Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

La lógica del crimen organizado

Al referirse al asesinato en Cuernavaca del llamado Jefe de Jefes, la DEA declaró: “El reinado de Arturo Beltrán Leyva ha llegado a su fin”. Por supuesto, bien leída, la afirmación anterior no pasa de ser una perogrullada, que no despeja las incógnitas que se abren luego de la muerte de a quien apodaban El Barbas; a saber: ¿son menos efectivos y peligrosos los jefes que quedaron sin jefe?, ¿la tropa de los jefes que ahora anda sin jefe dejó de hacer su chamba cotidiana?, ¿cuánto tiempo permanecerán sin jefe aquellos jefes?, ¿los otros jefes, los que no estaban bajo las órdenes del aludido Jefe de Jefes, tendrán otros jefes?, en cuyo caso, ¿los otros jefes de jefes saldrían ganando?

Encuentro iluminadora la explicación que, para el caso de la Camorra −los grupos mafiosos que operan desde Nápoles, Italia−, ofrece Roberto Saviano en su libro Gomorra: “... los boss no pueden ser eternos. Cutolo deja paso a Bardellino, Bardellino a Sandokan, Sandokan a Zagaria, La Monica a Di Lauro, Di Lauro a Los Españoles y estos vete a saber a quién. La fuerza económica del sistema de la Camorra reside precisamente en el continuo recambio de líderes y de opciones criminales. La dictadura de un hombre en el clan es siempre breve; si el poder de un boss durara demasiado, haría dispararse los precios, empezaría a monopolizar mercado, haciendo que este se volviera rígido... En lugar de convertirse en un valor añadido para la economía criminal, sería un obstáculo para los negocios... En este sentido, todo arresto, todo macrojuicio, parece más bien una manera de reemplazar los capos, antes que una acción destinada a destruir un sistema de cosas”.

Más allá de la nota roja, de la sangre y el morbo que salpican por todos lados las ráfagas de los AK-47, la novela-reportaje de Saviano logra un altísimo nivel de nitidez al enfocar el asunto del crimen organizado como un factor sustancial del sistema capitalista en su fase global. Ciertamente, desde la perspectiva del novelista napolitano, no hay mayor misterio en el basamento ideológico de la mafia internacional: “Euro, dólar, yuan. Esa es mi tríada... Ninguna otra ideología, ninguna clase de símbolo ni de pasión jerárquica. Beneficio, negocio, capital. Nada más”.


En Gomorra, queda claro que, para como hoy está (des)organizado el mundo, los grupos del crimen organizado o tienen actividad transnacional o sencillamente desaparecen. En el puerto de Nápoles, centro neurálgico de la Camorra, “todo debe llegar, moverse deprisa, a escondidas. Comprimirse cada vez más en la dinámica de la venta y de la compra.” De hecho, Saviano insiste una y otra vez en mostrar que la verdadera eficacia de la mafia no se mide en su facultad de ejercer violencia impune, sino en su capacidad de lucrar: “La lógica del empresariado criminal. El pensamiento de los boss coincide con el neoliberalismo más radical. Las reglas dictadas, las reglas impuestas, son las de los negocios, el beneficio, la victoria sobre cualquier competidor. El resto es igual a cero”.


Nada escapa a la fórmula anterior, más allá del lucro no importa nada, ni siquiera el poder político: “No existe el paradigma Estado-anti Estado, sino únicamente un territorio en el que se hacen negocios, ya sea con, mediante, o sin el Estado”. Aquí en México, hace unos días nos enteramos de que en el municipio michoacano de Tancítaro, el Cabildo en pleno renunció por amenazas recibidas. En una excelente crónica (Excélsior; 7/XII/2009), Pedro Díaz G. cuenta cómo en Tancítaro, municipio poblado por poco menos de 50 mil habitantes, el silencio es la expresión estridente de la violencia: “Nadie quiere hablar. Ni el taquero, ni el propietario de una farmacia o la encargada de la cenaduría de un pueblo donde por iniciativa propia sus habitantes se han autoaplicado un virtual toque de queda. Nadie. En su ayuntamiento nadie, tampoco, los escucha. Habla la bala”. Lo mismo, consigna Saviano, ocurre en varias poblaciones de Italia: “La potencia de las armas se convierte... en la posibilidad de hacerse con los resortes del verdadero poder del Leviatán que impone la autoridad en nombre de su potencial de violencia... Con su potencialidad bélica, los clanes no se contraponen a la violencia legítima del Estado, sino que tienden a monopolizar ellos toda la violencia”.

