Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Cultura y locura

  

Para Juan Collignon Hoff

  

 

¿Quién mejorará mi suerte?

¡La muerte!

Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?

¡Mudanza!

Y sus males, ¿quién los cura?

¡Locura!

 

Dese modo no es cordura

querer curar la pasión,

cuando los remedios son

muerte, mudanza y locura.

 

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.

 

 

Locura potenciada

El Playboy de diciembre de 1974 fue un manjar. La edición incluía una sesión de fotografías eróticas surrealistas dirigidas por Salvador Dalí, sendas entrevistas con Robert Redford y Gene Wilder —estaba por estrenarse el hoy clásico Young Frankestein, de Mel Brooks—, un texto de Arthur C. Clark; un destacamento de esculturales modelos encueradas —Janice Raymond, una británica, fue la playmate del mes—, un cuentazo de Isaac Bashevis Singer…, and much, much more!

 


Bashevis Singer, un icono de la tradición cultural judía, había nacido en 1903 en Polonia, entonces parte del Imperio ruso, y habría de morir a los 87 años en Miami. Le tocaron pues sufrir varios pogromos, dos guerras mundiales, el holocausto, la guerra fría… En 1978, cuatro años después de la publicación en Playboy de A tale of two sisters, sería galardonado con el Nobel de Literatura.

 

Leon Bardeles, el estrambótico protagonista de Una historia de dos hermanas, narra los años que vivió en tormentosa poligamia con Dora y Ytta, y comparte sus reflexiones sobre el comportamiento de la gente, entre otras, esta: “Mi teoría es que la especie humana ya estaba loca desde los orígenes y que la civilización y la cultura sólo reforzaron esa locura”. 

 

 

Locura y malestar

En En el malestar de la cultura (1930), Sigmund Freud (1856-1939) había presentado ya un planteamiento semejante a la teoría de Leon Bardeles. Él también está de acuerdo en que la mayoría de los sapiens andamos por la vida medio deschavetados, aunque aduce que afortunadamente no todos tenemos crisis simultáneas. Según el médico austriaco, la civilización y la cultura no son más que “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de nuestros antecesores animales, y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”. Para lograr el segundo propósito, la cultura necesariamente impone límites a la gente, particularmente reprime las pulsiones sexuales y de hostilidad. La cultura reposa sobre la renunica a las satisfacciones instituales y por ello produce necesariamente frutración, malestar y a final de cuentas neurosis —locura, decimos los legos—.

 


 

Locura domesticada

Por mi parte, acerca del origen de la locura que tan escandalosamente cunde entre hombres y mujeres no suscribo ni la teoría freudiana ni la que esgrime el lascivo protagonista del cuento de Isaac Bashevis Singer —por lo demás, cercanísimas entre sí—. Más bien me inclino a pensar que es el sociólogo —más polímata— norteamericano Lewis Mumford (1898-1990) quien está en lo correcto. 

 

