Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 29 de octubre de 2016

Territorio a la carta

Always, the process of representation will filter the territory out,
so that the mental world is only mpas of maps, ad infinitum.
Gregory Bateson, Steps to an Ecology of Mind.  


Un mapa sirve, entre otras cosas, para darnos una idea de dónde estamos. ¿Quiere ubicarse en el planeta? Consulte un planisferio. ¿Le interesa el contexto nacional? Podría revisar una carta de los Estados Unidos Mexicanos, escala 1:4’000,000. Pero si sus ganas de saber se dirigen a su entorno inmediato, digamos, transitable a pie, usted necesita mayor detalle.

El mapa con la escala más grande que produce actualmente el INEGI es la carta topográfica 1:50,000 —en 2016 dejó de producir los mapas topográficos 1:20,000—.


Preguntarse si se trata de una carta o de un mapa puede abrir una polémica bizantina totalmente prescindible o bien una interesante nota lexicográfica. Avanzaré un tramo por la segunda vía.

Las dos palabras, mapa y carta, se las debemos al latín, y en ambos casos su etimología refiere en última instancia a materiales escriptóreos, es decir, a soportes físicos en los que se plasman signos gráficos. En el primer caso, mapa, proviene —en español y en varias lenguas europeas, no sólo romances— del bajo latín mappa, que significa “mantel” o “liezo”. En cambio, los franceses emplean carte —el título original de El mapa y el territorio, la novela de Michel Houellebecq, es La Carte et le Territorie—, que encuentra origen en la misma voz latina de la que se derivan el ruso karta y el italiano carta: charta, es decir, “papel”, que a su vez viene del griego kharthes, la hoja de papiro preparada para escribir sobre ella. Incluso más: en griego antiguo, el vocablo con que se designaba un mapa era pinax, una tablilla en la que se grababan imágenes o textos, y que podía ser de piedra, madera, metal o arcilla. El umbral etimológico de mapa y carta es pues análogo: la cosa sobre la cual se dibuja y escribe. La correspondencia semántica que existe hoy entre mapa y carta resulta transparente en la palabra cartografía, la cual evidentemente se deriva de carta y designa la técnica de elaborar mapas.

Salvado el falso escollo, convengamos que los mapas son “representaciones gráficas que facilitan una comprensión espacial de cosas, conceptos, condiciones, procesos o acontecimientos del mundo humano” —la definición, ciertamente dilatada, la tomo de History of Cartography (University of Chicago Press, 1987), coordinada por J. B. Harley y David Woodward—. Ahora, las cartas topográficas no son cualquier tipo de mapas; responden a características técnicas específicas: “representan, a escala, los elementos naturales y las obras hechas por el hombre sobre la superficie terrestre…, localizándolos con precisión, en posición y altitud” —Guía para la interpretación de cartografía del INEGI—. Una carta topográfica tiene pretensiones científicas; se ajusta a la expectativa que en Occidente se tiene de cualquier producto cartográfico, al menos desde la Ilustración: “Un buen mapa es un mapa preciso… Los mapas son calificados de acuerdo a su correspondencia con la verdad topográfica. La inexactitud, se nos dice, es un crimen cartográfico” (J. B. Harley, The New Nature of Maps. Johns Hopkins University, 2002).

Cualquier mapa es una herramienta del pensamiento analógico, un artefacto en el que se materializa una abstracción: el mapa es siempre una metáfora del mundo, y dado que los mapas son objetos que la gente produce y consulta en este mundo, son representaciones a escala. En una carta topográfica 1:20,000, 1 centímetro representa 0.2 kilómetros, o sea, 200 metros, de tal suerte que cada kilómetro de terreno es representado por 5 centímetros en la carta. Por ejemplo, tengo en las manos la carta E14A49d, Tres Marías; el área de impresión del mapa —sin considerar márgenes y tira marginal— es de 58.3 x 69.1 centímetros, lo cual se traduce en que la superficie representada en este pedazo de papel es poco más de 160 kilómetros cuadrados. Para armar el mosaico que cubre toda la Ciudad de México, requeriría 19 cartas, impresas en pliegos de 76.5 x 88 centímetros, y para disponerlas juntas necesitaría una mesa de al menos cuatro metros por lado. Si alguien me viera trajinar entre tanto papel, quizá, como el narrador de la novela Sylvie and Bruno Concluded, me sugeriría usar mejor un “mapa de bolsillo”.


