Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 30 de noviembre de 2019

¿Tejones?


La fatalité triomphe dès que l'on croit en elle.
Simone de Beauvoir, America Day by Day.


¿Quién diría usted que afirmó lo siguiente?

Mi punto de vista es que no hay que tener mercados súper liberalizados y la globalización y todo eso… Mi postura es que lo que realmente necesitamos es algo más cercano a la socialdemocracia tradicional. Siento que los mercados dejados a sus propios mecanismos de control sólo producen niveles más elevados de inequidad; por lo tanto, si lo que se desea es mantener un capitalismo legítimo, necesitamos intervención política, redistribución, programas sociales y la protección del Estado de bienestar

¿Adivinó? No, no es una cita del nuevo libro del presidente López Obrador, Hacia una economía moral (Planeta, 2019) —el cual, por cierto, alcanzó “el primer lugar en ventas en las plataformas digitales de Amazon y iBooks en su día de lanzamiento…” (La Jornada; 20/11/2019)—. Y no, tampoco se trata de una declaración del brillante vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, ni del aguerrido Bernie Sanders ni del Nobel Joseph Stiglitz ni de Thomas Piketty… Believe it or not, son palabras del politólogo norteamericano Francis Fukuyama, mismas que traduzco de la parte medular de su respuesta a la última pregunta que le plantearon luego de que dictara la conferencia ¿Qué lecciones podemos extraer de 1989 para hacer frente a los desafíos actuales? Como comenté aquí, Fukuyama ofreció dicha plática en la Hertie School of Governance de la capital alemana, el día previo a la celebración del XXX aniversario de la caída del Muro de Berlín.

Desde su ocurrencia en 1989, la caída del Muro de Berlín se posicionó en la academia occidental y en general en la pop culture global como el signo incontrovertible del triunfo definitivo del capitalismo sobre el comunismo, de los gringos sobre los soviéticos, de Keynes sobre Marx, de la cajita feliz de McDonald's sobre la macabra KGB, y todo ello, como el derrumbamiento del último estorbo que impedía al mundo entero alcanzar la meta histórica predestinada para todos: la democracia liberal y la economía de mercado. Abatidos los rojos, enfilados ya todos íbamos a la felicidad fatal del american dream globalizado. El destino último, el destino único: tal era la buena nueva del evangelio según Fukuyama. En su libro The end of history and the last man (1992), el hoy profesor de la Universidad de Stanford anunciaba que el modelo político, la democracia liberal, instaurado en los países capitalistas del llamado primer Mundo era el puerto obligado del desarrollo humano en su conjunto: “el fin de un proceso evolutivo único, coherente, considerando la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos”.

Y en estos días, cuando el embajador norteamericano ante la Unión Europea confirma que el presidente de Ucrania “ama el culo” de Trump, cuando los chilenos han salido a las calles a gritar que no están conformes con la inequidad que tan buenos resultados macroeconómicos ha reportado, cuando el rostro sonriente de Bolsonaro sigue iluminado por los incendios del Amazonas, cuando los británicos siguen atascados en la indefinición del Brexit, en 2019, Fukuyama todavía piensa que llegamos al fin de la historia? A pregunta expresa, contestó que sí…, y argumentó a costillas de nuestros vecinos guatemaltecos: “Sólo vean hacia dónde se está moviendo la gente. En todo el mundo, las personas están emigrando de los países pobres, autoritarios y caóticos, y solamente quieren ir a Europa, a Estados Unidos o a otras democracias liberales que puedan brindarles oportunidades a sus hijos… Cualquiera que sostenga que no existe el desarrollo, la modernización o el devenir de la historia en sentido hegeliano…, ¡que se vaya a vivir a Guatemala durante un tiempo!, que constate cómo es la vida allá, que constate que no se vive de muy placenteramente que digamos… Así que en verdad pienso que hay una direccionalidad [en la historia]. La pregunta adecuada es si existe o no una forma más depurada de civilización, distinta a la de la Unión Europea o a la de Estados Unidos… previo a los días de Trump…” Bueno, los días de Trump ya suman años y, en un descuido, en 2020 se van a prolongar 1,460 días más… De cualquier manera, Fukuyama sostuvo que no hay de otra: en el paraíso sólo se aceptarán dólares y euros, tejones porque no hay libres: “… los únicos competidores reales son los chinos. Rusia no tiene cómo hacerlo, no tiene una economía moderna, básicamente es una gran plutocracia incapaz de comandar un avance hacia niveles tecnológicos de vanguardia con crecimiento económico. China hace muy bien todo esto, aunque sigue siendo un sistema social muy autoritario, así que, con todo, exceptuando quizá algunos norcoreanos, nadie quiere irse a vivir a China… Gusta el crecimiento económico, pero no el sistema social, y creo que ahora que se ha vuelto más autoritario y gusta menos. Diría que el mundo musulmán es desesperanzador… ¿Existe realmente algo que pueda tomarse como sistemáticamente mejor a lo que tenemos en Europa y Estados Unidos? No, no veo alternativa”.

