Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

jueves, 31 de marzo de 2016

Milton Avery, Adolescence.

viernes, 25 de marzo de 2016

La conquista de la ubicuidad

Welcome to the desert of the real.
Morpheus (The Matrix).

Puede resultar pasmosa la inmensa distancia que consigue alcanzar la saeta del lenguaje cuando es disparada por un poeta sagaz. Conozco casos en los que el tiro de la poesía ha llegado, certero, a sitios inaccesibles, tanto para la filosofía como para la ciencia. Paul Valéry (1871-1945) se definía a sí mismo como alguien totalmente ajeno a la filosofía, es más, decía, “tal vez sea algo así como un anti-filósofo”. ¿Por qué? “Seguramente por considerar el lenguaje de forma especial”. Ciertamente, el trato poético que Valéry le otorgaba al lenguaje le permitió componer portentos. Enseguida, una evidencia ejemplar e insólita. 

La muestra me salió al paso en una nota a pie de página, mientras releía un texto de Walter Benjamin (1892-1940), su ensayo La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, en una excelente traducción al castellano realizada directamente del alemán por Andrés E. Weikert (Itaca, 2003), a partir de la primera versión definitiva (1935-36) del texto original de 1934. Benjamin emprende su disertación afirmando que cuando Marx analizó el capitalismo, éste se encontraba apenas en sus albores, de tal manera que, considerando el amplísimo alcance de sus estudios, gran parte de ellos tienen “un valor de prognosis”. Fue un acierto del intérprete no haber traducido prognostischen Wert como “valor de pronóstico”, puesto que esta última palabra tiene una fuerte connotación de adivinación o premonición, y Benjamin no afirma que Marx haya sido un augur, un nigromante que haya previsto el futuro fatal. La prognosis no presupone destino, tampoco tiene nada de divino o sobrenatural; su ámbito es el de las facultades humanas, y no es otra cosa que una consecuencia necesaria del pensamiento narrativo: si los acontecimientos no suceden caóticamente, sino que transcurren de acuerdo al orden de una trama, entonces, atendiendo determinados hechos significativos, es posible conocer anticipadamente el sentido y desenlace de una historia. Benjamin recapitula los desarrollos tecnológicos que, hasta principios del siglo XX, habían pivoteado la reproducción acelerada de obras de arte, primero gráficas y después sonoras. En una nota del traductor, me entero de que, en la tercera edición de su ensayo (1937), Walter Benjamin había incorporado el siguiente pasaje:
Estos dos esfuerzos convergentes [el desarrollo de las técnicas para reproducir imágenes y sonidos] hacían previsible una situación que Paul Valéry caracteriza con la siguiente frase: ‘Así como el agua, el gas y la corriente eléctrica vienen ahora desde muy lejos a servirnos en nuestras casas, obedeciendo a un movimiento de nuestra mano, así llegaremos a disponer de imágenes y sucesiones sonoras que se presentarán respondiendo a un movimiento nuestro, casi a una señal, y que desaparecerán de la misma manera’.
¡Prognosis de poeta!: Paul Valéry describe así lo que hoy día cualquier persona con una conexión a Internet hace cotidianamente. Walter Benjamin recuperó la cita de un texto extraordinario de Valéry, La conquête de l’ubiquité, escrito en 1928 y publicado hasta seis años después en el libro Pièces sur l’art. Uas pocas páginas que deslumbran: se trata de una sucinta disertación de apenas 1,068 palabras en francés, plagada de diamantes de a kilo. Lo que el poeta parisino alcanzó a vislumbrar hace casi ya un siglo no solamente bosquejaba un futuro que para nosotros ya es hoy presente, sino uno que está por venir, más allá del ahora en el que yo escribo y tú me lees. 