Con todo, Saviano recalca: la del crimen organizado, es “una supremacía económica que no nace directamente de su actividad criminal, sino de la capacidad de equilibrar los capitales legales e ilegales”. ¿Será? Para muestra, un botón: hace unos días, la prensa de todo el orbe publicó declaraciones de Antonio Maria Costa, director ejecutivo de la Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU. El funcionario dijo que tiene indicios de que dinero del narcotráfico fue usado para mantener a flote a bancos en lo peor de la reciente crisis financiera mundial. ¿Más claro?

sábado, 19 de diciembre de 2009

Los cuernos de chivo del liberalismo económico

Hace 90 años, Mikhail Timofeyevich Kaláshnikov nació en Kuriá, en la región sur occidental de Serbia. En su cumpleaños más reciente, apenas el pasado 19 de noviembre, Kaláshnikov fue nombrado Héroe de Rusia por el presidente de aquel país, Dimitri Medvedev, quien lo elogió por crear “la marca de la que todo ruso está orgulloso”. En su novela/reportaje Gomorra (2006), Roberto Saviano (Nápoles, 1979) cuenta que, hará unos cinco años, un amigo suyo, Gennaro Marino Mariano, viajó a Rusia con el único propósito de conocer al inventor siberiano; lo admiraba y quiso estrechar su mano antes de que la muerte alcanzara al anciano. Kaláshnikov lo recibió en su dacha con la afabilidad de la gente que desde hace mucho se ha acostumbrado a su propia fama. De regreso en Italia, Mariano mostró a sus amigos el video que había grabado para testimoniar aquel encuentro; algo que llamó la atención de Saviano fue el montón de fotos de niños enmarcadas que pululaba en la morada del ruso:

“− Oye, Mariano, ¿todos esos hijos y nietos tiene Kaláshnikov?

“− ¡Qué narices de hijos! Son todos hijos de gente que le ha mandado fotos de niños que se llamarán como él, a lo mejor gente que se ha salvado gracias a su metralleta, o que simplemente lo admira.”


Efectivamente, el Héroe de Rusia inventó una metralleta, pero no cualquiera, más bien La Metralleta: la avtomat Kalashnikov modelo 1947, mejor conocida por su acrónimo, AK-47. Por ello, en su momento Kaláshnikov fue multigalardonado por el poder soviético: recibió la Orden de Stalin de Primera Clase, la Orden de la Bandera Roja del Trabajo, la Orden Patriótica de la Guerra, la Orden de la Estrella Roja y la Orden de servicios distinguidos a la Madre Patria. Muchos metales cargados de orgullo nacional, aunque seguramente una bicoca si se compara con la fortuna que Kaláshnikov tendría si hubiera patentado el AK-47: “hoy seguramente sería uno de los hombres más ricos del mundo. Se calcula que se han fabricado más de ciento cincuenta millones de metralletas de la familia del kaláshnikov, todas ellas a partir del proyecto originario... Habría bastado con que por cada una de ellas hubiese recibido un dólar para que ahora nadara en la abundancia”. Pero no importa que el AK-47 no haya redituado en las toneladas de plusvalía que hubiera podido generar, con todo, ha sido un éxito indiscutible en el mercado global: “No existe nada en el mundo, orgánico o no orgánico, objeto metálico o elemento químico, que haya causado más muertes que el AK-47. El kaláshnikov ha matado más que la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, que el virus del SIDA, que la peste bubónica, que la malaria, que todos los atentados fundamentalistas islámicos, que la suma de muertos de todos los terremotos que ha sucedido en la corteza terrestre. Una cantidad exorbitante de carne humana imposible de imaginar siquiera”.