Mumford sostiene que los sapiens somos en principio creaturas exploradoras de sí mismas. “El rasgo más humano dominante, fundamento de todos los demás, es la capacidad de autoidentificación y, en definitiva, de autoconocimiento”. Somos bichos autoreflexivos, indagadores de nosotros mismos: ¿yo soy este?, ¿quién soy, cómo soy? Afirma tambien que el proósito ulterior de todas nuestras creaciones en última instancia es la transformación de la gente: “Todas las manifestaciones de la cultura humana… tienen la finalidad última de remodelar el organismo y la expresión de la personalidad del hombre”. En su extraordinario libro El mito de la máquina. Técnica y evolución humana, Lewis Mumford se animó a andar un camino poco andado: “examinar la amplia veta de irracionalidad que recorre toda la historia humana, en oposición a su herencia animal, sensata y funcionalmente racional. En comparación con otros antropoides, cabría aludir sin ironía a la superior irracionalidad del hombre”. Innegable: estámos mucho más locos… o ¿qué tantas muestras conoce usted de locura animal? Más incluso: ¿de locura colectiva como la que a nosotros tan bien sabemos montar? Como el protagonista del cuento de Isaac Bashevis Singer, Mumford piensa que la irracionalidad no es una creación cultural, sino un ingrediente intríseco de la naturaleza de los seres humanos: “sin duda la evolución humana pone de manifiesto una predisposición crónica al error, a la maldad, a las fantasías desorbitadas, las alucinaciones, ‘el pecado original’, y hasta la mala conducta socialmente organizada y santificada, como se consta en la práctica de sacrificios humanos y las torturas legalizadas”. Según Mumford, le debemos mucho a la locura: “Al escapar a las determinaciones orgánicas, el hombre renunció a la innata humildad y estabilidad mental de especies menos aventureras. Y no obstante, algunos descubrimientos más erráticos abrieron valiosos ámbitos que la evolución puramente orgánica jamás había explorado a lo largo de miles de millones de años”. O dicho en corto: se necesitó una fuerte dosis de inestabilidad mental, por decirlo suave, para querer volar, por ejemplo. “La propensión del hombre a mezclar fantasías y proyecciones, deseos y designios, abstracciones e ideologías, con los lugares comunes de la experiencia cotidiana, se convirtieron en una fuente importante de enorme creatividad. No existe ninguna línea divisoria nítida entre lo irracional y lo suprarracional, y la administración de estos dones ambivalentes siempre ha sido uno de los principales problemas de la humanidad”. El pensador neoyorquino va más allá, y otorga un papel decisivo a la locura en la revolución neolítica: “Los factores irracionales… se hicieron patentes en el momento en que los elementos formativos de las culturas paleolíticas y neolítcas se unieron en la gran implosión cultural que tuvo lugar en el cuarto milenio a. C., que suele denominarse ‘el nacimiento de la civilización’”.

 

 

Colofón

El doctor Freud, Isaac Bashevis Singer y Lewis Mumford estarán de acuerdo: para ser humanos hay que estar locos.

miércoles, 18 de mayo de 2022

Mexicanos holocenos

  

Cenozoicos

Parece que fue ayer: en la era geológica en curso, el Cenozoico, específicamente en su tercer período, el Cuaternario, nos apersonamos en el planeta. La especie de la que usted y yo formamos parte brotó de los azarosos avatares evolutivos en la época inicial del Cuaternario, el Pleistoceno. Para mayor precisión, los sapiens surgieron en algún momento del Pleistoceno Medio, edad geológica cuyos límites temporales se sitúan entre 0.774 y 0.129 millones de años. Nuestro debut biológico ocurrió en África oriental hace unos 0.200 millones de años.

 

Peregrinos

Durante unos 0.130 millones de años, los sapiens no se consiguieron mayor hazaña que esquivar la extinción. Corría aún el Pleistoceno Medio y entonces, hace 70 mil años, algunas tropillas de estos débiles homínidos comenzaron a caminar hacia el norte. Tuvieron que pasar unos 30 mil años para que comenzaran a poblar Euroasia.

 

Inmigrantes

Todos los americanos somos descendientes de inmigrantes. Procedentes de Asia, nuestros ancestros llegaron a pie durante el Pleistoceno Superior. Dicho así ya se lee distante, pero aquilate: el Pleistoceno —que, por cierto, etimológicamente significa ‘lo más nuevo’— se divide en cuatro edades, y la última, la Superior, también llamada Tarantiense o Tarantiana, es la más próxima a nosotros: inició hace 129 mil años y concluyó hace apenas 11,784 años. Los sapiens comenzaron a plagar este continente hace unos 22 mil años —si a usted le enseñaron que fue apenas hace 14 mil años, cheque este estudio publicado en Science en septiembre del año pasado—.

