Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Penes en pena

Hace un par de meses comenzó a circular en librerías La sangre erguida (Seix Barral, 2010), de Enrique Serna (Ciudad de México, 1959). Desde su primera novela, Uno soñaba que era rey (1989), Serna se plantó como uno de los narradores más importantes de su generación, junto con David Martín del Campo (Ciudad de México, 1952) y Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), sitio en el cual se ha consolidado después de publicar obras imprescindibles de la narrativa contemporánea de nuestro país, como la novela histórica El seductor de la patria (1999) y Fruta verde (2006). De Enrique Serna también hay que leer, al menos, su antología de cuentos El orgasmógrafo (2001), la acidísima novela El miedo a los animales (1995) y la colección de ensayos Las caricaturas me hacen llorar (1996).

En el foco de La sangre erguida, la sexualidad genital masculina… En el siglo XVI, Michel de Montaigne alertaba: “Hacemos bien en tomar nota de la licencia y la desobediencia de este miembro que se empuja hacia delante muy a destiempo, cuando no lo quieres, y que tan inoportunamente nos traiciona cuando más lo necesitan, sin importar los imperiosamente concursos de la autoridad de nuestra voluntad; de este miembro que tercamente y con orgullo se niega a todas nuestras incitaciones, tanto de la mente y la mano”. Uno de los tres protagonistas de la novela, Juan Luis Kerlow, un argentino capaz desde chamaco de controlar su pene a voluntad y que se ha ganado la vida como actor estrella de cine porno en Los Ángeles, escribe sus memorias y devela el tema central de toda la obra: “Miles de hombres pusilánimes… lloran sus penas. A mayor debilidad de carácter, mayor nivel de autonomía le atribuyen a su órgano viril, pues cuando su voluntad flaquea necesita crear un rival omnipotente para justificar su indolencia. De esa manera el hombre acobardado y fatalista se condena a tener dentro de su cuerpo una quinta columna o un caballo de Troya que puede traicionarlo de dos maneras: ya sea traicionando sus deseos más ardientes o bien atándolo a mujeres perversas con un atractivo sexual avasallador. Pero, ¿de verdad el pene es desobediente por naturaleza o lo hemos dejado insubordinarse por pereza mental?” Una segunda historia, que terminará entramándose con las otras, es protagonizada por un solterón catalán, Ferrán Millares, quien doblegado por la impotencia transita casi la totalidad de su primer medio siglo de vida en una virginidad doliente, rencorosa: “… durante décadas tuve que padecer el oprobio de la compasión ajena. En una época de sensualidades exacerbadas, cuando todo quisqui persigue afanosamente el santo grial del orgasmo, un solterón inspira más lástima que un ciego o un paralítico… Nadie importuna a un cojo para obligar a caminar. La impotencia, en cambio, es una invalidez oculta que sólo descubre la gente perspicaz o malintencionada.” La pastilla azul saldrá al quite del pene de Ferrán y abrirá para él un ciclo desaforado de peripecias sexuales. Completa la tercia Bulmaro Díaz, un mexicano que dejó familia, negocio y terruño en Veracruz por seguir la voluptuosidad caribeña Romelia, una mulata dominicana que lo prendó sexualmente. A lo largo de toda la novela, el connacional actúa “indefenso ante los caprichos autoritarios de su general”, esto es, de su órgano reproductor que, para colmo de males, a cada rato agarra el micrófono para marcarle los pasos a seguir, cualquier cosa con tal de alcanzar su única meta, el coito: “Pídele disculpas, ¿qué te cuesta? No seas orgulloso.’ Se hizo el sordo porque odiaba tener la personalidad dividida, pero el caudillo rapado repitió la orden con más firmeza: ‘Entra en ese cuarto y pídele perdón aunque te duela; más nos va a doler una noche de ayuno”. Enrique Serna hace que se encuentren en Barcelona el ex mecánico veracruzano venido a traficante callejero de viagra pirata, el catalán insufrible que convertirá a su falo en un instrumento punitivo contra las mujeres, y el actor porno que experimentará sorpresivamente una “irreversible sesión de soberanía”. Tres hombres entrampados por la ingobernabilidad de su pene, que se erecta cuando no debe y permanece flácido cuando debería erguirse, obsesionados desde su respectivo drama en el monotema que les cuelga entre las piernas. 

