Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

jueves, 29 de octubre de 2009

Preguntas bastardas

¿Ya viste Inglorious Bastards? Si sí, sigue leyendo; si no y piensas verla y además no te gusta entrar al cine sabiendo en qué termina la película, bótame, aborta esta lectura.
Descuida, esto no es una crítica cinematográfica; para qué ponerse serio y argumentoso si siempre resulta más sencillo declarar descaradamente las querencias propias. Así que a las claras: la última creación de Quentin Jerome Tarantino (Knoxville, Tennessee; 1963) me pareció estupenda, magnífica, y podría anotar genial pero me contengo, no porque no lo crea, sino para evitar sonar muy visceral. Como ha ocurrido con las seis cintas previas de Tarantino, por los cafés, las aulas, la prensa y el ciberespacio ya cunde una legión de criticones sospechosamente vehementes. ¿Que Inglorious Bastards no es original? Enzo Castellari, director de Quel maledetto treno blindato, distribuida en Estados Unidos como The Inglorious Bastards (1978), juzga: “Es una película completamente diferente, es algo propio de Quentin, no se trata de un remake, es algo que inspiré”. ¿Qué dura mucho? Dos horas y 32 minutos, y ojalá durara más: desde el primer capítulo y hasta el gran final, minuto a minuto fílmico el espectador va siendo engarzado en una historia bien contada. ¿Qué Brad Pitt no interpreta al Lieutenant Aldo Raine, sino a una caricatura más de sí mismo? ¡Falso!, con Óscar o sin Óscar, en este film de Tarantino, Pitt se corrobora como el gran histrión que es. Con él y Mike Myers (Ed Fenech), en Inglorious Bastards se demuestra por enésima ocasión que, para que el producto cinematográfico sea uno y bueno, director mata estrella. ¿Qué Tarantino mezcla géneros a lo bestia? Cierto y acierto: el resultado es maravilloso, una película de guerra cocinada como spaghetti western, de nuevo un pulp fiction enredado con una película homenaje e intertextual, una tragicomedia que termina descubriéndose como un gran romance... Pero, alto, ya dijimos que esto no es una crítica cinematográfica.
¿De qué se trata Inglorious Bastards? Fácil: dos historias punitivas que confluyen en el asesinato de la crema y nata del aparato de poder nazi, Adolfo Hitler incluido. La primera historia trama la venganza de una joven judía, cuya familia fue masacrada en Francia por los nazis. La segunda historia tiene por protagonista a un comando guerrillero de soldados judeo-norteamericanos que, durante la II Guerra Mundial, opera dentro de los territorios de Europa ocupados por los alemanes. ¿Una película histórica? La respuesta a esta pregunta no es nada sencilla: los hechos ocurren efectivamente en un contexto histórico preciso, esto es, en lugares localizables en un mapa y entre fechas sin mayor problema ubicables en un calendario; además, buena parte de los personajes no son producto de la ficción sino que fueron personas de hueso y carne, mucha como Winston Churchill o exigua como Joseph Goebbels, y las intenciones que mueven las acciones resultan perfectamente coherentes respecto a lo que realmente pasó. Pero, ¿en verdad ocurrió que Hitler y sus principales secuaces murieron achicharrados en un pequeño cine parisino? Según toda la historiografía, desafortunadamente no... ¿Es mentira pues lo que cuenta el último film de Tarantino? Pues tampoco. So...?
Para entender la narración que propone el cineasta y escritor gringo, la clave está al merito inicio de la película, en la primera línea del guión: Once Upon A Time in Nazi-Occupied France. Es decir, una fórmula híbrida. De entrada el había una vez típico de un relato de ficción, con el que se apela a un pacto tácito con el lector: ojo, que lo que viene sucedió en un tiempo que no es ni el tuyo ni el mío, o sí, pero en cualquier caso no lo vas a encontrar en los libros de historia. Y luego, el pesado anclaje a un momento histórico preciso, fotografiado, testimoniado, historiografiado, filmado hasta el empacho: en la Francia ocupada por los nazis. ¿Qué propone entonces Quentin El Travieso Tarantino ¿Una realidad alterna? ¿La mentira en la que necesariamente deviene todo hubiera?
Inglorious Bastards obliga a la reflexión respecto a la complicadísima relación que existe entre ficción e historia, atadas indisolublemente, claro, por la narrativa. La historia (story) que cuenta Tarantino muestra espectacularmente que la ficción ofrece verdades. Como la literatura y la mitología, la historia-ficción puede perfectamente erigirse en una forma de conocimiento... Por lo demás, uno puede salir del cine dispuesto a plantearse preguntas impertinentes... ¿Y si el cura Hidalgo se hubiera aventado a tomar la Ciudad de México? ¿Y si no le hubiera dado pulmonía a don Benito? ¿Y si don Porfis le hubiera entregado pacíficamente el poder a Pachito Madero? ¿Y si la señora de Fox se hubiera agenciado la candidatura del PAN a la Presidencia de la República? ¿Y si las pejehuestes no se hubieran ido a tomar Reforma sino Los Pinos? Preguntas bastardas que, ¿a poco no?, podrían catapultar ficciones pertinentes.