El cuestionamiento con que concluyó el evento lo lanzó una estudiante de la Hertie. Parecía latinoamericana, pero quién sabe…, no dio su nombre: “Desde la caída del Muro de Berlín hemos presenciado la proliferación de democracias liberales en todo el mundo, pero junto con ellas hemos visto el incremento de la desigualdad económica, los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres más pobres, ¿cómo encuadra esto en su modelo del fin de la historia?” Fukuyama, puesto así contra las cuerdas, respondió: Mi punto de vista es que no hay que tener mercados súper liberalizados y la globalización y todo eso… ¡Total!, también ya había dicho que el neoliberalismo estaba fulminado…

sábado, 23 de noviembre de 2019

Péndulo 89-19


History doesn't repeat itself, but it does rhyme.
Mark Twain


Cunde por  todo el orbe la sensación de que estamos viviendo momentos decisivos…, como si el péndulo de la historia estuviera llegando al punto extremo de un período de oscilación, y el cambio de dirección estuviera a nada de ocurrir…

Berlín rebosa entusiasmo, entusiasmo histórico desde el inicio de noviembre. El día 9 se conmemoraría el 30 aniversario la caída del Muro que mantuvo dividida a la ciudad desde el 13 de agosto de 1961, es decir, durante 28 largos años… —dos menos que los que hace una semana se cumplieron—. La jornada anterior a la de la celebración, en la Hertie School of Governance de Berlín, el politólogo norteamericano Francis Fukuyama (Chicago, 1952) dictó la conferencia ¿Qué lecciones podemos extraer de 1989 para hacer frente a los desafíos actuales? El influyente autor de The end of history and the last man (1992) —libro fudamental del neoliberalismo— fue presentado por el presidente de la Hertie School, Henrik Enderlein, quien al cierre de su alocución sugirió: “Reunámonos aquí de nuevo en diez años, quizá en cinco, y hagamos una recapitulación… Les apuesto que este año, 2019-2020, será recordado como un punto de inflexión muy importante en la historia del orden internacional…”

Fukuyama dijo que no hablaría sobre que, a su parecer, es evidente; a saber, que hace 30 años en el mundo se respiraba el optimismo producto de una ola democratizadora —un ánimo que, según él, se mantuvo vivo hasta la primera década del siglo XXI—, pero que ahora nos hallamos transitando por “un tipo de vía de retorno”. Dicho esto, se concentró en señalar “algunas cosas que están sucediendo bajo la superficie de todas nuestras sociedades, que están afectando la fe en la democracia”.

1) Una reorientación de la política mundial: el eje del pensamiento político parece ya no estar en las directrices de los modelos económicos, porque se está desplazando hacia elementos relacionados con la identidad de la gente —en 2018 Fukuyama publicó Identity: The Demand for Dignity and the Politics of Resentment—. Ejemplificó mencionando los movimientos budistas radicales de Sri Lanka y Birmania, y los grupos extremistas de derecha que han cobrado fuerza en Europa, Estados Unidos y Sudamérica. El conservadurismo ha ido dejando sus proclamas a favor del individualismo y el libre mercado, por las retóricas nacionalistas y raciales. La izquierda misma ha pasado de las exigencias por mejorar las condiciones de la clase trabajadora, a la defensa de minorías o grupos vulnerables.

2) La tecnología, particularmente Internet. Al inicio de los 90 del siglo pasado, todo mundo pensaba que la revolución digital sería buena para la democracia, dado que permitiría que cada vez más personas tuvieran acceso a la información y por tanto al poder. En parte ha sido así, la comunicación en línea a facilitado la organización civil —v.g.: la Primaver árabe—, pero también ha ocurrido que las fuerzas autoritarias han comenzado a utilizar la tecnología. El profesor de la Universidad de Stanford acusó: “Rusia ha empleado estas herramientas para, básicamente, hacer que los ciudadanos de los países democráticos, tanto de izquierda como de derecha, confíen cada vez menos entre sí, confíen menos en sus gobiernos y sus instituciones”. Por supuesto, se refirió al big Fake News problem: ya ni siquiera podemos estar de acuerdo acerca de los hechos, y la confusión se ha difundido.