 

Adanes y Evas

No sé a usted, pero a mí en la escuela me dijeron que en Tepexpan —municipio mexiquense de Acolman—, en 1947, habían sido descubiertos los huesos de un señor; que ese señor había muerto hacía unos diez mil años y que en vida se había dedicado a cazar mamuts. Durante décadas se tuvo como verdad histórica que el esqueleto de aquel amigo era el vestigio humano más antiguo hallado en el territorio que hoy ocupa nuestro país. Sin embargo, un buen día Santiago Genovés probó que el Hombre de Tepexpan no era hombre sino mujer; peor, un grupo de científicos ingleses demostraron que su antigüedad máxima es de sólo 7.6 mil años. Entonces, la Mujer del Peñón, localizada en 1959, con una antigüedad de 12,700 años, ocupó el lugar de la osamenta humana más antigua de México. El puesto de primera mexicana le duraría poco. A principios del siglo XXI, en una cueva inundada cerca de Tulum, Quintana Roo, se encontraron los restos óseos de un montón de animales —algunos del Pleistoceno, como un tigre dientes de sable y un tapir gigante— y de una sapiens. Se pudo determinar que aquella congénere murió hace casi 13 mil años. Fue nombrada Naia, y alcanzó una efímera fama como el fósil humano más antiguo del continente. En menos de un decenio fue desplazada por otra mujer, también hallada en una cueva subacuática en la península yucateca: la Eva de Naharon, quien vivió hace 13,600 años.

 

Líticos

Al finalizar el Pleistoceno, hace unos 12 mil años, los sapiens seguían siendo cazadores-recolectores. Con todo, ya era la única especie humana sobreviviente; las demás se habían extinguido. Al iniciar la época geológica en la que hoy vivimos, el Holoceno, vivíamos en la edad media de la piedra, el Mesolítico. 

 

Don Goyo

La Mujer del Peñón testimonia la presencia humana en la cuenca de México desde el Pleistoceno; su entorno posibilitaba la supervivencia de los homínidos, en buena medida gracias a la caza de megafauna. Pero don Goyo abrió un pequeño paréntesis: a lo largo de todo el séptimo milenio antes de la era cristiana, el Popocatépetl se puso bravo. Una capa de lava y ceniza volcánica lo documentan. Si hubo comunidades que decidieron permanecer en la cuenca, no queda huella de ello.

 

Precursores

Vuelto de nuevo el volcán a tiempos mansos, aquí, y también en otros puntos de Mesoamérica, se abrió un período de acelerado de cambios e innovaciones. Entre el 6800 y el 2500 a. C. comienzan a aparecer campamentos estacionales, se mejoraron las herramientas líticas, se desarrolla la cestería y comienza la domesticación de plantas que en adelante conformarían la base del mundo indígena: maíz, frijol, calabaza, chile, guaje, aguacate, amaranto, algodón… Aquí y en la región olmeca surge el sistema de chinampas y los hombres y mujeres, aliados con el agua, comienzan a construir civilización.

 

Indígenas

A partir de la diseminación de prácticas agrícolas y aldeas plenamente sedentarias comienza el mundo indígena mesoamericano. La arqueología marca su inicio —un período que denomina Preclásico temprano— hace cuatro mil quinientos años. “Cuicuilco, La Venta, Cacaxtla, El Tajín, Teotihuacan, Xochicalco, Mitla, Monte Albán, Tula… estos son los nombres baptismales de los antiguos mexicanos”, resume Carlos Fuentes en el primer episodio del documental El Alma de México. Cuatro mil años después, hace apenas medio milenio, ese mundo daría paso a otro.

 

Mestizos

Todo esto —y más— que en 2022 llamamos México fue durante exactamente tres siglos (1521-1821) espacio de acelerado mestizaje y explotación colonial: el Virreinato de la Nueva España.

 

Mexicanos

México, como Estado-Nación moderno, tiene sólo dos siglos de existencia. Nació como un Imperio, pero en un suspiro tomó la forma republicana que hasta ahora mantiene. Nosotros, como buena parte de los casi ocho mil millones de sapiens que habitamos el orbe, somos cada vez más mestizos. Todos seguimos siendo holocenos.

jueves, 12 de mayo de 2022

Política: hacer historia

 

El año pasado el gobierno federal organizó tres conmemoraciones magnas, cuyos motivos enunció de la siguiente manera: 200 años de la Consumación de la Independencia, 500 años de Resistencia Indígena y 700 años de la Fundación de México-Tenochtitlan. Como todo lo que hace o no hace el presidente López Obrador, las celebraciones endiablaron a la oposición. Como recordarán, las críticas se enfocaron sobre todo a una de ellas.

