Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 28 de mayo de 2010

Compasión en la Caja Negra

“Todos fuimos indios o vaqueros en otra vida. Es una experiencia obligatoria en la evolución del alma humana”. En estricto sentido, una afirmación irrebatible. ¿La pronunció él o fue ella? El caso es que lo escuchamos todos. Todos éramos los 45 afortunados que esa noche de un viernes infernal logramos entrar a la Caja Negra del Centro Universitario de Teatro (CUT). No nos costó un quinto. Eso sí, hubo que llegar al CCU desde las siete y cuarto de la noche, cruzar el área de los teatros, pasar la Sala Netzahualcóyotl y formarse.

El público ingresa al recinto para, ningún telón de por medio, topárselos: prácticamente sin ningún soporte escenográfico, diez actores en escena. Tres varones. Siete mujeres. Ana María Aparicio, Esmirna Barrios, Raúl Briones, Katia Castillo, Sabina Cobos, Miguel Pérez, Abril Pinedo, Mariano Ruiz, Carla Soto y Yosahandi Vega.

El espectáculo escénico: Desierto bajo escenografía lunar, una concepción del dramaturgo Alberto Villarreal Díaz (Ciudad de México, 1977). “Yo no debo comenzar. Cuando comienzo suelo sonar a finales..., desde el principio”. El primer parlamento. ¿Quién habla? Una mujer que en otra vida fue una estrella secundona de cine mudo de Jallywood. El diálogo inicial de la obra, entre un él y una ella, los dos lanzados por los otros al primer término del proscenio: aterrados, él fuma, ella tiembla. “Yo termino cosas y no empiezo ninguna”. ¿Fobia a las aperturas? La pieza teatral, según su autor, fue pensada como “un amuleto creativo que acompañe la vida actoral de la generación 2006-2010 del CUT”. Entonces, ¿clausura escolar o albores profesionales? Ambos: igual que todos, estamos, mientras estamos, atrapados entre un principio que no determinamos y un fin que nos llegará de sopetón. Los diez chavos, espléndidos; magnífico despliegue de capacidades actorales que, me late, sólo permite el hambre de hacerse un hueco: “¡Quiero un mundo inconsolable por mi desaparición!”, desgarrador, el bramido con el que cierra el primer tramo quien fuera actriz secundona... ¿De qué va entonces la puesta en escena? Probablemente de la monserga de los paréntesis de principio y fin impuestos entre los cuales transitamos...

Con enorme acierto, el espectáculo intercala piezas coreográficas de inteligente factura (la asesoría dancística corre a cargo de Irma Montero), ejecutados muy bien, incluso en un caso (la chica 144) extraordinariamente. Ya desde el primer bailongo, un sabroso danzón, casi se llega a rozar el paroxismo. Después del zapateado, un monólogo: la historia de la primera niña nacida en la luna. Fisgona, la escuincla posee un telescopio para mirar la Tierra. Entre sus juguetes, muñecos de indios y vaqueros..., y claro, hay un indio que se enamora de una vaquerita rubia y de buen cuerpo. ¿Pero para qué contar el cuento? “Todo el mundo ya se sabe los finales.”

Después un canto-baile (Piggies, de George Harrison) pendular entre lo grotesco y lo festivo: el disfrute de la bobería en bola, realzado por la presencia de un testigo ajeno al jolgorio, con el bastón al piso y la tristeza aparcada en el rostro. Crece entonces un ramal estupendo: un dialogo entre un director de cine y una actriz, continuamente interrumpido por sendos monólogos que como muñecas rusas van apareciendo uno dentro de otro. Los histriones aquí se lucen de lo lindo, sobre todo ella: los espectadores vemos actuar entonces a una chava recién egresada del CUT interpretando a un actriz sobreactuada que luego actúa una escena de una película disparatada, que no acaba porque, ahora sí franca y ella misma, la actriz interpretada no la intérprete, narra: “Yo escribí un cuento lunar...” El relato se refiere a la primera niña nacida en la luna, y entonces uno, lento, comienza a atisbar que el relajo teatral que presencia no es un ocurrente apilamiento de buenas puntadas, sino que los tramos forman parte de un mismo camino..., aunque quizá éste sea circular.

