sábado, 28 de noviembre de 2020

Parientes

 

No soy experto, pero hasta donde entiendo sólo podemos tener un padre. El nosotros tácito al que aludo aquí somos todos, nosotros los sapiens, lo únicos homínidos que quedan en el planeta Tierra. Y con un padre me refiero a un padre biológico. También entiendo que es obligado tener madre, al menos una, una madre biológica, quiero decir, y escribo al menos porque desde hace algunos años, muy pocos, sí es posible tener dos, dos madres biológicas: por medio ya sea de inseminación artificial o de fecundación in vitro o a través del tratamiento de reproducción asistida (Reception of OocytesfromPArtner), bien puede llegar al mundo un infante con dos madres biológicas, una, la que provea el óvulo, y la otra, quien lo geste es su útero. Pero son casos extraordinarios, estadísticamente despreciables, así que quedémonos únicamente con la forma natural de nacer…

 

Naturalmente, para que uno exista se requieren dos, dos personas, un papá y una mamá. Y ellos, a su vez, precisaron de cuatro: una abuela materna, un abuelo materno, y los dos paternos correspondientes. Y para que los cuatro abuelos, los de cualquiera, se hayan apersonado en esta dimensión terrena tuvieron que ocurrir actos de reproducción a cargo de cuatro bisabuelos y sendas bisabuelas, en tanto que ellas y ellos, los ocho, vivieron gracias a los afanes sexuales de 16 tatarabuelos… Sin embargo, suele pasar que si uno escudriña hacia atrás en su propio árbol genealógico alcanza a ver poco, en parte porque la memoria no sólo es corta, sino también selectiva, en parte porque las historias sentimentales inciden en los recuerdos. Yo, por ejemplo, tengo cierta perspectiva de mis raíces maternas, pero casi nula de las paternas. De los orígenes de mi padre sé quienes fueron sus progenitores, Rafaela Baltazar y Román Castro, mis abuelos, pero hasta ahí… En cambio, del lado de mi madre, de una de las dos ramas sé un poco más allá de los abuelos, la pareja que formaron Josefina Rivas de la Portilla y Roberto Ibarra Howard, una tamaulipeca y un duranguense avecindados en la Ciudad de México. Sé que la madre de la madre de mi mamá, mi bisabuela, quien murió semanas después de que yo fui alumbrado, se llamaba Aurora, jugaba ajedrez empedernidamente, alfabetizaba albañiles y empleadas domésticas en la cochera y tenía un humor negro que rayaba en la crueldad; leía y fumaba como energúmena y le gustaban los GansitosMarinela. Del esposo de Aurora, el padre de mi abuela Josefina, tengo noticia de que llevó el nombre de José Rivas, que era oriundo de Altamira, Tamaulipas, y que falleció en un accidente ecuestre días antes de que naciera su única hija. Los recuerdos dan para más, aunque solamente un poquito más: en términos genealógicos, lo más antiguo que sé de mí mismo llega al abuelo de mi abuela materna, mi tatarabuelo, Genaro de la Portilla, quien era un militar yucateco, nativo de Tizimin, que abandonó las armas y su terruño para irse a probar suerte en el otro extremo del Golfo de México, Lomas del Real, Tamaulipas…, y le fue bien. Yo hasta ahí llego, a uno de mis 16 tatarabuelos; no paso, pues, del siglo XIX…. No sé absolutamente nada de ninguno de los 32 trastatarabuelos que necesariamente tuvieron que intervenir para que yo existiera. Entre ellos pudo haber conservadores y liberales, asesinos y santos, esclavos y conquistadores, mexicas y tlaxcaltecas, idiotas y sabios… No lo sé, porque no paso de cuatro saltos generacionales hacia atrás a partir de mí: dos padres, cuatro abuelos, dos bisabuelos y un tatarabuelo. 

