Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 30 de enero de 2016

Sentido del rumor

Truth is stranger than fiction,
but it is because Fiction
is obliged to stick to possibilities;
Truth isn't.
Mark Twain, Following the Equator.


Los mexicanos y las mexicanas tenemos un gran sentido del rumor…, bueno, no me consta, ¿eh?, pero tal cual me lo pasó en corto un amigo que se enteró de muy buena fuente. Lo que sí puedo defender es la siguiente afirmación: en México, el rumor es una excelente fuente de sentido. No sé si ocurra igual en otros países, pero aquí sí. Con su venia, procedo a una somera explicación.

La realidad por estos lares suele presentarse de maneras tan descabelladas, tan disparatadas, tan próximas a la franca chaladura, que al común de los mortales nos resulta muy enrevesado encontrar una lógica, cualquiera, al acontecer cotidiano. Y no me refiero tanto a las raciones de sustantividad de la vida que nos toca vivir en corto, sino a los enormes tramos de realidad compartida acerca de los cuales nos enteramos a través de intermediarios, a saber, claro, los dichosos medios de comunicación. O sea, la realidad mediatizada, que le dicen. Y sucede que, a menudo, en la versión de los hechos que uno recibe por parte de los susodichos medios la verosimilitud escasea estrepitosamente. Entonces el televidente, el lector, el radioescucha, vamos, cada una de las moleculitas de ese cuerpo informe que llamamos opinión pública, puede optar por tragarse acríticamente los reportes con que constantemente se le informa del acontecer o bien intentar filtrarlos a través de su propio razonamiento y de los pocos o muchos datos que tenga sobre cada caso. Si usted opta por la segunda vía, ya le tocó bailar con la más fea, porque varias veces, las más según creo, tendrá que aceptar que no entiende nada. Llegado a este punto, el sujeto se halla ante una bifurcación: un camino es directo y va a la estoica aceptación de que la realidad sencillamente no tiene sentido, que es un caos no superado y punto; el otro sendero es mucho más largo y zigzagueante, y pretende llegar al encuentro del tesoro: el sentido, la razón de ser de todo lo que acontece. Cuando se escoge esta última opción, uno entra a un callejón sin salida, porque ya no hay alternativa: siempre se le va a encontrar… o dar… sentido a la realidad. Ya lo dijo doña Anaïs Nin, la fertilidad está en el caos. Quienes se encaminan por ahí son los que creen que las cosas siempre ocurren por algo, y cuando se parte de tal premisa de menos uno encuentra alguna hipótesis, la mayor parte de las ocasiones bien disfrazadita de certeza. Es aquí cuando el rumor entra en auxilio de quienes andan en la búsqueda de un sentido a lo que sucede. En primer lugar, rumor significa “voz que corre entre el público”. En realidad esa voz no es singular, sino que es múltiple, plural y diversa, condición que explica la segunda acepción de la palabra: “ruido confuso de voces”. Paradójicamente, cuando una versión de los hechos se vuelve mayoritaria entre las voces que se propalan por el ágora, el rumor se erige como la fuente de sentido más socorrida. Esto sucede cuando el ruido del rumor se va sintonizando en torno a la versión que adquiere mayor nitidez, condición que se alcanza en proporción directa a su verosimilitud. Subrayo: me refiero al carácter de verosímil, esto es, “que tiene apariencia de verdadero”, que resulta “creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad”. Y perdón, pero machaco: que una explicación sea verosímil no significa ni que sea necesariamente verdad pero tampoco que sea necesariamente mentira.

En 1897, Mark Twain (1835-1910) publicó Following the Equator, A Journey aound the World, un libro de viajes —a non-fiction travelogue book, de acuerdo a la nomenclatura literaria anglosajona—, en cuyo capítulo XV espeta una de sus muchos ramalazos de sabiduría: “La verdad es más extraña que la ficción, porque la ficción está obligada a concatenar todas las posibilidades, y la verdad no”. Hay otro aforismo que por todos lados se atribuye a Twain —yo jamás he encontrado en dónde diablos lo escribió, así que por ahora creo que es un intento de resumen de la cita anterior—, que resume el la misma idea: “No sorprende que la verdad resulte más extraña que la ficción: la ficción está obligada a tener sentido”.