No puedo asegurar que el canto que a continuación interpretan los siete actores sea un himno soviético, a eso suena, pero cambio sí puedo decir que lo que los espectadores observamos es un cartel animado con toda la estética del realismo socialista. ¿A quién cantan mirando al cielo? ¿A quién buscamos allá arriba?

Dos mujeres hablan de dios. Una de ellas conversa con él, la otra no y por eso le pide que le transmita un mensaje. Quizá dios no la quiera escuchar porque ella lo juzga: “Él cree que todo el mal que hacemos lo hacemos para molestarlo. Es paranoico”. Con todo, le pide a la otra: “Quiero que le digas que lo comprendo”. Y aunque queda mucha puesta en escena por delante, uno puede preguntarse, mientras los histriones bailan una suerte de tango frenético, ¿de qué va entonces todo esto? Probablemente de la compasión. Mucho teatro más adelante, la lunática les dirá a todos, nos dirá: “Todos ustedes ya se odiaban de otras vidas”. Indios y vaqueros vistos desde la luna.

viernes, 21 de mayo de 2010

Pronóstico del tiempo

¿Qué tal que esta mañana, al revisar el periódico, tus ojos no se detienen en la nota sobre los ajusticiados que ayer encontraron con “el típico tiro de gracia”? ¿Qué tal que hoy no te importa si el domingo jugó bien o mal o como siempre la selección nacional? ¿Qué tal que este día, nomás para variar, la grilla y la economía y la tragedia y la ausencia de diplomacia y la farándula te interesan un comino? A cambio, ¿qué tal que hoy tienes mirada para una cabeza, perdida en páginas interiores, que casi parece broma o pifia o humorismo involuntario?: Extraña a científicos tamaño del Sol. Extraño... ¿Y qué les extraña? ¿Qué de extraño puede tener el tamaño del Sol? ¿Estará creciendo o achicándose? A ver...: Un grupo de astrónomos de la Universidad de Hawai descubrió que el tamaño del Sol se ha mantenido notablemente constante durante los últimos 12 años, por lo que no han podido captar las últimas tormentas solares. ¿Les extraña entonces no que cambie, sino justo lo opuesto: que no cambie? ¡Qué extraño! ¿Y qué son 12 años en la escala de tiempo solar? El diámetro de la estrella se ha mantenido en un millón 400 mil kilómetros... ¡Uf! Leo, reflexiono y la verdad no alcanzo a dimensionar: ¿un millón 400 mil kilómetros? “Esta constancia es incomprensible, dada la violencia de los cambios que vemos todos los días en la superficie del Sol y las fluctuaciones que se producen durante un ciclo solar de once años", explicó el astrónomo Jeff Kuhn, responsable de la investigación y director asociado del Instituto de Astronomía de la Universidad de Hawai. ¿O sea que el Sol se trae algo entre manos, una sorpresita entre fuegos, y nos lo está ocultando el muy taimado? ¿O cómo? ¿Tanto tiempo estable es para desconfiar, incluso para el Astro Rey? Jeff Kuhn, quien también dirige los observatorios de Haleakala, confiesa: “No podremos predecir el clima en la Tierra hasta que entendamos estos cambios en el Sol”... ¿Cuáles cambios, la ausencia de cambios? Y bien leído, al decir no podremos predecir el clima este amigo está diciendo realmente que no podemos predecir nada... Bien mirado, el declarante acepta que, al igual que los primeros homo sapiens sapiens, hace unos 50 mil años, en verdad seguimos sin saber qué diablos va a suceder mañana: quizá agarren al Chapo Guzmán o Fernández de Cevallos aparezca o los talibanes incendien la sede de la ONU o tu mujer te deje y agarre pa’l monte de la mano de un efebo..., pero tal vez nada más suceda un evento mínimo en la escala universal, por caso, que se apague el Sol. O tal vez mañana todos los noticieros nocturnos resulten aburridos porque ningún político haya dicho ninguna estupidez particularmente creativa, porque ningún avión se haya estrellado, porque la jornada haya cerrado sin terremoto o huracán o bombazo o tsunami o magnicidio..., pero tal vez, casi al final de la transmisión del telediario, el calor se incremente un millardo de veces de un segundo a otro, porque tal vez mañana en la noche el Sol se sacuda nada más un poquito la modorra estelar y con ello toda la biósfera en la Tierra se esfume. ¿Imposible? No lo creo, ya lo dijo el astrofísico: no podemos predecir el comportamiento del Sol, sencillamente no lo entendemos... Esta situación, por supuesto, no es nueva: los humanos hemos vivido desde siempre con la incertidumbre cósmica a cuestas. Sin embargo, a lo largo de más de medio milenio de Modernidad, en Occidente hemos construido en torno de la ciencia y la tecnología el poderoso mito de que somos capaces de controlar la Naturaleza, prever su comportamiento e incluso destruirla.

