Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

miércoles, 30 de junio de 2021

El sector aspiracionista (y clasista) de la clase media mexicana

  

… desde luego una recepcionista que

no hace otra cosa… que contestar teléfonos,

no puede recibir el mismo salario por pintarse los labios,

que una directora creativa que con sus ideas vende

no sólo millones de paquetes de pan Wonder,

sino, lo que es más, vende aspiraciones, ilusiones y formas de vida.

Fernando del Paso, Palinuro de México.

 

 

 

 

0

 

Otra vez, AMLO ha concitado tremendo borlote en el ágora… Hablo del jaloneo que desató al afirmar que un sector de la clase media padece aspiracionismo. Además de la turbamulta que sin falta critica desde siempre todo lo que dice o no dice y hace o no hace López Obrador, otras voces se han sumado al debate público en torno al asunto, en algunos casos porque, evidentemente, la crítica del primer mandatario caló hondo. Así, por ejemplo, Anamari Gomís publicó “Mitos y fantasías de la clase media” (La Crónica; 16/6/2021). Si bien discrepo de casi todas sus opiniones, debo agradecer doblemente a la doctora su texto: le doy gracias, primero, porque recordó al sociólogo Gabriel Careaga, y, segundo, porque me ayudó a ver con nitidez uno de los motivos por los que algunos clasemedieros detestan al presidente. 

 

 

 

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El preceptor más importante que tuve en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (FCPyS) fue Gabriel Careaga Medina (1941-2004). Para ello, intervino la fortuna. Entonces —no sé ahora— uno escogía a sus profesores, salvo en el primer semestre, cuando al azar quedabas inscrito en determinado grupo. Así me tocó a Careaga en Teoría Social I, una de las materias del tronco común para los alumnos de las licenciaturas en Administración Pública, Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales, Ciencias de la Comunicación y Sociología. En su primera clase —no recuerdo que ningún otro docente llegara invariablemente de traje, corbata y gabardina—, después de presentarse muy formalmente, nos pidió que levantáramos la mano quienes estuviéramos inscritos en Sociología…

 

— Los demás no me interesan; están perdiendo el tiempo.

 

Menos de diez alzamos la mano, una pobretona minoría entre más de cien almas. Considerando lo que acababa de decir, supuse que vendría una felicitación, una bonita arenga…

 

— Este país no requiere más de cinco sociólogos. Yo soy uno de ellos. Ustedes serán desempleados.

 

Yo era entonces un mozalbete enjundioso y sobradamente irreflexivo, así que pedí la palabra:

 

— ¿Es usted, además de un buen sociólogo, un buen maestro?

 

— Por supuesto, de los mejores.

 

— Luego entonces, está usted obligado a que lo superemos y lo dejemos sin trabajo.

 

En esa misma sesión, luego de dictarnos la lista de unas cuarenta lecturas que, como mínimo, tendríamos que hacer si no queríamos reprobar, nos dijo que él no regalaba calificaciones, que pediría tres ensayos a lo largo del curso y que, independientemente de lo que en ellos asentáramos, no iba a acreditar a nadie que escribiera con faltas ortográficas, porque, si no lo habíamos notado, estábamos en la UNAM…

 

— Quedan dos días para pedir cambio de grupo. El trámite se realiza en Servicios Escolares…

 

En pos de derroteros académicos menos peliagudos, la estampida se abalanzó hacia la puerta. Nos quedamos unos veinte inconscientes. Más de la mitad reprobaría. Al siguiente semestre nos inscribiríamos a Teoría Social II con Careaga unos diez. Sus clases, siempre divertidísimas; pletóricas, atiborradas de referencias bibliográficas y fílmicas, de anécdotas y chismes; era ocurrente, avispado, ácido, mordaz, provocador… 

 

— Seguramente ninguno ha leído Memorias de Adriano, de la Yourcenar... ¡Qué va!, si acaso leyeron un resumen de Pedro Páramo en la secundaria… No pasan de los Platícame un libro de Severo Mirón…

 

Careaga era un lector voraz —además de su biblioteca, resguardaba la de su expatriado amigo, el novelista Gustavo Sainz—, enciclopédico y refinado, a quien le molestaba casi al punto del asco la vulgaridad intelectual de la gran mayoría de sus pupilos. A Teoría Social III nos inscribimos con él ya sólo cuatro…; un lujo. Después de una de sus típicas alharacas histriónicas, una tarde me preguntó quién consideraba el mejor escritor mexicano; contesté lo que sigo pensando:

 

— Carlos Fuentes.

 

— ¡Oiga, pero él no cuenta! Rico-rico, guapo-guapo, inteligente-inteligente… ¿Así quién no? ¡Cuando era un crío Reyes lo sentaba en sus piernas y le leía la Ilíada!

 

Aunque Mitos y fantasías de la clase media en México (1974) era ya un imprescindible —entonces yo sólo había leído Biografía de un joven de la clase media (1977)—, Careaga jamás cayó en la bajeza de obligar a sus alumnos a leer sus libros. Terminado el tronco común, nos seguimos frecuentando, y la teoría de clases —“No hay Sociología sin teoría de clases”— y su análisis de la clase media mexicana fueron temas reiterados de lecturas y conversación; realmente me regaló un invaluable seminario de más de dos años. Amable, sin invitación mediante —el trance no me parecía particularmente significativo—, se apersonó en mi examen profesional, con todo y que recusaba mi decisión de haber cambiado el tema de tesis —inicialmente trabajé un análisis de la clase media a partir de la literatura de la onda, y terminé presentando un estudio weberiano de los censos mexicanos de población—. Generoso, fue lector de algunos de mis primeros relatos. El texto de contraportada de mi libro Cuentos de mala fe lo firma Gabriel Careaga.



 

 

 

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Para mentar su texto, Anamari Gomís se sirve del título del libro de Careaga: “Mitos y fantasías de la clase media” —sólo le mochó el gentilicio—. Relata que lo conocía, y que tenía su libro, “porque Gabriel era mi amigo”. Asegura que a Careaga le interesaba el estudio de la clase media “con ínfulas de pertenecer a cuadrillas sociales mucho más beneficiadas en términos económicos”, y en el siguiente párrafo afirma: “A lo mejor, ahora que lo pienso, me convertí en modelo de mi amigo sociólogo”. Y hasta ahí. Concluido el preámbulo, aborda el tema que realmente quiere atender: “la perorata del presidente… en contra de la ‘aspiracionista’ clase media”.