3) Fragmentación social. La proliferación de las redes sociales ha impactado negativamente a todas las instituciones que organizaban a la sociedad, no sólo al gobierno, también a sindicatos, universidades, partidos políticos… La posibilidad de comunicarse directamente con personas con intereses semejantes ha fortalecido muchas comunidades específicas, pero ha debilidado a la sociedad —como ya había advertido el sociólogo Alain Touraine en su libro El fin de las sociedades—. “La decadencia de la confianza, de hecho, está ligada a algunas cosas buenas que han sucedido en el mundo”. Por ejemplo, los niveles educativos, que se han elevado prácticamente en todas partes, han aumentado el escepticismo respecto a la autoridad. La mayor diversidad también ha minado la confianza en instituciones que antes eran monolíticas. Finalmente, la transparencia también ha afectado la confianza: “En los viejos tiempos no sabías cómo habían cocinado la salsa, y confiabas en las instituciones. Ahora demandamos más transparencia, y la obtnemos, porque esa es otra de las consecuencias de la revolución digital, así que ahora que sabemos cómo se cocinó la salsa…, y ¡gúacala!”

4) El ascenso y declive del neoliberalismo, en concreto de la Escuela de Chicago. Fukuyama se refirió a los efectos negativos de la desregulación, como la financialización generalizada de la economía.

5) La ilusión de que la caída de las dictaduras, los régimenes autoritarios y el comunismo llevaría necesariamente al ascenso de democracias. Pero eso no ocurrió. Afganistán e Irak son un claro ejemplo de ello.

6) La crisis financiera de 2008, como un subproducto de la aplicación indiscriminada los preceptos neoliberales.

Francis Fukuyama concluyó asegurando que, a pesar de todo, no era “completamente pesimista acerca del momento actual”. Sin embargo, a renglón seguido dejo la moneda en el aire: el próximo año tendrán lugar las elecciones en Estados Unidos, y si la gente comente de nuevo el mismo error, esto es, elegir al megalómano mitómano Donald Trump, “entonces sí que estaremos en grandes problemas”. A mí me costó trabajo creer las palabras finales del politólogo: “El espíritu de 1989 no ha desaparecido del todo… La chispa que vimos el día que cayó el Muro de Berlín sigue existiendo y continuará iluminando más fogatas en el futuro”.

martes, 19 de noviembre de 2019

Terrorismo antiterrorista


Everyone’s worried about stopping terrorism.
Well, there’s really an easy way: Stop participating in it
Noam Chomsky, Power and Terror.

Mataron a quemarropa a nueve seres humanos. Gente indefensa. Tres eran mujeres adultas; seis, menores de edad. Los asesinaron, calcinaron algunos cuerpos. Otros seis niños quedaron heridos. El hecho ocurrió alrededor de la una de la tarde del lunes 4 de noviembre pasado, en el camino de terracería que, serpenteando por la Sierra Madre Occidental, une los poblados de San Miguelito y Pancho Villa, a pocos kilómetros de La Mora, municipio de Bavispe, muy cerca del límite entre Sonora y Chihuahua. Todos eran miembros de la comunidad mormona LeBarón. Todos tenían doble nacionalidad, mexicana y norteamericana. Los ecos del suceso retumbaron de inmediato por todo el país: la mediósfera y las redes se enfocaron en el asunto y al día siguiente era nota internacional. La manera hegemónica en que se editorializó lo acontecido fue: en México —en todo el país, a lo largo y ancho de sus dos millones de kilómetros cuadrados—, el Narco —no un grupo de homicidas sin identificar aún, no una determinada panda de criminales, no un cartel, sino el  nebuloso y horripilante Narco— ha vencido —apenas ahora, no desde hace varios años— al gobierno de López Obrador —no a las anteriores administraciones federales, no a todos los órdenes de gobierno, mucho menos a toda la sociedad—. La coda editorial: la estrategia —abrazos no balazos— no funcionó.

La noche del miércoles siguiente tuiteé: “El único sentido que puedo ver en la masacre de la familia LeBaron es terrorismo”. No afirmaba tajantemente que tal fuera la explicación de lo ocurrido; apuntaba que no veía otra. En otras palabras: señalaba que, con la información disponible, tal era la única hipótesis verosímil que podía armar. Casi a botepronto, C., socióloga avecindada en Querétaro, me respondió: “Cuando los responsables no dan la cara y no dan una petición o motivo concreto no es terrorismo”. Sin intención de debatir, sino simplemente de explicitar lo que quería decir, mi contestación fue simple: copié y pegué la definición del vocablo terrorismo, según la RAE:

1. m. Dominación por el terror.2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.