La capacidad de observación del poeta supera con mucho la del científico. ¿Algún sociólogo previó el estallido de la cultura pop, el rol del rock & roll en la globalización? El mismo año que Ravel estrenó en el Ópera Garnier de París su Bolero, Paul Valéry escribía:
De todas las artes, la música es… la que más se mezcla con la existencia social… Nos trama un tiempo de vida ficticia, insinuando apenas trazos de vida verdadera… Como toca directamente la mecánica afectiva, que maneja y pulsa a su antojo, es universal por esencia; encanta y hace danzar por toda la Tierra. Al igual que la ciencia, se vuelve una necesidad y un producto internacional.
Y la solución tecnológica, sentenciaba Valéry ochenta años antes de que comenzara a funcionar Spotify, apunta a que sea posible “recuperar a voluntad una obra musical en cualquier parte del globo y en cualquier momento”. En cuanto a las imágenes, Valéry juzga que cuando escribía, 1928, las técnicas de reproducción y transmisión todavía eran muy primitivas, pero proyecta la meta:
Un sol que se pone en el Pacífico, un Tizano expuesto en Madrid, todavía no vienen a pintarse en una pared de nuestra casa con la misma fuerza y verosimilitud con que recibimos una sinfonía.
Sin embargo está seguro de la dirección de la historia:
Todo se hará… Se sabrá como transportar y reconstruir en cualquier lugar el sistema de sensaciones que proporciona en un lugar un objeto o suceso cualquiera. Las obras adquirirán una especie de ubicuidad.
El prognostischen Wert del texto de Paul Valéry azora: “No sé si algún filósofo haya soñado jamás una empresa dedicada a la distribución de realidad sensible a domicilio”. Sin embargo, al menos si al pronosticar lo que sigue estaba pensando en la mayoría de la gente, en el efecto erró:
Hay personas muy solas… Héte aquí que esos ratos vacíos y tristes de esos seres destinados al bostezo y los pensamientos taciturnos son ahora dueños de adornar su ocio o de infundirle pasión.
En realidad, en la época de la omnipresencia de estímulos, los seres tristes, taciturnos, enfangados en el aburrimiento se han multiplicado, con todo y la conquista de la ubicuidad de sensaciones.

domingo, 20 de marzo de 2016

Prognosis

Más que un diagnóstico, nos urge un pronóstico.


Diagnosticar es distinguir.

Con un dolor que te alfiletea el pecho llegas a primera hora al consultorio. El suplicio comenzó ayer, al ocaso; luego, durante toda la noche, ya no pudiste liberarte ni de la molestia ni de un recuerdo: la mueca que surcó el rostro de tu padre antes de que cayera fulminado por el infarto que lo mató hace quince años. El médico te escucha, calibra tu angustia y procede a la auscultación. El estetoscopio es suficiente para descartar, al menos en el corto plazo, el porvenir que a ti te horroriza. El doctor formula algunas preguntas, palpa tu vientre, y pronto se inclina a pensar que aquello es un dolor reflejo. El protocolo clínico le dará la razón:

— Su problema es una úlcera péptica –diagnostica, esto es, clasifica tu padecimiento, lo localiza en el catálogo de las enfermedades que conoce. Diagnosis es conocimiento diferencial, discernimiento. 



Prognosis es conocimiento anticipado.