 

Quienes hayan escuchado las aseveraciones del presidente habrán detectado ya el primer error: AMLO —también egresado de la FCPyS— no agarró parejo, no aludió a toda la clase media, sino “a un sector” de la misma. Quiero pensar que se trata de una equivocación y no de una malinterpretación formulada con el propósito de sumarse a quienes, mediante esta estratagema, pretenden incordiar a toda la clase media contra el presidente. No me detengo en los inexactos asertos de la doctora Gomís en materia de política-electoral —v.g.: Morena no perdió la mayoría calificada, puesto que no la tenía antes—; no es el asunto que nos ocupa.

 

Dice Anamari Gomís que AMLO “… arremetió contra las clases medias y acuñó el neologismo aspiracionista”. Y esto sí es un disparate. Si bien ni aspiracionismo ni aspiracionista aparecen en el diccionario de la RAE, son vocablos corrientes en la nomenclatura de la sociología, las ciencias de la comunicación, la mercadotecnia… Una sencilla consulta en Ngram de Google constata que la palabra aspiracionista aparece en publicaciones impresas desde hace casi un siglo —destacadamente entre 1930 y 1948, y durante los setentas—. Además, están vivas, como puede comprobarse buscándolas en Googlebooks. Ejemplos: Auge y ocaso de la era liberal, del argentino Nicolás Lewkowicz —“El aspiracionismo es una tendencia a creer en un progreso material lineal y sostenido.”—; Mitología del supersistema civilizatorio, de Mauricio Dimeo —“La clase trabajadora…, tiende a adquirir la ideología burguesa que promueve la meritocracia, el emprendimiento y el aspiracionismo”—;¿Qué es ser filósofo?, de Alberto Constante —“Fueron varias las dificultades que enfrenté en mi camino hacia la filosofía, sobre todo al provenir de una familia clasemediera aspiracionista”—; Bitácora de la hoja, de Emiliano Álvarez —“Las moscas: así llamó Azuela a la pequeña burguesía, a la clase media…, aspiracionista y lambiscona…”—… En fin, abundan pruebas de que aspiracionista no es un neologismo y de que AMLO no inventó el término.

 

Punto seguido después, Anamari Gomís se anima a corregirle la plana al presidente: “Creo que ‘arribista’ sería la palabra, y se le quedó en algún escondrijo de la mente”. Desde 1970, arribista existe para la RAE; así que basta hallar el vocablo en su diccionario para comprender que no, no es lo mismo un arribista que un aspiracionista. Mientras que un aspiracionista pretende ser lo que cree que es quien sueña ser, y se desvive por aparentarlo, un arribista es una “persona que progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos”. Un aspiracionista desea parecer ser lo que no es. El aspiracionismo puede ser, efectivamente, tanto uno de los motores como una de las muchas tácticas que despliegan los arribistas. El Diccionario del español de México del Colmex ofrece una definición más rica de arribista: “Persona ambiciosa y sin escrúpulos que pretende subir o sube en la escala social, política o económica, por cualquier medio y sin tener verdaderos méritos.” La palabra connota, pues, un juicio: el arribista está o lucha por estar en un sitio que no le corresponde, es pues un trepador, un advenedizo.    

 


¿Qué es lo que impele a la doctora Gomís a afirmar que AMLO no debió decir aspiracionista sino arribista? Juzgue usted. Primero concede: “… los sujetos de las clases medias pueden ser arribistas”. Como ejemplo pone nada menos que al celebérrimo personaje de Flaubert: “Madame Bovary sí es una arribista, detesta el mundo provinciano en el que vive y al final se suicida porque debe un montón de dinero”. Y enseguida, diagnostica: “Como Rubempré, Andrés López Obrador [sic], ahíto de aspiraciones, la emprendió desde Macuspana, Tabasco, para imponerse como habilidoso político”. Se refiere, claro, a Lucien de Rubempré, el protagonista de Illusions perdues, la novela de Balzac, y por supuesto que Macuspana está en el “mundo provinciano” y que eso de “ahíto de aspiraciones” se oye muy cercano a aspiracionista, que, ya dijo, debería ser más bien arribista… Por si quedara duda, en su párrafo final advierte: “… dado que es buen clasemediero, el presidente vive plenamente sus fantasías y crea sus propios mitos… No dudaría que mandara cubrir una sala de Palacio Nacional con cubiertas de plástico…”

 

Observo, pues, que parte del sector de la clase media aspiracionista detesta al presidente porque lo considera un arribista, un provinciano que llegó a un sitio que no le corresponde…, con todo y sus 30 millones de votos…, lo cual, claro, es tremendamente clasista.

miércoles, 23 de junio de 2021

La mexicana promedio II

 

If I want to understand an individual human being,

I must lay aside all scientific knowledge of the average man…

C.G. Jung, The Essential Jung: Selected Writings.

 

 

Quedamos que, si atendemos la información censal más reciente, el mexicano promedio no es un hombre, sino una mujer: una joven —bueno…, ya no tanto— que este 2021 celebra su 30 aniversario —la mexicana promedio es un año mayor que el habitante promedio de la India, y unos 26 más joven que el del Principado de Mónaco—. La nombramos María Fernanda y dijimos que tiene que ser una mestiza que habla español pero ninguna lengua indígena. La estadística muestra que sabe leer y escribir y que no padece de ninguna discapacidad.

