Amiga que te vas:
quizá no te vea más.
Ramón López Velarde, Si soltera agonizas.
Hoy día, entre los países más poblados del orbe, México se halla en el sitio número 10; sólo nos superan China, India, Estados Unidos, Indonesia, Pakistán, Brasil, Nigeria, Bangladesh y Rusia. Los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020 señalan que, a las cero horas del 15 de marzo del año pasado, la población total de México ascendía a 126 millones 14 mil 24 habitantes. Somos un montón de gente y al mismo tiempo menos del 2% de la población mundial.
Los datos censales muestran también que ya no nos cocemos al primer hervor: si nuestra edad mediana —edad que divide a una población en dos grupos numéricamente iguales, es decir, la edad en la cual la mitad de la población tiene una edad menor o igual, y la otra tiene una edad mayor o igual— en 2020 era de 22 años, ahora es ya de 29. La edad mediana de México es aún ligeramente menor que la que promedia la población mundial, 30.9 años, y si bien somos mucho más jóvenes que países como Japón y Alemania —en ambos la edad mediana es de 47 años—, ahora nos encontramos muy lejos de la lozanía mayoritaria de los habitantes de naciones como Nigeria, Uganda y Angola —en donde la edad mediana es de 14.8, 15.7 y 15.9 años, respectivamente—.
El Censo 2020 permite también comprobar que la población de nuestro país sigue siendo mayoritariamente femenina: 512 mujeres por cada 488 hombres, lo cual arroja un índice de masculinidad de 0.95. En países árabes como Catar, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait la relación se invierte; sus índices de masculinidad son de 2.84, 2.73 y 1.71, respectivamente. La media mundial para este indicador es de 1.01, prácticamente 1 a 1.
Así que, considerando la distribución por edad y sexo de los habitantes de nuestro país, bien podría afirmarse que el mexicano promedio no es un mexicano sino mexicana, una muchacha mayor de edad que este año celebra su 30 aniversario.
Por supuesto, la mexicana promedio seguramente no existe en la realidad concreta. La mexicana promedio es solamente una abstracción que puede ayudar a entender un poco la complejidad de un colosal conglomerado sociodemográfico, integrado por una riquísima diversidad de gente de carne y hueso. Advertido lo anterior, pongámosle un nombre a la mexicana promedio… Me niego a usar el predecible Guadalupe que exigen la probabilidad y la idiosincrasia nacional —¿algo más indiscutiblemente ligado a la mexicaneidad, otra abstracción, que la Virgen Morena?—, así que, sin caer en la tentación de las excentricidades, bauticémosla como María Fernanda.
Si bien eso no lo reportan los resultados censales, la historia y el sentido común indican que la mexicana promedio es mestiza. Lo que el Censo sí permite afirmar es que María Fernanda no se considera a sí misma afromexicana negra o afrodescendiente —apenas el 2% de la población se declaró así— y que no habla una lengua indígena —a nivel nacional, apenas el 6% de la población de 3 años y más declaró hablar una—. Sabemos también que sabe leer y escribir —la tasa de alfabetización de nuestro país en personas de 25 años y más es de 94%— y que no sufre ninguna discapacidad, —en el grupo de edad que va de 18 a 29 años únicamente 1.9% de los habitantes del país dijo presentar alguna—.
Como ocho de cada diez habitantes de México, María Fernanda reside en una localidad urbana. ¿En dónde? En el conglomerado de localidades urbanas más grande del país, la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), una de las megaciudades más descomunales del mundo, en donde radican casi 22 millones de seres humanos, el 17% de todos los habitantes del país. Y vive al oriente de la Ciudad de México (CDMX), en el segundo municipio —demarcación territorial, en este caso— más poblado de la República y el primero de la ZMVM, Iztapalapa.
Y aquí tenemos un lío: una vez establecida en Iztapalapa, dejamos a María Fernanda muy lejos de un promedio nacional: mientras que la densidad de población para todo el país es apenas de 64 habitantes por kilómetro cuadrado (hab./km2), en la Ciudad de México es de 6,163 hab./km2 y en la demarcación territorial Iztapalapa de 16,220 hab./km2. El problema es que no tendría sentido echar mano de la densidad de población para determinar al habitante promedio de nuestro país. A nivel entidad federativa, los dos estados con la población relativa más cercana al promedio nacional son Yucatán y Chiapas, con 58.8 y 75.6 hab./km2, y resulta indiscutible que el perfil sociodemográfico de ambos se aleja mucho de los promedios nacionales —por ejemplo, Chiapas reporta la menor edad mediana de todo el país, 24 años, y en Yucatán el 24% de la población de 3 años y más habla alguna lengua indígena, maya mayoritariamente—. La extravagancia sería todavía más acentuada si radicáramos a la mexicana promedio en alguno de los municipios que presentan la misma densidad poblacional que el país, 64 hab./km2: por ejemplo, Navolato, Sinaloa, en donde sus poco más de 149 mil habitantes se reparten en 321 localidades dispersas en un territorio 1.5 veces más extenso que el de toda la CDMX —2,330 y 1,494 km2, respectivamente—, o San Julián, Jalisco, en donde sólo habitan poco menos de 17 mil personas, mucho más pequeño que Navolato, pero, con sus 262 km2, más grande que 14 de las 16 demarcaciones territoriales de la CDMX, incluida, por supuesto, Iztapalapa (113.2 km2). Dejemos, pues, a María Fernanda en Iztapalapa…
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