Hipócrates es a la medicina occidental lo que Sócrates es a la filosofía: el giro racionalista. Sin embargo, resulta prácticamente imposible que una sola persona haya escrito todas las obras que suelen atribuirse a dicho personaje. Hipócrates vivió durante el esplendor cultural de Atenas (s. V a.C.). Nació en Cos (c. 460 a.C.) y se dice que alcanzó a cumplir más de cien años, la mayor parte de los cuales se dedicó a entender el funcionamiento del cuerpo humano y a curar congéneres. Entre todo el Corpus hippocraticum —más de medio centenar de escritos—, son trece títulos los que, según los expertos, realmente debemos a Hipócrates; entre ellos, Prognosis. En la introducción a la edición bilingüe —griego-inglés— para la prestigiada The Loeb Classical Library de la Universidad de Harvard (1959), W. H. S. Jones explica: “Es notable y desconcertante que Hipócrates no concediera un gran valor al diagnóstico. A pesar de que refiere muchas enfermedades por sus nombres, su clasificación y diagnóstico están siempre en segundo plano. Hipócrates sostuvo que era imposible decidir con certeza cuando una variación en los síntomas constituye una enfermedad diferente, y criticó a los médicos de la escuela de Cnido por multiplicar los tipos de enfermedad mediante la asignación de una importancia esencial a detalles accidentales. Daba mucho menos valor al diagnóstico que a lo que hoy llamaríamos patología general de las condiciones mórbidas... Según Hipócrates, hay síntomas o combinaciones de síntomas que apuntan hacia ciertas consecuencias. En otras palabras, hay un elemento común, en torno al cual se puede escribir una historia médica común. Prognosis se refiere a tales historias”. Condiciones específicas en determinadas historias que enfilan hacia desenlaces (pre)determinados. Tal es el sentido del concepto: prognosis, forma de conocimiento narrativo.

Según su primer biógrafo, el también curandero Sorano de Éfeso (s. II d.C.), Hipócrates murió con más de 110 años a cuestas. Imposible saber si eso es verdad; quizá se trata de una exageración para enaltecer su sabiduría poniendo como prueba de ella su longevidad. Casi dos mil quinientos años después, hoy sabemos con certeza que el 1° de octubre del año pasado, el psicólogo neoyorkino Jerome S. Bruner cumplió cien años. Al igual que Hipócrates, Bruner llegó a la conclusión de que echamos mano de cuentos arquetípicos para abstraer, contarnos y entender lo que nos sucede. Por su lado, en su explicación de la prognosis hipocrática, Jones conjetura que la incertidumbre respecto al futuro que pudo experimentar un griego de la Antigüedad Clásica, dista mucho de nuestra ansiedad de porvenir. “Un griego debió de haber vivido atormentado por su recelo respecto al mañana. Los recursos que disponía para paliar su desasosiego eran oráculos, agoreros y adivinos, y de los médicos esperaba también que lo aliviaran de sus miedos o al menos que le dieran certidumbres aunque fueran desagradables”. En Prometeo encadenado, tragedia atribuida a Esquilo (525 - 456 a. C.), el héroe pregunta:
¿Ahora te espantas y llenas de temor? Pues aún espera lo que falta sufrir. A lo que el coro responde: Dílo, que es grato al que padece conocer primero el término fatal de sus dolores.
En el íncipit de su tratado, Hipócrates devela el poder del pensamiento narrativo: “Sostengo que es excelente para un médico practicar la prognosis. Porque al descubrir, al lado de sus pacientes, el presente, el pasado y el futuro, y llenar los vacíos en el relato de los enfermos, será el que mejor entienda los casos, para que los hombres puedan confiar en él para recibir tratamiento”.

O expresado en una curiosa y muy permisiva traducción de esta misma idea, realizada en verso castellano por Ricardo López Arcilla (Madrid, 1843):
Nada juzgo del médico más digno,/ mientras tenga en el mundo que vivir, que con prudencia y delicado tino / por do quiera saberse conducir./ Si las cosas presentes y futuras, / las pasadas y aquellas que el temor / del enfermo reserva, y las oscuras / junto al lecho angustiado del dolor / con acento inspirado pronostica, / creerán todos que conocen bien / el mal tremendo que al enfermo agita / y su remedio bienhechor también. / Y esta creencia hará que el que le escucha / con místico silencio en derredor, / tenga en él siempre confianza y mucha, / y le mire cual nuncio protector.

Pronosticar no es lo mismo que adivinar. La adivinación es asunto divino, la prognosis es negocio de la razón humana, del pensamiento narrativo. El pronóstico no augura, narra. La diagnosis es sincrónica, la prognosis es diacrónica. 