Roberto Saviano no exagera cuando afirma contundente que el AK-47 “es el auténtico símbolo del liberalismo económico, su icono absoluto. Podría convertirse incluso en su emblema: no importa quién seas, no importa lo que pienses, no importa contra quién ni a favor de quién estés, no importa de dónde provengas, no importa de qué religión tengas; basta con que lo hagas, lo hagas con nuestro producto. Con cincuenta millones de dólares se pueden comprar cerca de doscientas mil metralletas; es decir, que con cincuenta millones de dólares se puede crear un pequeño ejército. Todo lo que destruye los vínculos políticos y de mediación, todo lo que permite un consumo masivo y un poder exorbitante, se convierte en vencedor en el mercado; y Mikhail Kaláshnikov con su invento ha permitido a todos los grupos de poder y de micropoder contar con un instrumento militar. Después de la invención del kaláshnikov nadie puede decir que ha sido derrotado porque no podía acceder al armamento. Ha llevado a cabo una acción de equiparación: armas para todos, matanza al alcance de cualquiera.”

Más de medio centenar de ejércitos regulares en todos los continentes usan el AK-47 como fusil de asalto, igual que los camorristas –la gente de la mafia napolitana– a los que Saviano se refiere en Gomorra. Osama Bin Laden porta un AK-47 en las fotografías que se difunden por todo el mundo. Guerrilleros, terroristas, revolucionarios, narcos, mercenarios, en fin, de todo tipo de seres humanos por los más diversos motivos decididos por la vía de la violencia emplean el AK-47. En México, el invento del general Kaláshnikov popularmente se conoce como cuerno de chivo. Hay un corrido que comienza mentando esta plaza... “Estando en Aguascalientes / fui a visitar a un amigo / tuve en mis manos un arma / llamada cuerno de chivo / sus ráfagas son de muerte / no hay nadie que quede vivo...” Temible cuerno de chivo se titula la canción; es fácil encontrarla en youtube.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Pirata Parade 2009 (II)

Sigo sobre avenida Juárez, como quien viniera del Zócalo y fuera hacia el Monumento a la Revolución, dos iconos del sino de lo inconcluso de México. Y es que a la Plaza de la Constitución la llamamos “Zócalo” porque del obelisco a la Independencia que en 1843 Santa Anna quería erigir ahí sólo se alcanzó a construir el zócalo que lo sostendría. Y el Monumento a la Revolución, adefesio hecho altar cívico, que no es otra cosa que la huella de un Palacio Legislativo que don Porfirio no alcanzó a terminar.

En la esquina de Juárez con Dolores, ¡ironías urbanas!, se localiza un
banco que fue mexicano y hoy es español. Casi frente al BBV, está el tercer puesto de libros. El atisbo que me devuelve la mirada me indica que éste tiene una vocación entre nacionalista y esotérica: Velasco Piña, presente con varios títulos (Cartas a Elizabeth, Regina y San Judas Tadeo, apóstol de las causas perdidas) y Laurita Esquivel con Malinche. Entre una colección de la Historia General de México del Colmex y varios ejemplares de los Cuentos chinos de Andrés Oppenheimer, un libro de Jodorowsky que, según me cuenta el vendedor, está saliendo como paraguas en temporada de aguaceros: Donde mejor canta un pájaro…

− Aunque no tanto como este otro –explica el puestero mostrándome un
ejemplar de Psicomagia–, que sigue siendo jefe.

Hay montones de volúmenes sobre las profecías mayas que señalan que
en el 2012 el mundo se va a acabar, y en fehaciente demostración de que Monsiváis no pierde el colmillo de la oportunidad y que mientras quede mundo el mercado subterráneo será ágil como pocos, el paseante ya puede agenciarse un ejemplar de Apocalipstik, una novedad que apenas el 30 de noviembre se presentó en la FIL.