Termino con un ejemplo. La prensa informa el jueves en la noche que la policía nacional de España tiene pruebas de que Huberto Moreira trabajaba para los Zetas, un cartel de narcotraficantes. Al día siguiente, un juez, aunque ordena que se retenga su pasaporte, concede libertad al ex mandamás del PRI. Ese mismo día, los medios que suelen divulgar deprisa las posturas del gobierno hacen saber al respetable que el presidente de la República, de viaje en Davos, atendiendo el Foro Económico Mundial, y sin que venga a cuento, ordenó a la PGR “acelerar la extradición” del Chapo. Por supuesto, hasta aquí, los hechos no tienen sentido. Entonces, fuente de sentido, organizando el galimatías, surge el rumor:

— Por favor, la cosa está fácil —apunta una de las tantas voces que corren—. Cuando vieron que Peña no les iba a entregar al Chapo, los gringos ordenaron a los españolitos que detuvieran de Moreira en Madrid. Y para que quedara más que claro, los peninsulares tuitearon “Misión cumplida”, como Peña cuando agarraron al Chapo. Entonces, pues o les entregan al Chapo o le sacan tooooda la sopa al exgobernador de Coahuila. ¿Agarras la onda?

sábado, 23 de enero de 2016

Periodismo tontivano

Las tiranías fomentan la estupidez.
J. L. Borges.


Pude haber escrito mentecativacuo o anodinolelo, pero para qué inventar, si el adjetivo ya existe. No es un neologismo; la palabra aparece por primera vez en un diccionario de la lengua española en 1899. TONTIVANO. 1. ADJ. TONTO VANIDOSO. Resulta curioso que la definición que ofrece el diccionario de la RAE para la acepción única del vocablo no ponga una conjunción entre ambos términos, ni siquiera una coma, así que uno debe entender que un tontivano es un tonto que, además, adolece de vanidad. Tonto es una palabreja que conocemos bien y usamos profusamente: la encontramos por primera vez en un diccionario desde hace casi 450 años, en el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana de Cristobal de las Casas (Sevilla, 1579). En su primera acepción expresa, de acuerdo a la versión más reciente del diccionario de la Real Academia Española, FALTO O ESCASO DE ENTENDIMIENTO O RAZÓN. Es un adjetivo marcado como Ú. t. c. s., es decir, que puede usarse también como sustantivo. Por su parte, el Espasa Calpe da cuenta del ensanche semántico que a lo largo de los años ha tenido la palabra: CARENTE DE LÓGICA O DE SENTIDO COMÚN; ABSURDO, SIN SENTIDO, INÚTIL; PESADO O MOLESTO; PASMADO, TOTALMENTE ASOMBRADO; DE POCO ENTENDIMIENTO O INTELIGENCIA; FALTO DE PICARDÍA O MALICIA; PRESUMIDO O ENGREÍDO. Todos estos significados son apropiados para retratar al periodismo al que voy a referirme, salvo uno: inútil. Porque por más palmariamente tonto que sea, no es inútil; al contrario, sirve y mucho: engaña, distrae, entretiene, confunde a quienes lo consumen, mientras que enriquece, empodera a muchos de los que lo producen y, sobre todo, contribuye y mucho a mantener el status quo. Además, la última acepción —PRESUMIDO O ENGREÍDO—se acerca al segundo término hasta la sinonimia: vanidoso, es decir, QUE TIENE VANIDAD Y LA MUESTRA. Si bien es cierto vanidad se emplea mucho más como sinónimo de ARROGANCIA, ENVANECIMIENTO o PRESUNCIÓN —un uso correcto—, en su origen y primera acepción se refiere a la CUALIDAD DE VANO, y vano proviene del latín vanus, que significa VACÍO, VACUO, SIN SUSTANCIA, de tal manera que su significado en español es, en principio, FALTO DE REALIDAD, SUSTANCIA O ENTIDAD, y HUECO, VACÍO Y FALTO DE SOLIDEZ, aunque por ahí, digamos que por los caminos de la lógica, se va al sentido de INÚTIL, INFRUCTUOSO O SIN EFECTO… Pero aquí lo que menos importa es la lógica: ya decíamos, un periodismo memo y tirado a la vacuidad, al vacío de contenidos, puede ser muy útil.

