Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 31 de marzo de 2013

No dejaré boquiflojo al lector


Desde hace ya algunos años circulan reseñas que celebran sus libros, y a pesar de ello yo no había leído nada de Etgar Keret (Tel Aviv, 1967). Suelo desconfiar de lo que suena a moda, a  señuelo mercadológico, pero conviene recordar que uno puede encontrar buena literatura incluso en entre los best sellers, así que más vale esquivar de vez en cuando los sanos prejuicios… Hace unas semanas, entre los pasillos de la FIL del Palacio de Minería, me acerqué al stand de la editorial que publica a Keret, Sexto Piso. Pedí el libro más barato que tuvieran del autor, para conocerlo. El vendedor me dijo que por qué no en lugar del más barato me llevaba “su clásico”.  ¿Tiene ya un clásico un escritor que aún no cumple 50 años de edad? Según el amigo que me atendió sí, y lleva por título Extrañando a Kissinger.

El libro fue publicado originalmente en Israel en 1994. Se trata de la segunda colección de cuentos de Etgar Keret, antología con la que se dio a conocer entre el gran público —su primer libro, Tuberías, 1992, pasó desapercibido, y a la fecha no ha sido traducido al español—. La edición de Sexto Piso se hace con la traducción, notablemente acertada, que en 2006 Ana María Bejarano realizó para editorial Siruela. Extrañando a Kissinger es una colección de 49 cuentos bien dispuestos en un volumen de 198 páginas:  Keret cuenta en pocas palabras: en promedio, textos de menos de cuatro páginas. Cuentos ramalazo, cuentos fuetazo. Sin ánimo alguno de emplear una sola palabra más de lo que la trama requiere, relata de sopetón.

Las narraciones de Keret se enfilan por el sendero discrepante de Maimónides: no en todos los textos lo consigue, quizá no en la mayoría de ellos, pero resulta evidente que el propósito de Etgar Keret es desbarrancar al lector en la perplejidad. Y cuando el escritor israelí lo logra, el resultado es devastador. En “Mi hermano está deprimido”, el cambio del punto de vista desde el cual cualquiera esperaría que fuera narrado un accidente atroz arroja al lector por sorpresa a un situación de alelamiento. No se trata de cuentos truqueros, mucho menos de ficciones que apuesten por la construcción de realidades fantásticas en las cuales tomar por sorpresa al lector. Incluso en textos como “Un agujero en la pared” —con el que resulta imposible no recordar “Un señor muy viejo con unas alas enormes” de García Márquez— o “¡Deténganse!”, Keret establece en muy pocos renglones el contexto fantástico en el cual localiza la trama de un relato que muy pronto conforma su propia cotidianeidad, desde la cual, también de golpe y porrazo, consigue aventarnos al desconcierto.

“Mi padre no accedió a comprarme un muñeco de Bart Simpson.” Así inicia “Romper el cerdito”, el cuento que abre el libro. Significativo, porque entre los cuentos que reúne Extrañando a Kissinger, como en este, un niño es el protagonista. Significativo también por la mención al travieso Bart Simpson: la estructura narrativa de muchos de los cuentos de Keret recuerda el trazo típico de un episodio de The Simpson: la historia nunca correrá por donde el sentido común dicta que lo hará. No me cuesta mucho imaginar a Etgar Keret llenando un pizarrón con la frase "No dejaré boquiflojo al lector".