.


Convivencia

Leo en una nota de Diana Higareda y Daniela Hernández (El Universal; 01/11/2017): “Desde hace más de 20 años, Enrique, de 62, se traslada todos los días desde el kilómetro 20 de la carretera a Toluca hasta el Panteón Español, al norte de la capital. Su trabajo: cuidar de aquellos que muchos han olvidado: ‘La gente ya no viene como antes. Las tumbas están olvidadas. Antes había una tradición de que las familias venían seguido, traían flores y convivían un rato con sus difuntos, pero cada vez es menos. Ahora los creman porque ya no quieren venir…”


Echarse a perderse

Porque de eso se trata todo esto:
de estar lleno de potencia e ir perdiendo.
Martín Caparrós, Los Living.

¿Cuánto tiempo convivirán con mis despojos? ¿Y tú, cuánto tiempo crees que estarás muerto? Nuestra era cada vez corre más a prisa; su aceleración atañe a todo y a todos, incluso a los difuntos. Casi todos los que hoy vivimos tendremos una muerte de pronta caducidad.

Con Los Living, en 2011 Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) ganó el Premio Herralde de Novela. Si bien es poliédrica, la obra, me parece, desarrolla la siguiente tesis: “… nadie está muerto mucho tiempo. Él, por ejemplo, seguiría muerto unos años más, los que yo viviera, quizá incluso los que vivieran mis hijos si es que alguna vez me resignaba a hacer hijos como serían los míos. Después ya no estaría más muerto: dejaría de existir, volvería a no haber existido”. La muerte no es, como suele creerse, el fin absoluto, sino apenas la breve antesala del verdadero final definitivo, el olvido, la pérdida absoluta en la inexistencia. Muy poco después de muertos dejarán de convivir con nosotros. Morir es echarse a perderse.


De paso

El tiempo no pasó:
aquí está.
Pasamos nosotros.
Sólo nosotros somos el pasado.
José Emilio Pacheco, Aves de paso.

Sobrellevamos la continuidad del tiempo con la ilusión de nuestra continuidad en el tiempo. Lo hacemos con la memoria y sus enmarañadas mañas. Lo hacemos tramando historias. Juan Domingo —nació el mismo día que murió Perón, por eso le pusieron su nombre— o Nito, el protagonista de Los Living, no duda de la indefectible falibilidad de la memoria: “La memoria es una incertidumbre permanente —y nada es más fácil que olvidar lo que queríamos recordar, y viceversa—, pero en general nos las arreglamos para olvidar también que queríamos recordar tal o cual cosa, y quedamos en paz”.

Experimentamos la vorágine del tiempo no sólo en el imparable desbarrancarnos en el pasado, también en la perplejidad con la que somos arrojados al futuro. La madre de Nito, un monumento literario a la madre latinoamericana, es consciente de ella y la sufre: “Mamá vivía con el temor de no saber cómo seguía la historia. O debería decir terror… O, quizás, en la duda: mamá vivía entre el temor y el terror de no saber cómo seguía la historia…”



Los Living

Como Sterne en Tristram Shandy, Caparrós hace que Nito cuente su vida desde la pre-existencia —“Mis padres, si es que podemos llamar mis padres a quienes todavía no me habían concebido, definiéndolos por una condición que entonces no existía…”—, y luego de algunos años de accidentes bien eslabonados —“el accidente… es la fuerza central que gobierna las vidas, o sea: el desgobierno más extremo”— se convierta en un juglar experto en narrar fallecimientos… La sexta parte de la novela, “Las Muertes” integra un ramillete de textazos —“Usted va a lamentar no haberse muerto antes”—. Y ahí no termina la novela, quedan los living.…

Diamantes

En México usted ya puede embelecar la caducidad de la muerte dejando dicho —y el dinero— que quiere que conviertan sus restos mortales en un diamante. Por el precio más accesible, $18,705, conseguirá que su cadáver sea transformado en un diamante naranja-amarillo de 0.015-0-04 quilates. Disponiendo de $431,337 para ello, de sus restos se obtendrá un diamante blanco de 0.90-1.19 quilates. La empresa asegura que los diamantes están garantizados de por vida.

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