Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 21 de abril de 2024

De De perfil a La Tumba

  

A José Agustín.

 

El lector se apersonó en el mundanal mundo en el Distrito Federal. Así se llamaba la hoy Ciudad de México. Bueno, entonces, hace ya casi sesenta años, el DF era también la ciudad de México. De hecho, la ciudad de México fue la ciudad de México mucho antes de que México fuera México, pero ese es otro cantar. El lector no fue juarista desde siempre pero sí juarense: es nativo de la delegación —hoy demarcación territorial— Benito Juárez. Obtuvo la nacionalidad mexicana con el primer berrido que pegó en algún lugar del segundo piso del Hospital 20 de Noviembre, un nosocomio del ISSSTE en aquellos días casi nuevecito: el presidente López Mateos lo había inaugurado tres años antes. Así que el lector nació en la que, en breve, ganaría la fama de ser la prototípica colonia del aspiracionismo clasemediero mexicano, la Del Valle. Gabriel Careaga, diez años después, sociólogo implacable, así lo haría notar en su ya clásico Mitos y fantasías de la clase media en México. El lector nació en la Noche Buena de 1964. Apenas hacía unos días antes que Gustavo Díaz Ordaz había tomado posesión como presidente de la República. El orbe estaba muy caliente, tensionado por la Guerra Fría. A finales de enero, en Las Vegas, Kubrick estrenó Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, su séptima película; la premier iba a ocurrir en Dallas el 22 de noviembre del 63, pero tuvo que aplazarse porque ese día asesinaron justo en esa ciudad texana a Kennedy. En octubre, el ucraniano Leonid Ilich Brézhnev se convirtió en el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. A partir de ese año, Estados Unidos comenzó a mandar tropas a Vietnam, Cassius Clay dejó de existir nominalmente y en su lugar apareció Muhammad Ali. Hace tanto y hace tan poco: cuando el lector se incorporó a la especie, la Tierra llevaba a cuestas poco más de 3.2 millardos de seres humanos; hoy somos 8.1 millardos. En la radio, la chaviza escuchaba a Los Beatles y a Los Surfs, a Leo Dan y a Enrique Guzmán, a Angélica María y a Pily Gaos… A lo largo de ese año, 1964, se habían publicado varios libros importantes: la editorial Joaquín Mortíz, Figura de paja de Juan García Ponce, y Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia; el Fondo de Cultura Económica, La pequeña edad de Luis Spota, y una pequeña editorial, Mester, La tumba, una novelita de un chamaco, un tal José Agustín. José Agustín Ramírez Gómez era tapatío, pero nomás de nacimiento. Su infancia la había pasado en el puerto de Acapulco, y cuando él era todavía un chavito su familia se mudó al DF. Cuando la edición príncipe de su primer libro salió de la imprenta Casas (5 de agosto de 1964), faltaban dos semanas para que él cumpliera 20 años. Aquel tiraje fue de sólo medio millar de ejemplares. El poderoso íncipit de la novela no deja ver a una pluma inexperta:

Miré hacia el techo: un color liso, azul claro. Mi cuerpo se revolvía bajo las sábanas. Lindo modo de despertar, pensé, viendo un techo azul. Ya me gritaban que despertase y yo aún sentía la soñolencia acuartelada en mis piernas.

Sin ser tapatío, por una combinación de desgracias y gracias del destino, el lector radicó en Guadalajara de septiembre de 1978 a julio de 1980. Por aquellos ayeres tenía por ocupación formal terminar la secundaria; sin embargo, a lo que más le dedicaba tiempo de calidad era a jugar fútbol americano y a leer novelas. Liniero desde categorías infantiles, ocupaba la posición de GI en los Tecos. Acababa de descubrir en casa de sus tíos varios títulos de Luis Spota —en realidad Luis Mario Cayetano Spota Saavedra Ruotti Castañares, ¡pobre!—. El lector solía meter de contrabando a la benemérita Escuela Secundaria Técnica #14 el ejemplar que andaba leyendo y dividir desequilibradamente sus atenciones entre las guasas y diabluras de los compañeros, la plétora de encantos de las compañeras, las distintas clases y la novela que estuviera leyendo. Sin estar del todo seguro, el lector cree que pudo haber sido cuando se entrometía en las aventuras del príncipe Ugo Conti —Casi el paraíso— o tal vez el episodio sucedió alguna de las mañanas en las que devoraba El rostro del sueño, una novedad editorial que pronto habría de convertirse en bestseller, como muchos de los libros de Spota. Corrían tiempos en los que editorial Grijalbo vendía caudales de ejemplares del novelista en los grandes supermercados. Además, debió de ser temporada de alegre consumo. Él no lo recuerda bien, pero cotejando fechas se deduce que por aquellos años en México mucha gente andaba con la idea de que se vivía una bonanza económica, gracias al petróleo y en buena medida por influjo de quien despachaba como presidente del país, un señor que también, por cierto, escribía novelas, como su abuelo: José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco, nieto del escritor —él sí tapatío— José López Portillo y Rojas. Bueno, el caso fue que en una de las clases de la materia de Español, ya en tercer grado, el buen profesor a cargo —¡es una vergüenza que el lector haya olvidado por completo el nombre de aquel bienaventurado docente!, falta por la cual ruega lo disculpen— lo descubrió perfectamente embrujado por la lectura y en consecuencia sin prestar la menor escucha a su cátedra. No sólo fue comprensivo e indulgente, fue benévolo primero, decisivo después. El maestro le dijo que estaba muy bien que pudiera mandar el mundo muy lejos cuando el lector leía y tomó el libro:

— Spota, eh… Bueno, está bien, pero… Al final de la clase te lo devuelvo –y confiscó el volumen por los minutos restantes de la clase. Al término, efectivamente le regresó al infractor alumno su libro y se tomó un rato para recomendarle algunos otros. A la memoria casi sexagenaria del lector no acuden todos los títulos, pero con absoluta certeza sí uno:

— Tienes que leer De perfil, te vas a divertir mucho.

De izquierda a derecha: Parménides García Saldaña, José Agustín, Margarita Bermúdez, Gabriel Careaga, Gustavo Sainz y Rosita.

El recuerdo acude fácil porque el lector hizo caso del consejo y pronto, en las siguientes navidades —que como el lector (no el personaje de este texto, sino usted, el lector de este) recordará coinciden con su cumpleaños— tuvo la fortuna de que un tío suyo le regalara una visita al departamento de libros de Liverpool para que escogiera diez títulos. El lector no se puede acordar de todos —El Mono desnudo de Desmond Morris, Siddartha de Hess, Días de combate de PIT II…—, pero sin duda uno de ellos fue De perfil, la segunda novela de José Agustín. Y sí, desde la primera ocasión que la leyó al lector le resultó muy divertida. Poco después el lector consiguió La tumba y de esa lectura sacó en claro que también era muy divertido realizar la contraparte: escribir. Como Gabriel Guía, protagonista de La tumba, quien se decidió un buen día: “… decidí trabajar literariamente. Escribir una novela”.

¡Larga vida, Pep Coke Gin!



domingo, 14 de abril de 2024

El problema del agua apesta

  

 

… el agua clara es el agua corriente

Octavio Paz, Retórica.

 

 

— La verdad estoy muy enojada con el gobierno de la Ciudad de México.


— ¿Por…?


— Ay, amiga, ¿no has visto las noticias? El agua huele rarito. ¡Pinche Morena!


El dialogo anterior lo escuché el jueves pasado por la tarde en la fila de un súper mercado localizado a espaldas del WTC, en colonia Nápoles, demarcación territorial Benito Juárez, CDMX.

 

*

 

Más tarde, una conocida, pongámosle Juanita, que sabe en dónde vivo me pregunta: — ¿Y cómo te va con el asunto del agua? Qué horror, ¿no?


Le respondí que afortunadamente en mi edificio el agua no olía a nada y no se veía rara. Le dije también que en la colonia en la que vivo, si bien está en la demarcación territorial Benito Juárez, el cien por ciento del suministro del agua llega del sistema Cutzamala, es decir, no recibimos agua de pozo alguno. También le conté a Juanita que hace unos días una vecina del edificio, pongámosle Dafne, me había preguntado lo mismo…


— Es que estoy muy preocupada.


— ¿Por qué?


— Pues por lo del agua: una amiga me dijo que creía que en su casa huele raro, como a plastilina.


— ¿Y aquí tú has percibido un olor extraño en el agua, Dafne, aquí en nuestro edificio?


— No.


— Entonces más bien estás preocupada por la preocupación de tu amiga.


Cuando terminé de contarle esto a Juanita ella se enojó, y mucho: — ¡El problema del agua contaminada es de verdad, no es cosa de locos, de psicosis colectiva! No me digas que estoy loca…


— ¡Ah, caray! —le contesté—, no sabía que también vivías en mi edificio.

