Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 29 de junio de 2019

Presagio malinterpretado


Superada la digresión sobre los míticos infantes imbatibles, voy a la historia de cómo fue que Ciro recuperó su identidad dinástica…

           

Contamos que Astiages, rey de los medos, a resultas de la interpretación que sus magos hicieron de un par de pesadillas que tuvo, mandó matar a su nieto. El recién nacido resultó librado de la funesta disposición gracias a la intervención de dos esclavos, el boyero Mitradates, y su mujer, Cino. Según cuenta Heródoto (c. 484 a. C. – 425 a. C.), tendrían que pasar diez años sin que pasara nada…





1

— ¡Sujétenlo!

— ¡Qué! ¿Cómo te atreves, bellaco? —reclamó el hijo de Artembares, quien, a la sombra de una palmera, seguía tumbado comiendo dátiles.

— ¡Silencio, vasallo!

Espías, recaudadores, arquitectos, soldados, secretarios…, todos habían cumplido sus respectivas encomiendas, todos excepto uno. Merecía una lección. El rey tomó el látigo y acometió el castigo… Desde el tercer trallazo el indolente soltó el llanto; al quinto, el rey juzgó que era suficiente. Al ser liberado, el escuincle corrió a su casa.




2

Con su hijo, Artembares se apersonó en el palacio de Ecbatana, y minutos después el rey de los medos le concedió audiencia.

— Majestad, mira cómo hemos sido ofendidos por el hijo del boyero —acusó, mostrando la espalda de su retoño.

Astiages ordenó que trajeran de inmediato a Mitradates y a su vástago.

— ¡¿Tú te has atrevido a agraviar al hijo de un principal de mi corte?! —espetó el rey al humilde infante.

El inculpado, quien entonces tenía diez años de edad, bizarro, respondió:

— Señor, lo traté así con razón, pues los niños de la aldea, entre quienes él también se encontraba, en juegos me nombraron su rey, porque creían que yo era el más indicado. Pues bien, mientras los demás cumplían mis órdenes, él las desobedecía, así que recibió su merecido. Si por mi conducta merezco castigo, aquí me tienes.

Astiages quedó encantado por el infante y sus palabras; además, mientras el niño hablaba, se reconoció a sí mismo en sus facciones… La duda tomó por asalto al monarca. Considerando además la edad del chamaco, el rey hipotetizó y cuestionó a Mitradates. El cuidador de bueyes, amenaza de tormento mediante, pronto confesaría.



3

Astiages mandó traer a Harpago:

— ¿Qué muerte reservaste al niño, fruto de mi hija, que yo te confié?

— Entregué la criatura a este boyero —declaró, señalando a Mitradates—, diciéndole que tú ordenabas darle muerte, y le instruí que lo abandonara en el monte, vigilándolo hasta que muriese. Así fue; cuando el bebé falleció, lo sepultamos.

El rey le dijo a Harpago que había sido engañado por el boyero, y narró cómo Mitradates y Cino habían intercambiado a su propio bebé, nacido muerto, por el crío condenado. Su nieto, pues, estaba vivo. Apenado, el rey dijo que daba por bien hecho lo sucedido.

— Como la fortuna ha dado un giro que quiero creer favorable –despidió a Harpago–, mándame aquí a tu hijo para que haga compañía al vástago de mi hija Mandane. En la tarde regresa tú a comer conmigo; celebraremos.



4

Harpago rebosaba de felicidad: su desobediencia no había sido castigada, en cambio había tenido un desenlace dichoso. Regresó a casa, contó lo ocurrido a su familia, y envió a su hijo único, un regordete de trece años, a palacio. Se fue descansar; después se acicalaría para acudir a la comida a la que el rey lo había convidado.

Mientras tanto, en palacio, Astiages asignaba tareas a sus sirvientes: a algunos les encomendó que bañaran y aceitaran a su nieto, y que sustituyeran los andrajos que vestía por ropajes finos, y a otros ordenó degollar al recién llegado, el hijo de Harpago, y descuartizarlo, para asar y aderezar sus carnes.



5

Más tarde, se celebró el banquete en el palacio de Ecbatana. El rey recibió a sus invitados con vinos y viandas: a todos se les sirvió abundantes porciones de carne de cordero, menos a uno. “A Harpago le sirvieron todo el cuerpo de su hijo, salvo la cabeza, las manos y los pies; estos miembros estaban aparte, en un cesto. Cuando Harpago daba muestras de estar saciado…, Astiages le preguntó si le había gustado el festín. Al responder… que le había gustado muchísimo, le presentaron, ocultos en el cesto, la cabeza, las manos y los pies del muchacho, y… le invitaron a destaparlo y a tomar lo que le apeteciera. Harpago obedeció…, vio los restos de su hijo; pero, pese al espectáculo, permaneció en sus cabales. Entonces Astiages le preguntó si comprendía de qué animal era la carne que había comido. Él respondió que sí y que bien estaba todo lo que el rey hiciera”.

En cuanto al futuro de Ciro, antes de tomar una decisión, su abuelo consultó a los mismos magos que años antes habían interpretado sus sueños. Después de que fueron informados a detalle por Astiages de todo lo sucedido, resolvieron: “Si el niño se halla con vida y ha reinado sin premeditación alguna, quédate tranquilo…, pues no volverá a reinar… A veces, algunos de nuestros vaticinios han tenido cumplimiento en hechos insignificantes…” El rey contestó que él pensaba lo mismo, que en el juego de los niños se había cumplido lo presagiado en sus sueños, y que por tanto su nieto ya no era un peligro. Por supuesto, estaba totalmente equivocado, y para acabar de marcar su suerte, Astiages atendió el consejo de los magos: “Nos sentimos tranquilos y te recomendamos que tú también lo estés. Ahora bien, aleja a ese niño de tu vista; envíalo a Persia a casa de sus padres” (Historia, I). Y allá fue Ciro, por su lugar en la historia.

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