Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 15 de enero de 2011

1492: el encubrimiento

Enrique Dussel (Mendoza, Argentina; 1934) dictó una serie de conferencias en octubre de 1991 en Frankfurt (¿el pato dando clases de alta cocina en París?). Podemos conocer lo que el pensador de origen argentino fue a plantear en aquella tierra de filósofos, gracias a un libro publicado por Plural editores y la Universidad de San Andrés, Bolivia: 1492: El encubrimiento del otro.


Dussel sostiene que “1492… es la fecha de 'nacimiento' de la Modernidad”. Apunta antecedentes: “aunque su gestación lleve un tiempo de crecimiento intrauterino. La Modernidad se originó en la ciudades europeas medievales, libres, centros de enorme creatividad. Pero 'nació' cuando Europa pudo confrontarse con el 'el Otro' y controlarlo, vencerlo, violentarlo; cuando pudo definirse como un 'ego' descubridor, conquistador, colonizador de la Alteridad constitutiva de la misma Modernidad”. ¿Lúcido, no?

 

Dussel insiste en que, para nacer, como el fiero Colibrí Zurdo, Huiztilopochtli, la Modernidad llegó al mundo a chingadazos, sojuzgando al la dichosa Otredad: “Así como los cristianos ocuparon Málaga, cortando a cuchillo las cabezas de los andaluces musulmanes en 1487, así también le acontecerá a los 'indios', habitantes y víctimas del nuevo continente 'descubierto'.” Y a pie de página, aparentemente muy discretito, don Enrique trae a cuento el recuerdo de la matanza del 23 de mayo de 1520 en México Tenochtitlán, comandada por un gandul, Pedro de Alvarado (por cierto, gandul, es una palabreja de fuerte carga eurocentrista y gandalla; su segunda y tercera acepción, según el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, establece: 2. m. Individuo de cierta milicia antigua de los moros de África y Granada; y 3. m. Individuo de ciertos pueblos de indios salvajes. Gandules son, pues, en principio, por antonomasia, los bárbaros, los distintos al ideal civilizado occidental).

 

Y en el jueguito de buscar fechas significativas, cortes sincrónicos en el devenir imparable, Dussel propone otra: “Sevilla..., tierra de moros, de musulmanes hasta aquel trágico 6 de enero de 1492 en que los Reyes Católicos ocuparon la refinada Granada, entregada por Boabdil, el último sultán que pisó tierra europea, como término final de la Edad Media”. Y luego de la Edad Media, “un primer momento de la 'constitución histórica' de la Modernidad: de 1492 (Colón se topa con un continente desconocido) a 1636 (cogito ergo sum, René Descartes proclama), período a lo largo del cual la 'subjetividad' moderna, el 'ego' de la Modernidad misma, se conforma.

 

A diferencia de lo que afirma la mayoría de quienes han teorizado sobre este asunto, a diferencia de lo que suele decirse en las clases y los libros de historia, Dussel señala que el espacio geográfico en el cual ocurrió el trabajo de parto de la Modernidad es la península ibérica, nada que Florencia, nada que la Europa reformista...: “La España y el Portugal de finales del siglo XV... ya nos son más un momento del mundo propiamente feudal..., la primera región de Europa que tiene la originaria 'experiencia'... del dominio del centro sobre una periferia. Europa se constituye como el 'Centro' del mundo (en su sentido planetario). ¡Es el nacimiento de la Modernidad y el origen de su mito!”.

 

En la primera conferencia, Dussel critica al mismísimo Georg Wilhelm Friedrich Hegel, a quien se debe buena parte del concreto que soporta los pilares del pensamiento eurocentrista, cristiano y moderno: “para Hegel, la Europa cristiana moderna nada tiene que aprender de otros mundos, otras culturas”. Efectivamente, para Hegel, el Nuevo Mundo no lo es únicamente porque “América […] no ha sido conocida hasta hace poco para los europeos”, no, la distinción entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo, dice el filósofo de Stuttgart, “es esencial. Este mundo es nuevo no sólo relativamente sino absolutamente; lo es con respecto a todos sus caracteres propios, físicos y políticos”. Y su carácter de nuevo lo es en el sentido de inmadurez; así, de un plumazo Hegel niega toda posibilidad de convivencia entre las civilizaciones nativas de América y la europea: “De América y de su grado de civilización, especialmente en México y Perú, tenemos información de su desarrollo, pero como una cultura enteramente particular, que expira en el momento en que el Espíritu se le aproxima […] La inferioridad de estos individuos en todo respecto es enteramente evidente”. Y en los hechos, el “Espíritu” se “aproximó” con la espada y la cruz desenvainadas. 