En el libro de Lewis Carroll (1832-1898), también autor de Alicia en el país de las maravillas, la recomendación va dirigida a un tal Mein Herr, un personaje estrambótico proveniente de un misterioso reinado, quien responde:

— Eso también es algo que hemos aprendido de su nación: la cartografía. Pero lo hemos llevado mucho más lejos. ¿Cuál considera que es el mapa más grande que poseería verdadera utilidad?

El narrador contesta que uno en el que 15 centímetros representen una milla, a lo que Mein Herr replica:

— ¡Sólo eso! Nosotros no tardamos en llegar a los seis metros por milla. Luego probamos con cien metros por milla. ¡Y después vino la idea más grandiosa de todas! Hicimos un mapa del país, en serio, ¡a una escala de una milla por milla!

— ¿Y lo han usado mucho?

— Todavía no ha sido desplegado nunca —apuntó Mein Herr—; los granjeros se opusieron: decían que cubriría todo el campo, ¡bloqueando la luz del sol! De modo que en la actualidad usamos el propio campo como mapa, y le aseguro que funciona casi igual de bien.

Es una pena que Carroll no haya reflexionado más sobre el asunto: las ventajas y desventajas de un mapa escala 1:1 y, sobre todo, de su sustitución por el terreno representado mismo. En un prodigio así, en el que el territorio fuera el mapa, la mayor riqueza estaría en la simbología, pero lamentablemente no habría quedado espacio alguno para la tira marginal.

sábado, 22 de octubre de 2016

Mapamundi

But, said Alice, if the world has absolutely no sense,
who's stopping us from inventing one?
Lewis Carroll, Alice's Adventures in Wonderland.


El mundo no siempre ha sido la Tierra. Claro, es indiscutible que hoy, para nosotros, uno de los significados de la palabra mundo es nuestro planeta, pero ello es así precisamente porque, a estas alturas de la historia, efectivamente los humanos hemos conquistado todos los rincones de la Tierra, y esta situación es muy reciente. Además, actualmente el mundo es el planeta no únicamente para usted y para mí, lo es también para cualquier persona que haya sido sociabilizada en el ámbito cultural que ha impuesto la revolución científica que estalló hace unos quinientos años, un campo simbólico que ya rebasa con mucho los límites de Occidente, dado que la cosmovisión naturalista desarrollada por el pensamiento científico actualmente es hegemónica.




Pero hasta hace muy poco tiempo el mundo era un sitio mucho más pequeño… La expresión "el mundo conocido" es en estricto sentido una redundancia, tanto como "nuestro mundo". Teniendo en mente lo anterior cobran cabal sentido frases como el "encuentro de dos mundos", la cual se acuñó para referirse a la llegada de los ibéricos a este continente. En 1492 apareció un nuevo mundo, no América, sino la realidad interconectada de Europa y las tierras trasatlánticas hasta entonces desconocidas, en ambos lados del océano. Que el mundo comenzara a ser planetario se lo debemos mucho a Fernando de Magallanes, a Juan Sebastián Elcano, a Colón…
Universalis Cosmographia Secundum Ptholomaei Traditionem et Americi Vespucii Alioru[m]que Lustrationes. Martin Waldseemüller, 15907.
… pero también y quizá más a Américo Vespucio y a Martin Waldseemüller, ya que el mundo, más que un lugar, es una abstracción. Por eso, un mapa del mundo no sólo lo representa, sino que en principio lo construye. Así que tiene razón Jerry Brotton cuando afirma que “una determinada visión del mundo da lugar a un mapa del mundo; pero el mapa del mundo, a su vez, define la visión del mundo propia de su cultura. Se trata de un acto excepcional de alquimia semiótica” (Historia del mundo en 12 mapas. Penguin Random House. España, 2014).

¿Cuál es el primer mapa del mundo del que se tiene noticia? No me refiero al mapa más añejo que se conozca, pregunto particularmente por un mapa que represente al mundo. Quizá a usted, erudito lector, le venga a la memoria el del griego Estrabón (c. 60 a.C. – 21 d.C.), en cuyo caso le recomendaría que recordara que Eratóstenes (276 a.C. – 194 a.C.) realizó uno un par de siglos antes el cirenaico… ¿Y qué me dice del que debemos al discípulo más avezado de Tales de Mileto? Según Anaximandro (610-546 a.C.), la Tierra era redonda y el centro del cosmos, y, por supuesto, en su representación cartográfica, el ombligo del universo se encontraba en Delfos. En cualquier caso el primer mapamundi que se conoce es muy anterior a la civilización grecorromana: “el objeto más antiguo conservado que representa el mundo entero en un plano a vista de pájaro, mirando la Tierra desde arriba”, es una tablilla de arcilla de 12 x 8 centímetros, realizada hace cerca de cinco mil años por un descendiente de un tal Ea-bel-ili, habitante de la ciudad Borsippa. La tablilla fue descubierta en 1881 por el arqueólogo iraquí Hormuzd Rassam, en el sitio de Sippar de Shamash —actualmente Abu Habbah, Irak—, localizado en la Baja Mesopotamia, en la orilla oriental del Éufrates, al noroeste de Babilonia.