Nos urge prognosis.

sábado, 12 de marzo de 2016

Embajada mexicana

La tarea del traductor consiste en
liberar en la propia a aquella lengua pura
que está retenida en la ajena;
liberar la que está cautivada en la obra,
en la recomposición.
Walter Benjamin, La tarea del traductor.

Walter Benjamin

Hace unos días, mi amigo Galo Filio fue repatriado. Por alguna o varias de las abundantes y variadas sinrazones por las que desde hace tiempo se mal regentean los destinos nacionales, tuvo que regresar de su estancia en la Romandía. Pero resultó ser una repatriación en falso: no ha terminado de desempacar su ajuar cuando ya ha sido notificado de que habrá de partir otra vez en misión diplomática, ahora con un derrotero isleño. No vale la pena entrar en detalles: el caso es que Galio recibió en suelo patrio, mexicopolitano o chilango para ser más preciso, la petición de auxilio que le envié a través de un medio de comunicación cada vez más para uso exclusivo de viejitos y oficinistas, esto es, un correo electrónico.
¡Ayuda! ¿Cómo traduces esto?:Je ne passe jamais devant un fétiche de bois,un Bouddha doré, une idole mexicaine sans mediré: C'est peut-etre le vrai dieu.¿Qué significa diré?
Francófono fluido y solícito, Galio Filio respondió a vuelta de correo-e:
“No paso nunca frente a un ídolo de madera,un Buda dorado, una diosa mexicana sin decirme:Éste puede ser el dios verdadero”Y es que diré está mal escrito, porque no lleva acento en la "e"; diré significa decir, pero con el me que le antecede se vuelve una conjugación reflexiva.
¡Bingo!, exclamé al terminar de leer, complacido por partida triple: porque se había solucionado el misterio, porque entendí la causa por la cual mi traductor de cabecera —Google— no había logrado desenmarañar el asunto, y sobre todo por el sentido mismo del escrito.
Mil gracias. Al margen: idole, en lugar de diosa, ¿no sería mejor traducir directo, es decir, ídolo.
En esta ocasión Galio Filio contestó aun más raudo:
Cambié el término por dos razones: porque idol es femenino en francés y masculino en español; y segundo, porque repetiría ídolo cuando ya traduje así fétiche, que considero más apropiado porque fetiche en español tiene una connotación despectiva o incluso resulta un término demasiado trillado por la lexicología pseudo-psicológica... Por cierto, ¿de quién son los versos?
Cierto: las connotaciones de fetiche, de origen francés, actualmente se cargan mucho hacia el ámbito de lo lúbrico, lo perversón, aunque en estricto sentido el vocablo significa “objeto de culto al que se atribuyen poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos”. La anterior es la definición que aporta la Real Academia, de tal suerte que por “pueblos primitivos” uno debe entender no “sociedades prehistóricas” sino “sociedades no europeas”, como la mexicana, sobre todo en el sentido de mexica. Por su parte, el significado de ídolo difícilmente puede desprenderse de una postura iconoclasta, por lo que suena mucho a pagano: “imagen de una deidad objeto de culto” y “persona o cosa amada o admirada con exaltación”.
Los versos son de Charles Baudelaire. Y sólo para azuzar tu curiosidad: Walter Benjamin los usa como epígrafe de una pequeña narración que originalmente tituló Mexikanische Botschaft, y que a continuación comparto:Embajada mejicanaSoñé que estaba en Méjico, participando en una expedición científica. Después de atravesar una selva virgen de árboles muy altos, desembocamos en un sistema de cuevas excavado al pie de una montaña, donde, desde la época de los primeros misioneros, se había mantenido una orden cuyos hermanos proseguían su labor de conversión entre los indígenas. En una inmensa gruta central, rematada por una bóveda gótica, se estaba celebrando un oficio divino según un rito antiquísimo. Al acercarnos, pudimos presenciar su momento culminante: un sacerdote elevaba un fetiche mejicano ante un busto de madera de Dios Padre, colocado muy alto, en una de las paredes de la gruta. En ese instante, la cabeza del dios se movió negando tres veces de derecha a izquierda.
Galio debe de andar muy ajetreado, porque apenas comentó:
¡Es precioso el texto! Gracias por compartirlo. Hay una foto de Paul Eluard en Teotihuacán mirando fijamente a Quetzalcóatl que me brincó a la memoria.
Supuse que querría saber de dónde saqué el escrito de Benjamin, y sobre todo por qué en la traducción se emplea jota en lugar de equis en Méjico y sus derivados… La traducción del alemán al español es de Juan J. del Solar y Mercedes Allendesalazar, y es la que Alfaguara publicó en 1987 en su edición de un libro que Walter Benjamin dio a conocer en 1926: Einbahnstrasse.