Desde hace años, en México, el periodismo hegemónico —quiero decir, el que más afecta a la llamada opinión pública, cualquier cosa que eso pueda significar— es fundamentalmente tontivano. Desde hace décadas el gran público construye la realidad a partir de la mediatización que de la misma se divulga a través de la televisión, al menos primordialmente. Y en la pantalla chica —cada vez más grandes— no hay novedad: la banalización, esto es, el proceso de hacer cada vez más triviales e insustanciales los contenidos, lleva largo trecho andado. El asunto es que la vacuidad y la estupidez que últimamente se está colando a los medios impresos y digitales que hasta hace poco podían considerarse más o menos serios se está imponiendo. Tampoco es nada nuevo leer basura y no-noticias en los periódicos; sin embargo, durante los últimos días hemos presenciado una acometida furiosa del periodismo tontivano. A partir de la re-re-captura de el Chapo Guzmán, y específicamente conforme fue surgiendo información —bueno, es un decir— acerca de la entrevista —también es un decir— que le hizo Sean Penn al capo, contactado por mediación de la actriz Kate del Castillo, se han difundido de las peores páginas del periodismo escrito mexicano. Para presentar con prontitud el argumento: ¿ha considerado usted qué tan relevante puede ser para los destinos nacionales que el señor Joaquín Guzmán Loera se haya operado los genitales, a efecto de mejor su desempeño sexual? La noche del viernes 15 de enero, jornada que cerró con la peor devaluación del peso mexicano en cuatro años —al final, $18.55 pesos por dólar—, y cuando ya se sabía que la policía nacional de España, a petición del gobierno norteamericano, había encarcelado en Madrid a Humberto Moreira, en el sitio web del diario El Universal seguía apareciendo en la posición más prominente, el banner cabezal, la nota “La otra guarida del Chapo”. Ciertamente, para ese periódico la historia se detuvo en Los Mochis con la re-re-captura del delincuente oriundo de La Tuna. Y mucha, mucha leña a la hoguera: las “filtraciones” —como se le dice aquí a la entrega de una autoridad a un medio de información que no deberían entregarse— del chateo entre Kate del Castillo y el Chapo consiguió que el empuje globalizante de el narco en Mexico ganara más posiciones: ya no sólo es nota roja, también rosa. Mi amigo el Autorcantor sentenciaba en twitter: “El periodismo depauperado: de la fascinación de la nota roja al hipnotismo de la nota rosa”. 

Creo que la monstruosidad que anuncia el periodismo tontivano en que seguiremos despeñándonos apareció en Milenio: “El relicario con la foto de El Chapo”. Dos dedos con sendas uñas pintadas de rosa sostienen un relicario con la foto del susodicho delincuente, no más. Y la información: “Una foto de Joaquín El Chapo Guzmán adorna el relicario que presuntamente sostiene la actriz, Kate del Castillo”. Las cursivas en el adverbio, claro, las puse yo.

domingo, 17 de enero de 2016

Om Ben

En la historia secular de la persona hay principio y fin.
En cambio, las naciones no tienen
nacimientos claramente identificables
y sus muertes, si ocurren, nuca son naturales.
Benedict Anderson.


Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism (Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo) de Benedict Anderson (1936-2015) comenzó a circular hace poco más de treinta años, y ciertamente no ha perdido vigencia. Por el contrario, conforme pasa el tiempo el ensayo ha trascendiendo a varios campos de las humanidades y su ascendiente en tanto marco conceptual puede constatarse en muchos estudios relevantes. Un botón de muestra: el libro de historia más vendido por amazon a lo largo de 2015 en México y en otros países del orbe fue De animales a dioses, de Yuval Noah Harari (Debate. México, 2014. Primera edición en inglés, 2013), una breve historia de la humanidad que en mucho recupera el concepto de comunidades imaginadas construido por Anderson. La primera edición del influyente libro de Benedic Anderson fue publicada por Verso Books en Nueva York en 1983. Desde hace unos días, en su sitio web la editorial anglosajona difunde un obtuario escrito por una de las últimas personas tuvieron la oportunidad de conversar con el doctor Anderson: un novelista cuarentón indonesio.