La colega no dejó ahí la cosa; amablemente me reconvino: “El terrorismo, como categoría analítica, tiene sus discusiones para cada contexto. Mira lo que andan diciendo algunos especialistas sobre la situación en México.” Agradecí la recomendación, y allá fui… El texto —publicado en abril en las páginas de opinión de El Universal— se titula “¿Hay terrorismo en México?” Su autor, Mauricio Meschoulam, docente en la Iberoamericana, alerta que “… el terrorismo, más que una categoría de violencia, es empleado como etiqueta política para favorecer, respaldar o impulsar determinadas agendas”. Después dedica algunas líneas a problematizar el concepto. Yo, por lo pronto, le respondí a C.: “Digamos que, afortunadamente, los especialistas no son dueños del lenguaje. Pueden acuñar nuevos conceptos, claro, pero no me parece que convenga permitir que expropien palabras para construir una nomenclatura desde la cual, precisamente, se enarbolen como especialistas”. A lo que ella respondió con un afable dedito pulgar para arriba.

Terminé de leer el artículo de Meschoulam, quien sostiene que “si bien es verdad que en México difícilmente podemos hablar de terrorismo clásico, hay una gran cantidad de ataques que se asemejan a esta clase de violencia en muchos sentidos”. Terrorismo clásico, ¿eh? Y luego propone mejor hablar de “cuasi-terrorismo”. El académico luego menciona a otro experto, Brian Phillips, investigador del CIDE, para quien, según entiende Meschoulam, conviene mejor referirse a “tácticas terroristas”. Pues a buscar la sapiencia del profesor Phillips…

En un paper de 2015, Brian Phillips aclara la cuestión (“What Is a Terrorist Group? Conceptual Issues and Empirical Implications”, Terrorism and Political Violence, 27:2, 225-242). El lío no es tanto definir el terrorismo, sino a los grupos terroristas. El concepto terrorismo se ha discutido a profundidad en la academia; “los elementos clave en las definiciones ampliamente aceptadas incluyen: a) violencia intencional; b) que la violencia se utiliza para difundir miedo en un público amplio; y c) motivación política”. Con eso me basta para refrendar lo dicho: el único sentido que puedo ver en la masacre de la familia LeBaron es terrorismo. Y si es así, ¿cuál sería la motivación política? Para dar una respuesta a esta pregunta, también hipotética, por supuesto, miro hacia el Norte y me permito destacar una advertencia que hace Mauricio Meschoulam en su texto arriba citado. ¿Qué significa que los gringos etiqueten a una organización como terrorista?  “… el uso de esa etiqueta por parte de Washington no nos dice nada acerca de si este cuerpo utiliza o no utiliza el terrorismo como táctica. Lo único que nos dice es que la Casa Blanca tiene toda la intención de lanzar una ofensiva en contra de esa agrupación y el país al que pertenece [las cursivas son mías], lo que puede incluir desde medidas económicas como sanciones, hasta acciones mucho más invasivas como operativos en países extranjeros [sic] que son justificados bajo la aplicación de leyes extraterritoriales”.

A la mañana siguiente de la masacre de los LeBarón, el presidente Trump tuiteó: “Es hora de que México, con la ayuda de los Estados Unidos, emprenda la GUERRA contra los carteles de la droga y los elimine de la faz de la Tierra…” Ese mismo día, el doctor Lorenzo Meyer sostuvo una interesante conversación con Rubén Luengas; sobre el asesinato múltiple, el historiador dijo: “No hay lógica en esto… ¿O quieren de plano desestabilizar más a México e involucrar a Estados Unidos de manera más directa?” Desde tan pertinente cuestionamiento, me permito redondear la hipótesis con una pregunta que quizá parezca un trabalenguas: ¿y si estamos presenciando embates del terrorismo antiterrorista que pretenden abrir la puerta al antiterrorismo terrorista?

sábado, 16 de noviembre de 2019

Orden precario



Any order is a balancing act of extreme precariousness.
Walter Benjamin, Unpacking My Library.


Jueves 7 de noviembre de 2019. Ración de felicidad y enjundia: sorbo el primer café del día. Aún no son las nueve de la mañana, y en la bandeja me aguardan ya una docena correos electrónicos. Cargas de trabajo normales, considerando que se nos viene encima el operativo de campo más aparatoso de este país. Timbra el teléfono directo. La pantalla del aparato indica que me llama mi compañera de trabajo C.

— Hola, buenos días. ¿Cómo estás?