Probablemente concebida como un divertimento, quizá una de esas entregas comprometidas con la casa editorial, La sangre erguida es una novela bien escrita, divertidita, sin demasiadas pretensiones. No apto para ojos castos, seguramente escandaloso para buenas conciencias, el nuevo libro de Serna cierra las historias de una forma que me cuesta mucho no llamar moralista. Pero a ver que dice usted cuando lea la novela…

sábado, 18 de septiembre de 2010

Regreso al país que cambió para atrás

“Oye, recomiéndame un libro pa’ leer ‘ora en el puentezote del Bicentenario”, me pidió uno de los chales del Magiber. El Magiber porta un alias anacrónico y nos descubre vejetes a quienes así lo llamamos. Él y su banda se encargan de dar mantenimiento a todo lo imaginable en el lugar en donde trabajo, se organizan para jugar básquet de vez en cuando y, extraño, son lectores. A botepronto, le receté la última novela de Villoro: El testigo (Anagrama, 2004), Premio Herralde de Novela.

El protagonista de la más reciente novela de Juan Villoro acaba de regresar a México luego de vivir varios años en Europa. Además de compartir tal circunstancia, autor y protagonista, tienen las mismas iniciales, la misma edad, usan barba, en fin. Por supuesto, Juan no es tonto y tanto descaro debe leerse como una declaración: Villoro pone sus cartas sobre la mesa…: Julio Valdevieso, protagonista de El testigo, está plenamente autorizado por su creador para hacernos saber, por sus decires y sus actos, literariamente, la postura de aquel respecto a este enredo de país con el que llegamos al siglo XXI.

Después de vivir varios años en Europa, Julio Valdivieso, un intelectual especializado en literatura, regresa a la Suave Patria para encontrarse a sí mismo en un país, el suyo, que ha cambiado…: “Sí, pero cambió para atrás. En vez de un presidente patriarcal tenemos una confederación de autoritarismos: el viejo PRI, el PAN, los católicos recalcitrantes, el Opus, los narcos, los judiciales, la televisión. Los une la sangre, el culto de la muerte.”

El regreso de Valdevieso tiene mucho de rito iniciático: el descubrimiento de realidades ocultas tras el velo de la cotidianeidad, el recuerdo de omisiones y culpas, y su expiación; el diálogo con fantasmas que penan cargando un rosario de cuentas pendientes, y por ello mismo el retorno a México también es una caída en el purgatorio nuestro de todos los días: Julio Valdevieso regresa para ajustar cuentas: reencontrarse con los amigos de la juventud resulta no sólo la confrontación de proyectos con realidades, también la de recuerdos, porque las cosas jamás ocurrieron como pensábamos y, lo peor de todo, el porvenir no terminó siendo lo que habíamos soñado: “El futuro no trajo otra aventura que la reiteración, llegó como un confuso desgaste…”

En El testigo, Villoro hace suya una tesis que Carlos Fuentes ha defendido insistentemente: si no encaramos la reconstrucción de nuestro pasado no seremos capaces de imaginar y hacernos de un mejor futuro… Un verdadero cambio democrático, un verdadero proceso de inclusión ciudadana pasan, necesariamente, por el replanteamiento de nuestra historia, sobre todo la reciente. “Lo que el PRI institucionalizó no fue la Revolución sino el rencor”, le dice el siniestro Félix Ruvirosa a Valdevieso, un poco justificando la inercia de la violencia… Y es que el país probó las miles de la democracia pero nadie le avisó a los judiciales que las reglas del juego habían cambiado: la impunidad sigue y a Julio le darán una buena madrina… ¿Y quién o quiénes están atrás del ocurrido? Muy complicado saberlo con certeza, porque por más que apareciera el culpable, lo confesara y además aportara las pruebas necesarias, nosotros jamás creeremos que las cosas son como aparentan y mucho menos como nos dicen que son, porque aquí siempre hay mano negra, gato encerrado: “… en México las fabulaciones conspiratorias gozaban de mayo prestigio que las limitadas informaciones reales”.