 

También dijimos que María Fernanda radica en el oriente de la Ciudad de México (CDMX), esto es, en el corazón de la Zona Metropolitana del Valle de México: ella es una de las más de 9.2 millones de almas que habitan la capital de la República Mexicana, en su demarcación territorial más poblada. Ahí, en Iztapalapa viven un millón 835 mil personas, esto es, más gente que la que habita estados enteros del país —Colima, Baja California Sur, Campeche, Nayarit, Tlaxcala, Aguascalientes, Zacatecas y Durango registran menos población— e incluso algunos países —Mauricio, Chipre, Trinidad y Tobago, Estonia, Luxemburgo…, por mencionar algunos—. Considerando toda superficie de la CDMX, María Fernanda comparte cada kilómetro cuadrado chilango con 6,163 congéneres —es decir, vive con una densidad de población similar a la que registra Hong Kong—; sin embargo, si consideramos solamente el territorio de Iztapalapa, la población relativa asciende a 16,220 habitantes por kilómetro cuadrado. Como casi todas sus vecinas y vecinos iztapalapenses (95.8%), ella ha vivido en la misma demarcación al menos desde 2015. Además, María Fernanda es chilanga de origen: 81.5% de la población en México radica en la entidad en la que nació, y en el caso de la CDMX, el 80% —el único estado de la República Mexicana en donde la mayoría de sus habitantes no nacieron en la misma entidad federativa es Quintana Roo (54.3%), en tanto que en el extremo opuesto se encuentra Chiapas, en donde el 95.2% de su población total es oriunda de la misma entidad—. 

 

Los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020 también señalan que la mexicana promedio se declara católica: 78% de los habitantes de este país así se consideran —la proporción de mujeres que dicen profesar dicha religión es ligeramente superior a la de los hombres: 78.68% y 77.15%, respectivamente—. Con todo y que entre las mujeres de su edad, de 25 a 29 años, el porcentaje se reduce a 76.8%, sigue siendo mayoritario. Si bien hay una disparidad patente entre las distintas regiones del país —en los estados en donde la proporción de población católica es menor apenas se supera el 50% (Chiapas, 54%; Quintana Roo, 56%, y Campeche, 61%), mientras que en ocho entidades federativas su participación relativa es superior al 85% (Querétaro, 86%; San Luis Potosí, 86%, Tlaxcala, 86%; Michoacán, 89%; Aguascalientes, 89%; Jalisco, 90%; Guanajuato, 91%, y Zacatecas 92%)—, en la CDMX el porcentaje de católicos es cercano al promedio nacional (76%).

 

¿Qué más podemos saber de la mexicana promedio? Hace apenas unos días la Secretaría de Salud divulgó los resultados de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2020 (ENSANUT 2020), la cual se levantó entre agosto y noviembre del año pasado en más de 10.2 mil hogares de todo el país. Atendiendo la información que arroja, podemos saber que en el hogar de María Fernanda —tal y como ocurre en el 59.1% de todos los hogares en México—, se enfrenta algún grado de inseguridad alimentaria. Por la misma encuesta también sabemos que la mexicana promedio desgraciadamente no hace ejercicio —sólo 32% de la población mayor de 10 años reportó realizar alguna actividad física o practicar un deporte—, aunque, claro, debería hacerlo, dado que sufre sobrepeso —76% de las mujeres adultas en este país presenta sobrepeso u obesidad—. María Fernanda no fuma tabaco y de vez en vez toma alguna copa —el consumo actual de tabaco y alcohol en adultos es de 16.8% y 54.3%, respectivamente—. Al parecer no le ha pegado el Sars-Cov2 y si ya lo hizo pasó el episodio asintomática. Aún no se ha vacunado, pero afortunadamente tiene decidido hacerlo cuando le corresponda —la aceptación de la vacuna contra la covid 19 es de 65.3% en adultos de 20 a 39 años—. Y cuando le toque el turno de registrarse en el sitio web correspondiente, podrá hacerlo desde su vivienda: aunque no tenga una computadora en casa —en Iztapalapa, 49% de las viviendas particulares cuenta con una—, realizará el trámite por medio de su teléfono celular —9 de cada 10 de las viviendas particulares habitadas cuentan con uno en la demarcación territorial— y sin gastar sus datos, puesto que cuenta con conexión a internet —en Iztapalapa la cobertura de dicho servicio es de 69%, y aunque el promedio nacional de la disponibilidad de este servicio es menor, también alcanza a superar el 50% con un par de puntos porcentuales—.


La mexicana promedio reside en una vivienda que cuenta con agua entubada, drenaje, energía eléctrica, tinaco y aljibe o cisterna. En su casa tiene refrigerador y lavadora de ropa.

 

María Fernanda se mueve en transporte público; en su casa nadie tiene automóvil o camioneta: a nivel nacional la disponibilidad por vivienda es de 46.5% y aunque en la CDMX es casi igual, 46.8%, en Iztapalapa alcanza apenas 39%; en cualquier caso, la mayoría de la gente en México no tiene coche propio.

martes, 22 de junio de 2021

Fenomenología del fifí

Gente que asume el trabajo como una afrenta cuando se tiene que realizar por necesidad, que reduce la ética capitalista a la ambición y sobre todo que sufre un exiguo aspiracionismo de libritos de autoayuda…




jueves, 17 de junio de 2021

Aspiracionismo y esnobismo


1. El aspiracionismo puede ser mortal. La siguiente anécdota no es mía, la relata Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-3025) en su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés:

En el otoño del 98, en pleno centro de Buenos Aires, un transeúnte distraído fue aplastado por un autobús. La víctima venía cruzando la calle, mientras hablaba por un teléfono celular. ¿Mientas hablaba? Mientras hacía como que hablaba: el teléfono era de juguete.

Hegel pensaba que la diferencia entre los seres humanos y el resto de los animales es que nosotros los sapiens podemos tener valores superiores a la vida misma; es decir, que somos capaces de morir por amor, por desamor, por la patria, por un dios, qué se yo…, por una aspiración… Pues sí, y hasta por puro aspiracionismo.

 

[Y antes de seguir adelante, más vale repetirlo: el aspiracionismo se da entre la clase media —la clase baja aspira legítimamente a sobrevivir y en el mejor de los casos a pasar a la clase media, mientras que la clase alta no tiene motivo para fingir lo que ya es—, así que, necesariamente, todo aspiracionista es clasemediero, aunque, claro, no todo clasemediero es aspiracionista (Aspiracionismo y clase media). Entonces explicitemos una perogrullada sociológica —dados los afanes de confundir a la gente que pululan hoy, más vale—: la crítica al aspiracionismo no es una crítica a la aspiración de la movilidad social, mucho menos una crítica al terror de la clase media a depauperarse.]