viernes, 23 de octubre de 2009

La i de un GIS

Uno nunca sabe… A ver, ¿quién iba a decirme que a las faldas del volcán Xitle iba a encontrarme con una neta? Una hora antes de la cita, nos metimos al Anillo Periférico a la altura de San Antonio y por las alturas del segundo piso transitamos hasta San Jerónimo, donde va a terminar la polémica pejeobra. De nuevo a nivel de suelo, seguimos por el Bulevar Adolfo Ruiz Cortines, que ahí tal es el nombre del peri, aunque del otro lado, en el mismo tramo, se llama Adolfo López Mateos; pasamos la CNDH, y no, no tomamos el Camino a Santa Teresa, porque la verdad no me aguardaba en el ITAM. Metros adelante de TV Azteca, tomamos a la derecha por el Entronque Picacho-Ajusco… Tampoco me dirigía al Colmex ni al FCE. Pasamos la Universidad Pedagógica y FLACSO. A la izquierda dejamos atrás la Medusa, la Catarina y todas las demás tentaciones del Six Flags. Vuelta en Chemax, por la cual subimos hasta su cruce con avenida Contoy... He ahí el sitio: el CentroGeo, uno de las 27 centros públicos de investigación del CONACyT.

En el aula magna del CentroGeo, minutos después de las once de la mañana, comenzó la conferencia magistral de Nicholas Chrisman.

Chrisman (1950; Northampton, Massachusetts, EU) es geógrafo y doctor en Geografía por las universidades de Massachusetts y Bristol, respectivamente. Pionero, del 72 al 82 fue analista programador en el Harvard lab for Computer Graphics. Actualmente es profesor titular de geomática en la Universidad de Laval, Quebec. Desde 2005, Nick Chrisman es director científico de Geoide, GEOmatics for Informed DEcisions, una red de centros de excelencia en geomática, creado en 1998 por el gobierno canadiense. Hoy participan en Geoide 135 investigadores de 32 universidades, 64 agencias gubernamentales y 40 empresas de Canadá; además, convergen una serie de organizaciones de todo el mundo, como el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, la Asociación Europea de Laboratorios de Información Geográfica, el Land S Group de Corea del Sur y el Future Position X de Suecia, entre otros. Algunas investigación en curso de Geoide: una alusiva a los procesos de adaptación del entorno humano en el contexto del cambio climático, ¡prospectados al 2100!; el desarrollo de un sistema de simulación de patrones de dispersión de enfermedades contagiosas. Geoide impulsa también proyectos tan disímiles como soluciones geomáticas para juegos didácticos y la conformación de un protocolo de protección ética de datos geoespaciales.