En el marco de la magnífica exposición Paseo en mapa que se encuentra montada en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, se organizó el ciclo de conferencias De los mapas de Ptolomeo a Google Earth. El martes de esta semana se llevó a cabo la mesa Mapear desde el ciberespacio, la cual fue moderada por el doctor en Física José Luis Mateos, Jefe del Departamento de Sistemas Complejos del Instituto de Física de la UNAM. Ya al final, después de las ponencias, tuve oportunidad de cuestionar al doctor Mateos sobre el extraño comportamiento estable de la estrella que rige el sistema planetario que habitamos. Su respuesta fue más o menos la siguiente: el Sol tiene unos 4 mil 500 millones de años de edad. Desde su nacimiento ha consumido la mitad del hidrógeno de su núcleo. Si no ocurre nada atípico, continuará irradiando tranquilamente durante otros 5 mil millones de años. Pensando el asunto en escala humana, el Sol es un cuarentón y quizá ahora mismo esté pasando por su middle age crisis; está estable…, pero extraña que no tenga un exabrupto de vez en cuando… A saber…

sábado, 15 de mayo de 2010

Idólatras modernos II

Ni coordinados lo hubieran hecho mejor: autoridades y medios de comunicación consiguieron que, durante unas tres semanas, el extraño caso de la niña Paulette Gebara Farah se convirtiera en una especie de juego de Clue masivo: frente al televisor, un monstruo de miles y miles de cabezas, de cientos de millares de ojos expectantes, fue recabando pistas entre corte y corte comercial, tomando declaraciones, elucubrando posibles e imposibles respuestas al misterio, catando las actitudes de los involucrados, sugiriendo líneas de investigación y avispadas estrategias, juzgando, metiéndose en los zapatos de los personajes... Según sus progenitores, la niña desapareció de su habitación entre la noche del 22 y la mañana del 23 de marzo. Las conjeturas comenzaron a difundirse por la mediósfera y en las salas y las cocinas de las familias mexicanas que se conectan diariamente al mundo por medio del Canal de las Estrellas: ¿y si la secuestraron las criadas?, ¿y si la chavita se salió y el policía de la entrada no la vio porque estaba jetón?, ¿y si la abdujeron? Los días se fueron sucediendo y el asunto ya comenzaba a acercase peligrosamente a la historia consabida, al aburrimiento: ocurrió un delito, seguirá la impunidad, fin de la narración y a la que sigue… Pero de pronto, cuando el jueguito comenzaba a perder emoción, la tragedia avivó el interés del respetable: el 31 de marzo encontraron el cadáver de Paulette, pero no en un lote baldío o en la cajuela de un auto robado, sino debajo de su propia cama. La audiencia ahora sí se volcó verdaderamente apasionada en el enigma: ¡horror! ¡Pobre angelito! Los decapitados, las víctimas colaterales, los levantados y ajusticiados pasaron a un muy distante segundo plano. Las madres mexicanas, que son muy madres, levantaron la voz: ¡esa mujer es una desalmada, mírenla cómo no le llora a su propia hija! Los pobres, que somos todos, mostraron ahora sí conciencia de clase: ¡ahora nomás falta que le echen la culpa a las nanas!, claro, como son humildes y no tienen palancas... En pocos días, el asunto estaba ya juzgado para las mayorías, e incluso el público comenzó a sentenciar a los profesionales de la noticia y del comentario que no pensaran lo mismo... Total, que cuando la situación comenzaba a desbordarse, la autoridad competente salió a dar la cara en la única palestra que sí importa, la tele: el 5 de abril, el procurador del Estado de México, Alberto Bazbaz, en entrevista con Carlos Loret de Mola, declaró que era hora de que el juego de tele-detectives finalizara: “Terminar con las hipótesis, sospechas, especulaciones, terminar con eso”. ¿Y ahora? ¡Cómo!, ¿si todo el mundo ya era experto en el tema y las autoridades no daban pie con bola? ¿Quién cerraría la partida? ¿La policía? Tampoco: el hombre y sus débiles instituciones aceptaban su pequeñez: “No podemos acusar ni declarar inocente a nadie..., porque ni siquiera tenemos elementos suficientes para sostenerlo”, confesó Bazbaz. ¿Entonces, de plano se iba a oficializar que la incógnita era irresoluble? Por supuesto que no, el funcionario, a falta de Gran Hermano, sin línea directa con ninguna divinidad omnisapiente, apeló a la superioridad última de la civilización moderna: “Lo que requerimos ahora es mucha más ciencia...”, sentenció. A jugar al Sherlock Holmes y al Hércules Poirot a otra parte, ¡abran cancha que ahí les vienen los CSI!

