sábado, 24 de agosto de 2019

Criados malcriados


Comportamientos que antes estaban bien ahora están mal. Comportamientos que antes estaban mal ahora están bien. Y no hace mucho, sino hace cosa de nada, apenas unos cuantos años. Transitamos un momento de drásticos cambios en nuestros cánones morales —me refiero a la moralidad mundana en sentido lato—. Pero el trastoque no está ocurriendo ni de manera secuenciada ni con la misma velocidad para todos: vivimos en un mundo en el que varias maneras de estar en el mundo se traslapan. Y, claro, la falta de sintonía saca chispas.

Para ilustrar lo dicho, resulta especialmente significativa la prolongadísima presencia mediática de una tapatía hoy casi nonagenaria. Figurón de la cultura popular mexicana contemporánea, tocaya de la tlaxcalteca que modeló para La Patria de González Camarena, María Victoria nació en 1933. A los nueve años comenzó a cantar profesionalmente —entonces se le conocía como la Toyita Gutiérrez—, y antes de cumplir los 20 era ya un ícono sexual. En 1951 un obispo decretó una advertencia: ya que su forma de vestir y de cantar incitaban al pecado, quienes fueran a verla a los teatros y carpas serían excomulgados. Que ni qué, esas formas y sus evidentes formas bajo los ajustadísimos vestidos atizaban la lascivia del respetable. María Victoria comenzaba a cantar “Es que estoy taaaan…”, y la galería se desgañitaba: “¡Buenísima!” Elena Poniatowska le preguntaría alguna vez:

— ¿No la ofendían?

— No, ¿a qué mujer la ofende que la chuleen, que le chiflen admirativamente? ¿A qué mujer le ofende sentir que gusta?

¡Uy, señora! Así sería entonces…, ¡en cambio ahora…!

Agustín Lara la bautizó como La voz que se vuelve carne y perfume al mismo tiempo, y la Liga de la Decencia la censuró por todo lo que daba a pensar la condenada cuando entonaba ¡Qué bonito siento!, de Juan Bruno Tarraza:

Yo no sé que tengo en mi pensamiento
que me roba el sueño, que no sé qué tengo
que dormir no puedo.
           
Pero muy pronto habría de comenzar a esconderse el halo de vampiresa bajo un delantal. En 1954 Ismael Rodríguez la dirigió tres veces al hilo: Maldita ciudad, Los paquetes de Paquita y Cupido pierde a Paquita, cine-comedias en las que interpretó el papel de Francisca Pérez, una muchacha humilde oriunda de Pénjamo pero perfectamente habituada a la dinámica capitalina, que se ganaba la vida de “doméstica”. Desde su debut como Paquita —para entonces ya había participado en un montón de películas—, aunque realizaba un rol secundario en la primera cinta, María Victoria conectó maravillosamente con el personaje: alegre, trabajadora, honrada, dicharachera, ignorante pero muy inteligente, simpática, inocente pero levantapasiones, respondona, ladina…
           
— Esa gata igualada ya me tiene hasta el copete –se queja la hija de su patrona en Maldita ciudad.
           
Antes de Paquita el público de la entallada cantante era masculino. “Ya entonces me empezó a querer la familia, desde que fui criada… —contaba hace poco en una entrevista—… Las señoras me tenían mucho coraje, no me querían…, hasta que fui criada”.
           
En la siguiente década, María Victoria participaría en una puesta en escena en la que consolidaría su caracterización de la criada. Escrita en francés por Serge Veber, la comedia originalmente se titulaba Oui madame, en España se llamó La doncella es peligrosa, y en México Fernando Cortés le puso La criada malcriada. Según Chespirito, aquello fue un plagio del título de una película de Viruta y Capulina, cuyo argumento él había escrito, Dos criados malcriados (1959): “La película tuvo un enorme éxito de taquilla, al grado de que su título fue copiado poco después para una comedia de María Victoria… Esta obra teatral tuvo un enorme éxito…, al grado de que luego se utilizó el mismo título para su serie de televisión” (Roberto Gómez Bolaños , Sin querer queriendo). Casi el mismo…
           
A mí me tocó nacer a mediados de los sesenta; soy de los baby boomers más jóvenes o de los más viejos de la generación X. Al igual que cientos de miles de connacionales, una parte fundamental de mi educación sentimental se la debo a la televisión, entre otros, a programas cómicos para toda la familia como el que María Victoria protagonizó durante años, La criada bien criada (1969-1980). Cuando me tocó verla, la vampiresa ya había volado, y en su lugar sólo estaba Inocencia de la Concepción de ‘Lurdes’ Escarabarzaleta de la Barquera y Dávalos Pandeada Derecha para servirle a usted…, y mi segundo apedillo es Precuna de la Buchaca Desembuchanadorsita Tirabuzón y Terrón, Tirabuzón por el padre y Terrón por la Madre…
           
Un botón de muestra de los cambios que estamos experimentando en la moral. En un episodio transmitido en 1974, enseguida de los créditos —libreto de Víctor Fox—, aparecía Inocencia sacudiendo, en la sala de una casa. Primero el Borolas —Motorcito, en ese programa—, uno de los dos mantenidos a las costillas de la doméstica, se acercaba a conversar con ella… Le advierte que le faltaba conocer a uno de los señores de la casa, a quien le gusta desayunar en la cama…
           
— ¿Qué pasa con mi desayuno, Motorcito? —aparece un hombre en pijama— ¡Ah! Tú debes ser Inocencia, ¿verdad? —le revisa con toda calma los contornos, las piernas, las nalgas:— ¡Caramba! Estás mucho mejor de lo que me habían dicho —le dice mientras se le va encima: la abraza y la zarandea:—. ¡Muchachota!
           
Inocencia se resiste al arrumaco y ante esto, la producción por fin interviene: ¡risas de fondo!
           
— Trae mi desayuno a la voz de ya, eh —y le truena los dedos.

De nuevo, ¡risas de fondo! El patrón de nuevo abraza a su empleada mientras le dice, evidentemente lascivo:— Y le echas mucha azuquitar, eh.

Risas de fondo.

En casa, la familia mexicana también reía.

¿Acoso? ¿Qué era eso?

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