— Mal, doctor, por eso te llamo…

Me cuenta lo que le sucedió anoche. Entre las siete y cuarto y las siete y media, apenas había oscurecido, a unos metros del edificio en donde había tomado su habitual clase de yoga, fue agredida. Un sujeto se acercó y sin mediar palabra trató de arrebatarle la bolsa de mano. Sin pensarlo, “instintivamente”, ella trató de sujetar su bolsa y comenzó a gritar. No había nadie cerca. El tipo la tiró al suelo. Siguieron los gritos, el forcejeo… Por fortuna, pasó un auto y el conductor se detuvo. El infame echó a correr. Todo esto ocurrió en la Ciudad de México, en la demarcación territorial Benito Juárez, a un par de cuadras del Teatro de los Insurgentes. Bien asesorado, puedo decir que la colonia San José Insurgentes es de clase media alta, en proceso de transformación a zona comercial y de servicios. La calle en donde sucedió el episodio es doble, con camellón, transitada, lo cual no impide que tenga un pésimo alumbrado público. El colmo: el nombre de la calle, Damas. C. sufrió golpes en la espalda y raspaduras. El samaritano que intervino resultó ser operador de Uber. La ayudó a levantarse y la llevó a su vivienda, a sólo unas cuadras del lugar.

— ¿Llamaste a la policía?

— Sí, por supuesto… Me dijeron que han habido muchos asaltos en la colonia. Imagínate: ¡me recomendaron no caminar de noche por ahí!

Lamenté lo que le pasó… ¿Qué más puede uno decir? Se puede apostillar que qué horror, que las cosas están muy mal, que la ciudad es una jungla, y, claro, que “qué bueno que la cosa no pasó a mayores —el eufemismo que usamos para decir que al menos uno salió vivo—… Esta vez opté por contarle lo que a mí me había sucedido la tarde-noche anterior…

Salí de mi oficina poco después de las cinco. En una ecobici —el servicio lo ofrece el gobierno de la Ciudad y cuesta 462 pesos… ¡anuales!—, por la ciclovía que corre por Circuito Interior, pedaleé a la colonia Condesa. A. y yo habíamos acordado encontrarnos en la Rosario Castellanos. Comimos en un modesto restaurante argentino que está sobre Tamaulipas, en contra esquina con la librería. Al salir, caminamos hacia Patriotismo, en donde abordamos un taxi, no uno de aplicación, sino uno normalito, de los de a 8.74 pesos el banderazo, y 1.07 pesos por cada 250 metros o 45 segundos.

— A la Estela de luz, por favor.

— A la Suavicrema —me corregió el chafirete.

— Ándele, la Estafa de luz.

Suertudos, llegamos en menos de quince minutos. El sitio estaba repleto. A esa hora, centenares y centenares salen de los negocios que colman los edificios y rascacielos de Reforma, y otros tantos comienzan a bajar de las oficinas y comercios de las Lomas; además, muchísimos paseantes se acercaban al mismo punto al que nosotros nos dirigíamos. Montada sobre la Puerta de los Leones del Bosque de Chapultepec, una enorme calavera daba la bienvenida: Celebrando la eternidad. El recorrido temático, “una experiencia inmersiva llena de luz y música”, según anunciaban los organizadores, principiaba ahí para finalizar en el Lago menor, en donde se montó una ofrenda monumental y un mariachi amenizaba. Considerando la cantidad de personas que diariamente no había alcanzado a entrar, el gobierno de la ciudad decidió mantener la instalación una semana más después del día de muertos. Durante poco más de una hora, junto con familias, parejas, niños, grupos de jóvenes relajientos, viejitos y hasta personas en silla de ruedas, seguro miles, realizamos el trayecto por las once instalaciones. Salimos del Bosque por las puertas que están frente a Tláloc. Serían como las nueve y media de la noche, y aquello seguía a reventar: el caudal chilango no dejaba de manar prójimos. La acera de Reforma, colmada de transeúntes, ciclistas y hasta scootteros avanzaba hacia el centro, mientras que sobre la avenida el tráfico esclerótico goteaba amazacotados micros y metrobuses de dos pisos y una interminable procesión de seres solitarios encapsulados en sus coches… Lo más prudente, caminar… En medio de aquel torrente humano, llegamos hasta la glorieta de la Diana, donde doblamos a la derecha sobre Sevilla, y unas cuadras más adelante pedimos un Uber.

— ¿Y luego? ¿Qué pasó?

— Nada, nos llevó al departamento. Tomó avenida Chapultepec y luego Revolución…

— ¿Pero no les pasó nada?

— Nada.

— Me pierdo, doctor —me dijo C.—. Entendí que me ibas a contar lo que te había pasado a ti.