 

Ciertamente, el 27 de septiembre de 1821 el Ejército Trigarante entró triunfante en la Ciudad de México. Las tres garantías aludidas eran religión católica, independencia nacional y la unión de las fuerzas realistas comandadas por Agustín de Iturbide y las insurgentes encabezadas por Vicente Guerrero. El día más feliz de la historia nacional, como lo llamó Lucas Alamán, coincidía con el cumpleaños 38 de Iturbide. Al siguiente día sería firmada el Acta de Independencia del Imperio mexicano. De aquello han pasado dos siglos.

 

Ciertamente, justo trescientos años antes de la consumación de la Independencia, el extremeño Hernán Cortés y sus aliados locales, tlaxcaltecas y totonacas mayoritariamente, consiguieron derrotar completa y definitivamente a la organización sociopolítica más poderosa que hasta entonces se había desarrollado en Mesoamérica, y así terminar su mundo: “El prendimiento de Cuauhtémoc, último señor de México-Tenochtitlan, y el fin del imperio de los culhuas o tenochcas o mexicas o aztecas ocurrió la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito…” (José Luis Martínez, Hernán Cortés. FCE, 1990). El último Huey Tlatoani de México-Tenochtitlán fue atrapado en el agua, cunado la canoa en la que trataba de escapar con su familia fue alcanzada por el bergantín piloteado por un español de apellidos García Holguin. De aquello han pasado cinco siglos.

 

Cuauhtémoc, David Alfaro Siqueiros.

En cuanto a la fundación de México-Tenochtitlan, ¿realmente ocurrió hace 700 años, es decir, en 1321? En plena pandemia, el 13 de mayo de 2021 el presidente López Obrador encabezó una ceremonia en el Museo del Templo Mayor en la que se conmemoraron siete siglos de historia de México-Tenochtitlan. Eduardo Matos Moctezuma (Ciudad de México, 1940), a quien desde hace ya varios años se considera la máxima autoridad en la materia, no estuvo presente en el evento. Fue convocado, pero declinó la invitación. Para entonces, el arqueólogo mexicano llevaba ya meses declarando a cualquier medio que quisiera escucharlo que México-Tenochtitlan no se había fundado en 1321, sino en 1325, y que la celebración impulsada por el gobierno federal, por lo tanto, era “una manera de manipular la historia”. El arqueólogo Leonardo Náuhmitl López Luján (Ciudad de México, 1964), discípulo más destacado de Matos Moctezuma y desde hace treinta años director del Proyecto Templo Mayor del Instituto Nacional de Antropología e Historia, tampoco estuvo de acuerdo: “Los arqueólogos somos científicos, no sastres que hagamos fechas a medida”. Según El país, el prestigiado historiador Alfredo López Austin —padre de López Luján, por cierto— alcanzó a pronunciarse: “Yo prefiero la historia científica” —digo que alcanzó a manifestar su opinión porque fallecería unos meses más tarde, en octubre de 2021—. Bueno, ¿y qué dicen las fuentes?



La fundación de México-Tenochtitlan pudo haber ocurrido en 1327 (Góngora) o nueve años antes (Anales de Cuauhtitlán) o entre 1314 y 1332 (Códice Vaticano) o en 1325 (Anales de Tlatelolco)… Cuestionada al respecto, la historiadora norteamericana Elizabeth H. Boone (1948) —condecorada en 1990 con la Orden Mexicana del Águila Azteca por sus investigaciones acerca del pasado precolombino de Mesoamérica—, dijo: “Las fuentes que hablan de una fundación, hablan del año de la ‘2 casa’, que podría ser 1325”. La misma académica de la Universidad de Tulane, sin embargo, advierte que todas las fuentes documentales que tenemos alusivas al posible evento fueron escritas dos siglos después, en el siglo XVI, esto es, después de la caída de México-Tenochtitlan: “No tenemos ninguna fuente preconquista”. Además, ‘2 casa’ también podría significar el final de una época, y no una fecha precisa. Así que con toda certeza no sabemos si la capital mexica se fundó en 1321 o en 1325… o en otro año. ¿Entonces?