 

En sentido contrario la cosa cambia: a partir de mis abuelos maternos, la laboratorista Josefina Rivas y el doctor Roberto Ibarra, puedo dar cuenta de toda su descendencia hasta ahora. Un montón de parientes, casi todos conciudadanos, aunque algunos ya de distinta nacionalidad a la mexicana: primero sus cinco hijos, enseguida la camada a la que mi hermano y yo pertenecemos junto con mis 15 primos, luego mis dos hijas con sus 29 primos, generación que ya ha procreado cinco vástagos, de los cuales dos de ellos han a su vez traído al mundo sendas niñas, Ámbar y Aitza, choznas de Josefina, así que para ellas dos mi abuela materna fue su trastatarabuela y don Genaro de la Portilla uno de sus 128 hexabuelos.

 

En su extraordinario libro  Transcendence: How Humans Evolved through Fire, Language, Beauty, and Time (Basic Books, 2020), Gaia Vince expone: “Considere que tengo dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, y así sucesivamente. Retrocedamos 40 generaciones, unos mil años, y cada uno de nosotros tendrá alrededor de un billón de antepasados, lo cual es mucho más que la cantidad total de personas que han vivido alguna vez”. ¡Ah, caray! ¿Cómo se explica eso, si hace unos pocos años éramos mucho menos humanos infestando el planeta? Recuérdese: en el año 1 de nuestra era, hace poco más de dos mil años, no llegábamos ni siquiera a 200 millones de personas… ¡en todo el mundo! ¿Entonces? La misma Gaia Vince resuelve el acertijo: “… sólo tienes que retroceder 3000 años para encontrar al ancestro común más reciente de todos los humanos que vivimos hoy en la Tierra… Soy descendiente de Confucio y Nefertiti”. ¡Sólo 3000 años! Estamos hablando del año 980 antes de Cristo. Así que, además de con el tizimileño Genaro de la Portilla, tengo lazos consanguíneos, lejanísimos, pero lazos al fin, con Tersipo, cuarto arconte epónimo de Atenas, y conUsermaatra Setepenamon Amenemopet, faraón de Egipto, señores con quienes compartimos parentesco milenario usted y yo… y la persona que más mal pueda caernos.

viernes, 20 de noviembre de 2020

¿Libro perverso?

 Morality is simply the attitude we adopt towards people we personally dislike.

Oscar Wilde, An Ideal Husband

 

There is no such thing as a moral or an immoral book.

Books are well written, or badly written. That is all.

Oscar Wilde, The Picture of Dorian Gray.

 

 


— ¡¿Estás leyendo la autobiografía de un señor que se casó con su propia hijastra?! —más que una pregunta, aquello sonó como una acusación, ¡qué digo acusación!, como una imputación flamígera, espetada con el mismo tono que hubiera empleado el santo Papa si le hubieran ido a Roma con el chisme de que en mi departamento se celebraran misas negras en honor de Asmodeo, el demonio de la lujuria.

 

— Bueno, sí —respondí, porque efectivamente estoy leyendo A propósito de nada, el más reciente libro de Allan Stewart Konigsberg, mejor conocido por su sobrenombre artístico, Woody Allen (Nueva York, 30 de noviembre de 1935)—, aunque él dice que nunca fue su padrastro…

 

— Entiendo que te haya gustado una que otra de sus películas, pero…

 

— No me gustaban, me siguen gustando, y mucho, y no una que otra, muchas de ellas: Take the Money and Run, Love and Death, Annie Hall, Interiores, ManhattanA Midsummer Night's Sex ComedyZelig…

 

— Ya, para… ¿Vas a enumerar todas?

 

— Pues casi todas me gustan, unas más, otras menos, pero casi todas me gustan… Incluso A Rainy Day in New York, la última, bueno, penúltima… Y eso que no me trago eso de que Diego Luna sea un gran actor…

 

— Te cae mal porque es pejefóbico.

 

— También.

 

— ¿No prohibieron esa película por lo del escándalo de la demanda de abuso sexual?

 

— No la prohibieron, más bien los circuitos comerciales no la proyectaon en Estados Unidos. Aquí en México la vi en la Cieneteca.