— Eso hice: no me pasó nada, como a cientos, como a miles y miles, como a millones de chilangos y chilangas. Para que que todas las noches regrese a casa la gran mayoría de nosotros es necesario un orden muy complejo, buena voluntad, suerte, planeación, civilidad… El problema es que ese orden es muy precario, basta un imbécil como el que te tocó a ti para que todo eso se caiga. Y no, lo qu te digo no es consuelo…, al contrario.

martes, 12 de noviembre de 2019

México 1943 / México 2019

Poco antes del medio día de hoy, 12 de noviembre de 2019, llegó el avión en el que la Fuerza Aérea Mexicana rescató al presidente de Bolivia, Evo Morales. En su Canto General, Pablo Neruda incluyó el siguiente poema "En los muros de México (1943)", del cual transcribo sus últimos versos:

México, has abierto las puertas y las manos
al errante, al herido,
al desterrado, al héroe.
Siento que esto no pueda decirse en otra forma
y quiero que se peguen mis palabras
otra vez como besos en tus muros.
De par en par abriste tu puerta combatiente
y se llenó de extraños hijos tu cabellera
y tú tocaste con tus duras manos
las mejillas del hijo
que te parió con lágrimas la tormenta del mundo.
Aquí termino, México,
aquí te dejo esta caligrafía
sobre las sienes para que la edad
vaya borrando este nuevo discurso
de quien te amó por libre y por profundo.
Adiós te digo, pero no me voy.
Me voy, pero no puedo
decirte adiós.

Porque en mi vida, México, vives como una pequeña
águila equivocada que circula en mis venas,
y sólo al fin la muerte le doblará las alas
sobre mi corazón de soldado dormido.


sábado, 9 de noviembre de 2019

Foco y luz


There is a crack in everything,
that’s how the light gets in.
Leonard Cohen, Anthem.


¡Hágase la luz! A finales de 1879, el New York Herald informó que míster Edison había inventado una bombilla eléctrica incandescente de filamento de carbono comercialmente viable, es decir, el foco. Ese mismo invierno, del otro lado del Atlántico, en Rusia, el conde Lev Nikoláievich Tolstói terminaba de escribir un opúsculo de enorme significancia, Uсповедь en ruso, Confesión en español —yo lo leí en inglés, Confession (traducción David Patterson, edición de W. W. Norton & Company. NY, 1983)—. En su laboratorio instalado en Menlo Park, New Jersey, unos cincuenta kilómetros al suroeste de Nueva York, Thomas Alva Edison inventaba varios de los artilugios y artefactos que acompañarían la vida cotidiana contemporánea, iluminada, claro, por la luz eléctrica. Tolstói por su lado reflexionaba y escribía en su finca de Yásnaya Poliana, Tula, ubicada unos 200 kilómetros al sur de Moscú. En 1879, la propiedad del todavía conde Tolstói —después abdicaría al título nobiliario— se hallaba en una inmensidad política gobernada entonces por el zar Alejandro II, el aparentemente imbatible Imperio ruso, mientras que los laboratorios experimentales de Edison se localizaban en el país que estaba tomando vuelo para convertirse en la potencia mundial hegemónica a todo lo largo del siglo XX, Estados Unidos de América. El lema nacional del Imperio Ruso era Съ нами Богъ, “Dios está con nosotros”; el de los norteamericanos era entonces E pluribus unum, o sea, “De muchos, uno”, aunque en 1956, en plena guerra fría, en buena parte para pintar su raya con los rusos, por aquellos ayeres soviéticos y socialistas, lo cambiaron por el que hasta la fecha es y adorna sus billetes: In God We Trust, “En dios confiamos”.

En 1879 Tolstói tenía 51 años; todavía no era un venerable anciano, pero evidentemente ya era un prodigio: diez años antes había escrito Guerra y Paz; y en 1877, Ana Karenina. Por cualquiera de las dos novelas hay que colocarlo, indiscutiblemente, como un referente de la literatura universal. Y tal sitio en la historia de las letras no vendría a revelarse luego de mucho tiempo: en vida, Lev Tolstói supo de la relevancia de sus libros; era consciente de la envergadura de su obra, pero juzgaba que en el arte no se halla el sentido de la vida. El hombre sentía que en realidad no había hecho nada trascendente, lo cual, pensaba, era obvio puesto que nada, absolutamente nada, era trascendente. ¿Qué sentido tiene todo? La pregunta de la vida. Justo a esa cuestión se enfrenta el escritor ruso en Confesión.