Un siglo antes de que el procurador del Estado de México hiciera responsable a la ciencia de resolver el caso Paulette, la pluma del sociólogo norteamericano de origen noruego Thorstein Veblen (1857-1929) apuntó: “En cualquier cuestión importante acerca de la cual haya que pronunciarse de una vez por todas, se acaba por apelar, de común acuerdo, al científico. La solución ofrecida a nombre de la ciencia es decisiva, siempre y cuando que no sea desechada por una investigación científica aún más minuciosa”. Y sí, al método científico se encomendó el esclarecimiento del caso Paulette. ¿Podrá hacerlo? Ha pasado ya más de un mes y todavía no se ha informado nada. Quizá simplemente los días se sucedan uno a uno y el olvido termine por difuminar todo. Pero incluso si una noche de estas en el noticiero estelar nos enteramos de que, científicamente, se llegó a una conclusión, ¿saciará ésta la sed de respuesta de la masa-audiencia? Me temo que no, y de nuevo me apoyo en la inteligencia de Veblen: “la búsqueda científica, junto con la herencia salvaje, es innata en el hombre civilizado, ya que dicha búsqueda procede de acuerdo con el mismo motivo general, la curiosidad ociosa, que guiaba a los creadores salvajes de mitos… La antigua predilección humana por descubrir un juego dramático de pasión e intriga en los fenómenos continúa imponiéndose”. Lo que subyace al Clue a distancia y multitudinario en que se convirtió el caso Paulette, más que la necesidad de saber qué pasó, es la urgencia de entender. El idólatra moderno no quiere información, pide a gritos sentido.

sábado, 8 de mayo de 2010

Idólatras modernos I

Hace más de cien años, Thorstein Bunde Veblen tuvo el tino de sentenciar el siguiente ramalazo:
Quasi lignum vitae in paradiso Dei, et quasi lucerna fulgoris in domo Domini, tal es el lugar de la ciencia en la civilización moderna.”
Es decir, la ciencia ocupa hoy el sitio que tenía el árbol de la vida en el Paraíso y la lámpara de la Gloria en la casa de Dios. Y aquí no para Veblen, más bien apenas viene lo bueno: “Esta fe actual en el conocimiento realista puede o no estar bien fundada. Ocurre que los hombres le conceden tan alto lugar tal vez por idolatría, o quizá en detrimento de los mejores y más íntimos intereses de la raza humana.” ¡Principios de siglo XX, en Estados Unidos, y este señor sale con que el hombre moderno profesa una adoración bárbara por la ciencia, y que ésta puede resultar perjudicial para la Humanidad! Ojo: el texto que cito fue publicado originalmente ¡en 1906! (The American Journal of Sociology, Vol. XI, March, 1906).