Para quienes a fin de año gustan de imponerse a sí mismos grandes retos,
dos libros: Las 100 tareas sexuales de Rubén Carbajal y 1001 vinos que hay que probar antes de morir. El surtido del negocio incluye ventas seguras, como la Cábala para no iniciados, La sombra del templario, Memorias de mis putas tristes de García Márquez, dos que tres ediciones del I Ching y uno que, claro, nunca falta porque siempre piden: Los hornos de Hitler de Olga Lengyel, un texto escrito en 1961 que sigue intrigando a los lectores.

− Oye, manito, recomiéndame uno para regalarle a una chava que estudia
filosofía –pide uno de los darketos que anda repartiendo El Machete entre los peatones.

− Éste. Está rebueno. Puritita
sabiduría −presto, el puestero toma del piso un libro en cuya portada reconozco al protagonista de la serie de televisión que logró más audiencia en Estados Unidos en 2009−: La filosofía de House: todos mienten.

Antes de moverme al siguiente
changarro, veo que éste también tiene su pequeña sección dedicada a los estudiosos de la alta política nacional; de entre ellos, los más solicitados, Si yo fuera presidente: Enrique Peña Nieto sin máscara ni maquillaje de Jenaro Villamil y Doña Perpetua: el poder y la opulencia de Elba Esther Gordillo de Arturo Cano.

En la librería informal que encuentro
después, entre el 7eleven y Chilli´s que está a la entrada de la Plaza Juárez, es evidente que la apuesta va por la diversidad: la novela más reciente de Francisco Martín Moreno, Arrebatos carnales, un libro que aparece ya como el quinto más vendido en el portal de Gandhi; El sueño de mi padre, firmado por quien seguramente es hoy por hoy la persona más conocida en todo el orbe, Barack Obama; la trilogía de Los reyes malditos; un Glosario Teosófico, que al parecer de pronto cualquier usuario del metro puede requerir; Beatles la leyenda, para que nadie dude que en 2009 el cuarteto de Liverpool volvió por sus fueros; La isla bajo el mar de Isabel Allende; más PNL para resolverle la existencia a oficinistas desorganizados y amas de casa con la autoestima decaída; muchos para no dormir, casi todos de Stephan King; ¿Por qué yo no? de Ponchito; y por ahí garbanzos de a libra como tres novelas de Bukowsky, cada una a 30 pesos o las tres por 75, o Noticias del Imperio de Fernando del Paso, a 50; y toneladas de libros de autoayuda: 20 pasos hacia delante de Bucay, La armonía oculta y El libro de la sabiduría del modesto Osho, Tus zonas erróneas de Wayne Dyer, que a pesar de tener más de treinta años sigue siendo una guía para combatir las causas de la infelicidad… Ése es el que compra una señora que bien podría ilustrar el concepto depresión en cualquier diccionario de sicología, paga y luego se va a sentar a los pies de la Ariadna Abandonada, la escultura de Lucano Nava que está en la pequeña placita ubicada a unos pasos del Hotel Sheraton, y se pone a leer... Ojalá le sirva.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Pirata Parade 2009 (I)

Oiga, ¿cuánto cuesta ese libro? -por su vestimenta y modito de hablar, supongo que la mujer que se apersona junto a mí debe de ser la asistente de algún encumbrado funcionario de Relaciones Exteriores.

− ¿Cuál? ¿El evangelio del mal?


− No, el de al ladito.


− ¿PNL para principiantes?


− No, del otro lado –responde con la firmeza de una ejecutiva neoyorquina pidiendo un expreso en el Starbucks de la 87th y Lexington, pero luego se ubica en la realidad del Centro Histórico de la Ciudad de México y baja la voz para precisar casi cuchicheando: – Ése…, Técnicas de masaje Chi para orgasmos internos.


¿Orgasmos internos? Morboso, busco con la mirada el objeto requerido... ¡Sorpresa!, mucho traje sastre pero a la dama le falla la lectura.


Ahí tengo otro de Chi Nei Tsang –informa solícito el despachador–. El de orgasmos cuesta 500, seño.

Breve regateo…: la operación queda en 350 pesos. La seño entacuchada guarda en el bolso su tesoro bibliográfico y se va muy oronda rumbo al Zócalo.