En el primer capítulo de Confesión, Tolstói cuenta cómo perdió la fe en la religión en cuyo seno había sido bautizado y educado, el cristianismo ortodoxo —“cuando a los dieciocho años dejé el segundo año de estudios en la universidad, había perdido toda creencia”—. No fue un acontecimiento dramático; de hecho, cuenta que no perdió gran cosa puesto que jamás había tenido firmes creencias religiosas —“mi fe era muy vacilante”—. Tampoco fue algo especial, sino algo que solía y suele pasar a muchos: “la gente vive como los demás, pero todos viven de acuerdo con principios que no sólo no tienen nada que ver con las enseñanzas de la fe sino que, en su mayor parte, son contrarios a ellas”. Cierto… Por ejemplo, ¿usted pone la otra mejilla después de que le propinan una cachetada? ¿Tratamos a nuestros prójimos como nos gustaría que nos trataran a nosotros? “Las enseñanzas de la fe no tienen lugar en la vida cotidiana, y nunca entran en juego en las relaciones humanas; simplemente no juegan ningún papel en la vida misma. Las enseñanzas de la fe se dejan en otro ámbito, separadas de la vida… Si uno las conoce, entonces son sólo como un fenómeno superficial que no tiene conexión con la vida”. Así que, acusa Tolstói, entre religiosos y  laicos abundan “personas de mente estrecha, cruel e inmoral, acorazadas en su egolatría”. ¡Peor todavía!: “el intelecto, el honor, la franqueza, el buen carácter y la moralidad mayoritariamente lo encuentro entre las personas que afirman ser no creyentes”. Ese mismo año, el novelista rompe definitivamente con la iglesia ortodoxa rusa. A principios del siguiento siglo escribiría: “La verdadera religión no necesita ni de templos ni de iconos ni de salmos ni de reuniones multitudinarias…, la verdadera religión entra en el corazón únicamente en el silencio y en la soledad”. Y agrega: “La verdadera religión no consiste en saber qué días se ha de guardar ayuno ni qué días se ha de ir a la iglesia ni qué oraciones se deben oír y leer, sino en vivir una vida de bien, de amor por todos, actuando con el prójimo como quieres que actúen contigo” (Aforismos. FCE, 2019).

Por líos con la censura zarista, Confesión no se publicaría por primera vez sino hasta 1884, en Génova. En el texto de introducción a aquella primera edición, podía leerse: “Aquí se desarrolla el drama de un alma que ha buscado desde sus primeros años el camino hacia la verdad, o como el autor se refiere a ella, 'el significado de la vida'. Se trata de un alma que lucha con toda la fuerza de su energía interior por alcanzar la luz que le dé forma…; un alma que se esfuerza por medio de una investigación científica fría, racional y abstracta, que finalmente lo lleva a la verdad divina”. La luz que le dé forma… Ese mismo año, míster Edison descubrió la emisión termoiónica, con lo cual nacía la electrónica.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Ignorantes bien informados


Se puede saber mucho sin saber lo indispensable.
Georg Christoph Lichtenberg



¡Ah!, todos los días nos enteramos de tantas cosas…, queramos o no. Para mí, por ejemplo, resultó totalmente ineludible saber de la existencia de Sarita, la pérfida hija de José José. Sé —también de manera inexorable— que Enrique Peña Nieto y su novia usan las mismas cremas; que la camisa que usaba Ovidio Guzmán, el hijo del Chapo, en la foto que circuló el día de su frustrada captura, no es una baratija marca Cuidado con el perro, sino una fina Purificación García, y enterado estoy de que Sagittarius A, el agujero negro supermasivo más cercano, se encuentra en el ombligo de nuestra galaxia, a 26 mil años luz.

En un maremágnum de datos, la confusión campea. Aquí mismo, hace quince días, argüía yo que nuestras capacidades epistemológicas han sido drásticamente sobrepasadas por la capacidad de generación y difusión de información alcanzadas con la tecnología, especialmente a partir de la revolución digital. Y no sólo es la demasiada información —data, data, data— la que nos aturulla cotidianamente, la cascada que enturbia el pensamiento. Hace poco más de una centuria, el viejo Lev Nikoláyevich Tolstói (1828-1910) alertaba que, además de los datos, también los conocimientos pueden embobarnos: “La capacidad de la mente para absorber conocimientos no es ilimitada. Y por eso uno no debe pensar que cuanto más se sepa mejor es. El conocimiento de una gran cantidad de tonterías es un obstáculo insalvable para saber aquello que verdaderamente es necesario”.