 

2. Sobre mi texto Asipiracionismo y clase media, comenta el Maestro de El Pueblito:

Si mal no recuerdo, GC, don Carlitos Marx habló del pequeño burgués. No sé más, pero sí es claro que su aspiración es ser, realmente, un burgués; es decir, ser alguien que explote al próximo para ser alguien en la vida: niveles de consumo distinguidos o fifís.

A lo que le respondo ipso facto:

Así mero escribió en el siglo XIX don Carlos. Ahora parte de esa pequeñita burguesía se desvive por disfrazar su pequeñez sustantiva con ínfulas de grandeza.

Y ahora agrego: ¿sí nos damos cuenta de la terrible premisa que subyace a la frasecita hecha “hay que esforzarse para ser alguien en la vida”?  Solamente quien se asume como nadie tendría que esforzarse por ser alguien…

 

3. El aspiracionismo es fetichista. Las aspiraciones pueden ser inconmensurables; el aspiracionismo, no. Por ejemplo, las aspiraciones no se miden en pulgadas de pantallas planas, los aspiracionismos a veces sí. Como el ansia consumista, quien lo padece está condenado a la insatisfacción. Sobre las ansias aspiracionistas, Galeano describe:

El sistema niega lo que ofrece, objetos mágicos que hacen realidad los sueños, lujos que la tele promete, las luces de neón anunciando el paraíso en las noches de la ciudad, esplendores de la riqueza virtual…

El sistema niega y mantiene la zanahoria, atada con la cuerda del crédito, frente a la testa de la mula. Para medir el alcance de las aspiraciones no sirven los límites de las tarjetas de crédito; para medir el aspiracionismo, sí.

 

4. Con tres brochazos, Eduardo Galeano retrata al aspiracionista:

… la apariencia como núcleo de la personalidad, el artificio como modo de vida, la utopía a cuarenta y ocho meses de plazo.

 


5. El aspiracionismo clasemediero es purapintista y sufre de copianditis. Explica Galeano:

Los préstamos, que permiten atiborrar con nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del purapintismo de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases altas.

Es decir, la pretensión de ser dando el gatazo, la pura pinta, copiando a las clases altas.

 

6. A lo largo de su libro autobiográfico Memory hold-the-door, el escritor y diplomático escocés John Buchan (1875-1940) se refiere en varios momentos a Ramsay Macdonald, el primer laborista electo como primer ministro en el Reino Unido. En uno de esos pasajes, en el que sale en defensa del político, Buchan frasea una espléndida definición de los motores del aspiracionismo:

Cuando sus días de lucha terminaron y se encontró en un lugar alto, no sabía muy bien qué hacer con su poder, porque el suyo era un reino de sueños, no de cosas y hombres. La acusación más tonta que se le hizo fue la de pecar de esnobismo. Le gustaban las personas cultivadas, de larga descendencia y las cosas bellas, y tuvo la honestidad de admitirlo. Pero la verdadera definición de un esnob es aquel que anhela lo que separa a los hombres, más que lo que los une… Ramsay Macdonald era el extremo opuesto… Las cosas que le eran más queridas eran las que felizmente se encuentran en la comunidad más amplia: viejos amigos, la gente de su parroquia natal, las canciones y cuentos de su juventud, las bellezas estacionales de la naturaleza.

Ahí tiene usted: el afán por distinguirse de los pares con cosas, separarse de los demás como uno… En efecto, el aspiracionismo es una de las características sustanciales del esnobismo. 

 

7. En su “Prólogo para franceses” (1937) a La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset nos recuerda el origen de la palabra snob o esnob: “en Inglaterra las listas de los vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y rango de las personas. Por eso, junto al nombre de los simples burgueses aparecía la abreviatura s. nob., es decir, sin nobleza.” El esnob “… es sólo un caparazón. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene apetitos, cree que tiene derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga—sine nobilitate—, snob”.

 

miércoles, 16 de junio de 2021

La mexicana promedio I

 

Amiga que te vas:

quizá no te vea más.

Ramón López Velarde, Si soltera agonizas.

 

 

Hoy día, entre los países más poblados del orbe, México se halla en el sitio número 10; sólo nos superan China, India, Estados Unidos, Indonesia, Pakistán, Brasil, Nigeria, Bangladesh y Rusia. Los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020 señalan que, a las cero horas del 15 de marzo del año pasado, la población total de México ascendía a 126 millones 14 mil 24 habitantes. Somos un montón de gente y al mismo tiempo menos del 2% de la población mundial.

 

Los datos censales muestran también que ya no nos cocemos al primer hervor: si nuestra edad mediana —edad que divide a una población en dos grupos numéricamente iguales, es decir, la edad en la cual la mitad de la población tiene una edad menor o igual, y la otra tiene una edad mayor o igual— en 2020 era de 22 años, ahora es ya de 29.  La edad mediana de México es aún ligeramente menor que la que promedia la población mundial, 30.9 años, y si bien somos mucho más jóvenes que países como Japón y Alemania —en ambos la edad mediana es de 47 años—, ahora nos encontramos muy lejos de la lozanía mayoritaria de los habitantes de naciones como Nigeria, Uganda y Angola —en donde la edad mediana es de 14.8, 15.7 y 15.9 años, respectivamente—. 

 

El Censo 2020 permite también comprobar que la población de nuestro país sigue siendo mayoritariamente femenina: 512 mujeres por cada 488 hombres, lo cual arroja un índice de masculinidad de 0.95. En países árabes como Catar, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait la relación se invierte; sus índices de masculinidad son de 2.84, 2.73 y 1.71, respectivamente. La media mundial para este indicador es de 1.01, prácticamente 1 a 1.

 

Así que, considerando la distribución por edad y sexo de los habitantes de nuestro país, bien podría afirmarse que el mexicano promedio no es un mexicano sino mexicana, una muchacha mayor de edad que este año celebra su 30 aniversario. 