En la actualidad, la tablilla, “a la vez un diagrama cósmico y un mapa del mundo”, se puede admirar en Londres, en el Museo Británico. En la tablilla, además de un texto en escritura cuneiforme, se muestra al mundo como un disco, rodeado por un anillo de agua, el “Río Amargo”; Babilonia aparece representada por un rectángulo en el margen derecho del Éufrates, que fluye hacia el sur.  Dentro de los dos anillos aparecen una serie de círculos, triángulos y rectángulos, todo en torno a un agujero. Alrededor del círculo exterior, ocho triángulos se distribuyen —únicamente cinco pueden leerse—. “El círculo exterior aparece rotulado como marratu o ‘mar salado’, y representa el océano que rodea el mundo habitado. Dentro del anillo interior, el más prominente de los rectángulos, que representa al río Éufrates, el cual fluye desde un semicírculo en el norte rotulado como ‘montaña’ hasta el rectángulo horizontal que aparece al sur rotulado como ‘canal’ y ‘ciénega’. Otro rectángulo, que divide en dos a Éufrates, aparece rotulado como ‘Babilonia’, rodeado por un arco de círculos que representan ciudades y regiones… Los triángulos que salen hacia fuera del círculo exterior del mar se hallan rotulados como nagü, que puede traducirse como ‘región’…  Junto a ellas aparecen crípticas leyendas, además de animales exóticos: camaleones, íbices, cebúes, monos, avestruces, leones y lobos. Son espacios inexplorados, los míticos y remotos lugares situados más allá de los límites circulares del mundo…” Así que desde este primer mapa del mundo, el centro del cosmos queda establecido en la ciudad principal de la cultura que lo produjo. El establecimiento del axis mundi en casa responde a una necesidad terapéutica: sin referencia fija, uno queda a la deriva en el espacio como un náufrago en mar abierto. Casi cinco milenios después, seguimos haciendo lo mismo: cuando abres Googlemaps, por ejemplo, en el smartphone, tu posición en el planeta aparece de inmediato justo en el centro del mundo… 

martes, 18 de octubre de 2016

Tres tipos de lectores

De acuerdo a Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) hay tres tipos de lectores; en carta fechada el 13 de junio de 1819 estipuló:
Hay tres tipos de lector: el que disfruta sin juicio; el que, sin disfrutar, enjuicia, y otro, intermedio, que enjuicia disfrutando y disfruta enjuiciando; éste es el que de verdad reproduce una obra de arte convirtiéndola en algo nuevo.
Apostillo: uno mismo puede caer en cualquiera de los tres comportamientos, según el libro, según el ánimo, según el propósito...  

sábado, 15 de octubre de 2016

El jardinero

Aparte de la pintura y la jardinería,
no soy bueno para nada.
Mi mayor obra maestra es mi jardín.
Claude Monet


Jean Baptiste de La Quintinie (1626-1688) fue un señor que supo corregir un grave error de juventud: después de haber estudiado Derecho y de haber ejercido como abogado de impuestos de manera medianamente exitosa durante algún tiempo, mandó al diablo dicha profesión para dedicarse de lleno a lo que verdaderamente lo apasionaba, la jardinería. Hizo bien, porque el éxito que alcanzó en su nuevo oficio fue incontrovertible e histórico: terminó siendo el encargado de diseñar, construir y cuidar las huertas del rey Luis XIV, el mismísimo Rey Sol, en Versalles. En la sociedad cortesana, tan afecta a las formas, pudo lucir desde 1678 el título de “intendente de los vegetales de frutales y de hortalizas de todas las moradas reales”. Cuidado: no confundir a La Quintinie con su coetáneo André Le Nôtre, el arquitecto, paisajista y creador de jardines más famoso de su tiempo, también a las órdenes de Luis XIV.

Tres siglos más tarde, el narrador y escritor de cómics francés Frédéric Richaud (Aubignan, 1966) publicó Monsieur le Jardinier (1999), novela histórica que tiene como protagonista a La Quintinie. La traducción al español, El jardinero del rey, fue editada hasta el año pasado (colección Nefelibata de editorial Duomo, Barcelona), y hace apenas unas semanas me encontré el libro en una mesa de novedades aquí en México.