 

— Bueno, pero de seguir viendo sus películas a leer su autobiografía… ¡Es un perverso!

 

— Suponiendo que tuvieras razón, pero sólo suponiendo porque el cineasta no está en la cárcel, entonces lo confieso: estoy leyendo la autobiografía de un hombre perverso, y además me estoy divirtiendo horrores… No puedes valorar la obra de alguien desde la perspectiva de su comportamiento moral, de acuerdo a tu escala de valores.

 

— ¡No se debe desligar la obra de su autor!

 

— Uy, pues entonces vamos a tener que dejar de leer a Hesíodo y toda su Teogonía patriarcal y depravada, y también a Homero, porque tanto en la Ilíada como en la Odisea exalta el patriarcado y una misoginia atroz: “Ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca... y de hablar nos ocuparemos los hombres”, le dice Héctor a su esposa Andrómaca. Telémaco despacha a su madre a su cuarto y al silencio: “Conque marcha a tu habitación y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca… La palabra debe ser cosa de hombres, de todos, y sobre todo de mí, de quien es el poder en este palacio”. ¿Y qué me dices de Sócrates, Platón y Aristóteles? Las tres columnas de la filosofía Occidental fueron erigidas por un trío de esclavistas, es decir, personas que consideraban que era perfectamente aceptable que un ser humano fuera propiedad de otro. Y basta de leer y andar recomendando las Meditaciones del emperador romano Marco Aurelio, porque muy estoico, muy estoico, ¡pero el señor no era más que un conquistador imperialista! 

 

— Bueno, son textos de la Antigüedad que no son hoy los que marcan nuestros preceptos morales.

 

— ¿Y qué me dices de la Biblia? Desde el Génesis: la primera mujer, Eva, es nada menos que la culpable del pecado original. ¿O qué te parecen estas bonitas leyes establecidas en el Deuteronomio?: “Cuando salieres a la guerra contra tus enemigos, y Jehová tu Dios los entregare en tu mano, y tomares de ellos cautivos, y vieres entre los cautivos a alguna mujer hermosa, y la codiciares, y la tomares para ti por mujer…”

 

— Bueno, la misoginia es generalizada…

 

— O tú que consideras que la fiesta brava es una barbarie, ¿deberíamos de prescindir de los libros que escribieron grandes aficionados a la tauromaquia? No sé, Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera…, porque García Márquez era taurino. ¿A volar también los maravillosos cuentos de Rafael Ramírez Heredia o la poesía de Rafael Alberti, García Lorca, Gerardo Diego…?

 

— Bueno…

 

— ¿O qué, porque ahora defiende una postura ideológicas que detesto debo decir que las novelas de Vargas Llosa son malas? Casi todas son extraordinarias.

 

— ¿Y que tal está el libro de Woody Allen?

viernes, 13 de noviembre de 2020

Zurcir calcetines


Toda violencia tiene sentido para quien la ejerce.

Henning Mankell, La quinta mujer.

 

 


Alcanzó para cuatro días de entretenidísima lectura: acabo de terminar La quinta mujer (1996), de Henning Mankell (Estocolmo, 1948-2015). Más de seiscientas páginas espléndidamente bien escritas que, azuzado por la curiosidad y el suspenso, uno termina recorriendo apurado, a grandes trancos. La quinta mujer es la sexta, la sexta entrega de la serie de novelas policiacas protagonizadas por el inspector Kurt Wallander. Como las anteriores, es excelente, me parece que incluso mejor…, bueno, si no de manera aislada, sí mucho más disfrutable que las anteriores, justamente por ellas, porque a estas alturas, después de las primeras —Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La leona blanca, El hombre sonriente La falsa pista—, uno está más que familiarizado con el ensimismado Wallander, con sus modos y sus miedos, sus soliloquios, su entorno y la gente que lo rodea. Los hechos que narra Mankell en este libro acontecen durante el otoño en Escania de 1994, es decir, justo enseguida del verano durante el cual la policía de Ystad logró descubrir la identidad del asesino serial que a hachazos mataba y le cortaba parte de la cabellera a sus víctimas. Kurt acaba de volver del viaje a Roma que realizó con su padre, y en casa lo espera, además de la ropa sucia y la soledad de su piso, el homicidio brutal de un poeta casi octogenario amante de las aves. 