 

La segunda conferencia se enfoca en cuatro “figuras históricas” relacionadas con la aparición de América en el horizonte de la cultura occidental: invención, descubrimiento, conquista y colonización. A diferencia del planteamiento de Juan O'Gorman, Dussel entiende por “invención” de América “a la experiencia existencial colombiana de presentar un 'ser-asiático' a las islas encontradas en su ruta a la India”. El propio Colón, pues, en esta figura el protagonista; es “el primer hombre 'moderno' […]. Es el primero que 'sale' oficialmente de la Europa Latina, para iniciar la 'constitución' de la experiencia existencial de una Europa Occidental, atlántica, 'centro' de la historia”.

 

La siguiente figura, el descubrimiento, “la experiencia también estética y contemplativa y hasta científica de conocer 'lo nuevo', que a partir de una experiencia… exige romper con la representación del mundo europeo como una de las Tres Partes de la Tierra. Al descubir una Cuarta Parte se produce una autointerpretación de la misma Europa. La Europa provinciana y renacentista, mediterránea, se transforma en la Europa 'centro' del mundo: en la Europa moderna”. Amerigo Vespucci es el protagonista: “En septiembre de 1502… retornaba a Lisboa sin haber podido llegar al 'Sinus Magnus'. No había encontrado el paso hacia la India. Pero, poco a poco, se fue transformando en el 'descubridor' […] Se trata del comienzo de la toma de conciencia del haber 'descubierto' el Mundo Nuevo, que sería América del Sur como distinta de China”. En carta a Lorenzo de Medici, Amerigo indica con toda conciencia y por primera vez en la historia de Europa, que la masa continental 55 al este y sur del ‘Sinus Magnus’, ya descubierta por Colón … es la ‘Antípoda’ de Europa en el Sur, “una Cuarta Parte de la Tierra”. De 1502 a 1507 ocurrió el “descubrimiento” de América, “el constatar la existencia de tierras continentales habitadas por humanos al este del Atlántico hasta entonces totalmente desconocidas por el europeo”. Según Dussel, este procesa no termina sino hasta 1520, cuando Elcano logra completar la primera circunnavegación: “el círculo se cerraba: la Tierra había sido 'des-cubierta' como el lugar de la 'Historia Mundial'; por primera vez aparece una 'Cuarta Parte' (América) […], desde una Europa que se autointerpreta, también por primera vez, como 'Centro' del acontecer humano en general, y por lo tanto despliega su horizonte 'particular' como horizonte 'universal' (la cultura occidental)…; los habitantes de las nuevas tierras descubiertas no aparecen como Otros, sino como lo Mismo a ser conquistado, colonizado, modernizado, civilizado… Y es así como los europeos (o los ingleses en particular) se transformaron, como citábamos más arriba, en 'los misioneros de la civilización en todo el mundo', en especial con 'los pueblos bárbaros'”.

 