Desafortunadamente, debo decir que la novela es bastante prescindible; sin embargo, entre sus páginas encontré un par de reflexiones sumamente útiles para comprender nuestra llamada relación con la naturaleza.

Primera. Ya avanzada la novela, después de relatar las extenuantes labores que él y sus trabajadores tuvieron que realizar a lo largo de mucho tiempo para salvar el huerto real después de algunos días de lluvia, Jean Baptiste de La Quintinie cavila: “La naturaleza tiene sus derechos; nosotros no tenemos más que deberes. Reconstruiremos cada vez que sea necesario, porque así se nos pide. Pero cada uno de nuestros gestos será un acto de humildad”. Es decir, el arcaico tema del trabajo penoso e inacabable como única forma de insertar la cultura en la naturaleza.


Segunda. Frédéric Richaud escribe buena parte de El jardinero del rey echando mano del formato epistolar, insertando extractos de las misivas que el hortelano del monarca intercambia con un amigo de apellido Neuville: “¿Por qué querer a toda costa constreñir el universo dándole tal o cual forma? —preguntó un día Neuville—. Descifro al instante los dibujos que me enviáis, los que representan las ramas de vuestros árboles pegados a las murallas y conducidos de tal manera que pronto las recubrirán por entero. Quizá me encontréis severo una vez más. Pero ¿por qué torturar vuestros árboles como Monsieur Le Nôtre maltrata sus jardines? ¿Acaso no producían vuestros viejos frutales en abundancia cuando los dejabas libres? ¿No es el mundo más bello de por sí, sin que haya necesidad de intervenir con tanta dureza? Os lo concedo, el hombre debe ayudar al mundo a alumbrarse a sí mismo, pero no dominarlo, encorsetarlo como vos me decís y me demostráis que hacéis”. ¿Constreñir el universo, encorsetar el mundo? En un jardín, la ilusión de la naturaleza humana primigenia y al mismo tiempo de la naturaleza encapsulada en ámbitos civilizados, se hace evidente que toda presencia cultural es justamente eso, una intervención, una creación de mundo. Sobre este asunto, la explicación más lúcida que conozco se la debemos a un sabio madrileño.

En agosto de 1951, José Ortega y Gasset (1883-1955) participó en los coloquios de Darmstadt, en Alemania. En aquellas jornadas conversó con Martin Heidegger, y el día 5 dictó la conferencia “El mito del hombre allende la técnica” (Obras completas. Tomo IX. Revista de Occidente). Entonces aseguró que el ser humano siempre ha sido y cada vez es más un ser técnico, esto es, un fabricador y un modificador de realidades: el hombre “…transforma y metamorfosea los objetos de este mundo corpóreo, tanto los físicos como los biológicos, de tal suerte que cada vez más y quizá al final totalmente o casi totalmente, tienen que convertirse en un mundo distinto frente a lo primigenio y lo espontáneo”. Valga recordar que Ortega y Gasset sentenció todo esto a mediados del siglo pasado, así que cundo mencionó la alteración de objetos biológicos quizá tenía en mente el tipo de modificación que Neuville reclamaba a los jardineros del Rey Sol, y no los que unos años después el hombre podría conseguir, por ejemplo, por medio de la clonación de organismos —se sabría acerca del primer mamífero clonado, Dolly, hasta 1997— o incluso de la creación de seres vivos que sencillamente no habrían existido sin la intervención humana —por ejemplo, el bioartista brasileño Eduardo Kac ideó la creación de un conejo fluorescente, mismo que fue producido en 2000 por un laboratorio francés por medio de la implantación de un gen tomado de una medusa en el ADN del embrión de un conejo—. El pensador español remata su planteamiento aduciendo que el hombre técnico “pretende crearse un mundo nuevo”, y se pregunta qué tipo de personaje tiene que ser aquel para el cual resulta vital crear un mundo nuevo… “por fuerza, un ser que no pertenece a este mundo espontáneo y originario, que no se acomoda en él. Por ello no se queda tranquilamente incluido en él como los animales, las plantas y los minerales. El mundo originario es lo que, de modo tradicional, llamamos naturaleza”, es decir, una abstracción, una creación cultural.