Einbahnstrasse se traduce fácil: calle de sentido único. Las traducciones al inglés no tienen problema: One Way Street; en español, en cambio, la traducción que usa Alfaguara, Dirección única, no parece adecuada, primero porque omite “calle” y segundo porque para el lector mexicano las calles más que dirección tienen sentido. “Calle de un solo sentido”, hubiera traducido.

Páginas después de "Embajada mejicana", encontramos una minificción cuyo título sin duda está bien traducido: en alemán, Tiefbau-Arbeiten, lo que en la edición de Alfaguara aparece como "Obras públicas". Sin embargo, aunque imprecisa, la traducción al inglés de Jephcott y Shorter (NLB, 1979) me parece más certera: Underground Works. Con todo, ni una ni otra versión logran liberar la lengua pura a la que se refirió el propio Walter Benjamin, y el texto queda atrapado en un cerco de misterio:
En sueños vi un terreno yermo. Era la plaza del mercado de Weimar. Estaban haciendo excavaciones. También yo escarbé un poco en la arena. Y entonces surgió la aguja de un campanario. Contentísimo, pensé: un santuario mejicano de la época del pre animismo, el anaquivitzli. Me desperté riendo.(Ana=ὰνά; vi=vie; witz=iglesia mejicana (!).)

sábado, 5 de marzo de 2016

Hechizo

De niño fui obligado a zapatear un potorrico. Y para colmo de vergüenzas y penurias, me tocó hacerlo con la compañera más llamativa de todo el salón. Como bien se sabe, en tercero de primaria los hombres y las mujeres pueden ser llamativos y llamativas, pero por condiciones distintas de las que suelen serlo después de la pubertad. Sabina —por supuesto, ése no era su verdadero nombre, pero pretendo ser un caballero y además ni me acuerdo— era una criatura muy vistosa, sobre todo por la prodigalidad de sus lonjas y la encrespada espectacularidad de su mata de pelo rubio. Pues en el festival del Día de las Madres de aquel año me tocó bailar con Sabina la danza de los machetes… ¡El ridículo a medio patio y con la escuela llena de escuincles y padres de familia! Todo, porque pertenezco a una generación que aún alcanzó a recibir algo de los influjos del nacionalismo mexicano posrevolucionario. Durante mi niñez, a la Revolución Mexicana todavía le quedaban muchos activos que presumir, por ejemplo las escuelas públicas. En la que yo estudié, la primaria Profa. María Luisa Calderón Ponce, participar en los bailes folclóricos era parte fundamental de nuestra formación como ciudadanos de un país en el cual todavía los valores de Pepe el Toro funcionaban: ser pobre pero honrado no era entonces sinónimo de loser, incluso era un rol social meritorio, y el método para salir adelante —lo cual no se limitaba a salvarse de la depauperación sino que significaba ascender en la pirámide social— era sencillo e infalible: trabajar duro. No tuve una sola maestra a lo largo de los seis años de primaria que no nos contara con orgullo el maravilloso capítulo de nuestra historia nacional titulado La Expropiación Petrolera.