 

A lo largo de la novela, como suele hacerlo, Kurt se da tiempo para filosofar sobre el amor, la identidad, la vejez, la muerte, aunque en La quinta mujer sus preocupaciones, más que metafísicas, son de índole social. 

 

A media trama —ya anda indagando entre las raíces de un segundo asesinato—, Kurt casualmente se encuentra con el hijo mayor de Björk, su anterior jefe en la policía de Ystad. El joven estudia en la Universidad de Lund y trabaja de medio tiempo como recepcionista en un hotel… Para entonces, los crímenes que el inspector está tratando de resolver ya son del conocimiento público, y la saña con que se cometieron es monstruosa… Como suele decirse, la sociedad, está consternada; como suele ocurrir, la gente no acepta reconocerse a sí misma en ellos.

 

— Ya lo he visto en los periódicos. ¿Cómo es posible que todo haya empeorado tanto?

 

— ¿Qué quieres decir?

 

— Que todo es peor. Más brutal…

 

— No sé. Sinceramente, no sé… Aunque, la verdad, no me creo lo que estoy diciendo en este momento. En realidad, claro que lo sé. En realidad, todos sabemos por qué las cosas son como son.

 

El muchacho intentó continuar la conversación, pero Wallander lo detuvo…, tenía prisa. Sin embargo, él siguió dándole la vuelta al asunto… Sabía muy bien cuál era la explicación. Lo que piensa se parece tanto a una que otra alocución elaborada muy temprano cualquier mañana en Palacio Nacional, aquí en la Ciudad de México: Aquella Suecia que era la suya, en la que se había criado…, no estaba tan firmemente anclado a la roca como habían creído. Debajo de todo, había un tremedal. Ya cuando se construyeron, los grandes barrios de viviendas fueron calificados de ‘inhumanos’. ¿Cómo se podía pretender que la gente que vivía en ellos conservara toda su ‘humanidad’ intacta? La sociedad se había endurecido. Las personas que se creían a sí mismas innecesarias o francamente indeseadas en su propio país reaccionaban con agresividad y desprecio. Ninguna violencia carece de sentido, eso lo sabía bien Wallander. Toda violencia tiene sentido para quien la ejerce. Sólo cuando se osara aceptar esa verdad podría abrigarse la esperanza de enderezar el desarrollo…

 

Casi un ciento de páginas después, Kurt está conversando con Linda, su hija, quien preguntó por qué resultaba tan difícil vivir en Suecia. El inspector, a botepronto, responde:

 

— A veces he pensado que es debido a que hemos dejado de zurcir calcetines.

 

Ella lo miró inquisitivamente. La que sigue me parece una argumentación sabia; Mankell la pone en labios de su policía sueco y yo estoy seguro de que sirve para tratar de entender muchas de las puertas al infierno que hemos abierto en todo Occidente, también aquí, en México:

 

— Lo digo en serio. Cuando yo era pequeño Suecia era todavía un país en el que uno zurcía sus calcetines. Yo aprendí incluso en la escuela cómo se hacía. Luego, un día, de pronto, se terminó. Los calcetines rotos se tiraban. Nadie remendaba ya sus viejos calcetines. Toda la sociedad se transformó. Gastar y tirar fue la única regla que abarcaba de verdad a todo el mundo. Seguro que había quienes se empecinaban en remendar sus calcetines. Pero a ésos ni se les veía ni se les oía. Mientras este cambio se limitó a los calcetines quizá no tuviera mucha importancia. Pero se fue extendiendo. Al final se convirtió en una especie de moral, invisible pero siempre presente. Yo creo que eso cambió nuestro concepto de lo bueno y lo malo, de lo que se podía y no se podía hacer a otras personas. Todo se ha vuelto más duro. Hay cada vez más personas, especialmente jóvenes…, que se sienten innecesarias o incluso indeseadas en su propio país. ¿Y cómo reaccionan? Pues con agresividad y desprecio. Lo más terrible es que, además, creo que estamos sólo al principio de algo que va a empeorar todavía más.