sábado, 8 de octubre de 2016

Pedrada de Zeus

Es usted un corrupto. También toda su familia, sus vecinos, sus compañeros de trabajo, el director de este periódico y cada uno de sus reporteros y editorialistas, el policía de la esquina y de ahí para arriba, los altos mandos castrenses y de ahí para abajo, las maestras de sus hijos, todos sus clientes y proveedores, su médico de cabecera, el tendero, los asalariados y los ninis, su pareja, el más sabio de sus mentores, la señora más viejita de su casa y los niños…, todos, todas. Yo igual. Además, estamos bien representados: no hay un solo diputado, senador, gobernador, alcalde o síndico que no sea corrupto. No lo digo yo, lo acaba de afirmar el presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, titular del Poder Ejecutivo, Jefe de Estado y de Gobierno, y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas: el miércoles pasado, al inaugurar la Semana Nacional de Transparencia, Enrique Peña declaró: “Porque este tema que tanto lacera, la corrupción, lo está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos. No hay alguien que pueda atreverse a arrojar la primera piedra, todos están, han sido parte de un modelo que hoy estamos desterrando y queriendo cambiar…”. Si el presidente se atreve a lanzar tal acusación es porque él sí que anda libre de culpas: “todos están, han sido parte” —no “todos hemos sido parte”— de la corrupción. Él, impoluto, nos señaló a todos los demás, en principio a quienes tenía allí mismo. Como marcan los cánones, al arranque de su discurso había saludado “con gran respeto” a los presidentes de las mesas directivas del Senado y de la Cámara de Diputados, al ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a la gobernadora de Sonora —quien acudió en representación de todos sus pares—, a los secretarios de Defensa y Marina y a otras figuras públicas que no vale la pena mentar aquí porque, de cualquier manera, en la bolsa Peña echó a todos. Total, de ellos, nadie replicó. 

En su incriminación, el formato que empeló el primer mandatario de nuestra República laica fue el bíblico. Porque, como bien recordará usted, la figura quien esté libre de culpa que lance la primera piedra se la debemos Jesús de Nazaret. Cuenta uno de sus discípulos (Juan 8:1-11) que, después de andar en el Monte de los Olivos, Jesús regresó al templo, en donde la gente acudía en busca de sus enseñanzas. “Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer… Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” Jesús contestó: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Ninguno de los denunciantes dijo ni hizo nada. Además, “acusados por su conciencia” todos los que estaban en el templo fueron saliendo: “y quedó solo Jesús, y la mujer… ¿Ninguno te condenó?… Ninguno, Señor. Entonces Jesús dijo: Ni yo te condeno…”. Sin ánimo de mancillar la investidura presidencial ni de arroparme con roles de exegeta que no me corresponden, me permito apostillar que durante los hechos narrados el Mesías de los cristianos no imputó a nadie, no determinó que ninguno podía tirar la primera piedra, y conste que podría haberlo hecho, puesto que para ese momento, de acuerdo también a la doctrina cristiana, toda la humanidad seguía manchada por la caída ancestral, la de Adán: Jesús aún no había pasado por el tormento que expiaría el pecado original. 

Hace dos años Peña dijo que la corrupción es un característica cultural de México. En 2015, fue más allá: “… me parece que es un tema (la corrupción) de orden global, está en todo el mundo y a veces más que aparejado a una cultura, lo está a una condición: a la condición humana”. ¡Como el pecado original!

Discrepo del juicio del presidente, y también me atrevo a lanzar no una piedra sino un mito: aquel que Protágoras relata, según el diálogo homónimo de Platón, sobre la virtud política (Protágoras, 320d-322a):

Los dioses forjaron a los seres mortales con tierra y fuego. Luego ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que otorgaran capacidades a cada especie. Epimeteo tomó la iniciativa y repartió destrezas y caractrísticas defensivas entre los animales. Pero olvidó al hombre, a quien dejó “desnudo, descalzo y sin coberturas ni armas”. Prometeo soluciona el problema robando para los humanos el fuego a Hefesto y a Atenea los oficios, y así armados fueron puestos en el mundo. Inicialmente habitaban dispersos, no había ciudades y eran vulnerables al ataque de las fieras. No poseían el arte de la política, así que tan pronto conseguían fundar una ciudad se agredían unos a otros, y se dispersaban y perecían. Zeus, temiendo que la humanidad desapareciera, intervinó: “envió a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia, para que hubiera orden… y ligaduras acordes de amistad. Hermes cuestionó a Zeus cómo debía repartir el sentido moral y la justicia, ¿sólo a algunos individuos, como el resto de las habilidades y conocimientos? “A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades si sólo algunos de ellos participaran. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad”. Zeus, pues, lanzó la primera pedrada.