 

Por supuesto, la mexicana promedio seguramente no existe en la realidad concreta. La mexicana promedio es solamente una abstracción que puede ayudar a entender un poco la complejidad de un colosal conglomerado sociodemográfico, integrado por una riquísima diversidad de gente de carne y hueso. Advertido lo anterior, pongámosle un nombre a la mexicana promedio… Me niego a usar el predecible Guadalupe que exigen la probabilidad y la idiosincrasia nacional —¿algo más indiscutiblemente ligado a la mexicaneidad, otra abstracción, que la Virgen Morena?—, así que, sin caer en la tentación de las excentricidades, bauticémosla como María Fernanda.

 

Si bien eso no lo reportan los resultados censales, la historia y el sentido común indican que la mexicana promedio es mestiza. Lo que el Censo sí permite afirmar es que María Fernanda no se considera a sí misma afromexicana negra o afrodescendiente —apenas el 2% de la población se declaró así— y que no habla una lengua indígena —a nivel nacional, apenas el 6% de la población de 3 años y más declaró hablar una—. Sabemos también que sabe leer y escribir —la tasa de alfabetización de nuestro país en personas de 25 años y más es de 94%— y que no sufre ninguna discapacidad, —en el grupo de edad que va de 18 a 29 años únicamente 1.9% de los habitantes del país dijo presentar alguna—.

 

Como ocho de cada diez habitantes de México, María Fernanda reside en una localidad urbana. ¿En dónde? En el conglomerado de localidades urbanas más grande del país, la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), una de las megaciudades más descomunales del mundo, en donde radican casi 22 millones de seres humanos, el 17% de todos los habitantes del país. Y vive al oriente de la Ciudad de México (CDMX), en el segundo municipio —demarcación territorial, en este caso— más poblado de la República y el primero de la ZMVM, Iztapalapa.

 

Y aquí tenemos un lío: una vez establecida en Iztapalapa, dejamos a María Fernanda muy lejos de un promedio nacional: mientras que la densidad de población para todo el país es apenas de 64 habitantes por kilómetro cuadrado (hab./km2), en la Ciudad de México es de 6,163 hab./km2 y en la demarcación territorial Iztapalapa de 16,220 hab./km2. El problema es que no tendría sentido echar mano de la densidad de población para determinar al habitante promedio de nuestro país. A nivel entidad federativa, los dos estados con la población relativa más cercana al promedio nacional son Yucatán y Chiapas, con 58.8 y 75.6 hab./km2, y resulta indiscutible que el perfil sociodemográfico de ambos se aleja mucho de los promedios nacionales —por ejemplo, Chiapas reporta la menor edad mediana de todo el país, 24 años, y en Yucatán el 24% de la población de 3 años y más habla alguna lengua indígena, maya mayoritariamente—. La extravagancia sería todavía más acentuada si radicáramos a la mexicana promedio en alguno de los municipios que presentan la misma densidad poblacional que el país, 64 hab./km2: por ejemplo, Navolato, Sinaloa, en donde sus poco más de 149 mil habitantes se reparten en 321 localidades dispersas en un territorio 1.5 veces más extenso que el de toda la CDMX —2,330 y 1,494 km2, respectivamente—, o San Julián, Jalisco, en donde sólo habitan poco menos de 17 mil personas, mucho más pequeño que Navolato, pero, con sus 262 km2, más grande que 14 de las 16 demarcaciones territoriales de la CDMX, incluida, por supuesto, Iztapalapa (113.2 km2). Dejemos, pues, a María Fernanda en Iztapalapa…

domingo, 13 de junio de 2021

Aspiracionismo y clase media

 

Diatribistas metódicos, intrigadores y amarranavajistas profesionales, odiadores de oficio y vividores del maleficio, opinócratas que parecen vivir nomás para arremeter en contra de todo lo que diga o no diga y haga o no haga López Obrador, las cuentas pejefóbicas de siempre, tumores y frenas, expertos multiusos, los progres neoprianistas que no se deciden a salir del clóset aunque ya votaron de (auto)castigo, la artisteada e intelectualidad abajofirmantista y conexa, políticos profesionales que cada vez encuentran en sus respectivitos partiditititos políticos la tablita mínima de salvación para no caer en la fea necesidad de trabajar, onegeneros caídos en la desgracia de estar fuera del presupuesto, nostálgicos del México que nunca fuimos y demás fauna agremiada en torno a la misión de hacerle la vida imposible al presidente electo democráticamente hace tres años, todos y todas, llevan un par de días ejecutando la nueva coreografía del nado sincronizado, tratando ahora de convencernos de que no entienden la abismal diferencia que existe entre ser un a persona con aspiraciones y ser un pobre aspiracionista. Uno quisiera quedarse en decirles que adelante, que viva la libre expresión de las ideas y las necedades, que muestren su parco entendimiento, pero el inconveniente es que engañan a muchas buenas personas que no necesariamente tienen por qué saber ni poquito de sociología, y además viven bombardeados de insidia y mentiras. Así que, aunque yo creo que la mayoría lo sabe o al menos lo intuye, procedo a expresar una obviedad : tener aspiraciones y sufrir de aspiracionismo no es lo mismo.

 

Un aspiracionista pretende ser lo que cree que es quien sueña ser, así que se desvive por aparentarlo, algo muy distinto es una persona con aspiraciones. Quien aspira a ser arquitecto, estudia; quien sueña con ser totalmente Palacio, trata incansablemente de dar el gatazo a punta de tarjetazos… El aspiracionista se compra un café en Starbucks y guarda el vaso.

 

Por ejemplo, durante una de las tragicómicas marchas organizadas por Frena, a mediados de 2019, una reportera se acercó a entrevistar a una de las manifestantes, una mujer de unos sesenta años:

 

— ¿Qué le diría al presidente?

 

— Que cumpla con lo que prometió, eh. Y que nos deje vivir en paz a los fifís, que somos los que damos trabajo.

 

— Otra pregunta. Usted…, este, ¿su empresa da trabajo…? ¿Su empresa ha sido…?

 

— Yo, yo trabajé para el gobierno, eh, y soy jubilada. Pero me da coraje que mucha gente está sin trabajo.