El 15 de marzo de 1884, Lev Tolstói escribió en su diario una estupenda idea germinal: “He creado un círculo de lectura para mí mismo: Epiceto, Marco Aurelio, Lao-Tse, Buda, Pascal, el Nuevo Testamento… Algo así es necesario para toda la gente”. En una carta fechada un año después, el novelista ruso precisaba: “Da fuerza interior, tranquilidad y felicidad poder comunicarse con pensadores como Sócrates, Epiceto, Kant, Parker… Ellos nos hablan acerca de lo que es más importante para la humanidad, acerca del sentido de la vida y sobre la virtud… Me gustaría escribir un libro… en el cual pudiera hablar a las personas acerca del buen camino de la vida”. El buen camino de la vida de la mano de los mejores. Tolstói comparte la postura del pensador norteamericano Henry David Thoreau (1817-1862), en el sentido de que toda una vida no alcanza para leer lo verdaderamente valioso: “Lean antes que nada los mejores libros, de otro modo no les dará tiempo de leerlos”.

Luego de más de quince años leyendo y releyendo, ordenando notas, redactando aforismos, parafraseando a los escritores y filósofos que más admiraba, “recolectando la sabiduría de siglos en un solo libro”, en 1902 comenzó a darle forma a la que sería su última obra mayor. La primera edición aparece en 1904, Pensamientos de hombres sabios, con tres reimpresiones, cada una con un subtítulo diferente: El camino de la vida, Círculo de lectura y Un pensamiento sabio para cada día. En 1907 publica una nueva edición, sustancialmente ampliada, ahora titulada Calendario de sabiduría. Tolstói agregó un montón de aforismos propios y 52 historias cortas, una para cada semana del año —la primera traducción al inglés de este libro, sin las historias, no se realizó sino hasta 90 años después:
A Calendar of Wisdom: Daily Thoughts to Nourish the Soul (traducción Peter Sekirin. Simon & Schuster, NY)—. Finalmente, preparó una tercera edición, sintetizada y organizada ya no por fechas sino por temas: El camino de la vida (1910). Fue a partir de esta versión que Selma Ancira realizó la traducción al español que apenas este año acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica, Aforismos.

En su biografía ética (Confessions. W. W. Norton & Company, 1983), un texto monumental de menos de cien páginas, Tolstói confiesa que siendo joven y a lo largo de buena parte de su vida adulta se había esforzado por divulgar su ignorancia, claro, sin ser consciente de ello: “Desarrollé un orgullo patológico y la loca convicción de que mi misión era enseñar a las personas sin saber lo que les estaba enseñando… En ese momento, todos estábamos convencidos de que teníamos que hablar, escribir y publicar lo más rápido y lo más posible, y que esto era necesario para el bien de la humanidad”. Socrático, el novelista ruso valora la importancia de saber que no se sabe, y en sus Aforismos trae a cuento a Immanuel Kant para prevenirnos acerca del origen de un tempestuoso caudal de falsedades camufladas en la nomenclatura: “Las más de las veces la fraseología metódica de las escuelas superiores tiene como meta esquivar la solución de cuestiones difíciles, otorgándoles a las palabras un sentido equívoco, porque el cómodo y muchas veces sensato ‘yo no sé’ no se toma bien en las academias”. Tolstói, además, imputa a nuestra época la fea astucia de ocultar la ignorancia bajo toneladas de conocimientos vanos, y tiene razón: “El fenómeno más ordinario de nuestro tiempo es ver cómo la gente que se considera sabia, culta e ilustrada por saber una cantidad incontable de cosas inútiles se estanca en la ignorancia más burda, no sólo porque no conoce el sentido de su propia vida, sino porque además se jacta de su ignorancia”.

Nadie debería avergonzarse de no saber: por sí misma, la ignorancia no es mala. Todos somos terriblemente ignorantes en distintos campos. “Nadie puede saber todo. Pero sí es una vergüenza y es malo aparentar saber lo que no se sabe”. La ignorancia de la ignorancia, o peor, el desentendimiento de nuestra ignorancia, eso sí que es pernicioso.

La recomendación presidencial: Las ranas que pedían rey

Hoy 2/11/2019, el presidente de la República escribió un tuit muy inquietante:


Enseguida, la fábula de Esopo que recomienda leer Andrés Manuel:


Las ranas que pedían un rey
Unas ranas, molestas por su propia anarquía, enviaron embajadores a Zeus, pidiendo que les proporcionase un rey. Zeus, al comprender su simpleza, dejó caer un leño a la charca. Y las ranas, primero, espantadas por el ruido, se sumergieron al fondo de la charca. Después, puesto que el leño estaba inmóvil, salieron y llegaron a tal grado de confianza que, subiéndose a él, se sentaron encima. Indignadas de tener tal rey, llegaron por segunda vez ante Zeus y le pidieron que les cambiase el gobernante, pues el
primero era demasiado negligente. Y Zeus, irritado con ellas, les envió una culebra de agua que, atrapándolas, las devoró.

* La tomo de la edición de Clásicos de Gredos.