Eka Spin Binder Kurniawan nació en 1975, en Tasikmalaya, una pequeña ciudad de Java Occidental. Estudió filosofía en la Universidad Gadjah Mada, en Yakarta, y se gana la vida como columnista, diseñador gráfico y guionista, aunque también ya comienza a recibir regalías en dólares. Hasta ahora ha publicado tres novelas, varios cuentos cortos, comics y ensayos. Algunos de sus libros ya han sido traducido del indonesio a algunos idiomas europeos; en inglés, su obra comenzó a darse a conocer en buena medida gracias al profesor Benedict Anderson, quien sugirió que Eka es el sucesor de Pramoedya Ananta Toer (1925-2006), autor del retablo narrativo El cuarteto de Buru, y con mucho el escritor indonesio más relevante de la literatura contemporánea. En el prólogo que escribió para la traducción al inglés de la novela Lelaki Harimau (Man Tiger o Tigre Macho, en español), de Eka Kurniawan, Anderson apunta: 
Lo más emocionante de la historia de la literatura es que no tiene ninguna teleología y su avance no es impulsado por el carro del progreso. Los escritores más originales surgen como meteoritos inesperados. ¿Quién habría podido predecir la llegada de Sófocles, Virgilio, Lady Murasaki, Cervantes, Melville, Lu Xun, Shakespeare, Proust, Gogol, Ibsen, García Márquez o Joyce? Todos ellos son, en cierto sentido, el producto de sus épocas y, en otro, del desarrollo de las lenguas en las que fueron educados. Pero, aunque son incontables los demás autores que vivieron al mismo tiempo y hablaron los mismos idiomas, ninguno escribió nada memorable. Su educación no puede explicar su aparición. Tampoco sus lazos familiares; sus antepasados y descendientes rara vez muestran talentos literarios. Eka Kurniawan, sin duda el mayor escritor vivo originario de Indonesia de novelas y cuentos, es un meteorito inesperado.
Al doctor Benedict Anderson sus amisgos, colegas y alumnos le decían Ben. Eka Kurniawan lo llamaba Om Ben, tío Ben. La muerte alcanzó a Anderson el domingo 13 de diciembre del año pasado, y apenas el miércoles de la semana anterior había cenado con Eka, en Tebet, al sur de Yakarta. En su obituario, el escritor indonesio recuerda la generosidad del profesor de Cornell, su buen sentido del humor y algunas de sus fobías culinarias, pero sobre todo agradece lo mucho que el académico hizo por difundir su obra, desde la traducción de un par de cuentos hasta impulsar la publicación de Tiger Man por Verso Books:
En nuestra última reunión, me contó que estaba escribiendo una autobiografía. Ojalá que podamos leer algún día su biografía. Por lo menos, hay mucha gente que puede contar la historia de su vida y de sus encuentros intelectuales. Tuve la tentación de llevar a nuestra última cena sus libros, en inglés y las traducciones al indonesio, para que me los firmara. Pero en el último segundo decidí no hacerlo, reacio a molestarlo. Sólo quería verlo, cenar con él y tener una conversación tranquila. Para mí, el legado más significativo de tío Ben sigue siendo lo que recuerdo de él.
Los editores de Verso lo han corroborado, Benedict Anderson estaba trabajando en su autobiografía, que incluso ya tenía título, uno bastante adecuado para su trayectoria de estudioso del nacionalismo desde una historia personal para la cual su nacionalidad no fue marcada ni por su lugar de nacimiento (China) ni por su ciudadanía (irlandesa) ni por el país en el cual desarrolló su vida productiva (Estados Unidos), y en cambio tal vez sí por el que escogió para estudiarlo y entenderlo (Indonesia): A Life Beyond Boundaries (Una vida más allá de las fronteras). Y sí, el aliento le alcanzó para terminar sus memorias y el último libro de Ben Anderson saldrá a la venta en julio próximo.

sábado, 9 de enero de 2016

Benedetto de Cornell

Hace unos días, apenas el 13 de diciembre del año pasado, falleció Benedict Richard O’Gorman Anderson. ¿Te suena? Ocurre que es uno de los científicos sociales contemporáneos más importantes, en particular por sus aportaciones al estudio del nacionalismo.

Poco fue conocido por su nombre completo, porque firmó todas sus obras con una versión acortada de su apelativo: Benedict Anderson —por cierto, igual procedió su hermano menor, el célebre historiador Perry Anderson, autor de clásicos como Transiciones de la antigüedad al feudalismo y Los fines de la historia—.