Resulta una ironía que el planteamiento que permite solucionar el misterio lo brinda el mismo Eduardo Matos Moctezuma: “El 13 de abril de 1325, año que varias crónicas señalan como el de la fundación de la ciudad de Tenochtitlan, ocurrió un eclipse total de Sol. El fenómeno comenzó a las 10:54 de la mañana y tuvo una duración de cuatro minutos y seis segundos… Un fenómeno de esta naturaleza debió de tener un impacto enorme en una sociedad que… estaba pendiente de los movimientos celestes… No sería de extrañar… que este acontecimiento diera pie para que el año 1325 aparezca como la fundación de la ciudad haciendo los ajustes necesarios para que así quedara asentado en los códices y relatos, pues hay indicios de que la ciudad se estableció algunos años antes” (Eduardo Matos Moctezuma, Tenochtitlan. Colmex/FCE. México, 2006). Así pues, la fundación de la principal ciudad mexica, si realmente ocurrió como un hecho histórico y no sólo mítico, perfectamente pudo suceder en torno a 1321. Y de aquello han pasado siete siglos.

 

El historiador Enrique Semo (Sofía, Bulgaria; 1930) sí participó en la ceremonia del 13 de mayo pasado. Su intervención fue reveladora, profunda, atinada, en ocasiones poética… Lo que dijo, y más, puede leerse en 500 años de la batalla por México-Tenochtitlan, publicado también en 2021 por la UNAM. El libro inicia con la siguiente nota: “Este año de 2021 se conmemoran setecientos años de la fundación de México-Tenochtitlan, quinientos de su valerosa defensa contra los conquistadores y doscientos de la consumación de la Independencia.” Y se acabó el problema. Establecer 1321 como año de fundación de Tenochtitlan tiene tanta precisión histórica como escoger 1325. Quien acuse que la decisión tiene propósitos políticos estará diciendo una obviedad. ¿La idea de que la política es hacer historia no les suena conocida?

miércoles, 4 de mayo de 2022

Renacimiento de emergencia

  

 

¡Árboles!

¿Conocerán vuestras raíces toscas

mi corazón en tierra?

Federico García Lorca, Árboles.

 

 

1

Este viernes la ONU advirtió que más del 40% de la superficie emergida del planeta está degradada por culpa nuestra. Esta situación perjudica a la biósfera, incluida nuestra especie; de hecho, amenaza directamente a la mitad de la humanidad, casi cuatro mil millones de personas, y pone en riesgo aproximadamente la mitad del PIB mundial (44 billones de dólares). 

 

 

2

Hace unos días, Max Roser, director fundador de Our World in Data, publicó un interesante estudio: Humans destroyed forests for thousands of years – we can become the first generation that achieves a world in which forests expandSubrayo: al final de la última gran edad de hielo —que inició hace 110 mil años y terminó hace cerca de diez mil años—, 57% de la tierra habitable del mundo estaba cubierta de bosques. Desde entonces, una sola especie animal, nosotros, los sapiens, se ha encargado de quemar y talar bosques. Resultado: la superficie forestal se redujo de seis a cuatro millardos de hectáreas.

 

¿Por qué nuestros antepasados destruyeron una tercera parte de los antiguos bosques? ¿Para qué? Las razones por las que los humanos hemos destruido los bosques y continuamos haciéndolo son básicamente dos: madera y tierra.

 

La madera la necesitamos con muchos propósitos: como materia prima para construir armas o casas o barcos, para convertirla en papel y, lo que es más importante, como fuente de energía. La quema de madera sigue siendo una fuente importante de energía donde hay árboles, y no hay fuentes de energía modernas. Todavía hoy, alrededor de la mitad de la madera extraída a nivel mundial se usa como combustible, principalmente para cocinar y calentarse en hogares pobres que carecen de otras opciones.