Chrisman dedicó la parte medular de su conferencia a comentar una ponencia que escribió en colaboración con Barbara Poore: Order from Noise: Towards a Social Theory of Information. Y aquí sí fue en donde se erigió, ¡redoble de tambores!, una gran neta. Como aperitivo, la traducción del abstract: “En la llamada Era de la Información, es sorprendente que el concepto de información sea impreciso y prácticamente obviado. La literatura histórica y reciente de las ciencias de información geográfica (GIScience) se basa en dos metáforas en conflicto, a menudo expuesta por el mismo autor en párrafos adyacentes. La metáfora de la no variabilidad, originada en las telecomunicaciones, que define la información como una cosa que debe ser transmitida sin pérdida a través de un canal. La otra metáfora, proveniente de los movimientos utópicos del siglo XIX, ubica a la información en el contexto de una jerarquía de refinamiento, como punto intermedio en el camino que va de simples datos hacia formas superiores de conocimiento y, tal vez, hacia la sabiduría. Ambas metáforas se basan en debates olvidados, lo cual usualmente impide observar que hay importantes problemas sociales y éticos en la relación entre las tecnologías de información y la sociedad.”


Nick Chrisman no puso el punto sobre la i, sino el énfasis en la i misma: explicó que a lo largo del desarrollo de la geomática (híbrido de la geografía y la informática) y de sus expresiones por antonomasia, los GIS (sistemas de información geográfica, por sus siglas en inglés), se ha reflexionado mucho en torno a la g y a la s, mapas y bites, coordenadas y pixeles, descuidándose totalmente la necesidad de teorizar en torno al concepto mismo de información. Por supuesto, el talón de Aquiles que señala Chrisman no sólo está en la geomática: después de la Teoría Matemática de la Comunicación de Shannon (1948), el desarrollo no únicamente de la informática sino de todos los ámbitos del quehacer científico en el cual se ha involucrado la cibernética, quiero decir todos, la información se ha analizado como una cuestión de transmisión y no de significado.

Hace meses escuché a un matemático afirmar que las sociales no eran ciencias porque carecían de teoría. Entonces pensé que su dicho se justificaba por mera ignorancia; después de la plática de Chrisman, opino que aquel señor además estaba expresando una carencia propia, por lo demás generalizada... Lo bueno es que hay ya camino andado. Ya veremos...

viernes, 16 de octubre de 2009

De civilitate morum puerilium II

Tryna Middleton vivía en Cleveland, tenía 14 años de edad y cursaba el último grado de secundaria... No se graduaría jamás: el viernes 21 de septiembre de 1984 la violaron y fue asesinada. El 16 de septiembre del año siguiente, el acusado, Rommel Broom, fue declarado culpable y condenado a muerte. Desde entonces, el hombre permaneció en la Penitenciaría Estatal de Ohio. El pasado 15 de septiembre, un cuarto de siglo después del crimen, personal especializado de la Southern Correctional Facility, en Lucasville, procedió a concretar la sentencia. La técnica, inyección letal. Este domingo, leí en El país un documento fechado el 17 de septiembre; es devastador: se trata de la declaración de Rommel Broom, en la que narra cómo, luego de 18 jeringazos, sobrevivió al procedimiento. El relato, extraordinariamente lúcido y bien redactado, se estructura en 31 párrafos, y concluye así: “Me veo obligado a recordar constantemente el hecho de que la semana próxima tendré que sufrir la misma tortura que el Estado de Ohio me infligió el martes 15 de septiembre de 2009, porque no ha habido ningún cambio en el protocolo de ejecución de Ohio y no ha habido ningún cambio en mis venas. El declarante no tiene nada más que decir.” Efectivamente, al ser enterado de que durante tres horas intentaron, sin conseguirlo, asesinar al sentenciado, el gobernador Ted Strickland decidió posponer la ejecución. Rommel Broom sigue vivo; hace unos días se decidió que será hasta noviembre que un tribunal se reúna para dictaminar su futuro.

¿Todo esto es civilizado? ¿Retrata a Occidente o es una desviación, un lunar de barbarie? Norbert Elias ayuda a comprender (El proceso de la civilización, 1987): “El concepto de ‘civilización’ se refiere a hechos muy diversos: tanto al grado alcanzado por la técnica, como al tipo de modales reinantes, al desarrollo del conocimiento científico, a las ideas religiosas y a las costumbres…, puede referirse a la forma de las viviendas o a la forma de la convivencia entre hombre y mujer, al tipo de las penas judiciales o a los modos de preparar los alimentos. Para ser exactos, no hay nada que no pueda hacerse de una forma ‘civilizada’ y de una forma ‘incivilizada’…”


En Estados Unidos, muchos blogs y periódicos en línea han dedicado espacio a la fallida ejecución de Rommel Broom. La catarata de comentarios de los ciberlectores no ha cesado, la gran mayoría en el mismo sentido. Una muestra: So his veins did not cooperate. Onto plan B: Either a noose around his neck or a bullet in his head. Either is acceptable; just get rid of this creep! Esto es, ahorcándolo o pegándole un tiro, como sea, simplemente hay que deshacerse de esa basura.