Narcos mitificados en corridos que los niños cantan en las primarias oficiales, magnates näif que con el poder de la televisión pueden reescribir las leyendas que dan identidad a todo un pueblo, el poder de la Iglesia trepado en una motocicleta que recorre las casuchas regadas en la sierra o bien impulsando desde una suerte de filología teológica el proceso de canonización de Ramón López Velarde… Pero como “en México hay más grupos de protesta que problemas”, también, claro, era de esperarse el correspondiente grupo de resistencia trabajando desde la clandestinidad…

Julio Valdevieso se reencuentra con su origen: su país y su historia familiar, con México y con Los Cominos. El terruño de su estirpe está enclavado en el desierto, tan cerca de Comala y tan lejos de la selva —“Aquí nadie sabe conducirse con el agua. Una llovizna leve y florecen los pendejos. Somos gente de secas”—. Los Cominos, tierra de cristeros y de narcos, posible locación de la telenovela nacional, herida abierta del agrarismo, museo vivo, archivo maltrecho en donde mujeres como Ignacia comparten con un animal disecado la memoria…

Con su tercera novela, que en definitiva hay que leer, Juan Villoro confirma que el sitio que ha ganado en la literatura contemporánea de nuestro país no es gratuito: se trata sin duda de uno de los escritores más importantes de su generación.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Ni aunque sí

El rector de la UNAM dijo que son casi siete millones. Luego la SEP y el CONAPO salieron a desmentir: reinterpretando las cifras de la Encuesta Nacional de la Juventud, declararon que la realidad es otra, que hay que descontar a seis millones de mujeres que ni estudian ni trabajan pero se dedican a los quehaceres del hogar y a cuidar chamacos; así, la verdad oficial es que no llegan a 300 mil. Guerra de cifras. El caso es que las estadísticas son flexibles, escribió Mark Twain, pero los hechos son obstinados. Como en otros tantos grandes líos nacionales, el análisis cuantitativo bien puede ayudar a opacar las cosas. Sean seis o siete millones los ninis, ¿cómo son? ¿Qué tan ingenuo o no resulta apostar por los que hoy son jóvenes? Tengan o no chamba, se dediquen o no nada más labores domésticas y de crianza, ¿qué se puede prospectar pensando en los hombres y mujeres que andan ahora entre los 12 y los 29 años de edad? Haciendo a un lado las estadísticas y ya encarrerados la demografía, la sociología y todas las ciencias sociales, sugiero echarle un ojo al asunto desde la ventana de la literatura. En particular, una novela más o menos reciente: Diablo Guardián, de Xavier Velasco (Alfaguara, 2003).

Diablo Guardián arranca con texto de impactante fuerza expresiva, en el cual se presentan los dos protagonistas de la novela: Violetta y Pig, su Diablo Guardián:

" … me acuso de ser yo por todas partes. O sea de querer siempre ser otra. Y hasta peor: conseguirlo, ¿ajá? Me acuso de bitchear, witchear, rascuachear, de ser barata como vino de tetra-pak, y al mismo tiempo cara, como cualquier coatlicue traicionera… Me acuso de acusar al confesor por mis pecados, y de haberlo nombrado Demonio de Mi Guardia…"


Detesto las reseñas que develan la trama de un libro, más todavía si se trata de una buena novela. Diablo Guardián lo es. Apenas, pues, digamos que Velasco cuenta la historia de un encuentro, o mejor, de la suma de los muchos desencuentros personales que llevarán a dos excéntricos personajes a toparse el uno con la otra… y así con ellos mismos.

Desde sus andares, Pig y Violetta, feroces outsiders de la clase media urbana mexicana, permiten al lector husmear las tragicomedias cotidianas de sus terruños desde palcos preferenciales: la soledad, la acidez del desencanto, el fracaso, el individualismo como estrategia y como condena, el rompimiento de todo compromiso social… Los protagonistas de Diablo Guardián ya no son los onderos de hace cuarenta años; no son optimistas, no son propositivos, mucho menos revolucionarios… Por el contrario, son los jóvenes que nacieron y crecieron con la crisis tatuada como condición perpetua de vida, asqueados de la corrupción y al mismo tiempo transas consumados: “Está todo tan pinche corrompido que la decencia tiene que esconderse para sobrevivir”.

