sábado, 13 de julio de 2019

Presagio adulterado


…no encuentro pueblo alguno
—por muy formado y docto, o muy salvaje y muy bárbaro que sea—
que no estime que el futuro puede manifestarse a través de signos,
así como ser predicho por algunas personas.
Cicerón, Sobre la adivinación.



Es feo pero obligado evocar de entrada que Astiages, cuarto rey de los medos, castigó el desacato de Harpago, su súbdito, engañándolo para que, durante un banquete en el palacio de Ecbatana, el infeliz, sin saber lo que estaba haciendo, se comiera muy ufano, asado y aderezado, buena parte del cadáver su propio hijo. Recordarán que, gracias a la desobediencia de este señor Harpago, el recién nacido producto del matrimonio entre el rey persa Cambiases y la princesa meda Mandane se salvóde ser asesinado. Superado el antropófago episodio y reincorporado el muchachito Ciro al camino real de su propia biografía, Astiages quiso creer que sus funestos sueños ya no tenían por qué angustiarlo, así que reculó en sus planes nepticidas y despachó a su nieto a Pasagrada, ciudad en la que residían sus padres.
           
Fiel a la ideología dominante del mundo antiguo, Heródoto cuenta que, ya en Persia, “conforme se iba haciendo hombre, Ciro era el más valiente y afable entre los muchachos de su edad”. Mientras tanto, en Media, bullendo en rencor, Harpago urdía su venganza. Por un lado, regularmente enviaba regalos y cartas al joven Ciro, y por el otro “se fue entrevistando en privado con cada uno de los principales personajes de Media, y los fue convenciendo de que debían ponerse a las órdenes de Ciro y deponer a Astiages” (Historia; I). Para persuadir al muchacho persa de que en su momento comandara la revuelta, Harpago ideó una estratagema para darle un giro al cauce de los hechos, adulterando para ello la previsión del destino…
           
Se valorará mejor la agudeza del ardid si antes recordamos que, entre las muchas artes adivinatorias empleadas durante la Antigüedad, además de la oniromancia —el atisbo del futuro en los sueños— y la ornitomancia —“el vuelo y el grito, la actitud y el movimiento de las aves eran fuente de muchos presagios”—, para predecir el porvenir era muy socorrido la observación de las entrañas de ciertos animales. El nombre de esta mancia, auruspicina, proviene de la lengua etrusca, por intermediación del latín, puesto que las técnicas de adivinación de los arúspices de Etruria fueron adoptadas por los romanos. La creencia de que en las vísceras era posible vislumbrar el futuro se basa en el postulado de que todo lo que sucede en el macrocosmos se expresa también en determinados microcosmos. Tal principio es mucho más antiguo que la civilización etrusca; en Mesopotamia y Anatolia, se ha hallado registro arqueológico que lo acredita (Raymond Bloch, La adivinación en la Antigüedad. FCE). Seguramente tanto medos como persas, influidos por los asirios, tuvieron también arúspices. Dicho esto, continuemos…

Para comunicar su plan a Ciro, Harpago mandó a Persia a un cazador, quien entre sus presas llevaba una liebre que debía entregar al joven. Previamente había abierto el vientre del orejón lepórido para ocultar entre sus vísceras un escrito. Heródoto da testimonio de lo que el mensaje decía:

Hijo de Cambises, ya que los dioses velan por ti, trata… de vengarte de Astiages… Pues, en lo que de su empeño ha dependido, muerto estás… Te encuentras con vida gracias a los dioses y a mi intervención. Me figuro que estás ya…  al corriente de todo, de cómo se obró con tu persona y de lo que yo he sufrido a manos de Astiages, porque, en lugar de matarte, te entregué al boyero. Pues bien. Si quieres hacerme caso, tú reinarás sobre todo el territorio en que lo hace Astiages. Convence a los persas para que se subleven y marcha con un ejército contra los medos. Tanto si yo soy el general designado por Astiages para hacerte frente como si lo es otro cualquiera de la nobleza meda, conseguirás tu propósito, pues ellos serán los primeros en abandonar a Astiages y pasarse a tu bando para tratar de destronarlo…


Ciro actuó valiéndose igualmente de un escrito: “redactó una carta adecuada a sus propósitos, convocó a una junta de persas, abrió en ella la carta y, dándole lectura, dijo que Astiages le nombraba general de los persas”. El pretendido nombramiento no carecía de lógica: además de nieto de Astiages, Ciro era bisnieto del rey Aquemenes, fundador de la dinastía aqueménida. Ya ungido, pidió que los persas se presentaran al otro día, armados con una oz, “en un gran paraje lleno de cardos”. A la mañana siguiente, en el terreno, Ciro les ordenó que desbrozaran el paraje, en una jornada, sin descanso. Luego los citó para que acudieran, pero bien bañados, a una comilona. “Cuando terminaron el festín, Ciro les preguntó qué preferían, si el trabajo de la víspera o lo de entonces”. Después de escuchar la obvia respuesta, arguyó: “Persas, ésta es vuestra situación: si estáis dispuestos a obedecerme, a vuestro alcance están, sin tener que realizar ningún trabajo servil, estos y otros mil placeres; pero si no estáis dispuestos a obedecerme, os esperan innumerables trabajos parecidos a los de ayer”. Los conminó entonces a levantarse en contra de los medos. Como era de esperarse, Artiages nombró a Harpago para enfrentarlo, encomienda que el sañoso súbdito no atendió. Pronto, muchos medos se pasaron con los persas. Ciro se apoderaría fácilmente de Ecbatana; para entonces su abuelo ya había sido apresado por Harpago. Dos mil años después, Maquiavelo condensaría tanto cuento en un par de líneas: “Para hacerse soberano suyo, era menester que Ciro hallase a los persas descontentos del imperio de los medos, y a éstos afeminados por una larga paz” (El Príncipe). El resultado es el mismo: nacía así el imperio más grande que hasta entonces había existido en el mundo.


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