Quizás tal sea la gran contrariedad civilizatoria: cómo diablos deshacernos de la basura, de lo que somos o es parte de nosotros pero que nos disgusta … Regreso a Elias: “… si se trata de comprobar cuál es, en realidad, la función general que cumple el concepto de ‘civilización’..., llegamos a una conclusión muy simple: este concepto expresa la autoconciencia de Occidente… Con el término de ‘civilización’ la sociedad occidental trata de caracterizar aquello que expresa su peculiaridad y de lo que se siente orgullosa…” Autoconciencia y orgullo: autoestima.

Conciencia de sí: tanto como el aparato legal y judicial que lo condenó a muerte y no ha podido ejecutarlo, Rommel Broom, violador y homicida, forma parte de la civilización occidental del siglo XXI. Ello nos puede provocar muchas cosas, pero no orgullo. Entonces, ¿cómo deshacerse de esa basura en forma civilizada? Hace casi quinientos años, Erasmo de Rotterdam ofrecía respuestas al mismo cuestionamiento.

La Real Academia de la Lengua Española establece que el vocablo basura tiene seis acepciones: suciedad, desechos o desperdicios, lugar de residuos, estiércol, “cosa repugnante o despreciable”, y adjetivo para calificar algo como de baja calidad. La basura que más le preocupaba a Erasmo en su De civilitate morum puerilium (1530) era toda aquella que la Naturaleza nos depara irremediablemente: el excrementum, esto es, todos los residuos metabólicos que produce el organismo. Un solo ejemplo: “Recoger en pañizuelos el excremento de las narices es decente, y eso, volviendo de lado por un momento el cuerpo…” Cuidado, la postura del humanista no debe reducirse a una sencilla oposición entre Cultura y Natura; he aquí una clara muestra: “Los hay que aconsejan que los niños, comprimiendo las nalgas, retengan el flato del vientre; pero por cierto que no es civilizado, por afanarte en parecer urbano, acarrearte enfermedad”. La alegoría escatológica queda, pues, a tiro…, pero me contengo.

Termino recordando que creep, que traduje como basura, también significa, además de “persona repugnante”, una “sensación inquietante como la causada por los reptiles de los insectos sobre la propia carne, en particular un sentimiento de aprensión o de horror”. Algo así como el malestar de la barbarie.


REPORTAJE: PENA DE MUERTE PRESIDIO DE LUCASVILLE (OHIO)
18 pinchazos no mataron a Romell Broom
Declaración del hombre que sobrevivió a su propia ejecución

viernes, 9 de octubre de 2009

De civilitate morum puerilium I

Es repugnante: entra al sauna, se sienta, y comienza a contar chistes soeces mientras carraspea escandalosamente y escupe. ¡Guácala! Aunque nunca falta un roto para un descocido, casi nadie se ríe de sus trilladas cuchufletas; la repulsión termina imponiéndose y el marrano suele quedarse solo. Pero ayer fue distinto: me agarró de malas y con una lectura fresca, así que tan pronto tiró el primer gargajo al suelo, lo espeté:

− Resorbere salivam inurbanum est, quemadmodum et illud quod quosdam videmus non ex necessitate, sed ex usu, ad tertium quodque verbum expuere.


Entre curiosos y espantados, sin dejar de mirarme, él y el resto de los encuerados guardaron silencio. Van a creer que estoy poseído...
¿Qué crees, mi amor?, a un señor le dio glosolalia en los baños del club... Pero no, resulta que el cerdo reaccionó en forma insospechada:

− Perdone, padrecito –dijo, se levantó y se fue.

− ¿Pos qué le dijiste, tú? –tan pronto el puerco salió, me preguntó uno que me conoce y sabe que no soy cura.

− “Sorberse la saliva es incivilizado, así como lo es aquello que a algunos, no por necesidad, sino por usanza, vemos hacer, escupir a cada tres palabras”... Erasmo de Rotterdam.