 

Sin embargo, con mucho, el motor más importante de la destrucción de los bosques es la agricultura y la ganadería. Los sapiens talamos bosques principalmente para hacer espacio para los campos de cultivo y de pastizales para criar ganado. También talamos bosques y selvas para hacer espacio para asentamientos humanos o actividades mineras, pero estos son menores en comparación con la agricultura. Obviamente —aunque hoy en México un montón de gente no quiere entenderlo— la construcción de caminos, carreteras y vías férreas ha impactado marginalmente.

 

 

3

Contundente, el reporte de la Convención de Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés) alerta que, si no cambiamos ya el sistema económico —para decirlo emplea un eufemismo: If business as usual continued…—, la demanda de alimentos, piensos, fibras y bioenergía seguirá en aumento, y las prácticas de manejo de la tierra y el cambio climático continuarán provocando la erosión generalizada del suelo, lo cual traerá consigo disminución de la fertilidad y los rendimientos, y una mayor pérdida de áreas naturales debido a la consecuente necesidad de extender las áreas agropecuarias. En suma, mantendremos las tendencias actuales de degradación de la tierra y de los recursos naturales. Sobre esa base, para el 2050, es decir, en menos de treinta años…

 

  • 16 millones de kilómetros cuadrados adicionales presentarán una continua degradación de la tierra (un área del tamaño de América del Sur).
  • Se observará una disminución persistente y a largo plazo de la productividad vegetativa de entre el 12 y el 14% en las tierras agrícolas, de pastoreo y en las áreas naturales.
  • Debido al cambio de uso suelo y a la degradación de la tierra, entre 2015 y 2050 se habrán emitido 69 gigatoneladas de carbono adicionales. Este monto representa el 17% de las emisiones anuales actuales de gases de efecto invernadero.

 

 

4

No es fácil ser optimista. Hoy día ya hemos rebasado cuatro de los límites planetarios utilizados para definir un “espacio operativo seguro para la humanidad”: cambio climático, pérdida de biodiversidad, cambio de uso de suelo y ciclos geoquímicos, todos ellos directamente vinculados con la desertificación inducida por el hombre, la degradación de la tierra y la sequía. Un par de indicadores evidencia la clave del peroblemón en el que nos metimos:

 

  • Los agronegocios que controlan más del 70% de las tierras agrícolas del mundo representan el 1% del total.
  • Las parcelas de menos de dos hectáreas, 80% del total, controlan apenas el 12% del total de tierras agrícolas.

La concentración de la riqueza. El lucro por encima de cualquier otra consideración.

 

He comentado aquí el magnífico libro The End of the Megamachine, en el cual su autor, Fabian Scheidler, además del componente ideológico de la Megamaquinaria, revisa sus sostenes político y económico, esto es, los estados nacionales, y el capitalismo, el catastrófico sistema de producción que, afianzado en la obsesión suicida del crecimiento sostenido y la religión del consumismo, ha devastado el orbe —“tiene más sentido nombrar esta nueva era Capitaloceno en lugar de Antropoceno…”—. La tesis de The End of the Megamachine es que este modelo civilizatorio ya dio de sí. 

 

Durante los últimos quinientos años, además de acelerar la devastación del medio ambiente, los sapiens hemos desarrollado el conocimiento y las tecnologías que nos permitirían detener nuestra suicida estampida al abismo, y además intervenir en favor de un renacimiento, ya no cultural, sino natural. Considerando la dimensión y trascendencia del reto, las dificultades logísticas y costos para echar a andar programas como Sembrando vida a nivel global resultarían irrisorios. Aquí ya empezamos —casi medio millón de sembradores, con la meta de sembrar 1,100 millones de plantas en un millón 127 mil hectáreas—. No sólo, el presidente convenció al gobierno norteamericano de que invertiera para hacer lo mismo en Centroamérica. El optimismo, desde aquí, ahora, cabe. 

The world’s ending/beginning

 


This present moment used to be the unimaginable future.

Stewart Brand

Threshold

There is no lack of doomsday attempts. It is as if the trumpets of the Apocalypse were playing the background music. The end of the world is becoming more and more certain every day.