 

*

 

Viernes pasado, ocho en punto de la mañana. Corro con suerte: hay dos bicicletas en la ciclo-estación de ecobicis de Pensilvania. Tomo una, me pongo el casco y los guantes y enfilo por Oklahoma. Paso Nueva York y en Dakota giro a la izquierda. Otro momento de buena fortuna: me toca el verde en el peligroso cruce con Nebraska y Filadelfia. Sigo por Dakota —una muy disfrutable pendiente— hasta Altadena, y doy vuelta a la derecha, hasta llegar a Insurgentes Sur. Ahí me bajo de la bici y camino sobre la banqueta hacia el norte, a la siguiente cuadra, el cruce con Yosemite, en donde hay semáforo para poder pasar la gran avenida. No es necesario esperar el cambio de luces: no había tránsito vehicular, sólo un río de gente caminando en ambos sentidos, unos hacia el Sur y otros hacia Viaducto. La circulación vehicular está cerrada, para el metrobús y los autos. Cruzo, me trepo de nuevo a la bicicleta y pedaleo por la ciclo-vía hasta Xola. Justo ahí está el cierre: unas veinte sillas, una pequeña carpa y un grupo de dos, dos manifestantes, tiene cerrado Insurgentes, en ambos sentidos. Los toldos son azules y el sitio atiborrado de propaganda electoral panista: Taboada para jefe de Gobierno y Mendoza para alcalde de la demarcación territorial Benito Juárez. Curioso: de Xóchitl Gálvez ni un cartelito. El caos es tremendo. Un demonial de personas llegarán tarde a su trabajo, y endiabladas.

 

*

 

Después de muchos días de especulaciones, denuncias, dimes y diretes, la UNAM, por medio de su cuenta en X @bioeticaunam lanzó este tuit: “La UNAM informa sobre el análisis físico-químico a tres muestras de agua, presuntamente recabadas en sendas direcciones de la alcaldía Benito Juárez.” Uno tenía que darle click para enterarse acerca de lo que había encontrado los expertos universitarios… ¿Gasolina? ¿Petróleo? Porque andan diciendo que montones de gente se quejan de que el agua de la Benito Juárez huele horrible… El comunicado está fechado el pasado viernes 12 de abril, a la una de la tarde, en CU, identificado como el boletín UNAM-DGCS-266. “La Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia informa”. En el cuerpo del comunicado señala que uno de los laboratorios del Departamento de Nutrición Animal y Bioquímica de dicha Facultad realizó análisis físico-químicos a tres muestras de agua que llevó un particular, mismas que se recabaron en sendos domicilios de la demarcación Benito Juárez. No indica en qué colonias. Enseguida, los resultados: “… las muestras presentadas arrojan valores normales en lo relativo al pH, Sólidos totales, Nitratos, Nitritos, Cloruros, Sulfatos y Dureza”. Hasta ahí todo, bien, pero luego, cierra con un párrafo minúsculo que vuelve a dejar correr las malditas dudas: “Es importante resaltar que las pruebas solicitadas por el particular no comprenden el análisis de hidrocarburos.”

 

*

 

También el viernes 12, unos minutos antes de las siete de la noche, el actor Luis Gerardo Méndez tuiteó:

El agua de la Ciudad de México está contaminada. Estamos bebiendo agua contaminada. Nos estamos bañando con agua contaminada.

El agua de la Ciudad de México está contaminada. Estamos bebiendo agua contaminada. Nos estamos bañando con agua contaminada.

¿Sabrá más el histrión que la UNAM? Quién sabe, pero él asegura. Lo que sí sé es que el hombre no tiene la más mínima idea de qué tamaño es la Benito Juárez y de qué tamaño es la CDMX: la primera, con poco menos de 27 km2 de superficie, no ocupa ni el 2% del total del territorio de la entidad (1,494.3 km2). Claro, menos podrá entender que el problema fue (fue, no es) en algunas colonias de la demarcación, no en toda la ciudad.

 

*

 

Lo más apestoso de todo este lío del agua en algunas colonias del norponiente de la Benito Juárez es el trasfondo clasista de todo este asunto.


Mi amigo PRC, que trabaja conmigo, vive en la colonia Del Mar, en la demarcación territorial Tláhuac. Allá, entre octubre de 2023 y febrero de 2024 no tuvieron agua. El problema se presentó en esa colonia y al menos dos más que están contiguas, ya en Iztapalapa, La Planta y El Molino. Son áreas densamente pobladas, mucho más que la Benito Juárez. Muchísima gente sin agua durante meses… 


— ¡Ya hubiéramos querido que llegara un poco de agua un día a la semana, aunque hubiera sido con olor a gasolina! –me dijo mi amigo PRC.


¿Alguien recuerda alguna nota en los periódicos al respecto, alguna mención en los noticieros de Televisa? ¿Alguien escuchó a algún político poner el grito en el cielo? No, ¿verdad?

martes, 9 de abril de 2024

Sueño lúcido

 

y el sueño va anulando el albedrío en una horizontal de agua inmensa

Leopoldo Lugones, Luna campestre.