 

Hoy me entero en la prensa que Héctor y Alan Yair, de 14 y 12 años, fueron torturados, asesinados y descuartizados en República de Cuba 86, en la azotea de una vecindad del centro histórico de la Ciudad de México.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Aληθεια

Me explica el Maestro de El Pueblito el concepto de Aληθεια, es decir, la acción de descubrir la verdad haciendo patente lo latente.

Aληθεια. Compuesta por α (a = sin) y ληθεια (letheia = ocultar), que unidos forman el concepto de "des-ocultamiento". En latín da "lateo": "estar oculto", de donde viene la palabra española "latente". De ahí que la verdad sea más bien una tarea, una acción. La acción de desvelar, correr el velo para que aparezca lo que está oculto. Hacer patente lo latente.

Y sucede que de puritita casualidad acababa yo de enterarme de lo que Galileo Galilei entendía por verdad, y qué se me hace, qué se me hace… Te cuento.


Estoy leyendo un librazo, un ensayo publicado inicialmente en 2017 por un alemán, Fabian Scheidler, y apenas traducido al inglés hace unas semanas: The End of the Megamachine: A Brief History of a Failing Civilization. Según el amigo estamos presenciando el colapso de la civilización moderna occidental, misma que comenzó hará cosa de medio milenio. A la hora de explicar los fundamentos ideológicos de la Modernidad, trae a cuento el inicio de las ciencias naturales modernas, y cita a Galileo, quien en 1623 escribió que el conocimiento de la naturaleza "está escrito en ese gran libro que siempre está ante nuestros ojos: el universo. Está escrito en el lenguaje de las matemáticas, y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas sin los cuales es humanamente imposible entender una sola palabra de él; sin ellos, uno vaga por un laberinto oscuro”. Claro, en su chamba como físico y astrónomo la afirmación tenía sentido… Comenta Scheidler (traduzco): "Galileo… trabajó en el cálculo exacto y la predicción de trayectorias parabólicas y órbitas planetarias, para lo cual las matemáticas eran una obvia necesidad. Sin embargo, su comentario se vuelve muy problemático si uno lo aplica más allá de las órbitas planetarias a todo el universo y todas las esferas de la existencia." Con todo, lo que me llama la atención es que el señor Galileo tenía también la idea de que la verdad, el conocimiento está ahí para descubrirlo: Aληθεια.

 

 

sábado, 7 de noviembre de 2020

Parte 2020


¿Catastrofista?

Claro que sí,

¡pero moderado!

Nicanor Parra, Peatones.

 

 