But change the sense of omen for a moment: what if, instead of being at the end of humanity, we were just at the beginning of its dawn? What if we, the conceited people of the 21st century, turned out to be the primitive origins of a long history of the species? Let’s see. Over the last seventy thousand years we have filled every corner of the planet, and there is no place on Earth that has not been disrupted by us. However, the lot of things we have done - all that which we call culture and civilization - is much more recent: our history is only a span of less than ten thousand years, which is a mere blink of an eye, a whisper in the time frame of our own generative existence, let alone in the greater context of the existence of earthly life. Moreover, in geological terms, the passing of sapiens is an insignificant spark. We are an odd and very young type of bug, only recently spat out into the world by evolutionary processes. Even among the hominins - the primates with upright posture and bipedal locomotion - sapiens have only just appeared. Let's compare. Sharks, the cartilaginous fish that inhabit the oceans to this day, have evolved over the last 450 million years, which means they have survived the five mass extinctions that have devastated the biosphere. We know that the poor dinosaurs were not so lucky, but they lasted a solid 165 million years. Mammoths were around for about five million years. The Ardipithecus, already proud hominins, appeared about 5.8 million years ago and managed to stay active for more than a million years. Even the homo neanderthalensis, close relatives of the sapiens, managed to stay alive and part of the earth's fauna for about 400,000 years. What about us? Well, we arrived quite recently, about 200,000 years ago. So, newcomers and perhaps on the verge of leaving for good?


Sunday

Although the viral tide has calmed down for now and the pandemic wave seems to give us a break, apocalyptic concerns are still raging. And it's not unjustified. Looking at the short term, one cannot pretend not to see the storm clouds that presage vicious storms, disasters, calamities, catastrophes and misfortunes on a global scale... Just on Saturday, March 26, Mr. Biden had the nerve to declare that, when facing "nuclear risk", diplomacy is necessary to solve the conflict in Ukraine... Ah, how nice! However, he continues to provide arms and military training to the Ukrainian government... The septuagenarian president - in November he will become an octogenarian - also said that. Putin, the president of Russia, should not remain in power because he is a "criminal", "a butcher". So much for the US president's diplomatic skills, so much for his desire to stop the war... And, well, it is understandable: in just the first two weeks of the war in Eastern Europe, the US arms industry earned a trifle over 80 billion dollars. The main issue, as we know, is that if anyone decides to throw the first atomic punch, that's it for us... I mean, sooner or later, it’d be the end of all of us.

A day later, Sunday the 27th, I spoke with El Grillo Bravo. He is in his hideout in Teotihuacán de Arista, I am in Mexico City. He can see the Pyramid of the Sun from his window, I can see the WTC. Thanks to mobile telephony, we were able to talk for more than an hour about a variety of issues that interest us, others that frankly concern us. There was even an opportunity for him to sing a song -he couldn't remember if it was by Fito Paez or Charly Garcia- and play his tlapitzalli for a while. At one point, El Grillo Bravo said: "We humans have destroyed everything, all we have left to do now is to destroy ourselves". That very same day, in his biweekly column in La Jornada Semanal, the master Agustín Ramos had accurately outlined in a few words the critical situation that our species is going through: "The dilemma -increasingly closer and unavoidable- will be war or life. Because the only viable path for life on our planet, will be a new renaissance" Agustín is not exaggerating one bit. Chomsky, like many other contemporary philosophers, has not ceased to warn us about the great risks humankind is facing: on one hand, capitalist militarism and the threat of nuclear (self-)annihilation, and on the other, the climate crisis and the ultimate environmental holocaust. Kill each other or burn the house down. Yes, there are (unreasonable) reasons to believe that we are about to disappear from the biosphere.