A lo largo de la tercer conferencia, Dussel se refiere a la tercera figura, la “conquista”, “una relación no ya estética o cuasi-científica de la Persona-Naturaleza, como el 'descubrimiento'… Ahora la figura es práctica, relación Persona-Persona, política, militar”. Por ello, “el Conquistador es el primer hombre moderno activo, práctico, que impone su 'individualidad' violenta a otras personas, al Otro”. Explica Dussel que dado que Vasco Nuñez de Balboa murió asesinado, el primero que puede llevar el nombre de Conquistador es Hernán Cortés (Medellín, 1485). Cortés, quien nació el mismo año que Martin Lutero, llegó a América en 1504, apenas un año después de Las Casas. Luego de años de trabajo en Cuba, convertido en capitán general zarpa el 18 de febrero de 1519: “once naves y 508 soldados, 16 caballos, 10 piezas de artillería”. Diez meses después, narra Bernal Díaz del Castillo: “fue nuestra venturosa e atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitlan, Mejico, a 8 días del mes de noviembre de 1519”. Cortés encarna pues la figura de la conquista (“proceso militar, práctico, violento que incluye dialécticamente al Otro como 'lo Mismo'”), y da paso a la siguiente, la colonización: “el primer proceso 'europeo' de 'modernización', de civilización, de 'subsumir' (o alinear), al Otro como 'lo Mismo'… […] La 'civilización', la 'modernización' inicia su curso ambiguo: racionalidad contra las explicaciones míticas 'primitivas', pero mito al final que encubre la violencia sacrificadora del Otro”.

lunes, 3 de enero de 2011

Nostálgicos y posmodernos*

El espíritu posmoderno es nostálgico, de modo que Nostálgicos y posmodernos resulta prácticamente un pleonasmo. Sin embargo, no toda nostalgia es posmoderna…, para serlo debe ser desencantada.

Se dice, y me sumo, que el único acuerdo generalizado en nuestros días se reduce a que no nos gusta nuestro pasado, que en verdad nos urge dejarlo atrás, tapiado bajo toneladas de calendarios y almanaques, exiliado todo él en la memoria y al mismo tiempo en el olvido: recordar es válido cuando el testimonio es crítica y rechazo, olvidar es cuestión de vida o muerte cuando los espejos aún nos retratan las heridas… ¿Quién puede digerir su pasado si todavía lo tenemos atravesado en el gaznate?

Se dice, y me sumo, que el ingrávido presente ahora pesa, que el fugaz presente ahora no lo es tanto y más bien ha extendido sus dominios, que la velocidad de los tiempos nos llevó demasiado rápido al futuro; tanto así, que al pobre lo volvió presente, presente omnipresente, actualidad jaula de la historia. En nuestra desesperada huida del pasado en el que fuimos ingenuos, metimos el acelerador a fondo para llegar al ahora continuo, al imperio del gerundio en el que nadie atina a plantear a dónde queremos llegar, simple y sencillamente porque a cada rato estamos llegando, porque no paramos de llegar, de arribar a sitios tan inmediatos y reconocibles que resulta imposible identificar en ellos a nuestro futuro. El desencanto nos roba el futuro, la velocidad lo vuelve accesible y petrifica su supuesto encanto.

Experimentos históricos —quiero decir dados a conocer en la edición impresa del Wired de este mes—, muestran que el tiempo mínimo necesario de respuesta de una computadora es de 70 milésimas de segundo. Y desde que la fibra óptica nos cumple el caprichito de enviar mensajes prácticamente a la velocidad de la luz, en 70 milésimas de segundo una señal puede recorrer alrededor de 21 mil kilómetros. Curiosamente, la distancia más lejana posible entre dos puntos ubicados en este planeta es de poco menos de 21 mil kilómetros; es decir, la Tierra es perfecta para instaurar el reinado del presente.

Naveguemos, pues, por Internet e ingresemos a la jaula infinita de la que hablaba William Gybson, pero ¡aguas!, hay que cuidarse las espaldas porque los demonios siguen sueltos, porque el mal de ojo no puede desactivarse ni con el más potente antivirus informático, porque el idiótico Bob Dylan no entiende que las grabaciones digitales de sus éxitos no las puede superar ni él mismo, e insiste en cantar en vivo y venir a restregarle en el rostro a toda la flower generation que la utopía se marchitó y que todos nos volvimos viejos en el futuro, en este condenado futuro al que llegamos demasiado pronto, sólo para sentir nostalgia de aquel otro: el futuro que jamás tendremos lo suficientemente lejos como para anhelarlo.

Por supuesto, no puedo asegurar que los cuentos que integran Nostálgicos y posmodernos encuentren referente en lo hasta aquí dicho, de hecho lo he olvidado. Por ahora, podemos ir en paz, un efímero rito más ha terminado.


* Texto leído durante la presentación del libro de cuentos Nostálgicos y posmodernos, de Germán Castro Ibarra.