Carcomida, desconchinflada… La abstracción de los sapiens ha sido achatada, aflautada, achicharrada y al fin y al cabo de plano atrofiada, mermelada y mermada de continuo, contundentemente apachurrada bajo legiones de pantallas, primero aparatosas y abulbadas y en escala de grises, luego inmensas, nítidas y planas, apabullantes… Los sapiens se han ido autodegollando con controles remotos que desde hace mucho tomaron el control en la intimidad de sus hogares. La capacidad de abstraer ha sido apantallada, tatemada en el afán por alcanzar el siguiente nivel y lograr otro récord personal más en la semana, amolada finamente en el mortero de miles de millones de bonitos dispositivos digitales portátiles… Las mentalidades han sido erosionadas al paso embravecido de vientos huracanados de saberes inútiles, de verdades mochas, de inconexiones engarzadas en cadenas de obviedades descubiertas a diario, de invenciones descaradas, de pifias propositivas y novedades por olvido, de la chacota sistemática sobre los asuntos serios e importantes, de la autoprivación de lo privado y el exhibicionismo bien visto e intragrameado… La atención mínima se distrae y se disipa feliz, bailando remakes bajo el pertinaz chubasco de emojis y stikers… El acicate de los deseos, el acceso fácil al hardcore, el bombardeo de ilusiones y antojos que aniquila el foco, cualquiera y el de cualquiera… El infatigable torpedeo de los misiles ultra seductores, de la argumentación inapelable de las imágenes, de la razón de las estampas y los tamborazos, de la lógica de los colores chillantes y la alta fidelidad de las simulaciones, de los espejismos en alta definición, de los imbatibles argumentos de las voluptuosidades sabrosonas y la fe ciega en lo que viste con tus propios ojos en cualquier monitor… Atormentado de datos, vives en un medio ambiente informativo sobrecargado, sobresaturado: que hallaron agua en la Luna y se cacharon al Sol comportándose rarito, azotón de medio cuarto de medio punto en los mercados asiáticos, que el huracán que anoche iba a ser apocalíptico está perdiendo fuerza en el Golfo, amenaza de inversión térmica sobre tus hombros y la crónica de los recientes tiros de troyanos contra tiros, tu presión sanguínea en el reloj de pulsera, el tintineo de un like recién ganado y te acaba de entrar un mensaje al cel… No sólo está todo atiborrado, el problema no se reduce a la inconmensurable cantidad de bites que ver y leer y oír y escuchar y atender, a la lluvia cósmica de información que nos mantiene atolondrados como nunca antes a lo largo de doscientos mil años de existencia de la humanidad, además de la abundancia que por sí misma ahoga, el mundo está súper contaminado, sucio, atascado de elaboradísimas quimeras y magnos engaños, poblado de fantasmas que parecen de concreto y sablistas creaturas, de energúmenos que se presentan amablemente, de falacias disfrazadas de valientes denuncias e irrelevancias ametralladas que taponean las sinapsis, de complejas estupideces y conspiraciones en teoría, de escurridizas chapuzas y chungas, de confeti de cifras y guarismos y colación de indicadores y promedios… Y en medio del medio, mediatizados, aquí tú y yo y nuestras vulnerables interfaces, nosotros con nuestras débiles voluntades para resistirse a los cantos de las sirenas y sin mástiles a los cuales amarrarnos durante la cotidiana travesía por la mediósfera abierta, encorvados casi siempre y prestos, urgidos, para atender el meme que acaban de mandarnos por WhatsApp, insaciables y sin vacunas contra la mentira, adictos a los pinchazos de rumores y a las sobredosis de explicaciones disparatadas, afectísimos a sentirnos melodramáticamente afectados por noticias que nada tienen que ver con nosotros y en cambio eficazmente blindados contra la más ligera empatía con el vecino y sus/nuestros problemas concretos… Tú y yo y sobre todo el montonal de ellosesa gente, todos esos, los otros, la bola de inconscientes, ignorantes y malvados que no ven al mundo ni entienden las cosas como son de verdad, es decir, como nosotros las vemos, ellos, los torpes borregos a los que sin dudar hay que enmudecerlos, silenciarlos con el botón del muting o de plano expatriarlos con un unfollow definitivo, borrarlos para que no sigan tratando de hacerte ver las cosas distintas y enseguida sacarte de tu cómoda cámara de ecos en donde todo se oye y repercute tan redundantemente a toda madre… Si algo no confirma lo que ya creíamos es ruido, desacuerdo es traición. Si alguien no se alinea a lo que nosotros creemos es un fanático o un corrupto o de plano un idiota: combatir a muerte o ignorar hasta la nada, porque ni caso mandarle la liga al video de youtube que explica clarito lo que todo el Sistema y los Poderes y al final Ellos quieren ocultarnos… Que el virus es una fake news viral, que ya están poniéndole la vacuna a los millonarios, que el gobierno tiene información secreta… Y, claro, también queda la tentación de hacerse maje, de ser desentendido, de pasar por la que vio pero no supo, de no caer en cuenta de los cuentos y menos de los pleitos… Yo la verdad no me meto, dicen los de adentro. Y en verdad adentro estamos todos, muy adentro, bien inmersos en una realidad incierta, mediatizada a la mala. Seguros de nuestras respectivas incertidumbres… Así que mejor tómate una selfie que para eso te bastas solo, sonriendo y encantado… 