¿Se fijó, amigo? –confidente, me pregunta el comerciante callejero, mientras saca de una caja otro ejemplar del mismo título, Técnicas de masaje Chi para órganos internos, y lo coloca en el espacio vacío en la repisa–. A ver si al rato llega otra que tenga hambre y vea tamales.

Sobre Juárez, de su esquina con Lázaro Cárdenas
el crucero con más tránsito peatonal del país hasta Luis Moya, dos calles antes de llegar a Balderas, se encuentran no sólo varias librerías, sino también una excelente muestra del Pirata Parade editorial de México. En la primera cuadra, la Gandhi que está frente a Bellas Artes apenas tiene que competir con un puesto de periódicos, pero cruzando López la cosa cambia: casi en la esquina, después de La Joya, está la antañona Porrúa Hnos. y Cía., luego una farmacia de similares, dos negocios más y la librería Bellas Artes, enseguida un local de ésos de todo lo imaginable a siete pesos, un estanquillo y luego, dos locales antes de la desembocadura del callejón de Dolores, la librería El Sótano, y casi frente a ella, un puesto de libros... ¿piratas?

− ¿Tiene Mi lucha? –llega preguntando una chavita engalanada con su uniforme de la Secundaria Técnica, muy mona.


Ahí estaba el libraco de Hitler: 120 pesitos. ¡Uy!, ¿tan caro? Es que es original, justifica el puestero…, de donde se desprende que hay otros que no lo son. En el piso, a los pies del changarro, un montón de libros a veinte pesos, otros de a cincuenta. Ediciones de pastas descoloridas con los de cajón: El diario de Ana Frank, Corazón de Edmundo de Amicis, varias novelas de Verne, Historias extraordinarias de Poe, El Principito…, y también dos noveletas mexicanas que se van haciendo clásicos de a de veras: Aura de Fuentes y Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. Además, claro, chorros de libros para encontrarle la cuadratura al círculo (Dianética, La inteligencia emocional, El líder interior), y otros para encontrarse con diosito sin intermediarios (Conversaciones con Dios, ¿Quién escribió la Biblia?). Aunque todavía quedan algunos, el púber Potter va de salida, al igual que los vampiros metrosexuales de la Meyer. En cambio Stephen King, Ruiz Zafón e Isabel Allende continúan imponiéndose en el gusto del respetable.


El siguiente puesto, enfrente de Siebo Paris, tiene un ingente surtido de libros de segunda mano, debidamente plastificados para asegurarle un buen gatazo a los bestsellers que, como la música del 6.20, llegaron para quedarse: Sangre Azteca, Juan Salvador Gaviota, El triángulo de las Bermudas de Berlitz. Por autor, siguen siendo caballitos de batalla los Caballos de Troya de J. J. Benítez, el docto Carlos Trejo (Evidencias de la vida después de la muerte), Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Luis Spota que desde la tumba se niega a abandonar su puesto como uno de los novelistas mexicanos más leídos de todos los tiempos, el maestro Rius y, but of course, Velasco Piña y su esoterismo mexicanista (Tlacaelel, Olmeca, Regina, etcétera). Curioso, entre mucha portada que pide a gritos marchante (El tamaño sí importa de Fernanda Familiar, El señor de los cátaros, El señor de los anillos), me topo con varios ejemplares de un libro para pasantes con sentimientos de culpa por no haberse titulado: el insufrible Instrumentos de Investigación de la maestra Guillermina Baena, a 20 pesos. Un paso atrás para ganar panorámica: golpe de vista del puesto que despliega a puertas abiertas su plétora de ofertones… Sin duda, los rostros latifundistas de las portadas son dos, ¡qué extremos!, el Che Guevara y Adolfo Hitler. Una segunda mirada, más atenta a descifrar símbolos y leer portadas, me obliga a sumar un tercer bloque: decenas de sesudos estudios sobre las profecías mayas. Lo olvidaba, ¡caray!, que el mundo se va a acabar en 2012. No hay tiempo que perder, pienso, y enfilo al siguiente puesto…