 

Ahí tiene usted, una aspiracionista. Y va otro caso ejemplar, transparente… En noviembre de 2018, también en respuesta a alguna declaración del presidente, el caricaturista Alarcón fue uno de los comentócratas que, literalmente, se puso la camiseta, una camiseta ajena: CALL ME FIFÍ…, decía la prenda, claro, en inglés, ¡faltaba más! ¿Por qué digo ajena? Porque él mismo tuiteó el 12 de junio pasado, y desde luego, en respuesta a AMLO, una vieja caricatura, que según informa realizó hace diez años: en ella se ve a un pobre entacuchado a punto de caer en un abismo, apenas sostenido del lado que dice “Pobres” con los pies, y del otro agarrado con los dedos al que dice “Ricos”. El texto es más explícito: “¿Quiénes somos la clase media? Somos gente de esfuerzo, de trabajo para tener y ofrecer a nuestras familias una mejor vida”. ¿En qué quedamos, fífí o clasemediero? Clasemediero que se pone una camiseta que dice que él es fifí.

 

Vale la pena traer a cuento otra curiosa manifestación del aspiracionismo mexicano contemporáneo: resulta que buena parte de los críticos asiduos al quehacer y decir del Peje lo son impulsados por el aspiracionista: si critico a AMLO me desmarco de y me oigo bien fifí…

 

El aspiracionismo, por lo demás, está estrechamente relacionado con el consumismo: una persona con aspiraciones quiere ser, hacer, tener…, un aspiracionista quiere tener para parecer ser lo que no es. Y si el aspiracionismo es un componente del clasismo —en este caso autoflagelante—, no alcanza para ideología…



Lógicamente, el aspiracionismo se da entre la clase media —la clase baja aspira legítimamente a sobrevivir y en el mejor de los casos a pasar a la clase media, mientras que la clase alta no tiene motivo para fingir lo que ya es—, así que, necesariamente, todo aspiracionista es clasemediero, aunque, claro, no todo clasemediero es aspiracionista.

 

Muy ingenuo que haya quienes insistan en afirmar que López Obrador está en contra de toda la clase media, con el afán de enemistar a todos los clasemedieros en contra de la 4T. En la medida en que lo lograran quedaría más evidenciado que la enorme mayoría de la población es clase baja. 

jueves, 10 de junio de 2021

Indios

Este miércoles, en un acto público, acompañado del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, el primer mandatario de la República de Argentina, Alberto Fernández, declaró: “Lo escribió Octavio Paz alguna vez, que los mexicanos salieron de los indios; los brasileiros, de la selva, y nosotros, los argentinos, de los barcos.” Cual rebote, en reacción casi física, sin reflexión mediante, algunos mexicanos se manifestaron ofendidos, muchos incluso enfurecidos. Nadie se encabritó porque el abogado porteño haya atribuido al poeta chilango algo que jamás escribió él, sino porque les pareció muy majadero que dijera que los mexicanos descendemos de los indios.

 

Así, por ejemplo, el señor Mario Tejeda Vázquez [@mariotvz ] tuiteó:

Nosotros colaborando con Argentina en las vacunas y el presidente Alberto Fernández hablando de está [sic] forma de los mexicanos. ¡Qué alguien me expliqué!

A lo que yo, comedidamente, respondí:

Yo, con todo gusto: lo que dice es una generalización, pero es totalmente cierta. ¿Te ofende? A mí en lo absoluto. Debería darte orgullo.

El señor Tejada, “Consultor Estratega en Negocios y Marketing Político”, tuvo la amabilidad de contestarme lo siguiente:

Los indios pertenecen a la República de la India, algo que en su vida académica no alcanzó aprender.

Más allá del curioso uso del verbo pertenecer para establecer una conexión de origen o nacionalidad, entiendo que el señor Tejeda aludía al gentilicio de la India. Al poco rato otras cuentas me replicaron más o menos lo mismo: que los indios eran de la India. Al aludido consultor le respondí:

1. Los españoles llamaron a la población originaria de América "indios" porque pensaron que habían llegado a la India; de ahí la polisemia de "indio".

2. Ahora dime, ¿si el presidente de Argentina hubiera dicho que descendemos de los indígenas, no te hubiera molestado?

Probablemente no fue muy considerado de mi parte usar la palabra polisemia. Como sea, en cuanto al primer punto ya no dijo nada. Claro, tampoco me contestó el segundo cuestionamiento, pero eso es harina de otro costal.

 

El caso es que aquella tarde me di cuenta que respecto al vocablo “indio, india” la confusión pulula.

 

En efecto, que los españoles llamaran indios a los pobladores que encontraron en América se debió al mismo despiste geográfico por el cual inicialmente se refirieron a este continente como las Indias. Por lo demás, no hubieran podido llamarlos americanos, puesto que no sería sino después que los europeos nombrarían así al Nuevo (para ellos) Continente. Pero no por su origen desacertado la palabra deja de tener el significado que se le asignó y con el que se ha venido usando por más de medio milenio, en ambos lados del Atlántico. La edición más reciente del diccionario del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española asigna ocho acepciones a la palabra. Ciertamente, la primera es el gentilicio al que aludía en su tuit el señor Tejeda —“natural de la India, país de Asia”—, y la segunda es el adjetivo correspondiente —“perteneciente o relativo a la India o a los indios”—, en tanto que en las dos siguientes se apuntan los significados con que empleó la palabra el presidente Fernández: “Dicho de una persona: De alguno de los pueblos o razas indígenas de América.” Y “Perteneciente o relativo a los indios de América”. En el diccionario de mexicanismos de El Colegio de México encontramos también las dos acepciones: “persona que desciende de los habitantes originarios de América o se relaciona con ellos: indio maya, indio apache, indio araucano, pueblo indio, lengua india”, y “persona que es originaria de la India o se relaciona con este país asiático”.