Se trata de la generación que ha vivido trepada en el tobogán de la depauperación, con las uñas y el ánimo roto, embobada por los escaparates, y el terror a la pobreza quitándole el sueño cada fin de quincena. Ellos, ahora la gran mayoría en este país, transitan de descalabro en descalabro con la certeza de que por más inclemente que pueda ser su postura crítica ya nada los hará creer en una solución que vaya más de la contingencia, porque la desconfianza en el otro, en todos los demás, necesariamente lleva al pesimismo: “Toda la gente que se propone enderezar al mundo lo que en realidad quiere es enchuecarlo a su medida. No hay nada más retorcido que un enderezador.” Y desde ahí, ¿cómo imaginar un futuro mejor en el que quepamos todos? Imposible: “Yo solamente entiendo la necesidad de una revolución si me dices que todos nos vamos a ir a Las Lomas. Y ahí está la mierda, ¿ajá? Con tanto muerto de hambre Las Lomas se volvería una puta vecindad.”


Pig quizá más ensimismado, Violetta volcada hacia fuera, pero ambos atroces a la hora de ver su origen de clase en el espejo; la vulnerable clase media balconeada en todo su patetismo:

“Si yo trataba de arrimarme a Polanco y Lomas con esas caravanas de sirviente fino, júralo que de miau no me iban a bajar. Ni a subir, ni a dejarme mover. Es como si tú llegas con un desconocido y le dices: Buenos días, caballero. El tipo te va a dar las llaves de su coche, pero para que se lo laves… Ya me imagino lo que piensa una señorona con tremendo caserón en Las Lomas cuando un pinche inquilino de Rinconada del Carajo le sale con que Está usted en su casa. ¿Te imaginas la respuesta sincera? No me digas que no. ¿Cuándo en la vida ha visto usted que yo tenga una casa así de pinche? Claro, esas cortesías se inventaron cuando los ricos todavía eran cursis. Ya luego echaron la decencia a la basura y la bola de pránganas se abalanzó sobre ella, como moscas”.

¡Pobres clasemedieros! ¡Tan lejos del primer mundo y tan cerca de la pobreza! ¡Tan obvios en nuestros miedos y tan angustiados por que no se nos noten! ¡Qué osos!:
“Me enferma esa palabra: oso. Los ejecutivos de la agencia viven con el Jesús en la boca por miedo de hacer un oso con sus pinches clientes. Tanto miedo le tienen al ridículo que le dicen oso. Le decimos, pues… Nadie vive tan cerca del ridículo como la clase media."

Por supuesto, como cualquier novela que realmente lo sea, Diablo Guardián permite muchas lecturas… Pero que aquí pare la cosa, y tú ponte a leer…

sábado, 4 de septiembre de 2010

El filósofo declara

Desde la pelona hasta las suelas, un par de filas abajo de nosotros, con toda su apabullante sapiencia el sociólogo Roger Bartra reía.
PROFESOR: En la Academia predomina la disfunción eréctil. Cinco de cada tres miembros la padece.
ESPOSA: ¿Cinco de cada tres?
PROFESOR: Tienen un sobrante metafísico, para penes futuros. Penes que aún no reclutan.
El montaje apenas llevaba unos pocos minutos y todos los que integrábamos el afortunado respetable, menos de cien personas, ya estábamos a tono: se nos venía encima una catarata de ironía…
ESPOSA: Está en silla de ruedas. Dispone de perfecta invalidez para entrar a la Academia.

Viernes de la semana pasada, noche de estreno en el Teatro de Santa Catarina, el pequeño gran foro que la UNAM tiene en Coyoacán. El filósofo declara, la más reciente pieza dramática de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956). Palos al acartonado mundo de la academia universitaria, pero también cubetazos de ácida agudeza al pachorrudo México Bicentenario y su clase gobernante:
PROFESOR: Vivimos en un país experimental. Los mandatarios abren un libro y sienten vértigo. Padecen laberintitis ideológica. Les preguntan cuáles son sus convicciones, qué ideas defienden, qué marco teórico los respalda y sienten que la tierra se abre.
Entre el público, algunos escritores, Carmen Boullosa toda de negro y el propio dramaturgo, que no perdonó ni a los de su estirpe:
PROFESOR: … Los escritores son de una vanidad abyecta. Odio las novelas, ese bazar de lo concreto. Para leer filosofía en alemán basta conocer conceptos. Para leer literatura en alemán hay que saber cómo se dice pus.