¿Pero quién diablos fue Thorstein Bunde Veblen? Hasta hace un par de semanas no sabía nada de él. Hoy podría dar varias respuestas; por lo pronto me quedo con la que formula Jonathan Larson. Traduzco: Algunos han afirmado que Thorstein Veblen era el “el último hombre de saber total" −una afirmación que incluso él hubiera rebatido. Pero es obvio que sin duda hizo su tarea; obtuvo su Ph. D. en filosofía moral con una su tesis doctoral sobre Kant. Entendía 25 idiomas. Con un nivel de experto o casi, sabía de historia, literatura, arte, economía, ciencia, tecnología, prácticas devotas, pedagogía, agricultura, relaciones laborales y desarrollo industrial. Gloso: el tal Veblen era un polímata, es decir, un cuate que perseguía la polimatía −sabiduría que abarca conocimientos diversos−, un modelo renacentista, el del homo universalis, hoy totalmente desplazado por el ideal contrahecho de la especialización. Más allá de su apabullante condición de sabio, Veblen fue un visionario. Por descontado: en su época pocos pudieron seguirle la pista a su pensamiento.


Hijo de inmigrantes noruegos, Thorstein Veblen se apersonó en el mundo en 1857, en Cato, un pequeño poblado de Wisconsin, Estados Unidos. En la granja de su padre, aislado, pasó la primera infancia; de hecho, no aprendería a hablar inglés sino hasta después de los cinco años de edad. Después, la familia se mudó a Minnesota. Thorstein Bunde estudió Economía en el Carleton College (1880) y el doctorado en Yale (1884). Entonces regresó a casa, en donde, totalmente alejado de la academia, durante siete años se dedicó a trabajar en la granja familiar, a leer y a pensar. Fue hasta 1892 que Thorstein comenzó a dar clases, primero en la Universidad de Chicago, donde enseñó Economía Política. En 1899 publicó su primer libro, The Theory of the Leisure Class, con el cual alcanzó cierta fama en la academia, sobre todo como crítico social. En 1906 pasó a formar parte del cuerpo docente de la ya prestigiosa Universidad de Stanford, de donde, pocos años después, sería expulsado acusado de ser un don Juan irredento. Con todo y su fama de excéntrico, mal vestido, radical, antisocial y al mismo tiempo mujeriego (womanizing!), en 1911 se fue a trabajar a la Universidad de Missouri. Finalmente, en 1918 se mudó a Nueva York, en donde, junto con Charles Beard, James Harvey Robinson y John Dewey, fundó la New School for Social Research (actualmente, The New School). Ya retirado, Thorstein Bunde Veblen moriría en 1929, meses antes de que estallara la Gran Depresión.


En su ensayo El lugar de la ciencia en la civilización moderna, Veblen arranca problematizando la opinión generalizada de que el nuestro “es superior a todos los demás sistemas de vida civilizada”. Más que negar lo anterior, lo matiza: “no es que sea la mejor o la más elevada en todos sus aspectos y en cada una de sus facetas”, más bien sucede que “la cultura moderna es superior en conjunto. La peculiar excelencia de la cultura moderna es de tal naturaleza que le proporciona una decisiva ventaja práctica sobre todos los demás esquemas culturales que han existido antes o que han entrado en competencia con ella”. ¿Y en qué estriba dicha peculiaridad? El noruego-americano lo tenía muy claro: “Los modernos pueblos civilizados son capaces, en grado distintivo, de sostener una concepción impersonal y desapasionada de los hechos materiales a los que ha de enfrentarse la humanidad”. Y es precisamente esa capacidad la que otorga a Occidente su distinción y su superioridad: “una sociedad dominada por esta concepción realista debe prevalecer sobre cualquier esquema cultural que carezca de este elemento. Este rasgo de la civilización occidental llega a un punto decisivo en la ciencia moderna, y halla su más alta expresión material en la tecnología”. Y, ¡paradoja!, ahí también se enmascara su rostro verdadero, el de un idólatra.