El relato podía tener sus variantes, pero siempre había elementos infaltables en todas ellas: la valentía del general Lázaro Cárdenas para enfrentar a las compañías petroleras, la euforia de El Pueblo y luego su apoyo a la medida demostrado en las prendas que la gente llevó al Zócalo para apoyar el pago —desde joyas y dinero en efectivo hasta gallinas, nos decían—… Otro ingrediente que jamás faltaba cada que nos contaban aquella gesta era la certeza que tenían los gringos y los ingleses de que tan pronto comenzara a requerir mantenimiento toda la maquinaria, los pobres mexicanitos subdesarrollados no iban a tener de otra más que correr a pedirles ayuda, primero, y después perdón. Pero los maloras de las compañías extranjeras no contaban con que, para sortear aquella fatalidad —la dependencia tecnológica—, saldría al quite el Ingenio Mexicano, así, con mayúsculas, porque había que referirse a él como una especie de característica innata en todos nosotros: si todavía no había ingenieros mexicanos suficientes, los trabajadores de Pemex se las ingeniaron para ir arreglando las cosas con partes hechizas, de tal manera que la producción no se cayó… Una tuerquita adaptada por aquí, una cuerda en vez de una banda por allá, un chicle para tapar aquel agujero, dos tubos soldados con maña para sustituir aquella complicada pieza… Así que, para ser mexicana, la industria petrolera tuvo que pasar por un período de sustitución importaciones con partes hechizas, de facturación nacional.

El vocablo hechizo proviene del latín facticĭus, que significa artificial, de ahí sus dos primeras acepciones en español: artificioso o fingido, y postizo (no natural). Pero hay de hechizo a hechizo, ¿o todo hechizo es hechizo? Recordemos que la práctica usada por los hechiceros para intentar el logro de sus fines también se llama hechizo —por ejemplo: el timado taumaturgo mediático lanzó su hechizo en horario triple A y consiguió embrutecer a toda su teleauditorio—, y resulta que hechiceros, según el diccionario, hay de dos tipos: por un lado los y las que atraen y fascinan por su belleza o cualidades, y por otro los que practican la hechicería, la cual ya es arte de saberes, ritos y poderes sobrenaturales. Así que bien podría ser uno víctima del hechizo ocasionado por los menjurjes de una hechicera espantosamente horrenda, lo cual sería distinto a quedar embelesado por la natural hermosura de una dama, o un caballero, a según el gusto de cada quien, pero cualquier caso fenómeno que también podríamos llamar hechizo. 

Me parece que hoy México sufre los efectos de un hechizo, y no porque el país entero se encuentre arrobado por los encantos de un ser bellísimo. El país sufre una embestida demoledora por parte de la impunidad y la corrupción; la primera responsabilidad exclusiva de las autoridades de gobierno, y la segunda ya extendida por todo el edificio social. Esta acometida ha provocado que el trabajo desde hace ya tiempo haya dejado de ser un valor: hoy una persona honesta y muy trabajadora peca, en el mejor de los casos, de ingenuidad. Creo que ninguna economía tiene viabilidad si su gente no entiende el trabajo como la fuente de riqueza. El binomio maldito, corrupción-impunidad, también ha devastado la riqueza nacional. ¿Un ejemplo? Del recorte al gasto público anunciado hace unos días —132 mil millones de pesos—, el 75% lo va a sufrir Pemex. Puñalada al toro amorcillado. Así que quizá aquello de que Pemex no se iba a vender quería decir que no iba a quedar nada qué vender, porque, ya es noticia pasada, el director general entrante se apresuró reconocer que los niveles de deuda de Pemex no son sustentables… Y ante este panorama, la mayor parte de la ciudadanía qué hace, qué manifiesta. Nada, permanece en la inopia, como hechizada.