sábado, 16 de mayo de 2020

Cisnes negros en parvada



¡Uy, quién se hubiera imaginado lo que estamos viviendo!, escuchas o tú mismo lamentas un día sí y al otro también. Desde hace varias semanas, la perplejidad se está haciendo un estado de ánimo generalizado… La incertidumbre de siempre de pronto se hizo patente, lo cual resulta una situación doblemente extraña, porque la pandemia que ha trastocado la vida de miles de millones de personas conforma, desde hace tiempo para amplias porciones de la población, un escenario tan conocido que hasta debería parecernos familiar: el mainstream lo tenía más que visto —hace unas semanas escribía yo aquí mismo que lo que hoy está ocurriendo lo hemos visto varias veces en el cine, aunque ahora sí no tenemos ni idea de cómo diablos vaya a terminar la película—.

La pandemia que nos sorprendió prácticamente a todos, marcadamente a los gobiernos de cada uno de los países del mundo, en realidad no debería haber sorprendido a nadie: ¡estaba cantadísima!, y no únicamente por la ficción… No solamente Bill Gates había alertado que era inminente que algo así se nos viniera encima, también, con todas sus letras, lo había advertido desde hace mucho Laurie Garrett (1951):

Los científicos han pronosticado desde hace mucho tiempo la aparición de un virus de influenza capaz de infectar al 40% de la población mundial y matar a una cantidad inimaginable. Recientemente, una nueva cepa, la gripe aviar H5N1, ha mostrado todas las características de convertirse en esa enfermedad. Hasta ahora, se ha limitado a ciertas especies de aves, pero eso puede cambiar.

Con el párrafo anterior iniciaba Laurie Garrett su artículo The Next Pandemic?, publicado hace ya quince años en la revista Foreign Affairs —la misma autora, en 1994 había publicado el libro The Coming Plague: Newly Emerging Diseases in a World Out of Balance—.

Por su parte, para el matemático y filósofo Nassim Nicholas Taleb (1960), la pandemia del coronavirus que hoy enfrentamos no debe entenderse como un cisne negro, es decir, como un evento inesperado por improbable, sino más bien como un presagio que nos permite vislumbrar la fragilidad del sistema global. Es naíf, por decir lo menos, pensar que nuestro porvenir se parecerá al pasado inmediato. “¿Quién sabe qué cambiará cuando termine la pandemia? Lo que sí sabemos es que no podemos permanecer igual”, señaló hace unos días en una entrevista para The New Yorker.

Cada vez es más evidente que lo impredecible se vuelve más probable. Los cisnes negros se vienen en parvada…

Y en medio de la incertidumbre, al parecer la cascada de números cada vez sirve menos para entender la situación… El sábado 9 de mayo de 2020, un año pletórico de estupores, la cifra de casos confirmados de contagiados en el mundo por el coronavirus SARS-CoV-2 —severe acute respiratory syndrome coronavirus 2— ya rebasó los cuatro millones (4’078,647), y la de muertes atribuidas a la enfermedad que causa, el COVID-19, alcanzó casi 280 mil. Esto, cuatro millones de contagios y 280 mil defunciones, ha ocurrido a lo largo de algo más de un cuatrimestre —el anuncio de la identificación del virus se oficializó el 31 de diciembre de 2019, por las autoridades sanitarias de la ciudad china de Wuhan, Hubei—. La anterior gran pandemia sucedió hace apenas ciento dos años, en 1918, cuando una cepa de gripe H1N1, tal vez originada en Kansas o en Francia o quizá en China, se propagó por todo el orbe. En dos años, la llamada influenza española mató a unos 100 millones de hombres y mujeres, quienes por aquel entonces representaban alrededor del 5% de la población mundial. Hoy plagamos el planeta Tierra más de 7,783 millones de seres humanos, así que los óbitos que ha provocado el nuevo coronavirus, al menos por ahora, resultan estadísticamente despreciables: menos de 0.004%. El mismo sábado, minutos antes de que comenzara la conferencia diaria del subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, el doctor Hugo López Gatell, en punto de las siete de la noche, en lo que va de este ajetreado año habían ya fallecido por diversas causas veinte millones de personas en el mundo, y tan sólo ese día, también para esa hora, alrededor de 140 mil —claro, también habían nacido unos 300 mil humanos en lo que iba de la jornada, y casi 49 millones a lo largo de lo que va del año—.

Nuestro vecino, Estados Unidos, es con mucho la nación más golpeada por el SARS-CoV-2: mientras que su población total respecto a la del mundo no llega al 5%, allá se concentran un tercio (32.8%) del total de contagiados en el mundo, ¡uno de cada tres! Más de 1.3 millones de contagiados. En cuanto a las muertes por COVID-19, los más de 80 mil fallecidos en territorio norteamericano representan el 28% del total de defunciones ocurridas en todo el mundo. Y con estos números…, ¡y en aumento!, ¿qué va a ocurrir?, ¿qué está ocurriendo? Por supuesto, lo que desde cualquier pensamiento racional resultaría impredecible: el apuro por reactivar la economía se está imponiendo, the rush to reopen.

¿Y del otro lado del Bravo? Bueno, pues justo cuando los números señalan palmariamente que las medidas de mitigación que se tomaron en este país de casi 130 millones de habitantes fueron correctas y oportunas —las defunciones, también con datos al sábado pasado, no llegan a 3,500, y el momento del pico epidemiológico logró postergarse varias semanas—, en lugar de poner atención a la realidad, la discusión pública se dirigió animadamente… ¡a los números! ¡Zopilotes!

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