 

Sentir que la vigilia es otro sueño que sueña no soñar y que la muerte que teme nuestra carne es esa muerte de cada noche, que se llama sueño.

Borges, Arte poética.

 

 

Minutos antes de matarse, sobrio, directo y austero, Leopoldo escribió:

Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos.


Oraciones cortas y concisas, verbos en voz activa, vocabulario sencillo y preciso, seriedad, ausencia de metáforas y figuras literarias. Luego Lugones se tomaría un whisky con cianuro de potasio. Se hallaba en la habitación número 9 del hostal El Tropezón, en el delta del Paraná, San Fernando, provincia de Buenos Aires. Leopoldo Lugones, entonces de 63 años, llevaba más de dos décadas dirigiendo la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros, y era el poeta nacional de Argentina. Considerando sus siguientes palabras no me parece probable que desestimara tamaño epítome…

Los organizadores del idioma, que son los escritores ciertamente, asumen por ello una categoría superior, y por descontado, la correspondiente responsabilidad…; toda vez que el mal escritor resulta entonces una calamidad pública. Y si bien se ve, mucho más ante la moral, que ante la estética. Toda expresión inexacta, lo que es decir torpe y fea, miente de suyo y enseña a mentir. Por el contrario, belleza, verdad y bien, son en arte la misma cosa.

El autor, entre otro montonal de libros, del Lunario sentimental, El tamaño del espacio, Filosofícula y Cuentos fatales se quitó la vida el 18 de febrero de 1938. “La muerte de Lugones no sorprendió a nadie. ¡Era tan desdichado y desagradable!”, recordará Borges durante una entrevista casi treinta años después del óbito. Apenas cuatro días antes, el señor progenitor de Jorge Luis Borges, el abogado Jorge Guillermo Borges Haslam, también de 63 años, había fallecido de un aneurisma cerebral, en la misma ciudad, Buenos Aires. Borges asistiría al funeral de su papá biológico, pero no al de su padre literario —“Yo sólo soy un tardío discípulo de Lugones”—, por respeto a la voluntad última del vate.

Veintidós años y medio después, en agosto de 1960, Borges llegó al número 935 de la calle Rodríguez Peña, es decir, al acceso posterior del Palacio Sarmiento, en donde desde 1897 y entonces se encontraba y sigue estando aún la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros… “Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca.” Caminará entre libros y lectores ensimismados a la luz de “las lámparas estudiosas”, y quizá por pensarlo así pensará en la hipálage de Milton y recordará el “árido camello” del Lunario…: “Y el corazón marcha con su pena obscura / Como árido camello con su carga”.

Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío.

¿Qué libro entregó Borges a Lugones? El hacedor, el cual no saldría de imprenta sino hasta diciembre de aquel mismo año (Emecé, 1960). El volumen, una colección de poemas y textos de prosa narrativa y no narrativa, a manera de prólogo/dedicatoria, inicia con un relato, este mismo que estoy citando: “A Leopoldo Lugones”. ¿Y qué hará don Leopoldo? Leerá “con aprobación algún verso”, un verso publicado casi un cuarto de siglo después de su suicidio… “En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua.”


La ficción borgiana no es tramposa; desde sus primeras líneas, a quienes lean con el entendimiento avispado, sugiere por dónde va el asunto: “A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores…” Un “lúcido sueño” es un aviso, es una prodigiosa descripción de la lectura y la primera hipálage en la narración. La dichosa hipálage, recordémoslo, es el tropo que consiste en referir un complemento a una palabra distinta de aquella a la cual le corresponde (Viviana H. Fernández, Diccionario práctico de figuras retóricas y términos afines). La RAE ejemplifica en su diccionario con “El público llenaba las ruidosas gradas”, mientras que doña Viviana Fernández pone “la cruel espada del guerrero”, “un escote atrevido”, y más exquisita acude a Cervantes:

… las cornetas, los cuernos, las bocinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artillería, los arcabuces y, sobre todo, el temeroso ruido de los carros, formaban todos juntos un son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle…

Y enseguida, ¿casualidad?, de “La trama”, otro de los textos que Borges incluyó en El hacedor, el libro que en sueños fue a regalarle a Lugones:

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: “¡Tú también, hijo mío!”

Ya despierto, Borges conviene que no está en el Palacio Sarmiento ni frente al “hombre solitario y dogmático” que fue su padre literario, sino en el 564 de la calle México, en el barrio porteño de San Telmo —hoy edificio sede del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges—: “La vasta Biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del 38”. Borges cierra su texto con una predicción infalible: “mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado”.