sábado, 1 de mayo de 2010

El mensaje en la piedra II

Decíamos pues que el mapa más antiguo que se conoce en Europa se encuentra grabado en una piedra que fue hallada en la cueva de Abauntz (Navarra, España, muy cerca de Pamplona). Se trata de una roca que recibió la fuerza creativa de la mano humana hace más de 13,650 años. Contábamos también que el grupo de arqueólogos españoles que encontró la pieza tardó más de quince años en decodificar el mensaje para al fin entender que aquellas incisiones no forman otra cosa que un mapa. Efectivamente, el grabado representa un paisaje concreto: la vista que se observa desde el interior de la cueva: ríos, la montaña que se localiza justo enfrente (San Gregorio, la llaman hoy), algunos de los animales que habitan la zona... El descubrimiento y las sorprendentes conclusiones apenas se divulgaron el año pasado (P. Utrilla, C. Mazo, M.C. Sopena, M. Martínez-Bea, R. Domingo. “A palaeolithic map from 13,660: engraved stone blocks from the Late Magdalenian in Cave; Navarra, Spain”. Journal of Human Evolution, V. 57, Issue 2, August 2009. pp. 99-111). Doña Pilar Utrilla, una de las investigadoras, comentó hace poco en una entrevista que quizá a los cavernarios que vivían ahí esas piedras les servían para no olvidar dónde estaban los sitios en los cuales, al menos durante algún tiempo, habían encontrado refugio y sustento, de tal suerte que para ellos eran “como un plano del tesoro”.

Afirma Norman Joseph William Thrower (Maps & civilization: cartography in culture and society, University of Chicago Press, 2008) que un mapa “refleja el estado de la actividad cultural, así como la percepción del mundo, en los diferentes períodos” de la historia. Concuerdo: el alcance de la percepción que una sociedad tiene de la dimensión espacial de su existencia queda registrado necesariamente en las representaciones que realiza de su entorno. Para los cazadores paleolíticos que grabaron el mapa de Abauntz no podía existir diferencia alguna entre el mundo concreto y su hábitat inmediato. En cambio, actualmente, más de trece milenios después, nuestro mundo concreto no sólo abarca tramos de la realidad que son inaccesibles de manera directa para nuestros sentidos, sino que también complejísimas abstracciones. Que la Tierra no es plana no lo puede percibir nadie; tampoco que, como un trompo, no pare de girar sobre su propio eje a más de mil kilómetros por hora (nuestro planeta gira una vez cada 23 horas, 56 minutos y 4,1 segundos; así, un punto del ecuador gira a poco más de 1,600 km/h). Imperceptibles, pero sin duda este tipo de conocimientos sociales, condensados en abstracciones, forman parte sustancial de la representación moderna del mundo, misma que más o menos compartimos todos. Sin embargo, de ello no se desprende que el entorno de los primeros seres humanos fuera menos rico en significados; por el contrario, a falta de certezas que explicaran los fenómenos concretos, en su cosmovisión, la realidad era poblada de múltiples presencias metafísicas. Una piedra nunca era solamente una piedra; por más incomprensible que el mundo resultara, podía tener sentido, ser cosmos, únicamente en la medida en que fuera la manifestación de una voluntad sobrenatural. En palabras de Micea Eliade (Lo sagrado y lo profano. Paidos, 1998) para las sociedades arcaicas “lo sagrado es lo real por excelencia”, y por lo tanto la naturaleza en su totalidad podía ser entendida como una hierofanía, como una manifestación de lo sagrado. Entonces, el mapa del tesoro de la cueva de Abauntz representa sí un paisaje concreto del valle de Ultzama, pero también, necesariamente otra cosa: “nunca se insistirá lo bastante sobre la paradoja que constituye toda hierofanía... Al manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo”, insiste Eliade. Las incisiones que se hicieron en esa piedra no sólo representan a un ciervo de carne y hueso, sino que también a las fuerzas sagradas que aquella bestia, sin dejar de serlo, manifestaban. Respecto a cualquier producto cartográfico occidental de nuestros días, la diferencia es sustancial. Marshall McLuhan señaló alguna vez que el mapa es uno de esos artefactos sin los cuales “el mundo de la ciencia y la tecnología modernas difícilmente existiría”. De hecho, una de las obsesiones del pensamiento moderno occidental es, precisamente, el afán por mapear la realidad de la manera más realista y exacta posible: la representación de lo concreto. Así, la cartografía ha sido, especialmente a partir del Renacimiento, una de las herramientas más empleadas en Occidente para desacralizar el mundo. Frente a los 13,660 años de antigüedad del mapa de Abauntz, la manía –McLuhan dixit– del hombre moderno por el realismo y el apego a lo concreto es muy reciente, no le llega al milenio. Eliade levanta el dedo y sentencia: “el cosmos completamente desacralizado es un descubrimiento muy reciente del espíritu humano”. Tú, nomás por confirmar, puedes entrar a Google Eearth y llegar en tres teclazos a la cueva de Abauntz.