 

También es verdad que indio tiene una acepción despectiva e incluso peyorativa, pero basta oír el tono y recordar el contexto en el cual Fernández usó la palabra para darse cuenta de que en este caso no la usó con la intención de menospreciar o agredir a nadie. Sin duda el uso del vocablo indio hoy día está lejos de la corrección política, y por eso usamos más indígena. Por supuesto, es adecuada para para referirse a los pueblos originarios de América; con todo, en estricto sentido, es menos precisa, puesto que indígena significa “originario del país de que se trata”. Así que, sin temor a equivocarnos podemos afirmar que la enorme mayoría de la población de México es mestiza —eso al parecer no ofende a nadie—. Pues ocurre, prepárese usted para una perogrullada, que si somos mestizos se debe a que en parte descendemos de la población originaria, indígena, esto es, de los indios. Por ello, considero que si eres mexicano o mexicana y te ofendió que Alberto Fernández haya dicho que los mexicanos descendemos de los indios (indios=indígenas=población originaria de América), el problema es tuyo, no de el presidente argentino. Deberías aceptar la verdad de los hechos y sentir orgullo.




miércoles, 9 de junio de 2021

Cena para 32


All men are ordinary men; the extraordinary men are those who know it. 

G.K. Chesterton, The Uses of Diversity.

 

 

Fantasear no cuesta nada. Imagine usted que organizamos una cena de manteles largos. Digamos que queremos celebrar el fin de la pandemia —porque, obvio, como todo, algún día terminará—. Al gran guateque vamos a convidar a 32 comensales, uno por cada una de las entidades federativas que integran la República Mexicana. La idea no es convocar a un grupo de notables, a sendos personajes extraordinarios; no, todo lo contrario, la idea es convocar a gente promedio: al habitante promedio de cada entidad federativa. Y no vamos a recurrir a nuestros prejuicios para definir a los convidados, sino a la estadística, específicamente a los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020.

 

Comencemos por las invitaciones. ¿Sería adecuado enviarlas mediante correo electrónico? Únicamente a dos destinos: la Ciudad de México (CDMX) y Baja California (BC) —seguramente a destinatarios que los abrirían en Tijuana e Iztapalapa, los dos municipios, demarcación territorial en el segundo caso, más poblados de todo el país—, puesto que únicamente en dichas entidades federativas la mayoría de la población dispone de una computadora: 50.4% en BC y 59.9% en la CDMX. ¿Y qué tal una llamadita? Si es a un teléfono fijo nada más podríamos telefonear a la CDMX, Nuevo León (NL) y BC, en donde se tiene una disponibilidad de este servicio de 69%, 55.7% y 50.5%, respectivamente —en 17 estados, en el otro extremo, menos de una tercera parte de los hogares cuenta con línea telefónica—. Así que bien podemos quitarnos de líos y enviar a todos un mensaje vía WhatsApp, porque, en efecto, la mayoría de la gente en México tiene un teléfono celular: en los estados en donde menos proporción de su población cuenta con uno —Chiapas, Oaxaca y Guerrero—, siete de cada diez disponen de uno de esos aparatos. Podemos además tener la seguridad de que quienes reciban nuestro mensaje podrán leerlo: a nivel nacional, la tasa de alfabetización en personas de 25 años y más es de 94%, y en ningún estado de la República es menor a 82%.

 

Por supuesto, será una cena de muchachas: 29 féminas y solamente tres varones: los contertulios procedentes de Baja California Sur (BCS), BC y Quintana Roo (QR), únicas entidades del país en donde poquito más de la mitad de sus habitantes son hombres —50.8%, 50.4% y 50.4%, respectivamente—. Y por supuesto, será una reunión rebosante de mocedad: más la mitad de nuestras agasajadas y agasajados serán menores de 30 años —17 mujeres y dos varones—, mientras que la edad de los 13 restantes será de 30 ó más años —un hombre y una docena de damas—. Entre tanta juventud habrá sus diferencias: la persona más joven del convite será la chiapaneca, de apenas 24 años, y las dos más maduritas serán la veracruzana y la chilanga, de 31 y 35 años, respectivamente. Así que será una celebración de pura gente mayor de edad, todas y todos en edad productiva y reproductiva.

 

Si la contundente mayoría de nuestros invitados son mujeres, 91%, y en promedio tienen 29 años de edad, ¿cuál supone usted que sea la situación conyugal predominante en el grupo? Resulta que la gran mayoría tienen algún tipo de relación marital: de las 32 personas invitadas, solamente cuatro viven en soltería, en tanto que 28 o son casadas o mantienen un vínculo de unión libre. Los solteros son la joven chiapaneca, nuestras convidadas de Jalisco y Querétaro, y el amigo proveniente de BCS…, quien probablemente viva en La Paz. Entre las 17 casadas, todas mujeres, se halla nuestras amigas de Yucatán —en donde 51% de las mujeres de 30 a 34 años viven en matrimonio—, NL —allá 49% de las mujeres de 30 a 34 años son casadas— y Sinaloa —estado en el cual 45% de las jóvenes del mismo grupo de edad disfruta o sufre o disfruta y sufre las vicisitudes de la vida conyugal—. Las once personas restantes viven en unión libre: los comensales masculinos de BC y de QR, así como las femeninas de Puebla y Nayarit —entidades en donde 41% de las mujeres de 25 a 29 años viven en dicha situación conyugal—, Chihuahua, Durango, Tabasco, San Luis Potosí (SLP), Tlaxcala, Morelos e Hidalgo.

 

Descontando, claro a los tres hombres, 14 de las 29 mujeres no tienen prole, mientras que las otras 15 ha procreado cada una dos hijos —las invidadas de Colima, Guerrero, Guanajuato, Hidalgo, México, Morelos, NL, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán, Zacatecas y CDMX—.

 

Toda la gente que acudirá a nuestra cena al menos estudió hasta el nivel de escolaridad básica, y de las y los 32 convocados, 27, esto es, ocho de cada diez, hasta dicho grado escolar llegaron. Las cinco invitadas restantes, todas mujeres, en cambio, alcanzan un nivel de escolaridad superior; se trata de las mujeres originarios de la CDMX, Nayarit, Querétaro, Sinaloa y Sonora.

 

Lamentablemente, en nuestra cena, nadie hablará una lengua indígena: en Oaxaca, Chiapas y Yucatán, las entidades que reportan una mayor participación de hablantes de alguna lengua originaria, dicho grupo representa en todos los casos menos de un tercio de la población de 3 años y más: 32%, 28% y 24%, respectivamente—.