Quiero pensar que el nombre de pila se lo pusieron en honor a san Benedetto da Norcia (c. 480 – 545), fundador de la orden de los benedictinos, pero no tengo prueba documental, y pudo ser en cambio que sus padres tuviesen en mente a cualquier otro de los seis santos que en vida llevaron el mismo mote: Benedetto Crespi (¿? – 725), arzobispo de Milán; o Benoît d'Aniane (750-821), un monje benedictino que llegó al mundo en el seno de una familia visigoda y con otro nombre, Witiza; o Benedict Biscop (c. 628 – 690), fundador de la abadía doble de San Pedro y San Pablo de Monkwearmouth–Jarrow, monasterios situados ambos en Northumbria, un reino establecido en la isla de la Gran Bretaña por invasores germánicos, que no duró mucho, del 653 al 954, pero sí bastante más que lo que lleva de existencia nuestro país; o Benedict de Szkalka (¿? – c. 1033), oriundo de la ciudad eslovaca de Nitra, y quien tuvo a bien meterse en una cueva a penar y rezar; o San Bénézet de Aviñón (1165 –1184), a quien se atribuye el milagro de haber elevado “una piedra que ni 30 hombres la hubieran podido mover” para iniciar la construcción del puente de su ciudad natal; o el siciliano Benedetto da San Fratello (1526-1589), hijo de padres esclavos africanos, y por ello conocido también como El Negro, y reputado entre sus coetáneos por sus dotes como taumaturgo; o Benoît-Joseph Labre (1748-1783), un francés franciscano vagabundo que nomás por administrarse mortificación hizo voto de no bañarse, y a quien se le conoce como el patrono de los solteros, los homeless, los itinerantes y las personas inadaptadas… En fin, me parece que resultaría más apropiado que el nombre con el que trascendería como un gran estudioso de los nacionalismos, Benedict Anderson, le fuera conferido en recuerdo de Benedetto da Norcia, a quien hoy y desde 1964 (Carta Apostólica Pacis nuntius); se le venera como el santo patrono de toda Europa, eso sí, no solo, sino junto con otros cinco figurones del catolicismo: San Cirilo, San Metodio, Santa Catalina de Siena, Santa Brígida de Suecia y Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

El segundo nombre le venía de un antepasado decimonónico, Richard O’Gorman, quien fue uno de los líderes del Young Irelander Rebellion, el frustrado levantamiento independentista irlandés ocurrido en 1848. En cuanto al apellido, nótese que Benedict se afamó descartando el primero, O’Gormman,  y únicamente usando el segundo, Anderson, aunque ambos herencia de su padre, el irlandés James Carew O'Gorman Anderson, quien por cierto guardaba parentesco directo con Nicholas Purcell O'Gorman, prominente impulsor de la Sociedad de los Irlandeses Unidos, una organización independentista dieciochesca que luchó por reformas en favor de la autonomía política de Irlanda respecto al Reino Unido. 

Pese a sus antecedentes atados a Irlanda, no nació en la isla —hoy, territorio de dos países, Irlanda e Irlanda del Norte—, aunque eso sí, anduvo por la vida siendo ciudadano de la República de Irlanda. Benedict Anderson llegó al mundo en Kunmíng, capital de la provincia de Yunnan, en China, ciudad en la cual su papá trabajaba para el Aduana Marítima Imperial, la agencia británica encargada de supervisar el comercio con China y de luchar contra los tejes y manejes mercantiles sin restricciones entre países, también conocidos como contrabando.

Benedict, de niño, pasó algunos años en la tierra de su familia, pero desde 1941 se fue a vivir a Estados Unidos. Al finalizar la II Guerra Mundial, él y su familia regresaron a Europa, y en 1957, con honores, obtuvo su BA en la Universidad de Cambridge. Diez años después lograría el doctorado, ahora en la Universidad estadounidense de Cornell, con una tesis acerca del régimen del dictador Suharto, quien gobernó Indonesia hasta 1998. Y justo allá un infartó atajó la vida del doctor Anderson, en un hotel de la ciudad de Batu, en Java Oriental, Indonesia.

Fue Cornell en donde desarrolló su extraordinaria vida académica, hasta que se retiró en 2002, como profesor emérito en estudios internacionales. No llegaría a cumplir 80 años, pero la vida le alcanzó para conocer el mundo desde las ventanas de varios idiomas —además de dominar el inglés, podía leer sin problemas holandés, alemán, español, ruso y francés, y hablaba indonesio, javanés, tagalo y tailandés—. Benedict Anderson escribió varios libros, entre otros, Mythology and the Tolerance of the Javanese (1965), Religion and Social Ethos in Indonesia (1977), Language and Power: Exploring Political Cultures in Indonesia (1990), Debating World Literature (2004) y The Fate of Rural Hell: Asceticism and Desire in Buddhist Thailand (2012). Pero sin duda la obra de mayor influencia del doctor Anderson es Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, de 1983, cuya traducción al español —de Eduardo L. Suárez— fue publicada por el Fondo de Cultura Económica diez años más tarde. Benedict Anderson nos dejo un gran libro para entender el nacionalismo. También dejo dos hijos, ambos adoptivos, ambos nativos de Indonesia.

QDEP Benedict Anderson.