− Órale. ¿Y ése? Un cura, ¿no?

Efectivamente, Erasmo fue ordenado sacerdote en 1490. El humanista holandés fue un trotamundos, pero ya en sus últimos días trató de sentar cabeza. En 1529, rodeado por la ola reformista, se fue a vivir a la ciudad católica de Friburgo de Brisgovia, en el suroeste de lo que hoy es Alemania. Al año siguiente, allí publicó un pequeño opúsculo, De civilitate morum puerilium.

En El proceso de la civilización (FCE, 1987), el sociólogo Norbert Elias (1897-1990) concede un lugar destacadísimo en la historia de las ideas de Occidente al librito de Erasmo: “la transformación del concepto civilité en el de civilisation”. El pequeño tratado erasmiano, dedicado al joven Enrique de Borgoña, hijo de Adolfo, príncipe de Veere, aborda las formas correctas de conducta. ¿Cómo debe comportarse una persona civilizada? Algunas muestras…
Hace casi medio milenio, Desiderius Erasmus Rotterdamus (1466/69 - 1536) dedicó pluma e ingenio para prescribir, por ejemplo, que Si aliis præsentibus incidat sternutatio, civile est corpus avertere; o sea: si estornudas vuelve de lado el cuerpo para no salpicar, y ello, mucho antes de que se tuviera noticia de la existencia de los virus y de su fea maña de volar por los aires para ir a invadir nuevas víctimas.

Dudo que el renacentista imaginara el azote que la bulimia causaría siglos más tarde entre algunas adolescentes, sin embargo establecía: “vomitar no es deshonroso; pero por glotonería provocar el vómito es monstruoso”.

Erasmo pide pulcritud, pero sin exageraciones: “Pueblerino es andar con la cabeza despeinada; rija en ello el aseo, no el lustre, propio de muchachas.” Metrosexuales, abstenerse: “las mejillas tíñalas el pudor natural y biennacido, no afeite ni color postizo.”

El anterior y algunos similares son mandatos que pueden atenderse, o no, sin mayor dificultad, pero encuentro otros que de plano sólo los iniciados podrían seguir al pie de la letra; por ejemplo, intenta plantar la mirada como don Erasmo indica: “sean los ojos plácidos, pudorosos, llenos de compostura: no torvos, lo que es señal de ferocidad; no maliciosos, que lo es de desvergüenza; no errantes y volvedizos, que es signo de demencia; no bizqueantes, que es propio de suspicaces y maquinadores de trampas, ni desmesuradamente abiertos, que lo es de estúpidos, ni apiñados a cada paso con párpados y mejillas, que lo es de inestables, ni estupefactos, que lo es de pasmados..., ni demasiado penetrantes, que es seña de iracundia, tampoco insinuadores y habladores, que es seña de impudicia”.

De civilitate morum puerilium se compone de veinte capítulos. El primero juega las veces de prólogo. Después dedica diez capítulos al externum corporis decorum; la mirada, las cejas, la frente, la nariz, las mejillas, la boca, los dientes, el cabello, la postura, la desnudez y las excrecencias son motivos sobre los cuales Erasmo de Rotterdam dictamina. El siguiente apartado se aboca a la vestimenta, y los seis que continúan tienen que ver con las formas de conducirse en el templo, en la mesa y en el juego. El último se refiere a la conducta en el dormitorio. El manualito fue un exitazo editorial; en el mismo siglo XVI aparecieron traducciones en francés, el lenguaje cortesano por antonomasia, y también, claro, en italiano e inglés. Aunque hubo una versión en catalán, la primera traducción al castellano se la debemos a Agustín García Calvo, publicada en una edición bilingüe del Ministerio de Educación y Ciencia de España (2006, 2ª ed.). Pienso que la mayoría de quienes hoy compartimos la condición de occidentales seguimos valorando como apropiadas las maneras que Erasmo recopiló. Y en buena medida, descontando al asqueroso escupidor compulsivo del sauna, en ello estriba el ideal de civilización que nos agrupa. Veremos...