The worst threat Humanity has ever faced is humanity itself. Besides the risk of self-annihilation, the possibility of the evolution of the species, no longer biological but technological, is no longer science fiction nonsense. Yuval Noah Harari claims that technological disruption, particularly Artificial Intelligence and bioengineering, has the potential to decimate us. "If we start an arms race in artificial intelligence and genetics we will be guaranteeing the destruction of humanity," he said in an interview a couple of years ago. And even if that doesn’t happen, the Israeli sociologist maintains that you and I, contemporary people, are most likely part of "one of the last generations of homo sapiens. In a century or two, the Earth will be dominated by entities that will be more different from us than we are from Neanderthals or chimpanzees, because in the following generations we will have to learn how to intervene in the engineering of our bodies, brains and mentalities.

But what if we don't, what if we put the brakes on, what if we steer the wheel and choose the path of renaissance?


Ancestors and modern-day people

Even in the midst of the end-of-the-world rumblings, there are still some noble optimistic souls. Max Roser, founding director of Our World in Data, published a few days ago a paper rooting for humanity's intelligence: The future is Vast: Longtermism perspective on humanity's past, present and future. His whole approach is based on an optimistic premise: " If we keep each other safe – and protect ourselves from the risks that nature and we ourselves pose – we are only at the beginning of human history."

The author considers the estimate made by demographers Toshiko Kaneda and Carl Haub, according to which 109 billion sapiens have been born and died over the last 200,000 years. Considering that there are currently 7.9 billion of inhabitants in the world, in total, around 117 billion human beings have been born. Therefore, us modern- day humans, the people who populate the Earth nowadays, make up a little less than 7% of all the women and men who have ever inhabited the world. Currently, 140 million babies are born each year —about as many as the current population of Mexico (131 million), Costa Rica (5 million) and Ireland (5 million) together— and 60 million people die —the total population of Ukraine (43 million), Portugal (10 million) and Paraguay (7 million) altogether. 


Descendants

In astronomical terms, we have time. The Sun has fuel left for about 7.5 billion more years, of which it will remain as it is today, fusing hydrogen in a steady-state, for about five billion years. In biological terms the picture is different, but we still have some time: "A way to estimate how long we might survive is to look at how long other mammals have survived. The life span of a typical mammal species is about a million years." From this perspective, we have some 800,000 years ahead of us -given that humans have been around for 200,000 years already-. Now if, as the UN estimates, the world population stabilizes at 11 billion sapiens at the end of this century, and if a life expectancy of 88 years is assured for everyone, then, according to Max Roser's calculations, about 100 trillion humans will have lived for the next 800,000 years.

Of the three premises that support the previous estimation, surely the weakest is the one that supports the idea that we sapiens are typical mammals. In reality, we are the most atypical of living beings, the only ones to have created a symbolic and cultural reality overlapping natural reality. Roser stresses that, if the technology we have developed is capable of annihilating us, it is also capable of saving us, not only from common diseases but from many disasters that other species did not stand a chance against. For example, nowadays, the possible impact of potentially catastrophic asteroids is monitored. So, the life expectancy of our species may not be determined by its mammalian condition, but by the expiration of our habitat. If we survive as long as the Earth is habitable - approximately one billion years - 125 billion children will be born, according to Roser's estimates.


Today

Beyond the potential of science and technology that we have so far, beyond our vast cultural heritage, it is mind-blowing to imagine the possibilities that would come with so many people over such a long period of time. Look at what we have done so far, keep in mind that cultural evolution has accelerated only in the last five thousand years — 2.5% of our existence —...

If we do not make a fatal mistake today, the people who might live in the future will be as human as we are. Max Roser defends the notion of ‘Longtermism’ , “the idea that people who live in the future matter morally just as much as those of us who are alive today. “ When we ask ourselves what we should do to make the world a better place, a longtermist does not only consider what we can do to help those around us right now, but also what we can do for those who come after us. ” Our potential future is immense: we could be the pioneers of mankind, we could be living the beginning of the world.

Just as we can see today the vestiges of the Great Temple of the Great Tenochtitlan, the ancient Mexicas saw the Teotihuacan pyramids as ruins, gigantic witnesses of a world that came to an end. Today we cannot allow ourselves to let our civilization collapse, to let our world end, because such an end would most likely be definitive. The only other alternative to the end of the world is the beginning.