 

Finalmente, me parece que no conviene no detallar acerca de las características económicas de la gente promedio que invitaremos a cenar, al menos no con los resultados del Censo, que como bien recordará el lector, terminó de levantarse ya en plena pandemia. Por cierto, me imagino que esa noche ya nadie va a tener que traer puesto el cubrebocas.

miércoles, 2 de junio de 2021

Equívocos promedios

  

Hace casi dos años escribí El equívoco promedio municipal (Nexos, septiembre 2019), un texto en el cual argüía una tesis monda y lironda; a saber: partiendo de que el fundamento de la realidad municipal es su dimensión espacial, y considerando que de todos los municipios en México —demarcaciones territoriales en el caso de la Ciudad de México— casi 8 de cada 10 tienen una extensión territorial igual o menor al promedio, y que el 94% no sobrepasa el promedio más una desviación estándar, cualquier promedio municipal, el que usted me diga, expresa necesariamente una falacia.

 

No quiero decir que cuando alguien calcula y presenta un promedio municipal tenga la intención de engañar o de mentir; empleo falacia en su segunda acepción: “hábito de emplear falsedades”, y una costumbre o rutina, como bien se sabe, termina por hacerse de manera inconsciente. Es con este significado con el que uso el vocablo cuando afirmo que todo promedio municipal expresa necesariamente una falacia. Y es que, a la hora de traer a cuento estadísticas y comparativos municipales, casi siempre se descuida o de plano se olvida la dimensión espacial de tal nivel de desagregación… ¡geográfica!

 

Sostengo que si se intenta comprender un fenómeno social, político o económico realizando comparaciones municipales resulta muy difícil escapar de las telarañas de una distorsión cognitiva. De hecho, ni siquiera es necesario involucrar promedios para que el uso de la perspectiva municipal distorsione la comprensión de las cosas… Por ejemplo, el miércoles 26 de mayo Milenio publicó una nota en la cual informaba que en Oaxaca un municipio no ha permitido la aplicación de la vacuna anticovid. Todavía a las ocho de la noche del jueves la nota permanecía en el homepage del citado periódico de circulación nacional. ¿Cuántos de los lectores que a vuelo de pájaro pasaron la mirada por tal encabezado tendrán noticia y habrán tenido en mente que el país se integra por 2,470 municipios, y que solamente en Oaxaca son 570? De entre quienes miraron la nota, ¿cuántos habrán considerado que toda la gente que reside en el estado de Oaxaca —4.1 millones de personas— representa apenas el 3.3% de la población total del país? Y quizá sea muy ingenuo suponer que el lector promedio de Milenio sepa que en promedio cada uno de los municipios oaxaqueños tiene una población de 7,249 habitantes, y ya no digamos que sería muchísimo menos probable, me parece, que alguno que otro lector tenga conocimiento y recuerde que en el 10% de los municipios más poblados de Oaxaca, 57 de 570, radica el 56% de toda la población del estado, de tal manera que el municipio en cuestión seguramente es uno de los 513 restantes, cuya población promedio es de 3,509 personas, esto es, el 0.003 de la población total del país. Esa es más o menos la dimensión de la nota nacional —y seguramente mucho menos, considerando que 111 municipios de Oaxaca tienen poblaciones de menos de mil habitantes—.

 

El mismo fenómeno sucede, aunque en menor medida, tratándose de entidades federativas. Me figuro que en menor medida porque a ese nivel es mucho más fácil que uno pueda tener en mente, más o menos, la configuración política administrativa de nuestro país. Según los resultados censales más recientes, sólo 4.9% de la población de 15 años y más de este país declaró no tener escolaridad alguna, mientras que poco más del 45% dijo tener un nivel de educación media superior o más avanzada, así que creo que no es difícil que la gran mayoría de nosotros pueda recordar la menudencia territorial de Tlaxcala, Morelos y Aguascalientes, frente a las enormidades de Chihuahua, Sonora y Coahuila, por ejemplo, o que una buena cantidad de congéneres, sin necesidad de ver un mapa, pueda ubicar a Veracruz arrimado a la costa del Golfo de México, y a Guerrero y Jalisco a la del Pacífico. Pienso también, y espero no ser demasiado optimista, que es más o menos de dominio público que las entidades federativas más pobladas de la República son el Estado de México y la Ciudad de México…, aunque hay mucha distancia de ahí a que se tenga claridad de qué tanto lo son: dicho en corto, 1 de cada 5 habitantes del país reside en alguna de esas dos entidades federativas. Y si además involucramos la perspectiva territorial, entonces sí creo que muy muy pocos alcanzan a dimensionar el asunto: resulta que 1 de cada 5 habitantes del país habita en la superficie que en conjunto abarcan el Estado de México y la Ciudad de México, esto es, en apenas el 1.2% del territorio nacional.

 

En el extremo opuesto puede ocurrir algo similar: probablemente una que otra persona relacione el tamaño de los estados con sus respectivos montos poblacionales, de tal suerte que, —excluyendo a la Ciudad de México con sus poco menos de 1,500 km2—, ubique a Colima, Tlaxcala y Aguascalientes entre los menos poblados del país… No andará errado: Colima es la entidad menos poblada de México, y su superficie territorial (5,626.9 km2) apenas supera a las de la Ciudad de México, Tlaxcala, Morelos y Aguascalientes. Sin embargo, descontando a sus propios habitantes, no me parece probable que mucha gente ubique a Baja California Sur como la segunda entidad menos habitada de México: a lo largo y ancho de sus casi 74 mil km2 solamente viven poco más de 798 mil personas, situación que se traduce en una densidad de población de 10.8 habitantes por km2. Y de nuevo, ¿cómo vislumbrar la poderosa abstracción del dato? Qué tal imaginando que si en el territorio de la Ciudad de México se viviera con la densidad de población que reporta Baja California Sur, entonces la capital del país no estaría habitada por 9.2 millones de seres humanos, sino por 16,138, y en contraparte, si el estado Baja California Sur reportara una densidad de población como la que hoy tiene la Ciudad de México (6,163 hab./km2) entonces estaría habitado por 455.5 millones de personas, nada menos que 3.6 veces la gente que hoy vivimos en toda la República Mexicana.