Y en el escenario, la artistiada, un reparto de primera: el Profesor es interpretado por Arturo Ríos (Entre Pancho Villa y una mujer desnuda); como su esposa, Pilar Ixquic Mata (Arráncame la vida); Emilio Echevarría (Amores Perros) encarna a Bermúdez, el Presidente de la Academia Mexicana de Filosofía; como Pilar va Fabiana Perzabal (Bienes raíces, Once TV), y Edgar Parra le da vida al Chofer. Todos dirigidos por Antonio Castro. Teatreros netos…


PROFESOR: … Además, ¡sí soy prejuicioso! En natación dominan los blancos y en basquetbol los negros. ¿Crees en Darwin? La filosofía no es para las especies menores. ¡O eres guatemalteco o eres metafísico! No se puede ser las dos cosas. Cometí el error de ser filósofo en un país en donde la mente se corrige a balazos.
Muy propia, en la primera fila, pegadita a los histriones, toda fashion ella, Denise Maerker se ocupaba en mostrar cómo se divierten los famosos recatados, mientras arriba, hasta el fondo, a carcajada batiente un par de escandalosos que no he visto nunca en la tele irrumpía constante: ella, lentes de pasta CK, a cada estertor catapultaba desde la butaca toda su alegría. En el escenario, mirando a un falso horizonte, el Profesor recuerda Aguascalientes: Los atardeceres del desierto tienen un tono violáceo. Al fondo, los cerros se cubren de sombras azules.

El filósofo declara es una pieza teatral en dos actos. Un divertidísimo pinponeo de diálogos mordaces. Una sátira tramada a brincos entre las grandes abstracciones, ésos conceptos que se escriben con mayúsculas, en la que Villoro integra hábilmente recursos del thriller y del teatro de enredos. Pero, ciertamente, ni cómo negarlo, para desternillarse a gusto, el espectador ocupa mínimo prepa, y bien cursada…
PILAR: Sí. Wittgenstein le enseñaba a Russell…
PROFESOR: Al revés.
PILAR: Perdón, vas a creer que soy una ignorante. No sé mucho de filosofía.
PROFESOR: Nadie sabe mucho de filosofía.
ESPOSA: Salvo su eminencia.
PROFESOR: La filosofía no es algo que se sepa mucho, es un modo de pensar.
Al igual que en su primera obra de teatro publicada, Muerte parcial, que también se estrenó en el Santa Catarina, Juan organiza en el tablado un inteligente juego de matrioskas, en el que en una representación teatral encierra a otra… Desconfía de las apariencias, reverbera a cada rato el montaje. La realidad no pasa de ser un sitio en el que se bebe Fanta. Con todo, de todas las caras de la pieza, me quedo con la única luz que deja ver dentro de la caverna…
ESPOSA: ¿Sigues trabajando en la división mente-cuerpo?
PROFESOR: La he trabajado con usted.
Y sí, quizá la matrioska más pequeña de El filósofo declara, la que está oculta por todas las demás, sea sencillamente la renovación de una apuesta muy vieja, quizá la única por la que siga valiendo la pena arriesgar todas las canicas.
PROFESOR: Los afectos valen más si son escasos. Si digo que te quise eso significa mucho más que si lo dices tú.
BERMÚDEZ: Claro, porque eres un ojete.
PROFESOR: El afecto de un ojete vale más.
Obscuridad, aplausos. Al término, vino de honor en vasitos de plástico… y Fanta de naranja. Ni Bartra ni Villoro, otro sociólogo, subraya: A pesar de todo, quedan oasis en este país… ¡Y pensar que la mayoría prefiere ir a ver El pelón en sus tiempos de cólera!