jueves, 1 de octubre de 2009

Literatura mata Sociología

Jorge Mario Pedro publicó Conversación en La Catedral, su sexto libro, hace cuarenta años. Entonces, julio de 1969, su juventud no impedía que el escritor fuera ya un encumbrado: tres años antes, su novela La casa verde había sido distinguida con el Premio Rómulo Gallegos. Arriesgaba, pues: ¿llamarada de petate o uno de los grandes? Seguirían una docena de títulos –Travesuras de la niña mala (2006), la más reciente–, y de toda la obra de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), junto con La guerra del fin del mundo (1981), yo me quedo con Conversación en La Catedral. En aquel portento narrativo, publicado originalmente por Seix Barral en dos tomos, el peruano formuló un cuestionamiento para el cual en Latinoamérica seguimos sin encontrar respuesta:

“... Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a nada, espacio, hacia la colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución”.

Puestos a tratar de entender las cosas, Conversación en La Catedral, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, El otoño del patriarca de García Márquez o Tres tristes tigres de Gabriel Cabrera Infante resultan aliados bastante más efectivos que toneladas de investigaciones y tesis doctorales en historia de Hispanoamérica, ciencias políticas y la alucinación colectiva que algunos insisten en seguir llamando sociología latinoamericana.
Precisamente una licenciatura en sociología fue lo que estudió Juan Villoro, en el campus Iztapalapa de la UAM. Digo, nada que deba ser juzgado como imperdonable, en ingenuidades similares han caído otras personas inteligentes. No traigo a cuento el dato académico con ánimo de balconear a nadie; sirva sólo para contextualizar el siguiente fragmento de Palmeras de la brisa rápida, del propio Juan: “En una época me sentí capaz de escribir una tesis sobre la ‘subsunción formal del trabajo en capital’. Ahora sólo podía emular al Zavalita de Vargas Llosa: ¿en qué momento se jodió México? ¿Quién se levantó con el primer pie izquierdo?, ¿quién hizo añicos el primer espejo? De los virreyes a los priístas, un país de sangre y polvo.”

La editorial oaxaqueña Almadía acaba de publicar Palmeras de la brisa rápida, un texto que aunque cuenta con dos ediciones previas (Alianza 1989 y Alfaguara de bolsillo 2000) resultaba difícil de conseguir. Un diario de viaje, en el que Villoro, con el buen pre-texto de relatar el periplo que realizó a finales de los ochenta a Yucatán, explora las puntas de la compleja estrella en la que se puede entretejer la identidad de cualquier persona: la familia y sus anecdotarios, el país y sus historias, lo típico y lo mítico... Van algunas pizcas.


Querendón y despiadado, Villoro recuerda a una abuela de primera generación en el Distrito Federal, quien resulta botón de muestra de la moralidad de una clase media urbana que, con todo y la globalización y el desbarranque económico, sigue aquí: “Todos los días renovaba su decencia describiendo con lujo de detalle la indecencia de los demás”. Como ése, cientos de páginas de etnología caben en un ramalazo literario: “La abuela se reconciliaba con Yucatán y con el abuelo por el paladar... La mesa era la zona de armisticio y mi abuela, la orgullosa artífice de esa pax succulenta”.


Como otros buenos libros de viaje en los que la literatura se alza inalcanzable sobre la pretensión de la verdad científica (por ejemplo, Un bárbaro en Asia de Henri Michaux), en Palmeras... el lector puede toparse con garbanzos de a libra, concentrados de sabiduría: “¿pero puede haber algo más irreal que una mexicana que viaje sola? La soledad es un caso de alarma para las mexicanas. En los restoranes de lujo van juntas al baño, en las reuniones se arremolinan en torno a las galletas con paté, en las escuelas deambulan en apretadas flotillas”.
Las palabras que Juan borda de la península, con todo y que cargan ya veinte añitos, soplan brisa, nada que recuerde las pétreas monografías museográficas. Si bien los mayas prehispánicos eran “astrónomos que viajaban en lianas y salían de la maleza para llegar a una milpa donde discutían de hipotenusas”, “hoy en día... usan gorras de beisbolistas y pantalones de mezclilla stone-washed, son fanáticos de Chicoché y la Crisis y lo más probable es que no sueñen glifos sino oportunidades de trabajo en Cancún.”