 

El número de noviembre 2020 de la revista Scientific American dedica su portada al dossier especial: Confronting Misinformation. How to protect society from fear, lies and division. En uno de los artículos Truth Activism, Joan Donovan señala lo que quizá sea buena parte del origen del fenomenal brete en el que hoy estamos: “debemos admitir que la verdad suele ser emocionalmente aburrida…”

Oleaje y rebrotes


Un fenómeno permanece inexplicable en tanto

el margen de observación no es suficientemente amplio como para

incluir el contexto en el que dicho fenómeno tiene lugar.

Paul Watzlawick, Teoría de la comunicación humana.

 

 

El martes pasado El Financiero publicó en primera plana los datos de la epidemia correspondientes a México, y abajo informaba: “Contagios. Supera el mundo los 40 millones, en medio de la segunda ola”. Cierto: el rebrote en Europa es terrible, y allá la segunda ola es abrumadora —aunque, afortunadamente, ha sido mucho menos letal que la primera—, pero por ahora la expresión segunda ola en el mundo es falaz. ¿Por qué? Porque el primer brote de la pandemia no se ha detenido desde enero. La ola global es una. Hablar de una segunda ola de la pandemia es una metáfora eurocentrista y equívoca.

 

El mismo diario divulgó el 15 de octubre que la mayoría de la gente en nuestro país percibe que la pandemia durará cinco meses más: seis de cada diez mexicanos creen que “saldremos de la pandemia del coronavirus” por allá de marzo de 2021… Bueno, ¿y? ¿Qué puede decantarse de eso? ¿Será que los mexicanos somos muy buenos adivinos o que la mayoría tenga sólidos conocimientos en epidemiología? En este tipo de asuntos, ¿la mayoría tiene razón por ser mayoría? En este caso es obvio: lo que se expresa no es una realidad sino una percepción de la realidad. Con todo, la divulgación de esa encuesta, aplicada telefónicamente apenas a cuatrocientas personas, seguramente provocó sensaciones y actitudes indudablemente reales entre los miles que conocieron sus resultados. 

 

Lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación. Paul Watzlawick no se equivocó al sentenciar: “El desvencijado andamiaje de nuestras cotidianas percepciones de la realidad es, propiamente hablando, ilusorio, y… no hacemos sino repararlo y apuntalarlo de continuo, incluso al alto precio de tener que distorsionar los hechos para que no contradigan a nuestro concepto de la realidad, en vez de hacer lo contrario, es decir, en vez, de acomodar nuestra concepción del mundo a los hechos incontrovertibles”. La comunicación no es la forma que tenemos de referirnos a la realidad y de informar a los otros acerca de ella, sino el proceso por medio del cual, interactuando, construimos la realidad. Todos los procesos de comunicación, obviamente, son colectivos, sociales, de tal suerte que la realidad es necesariamente una construcción social.

 

La más peligrosa manera de engañarse a sí mismo es creer que sólo existe una realidad. Se dan innumerables versiones de la realidad, que pueden ser opuestas entre sí, y todas ellas son resultado de la comunicación, y no reflejo de verdades objetivas.

 

El miércoles, como era previsible, los periódicos mal llamados de circulación nacional subrayaron las maneras diferentes de comunicar una misma realidad que expresaron, por una parte, el secretario de Salud, el doctor Alcocer, y por la otra, el presidente López Obrador. Reforma, en primera plana: “Asoma rebrote: Salud; Vamos bien, revira AMLO”. Milenio, también en primera: “AMLO rechaza un rebrote del virus, pero López-Gatell alerta repunte”. El Financiero, en su portada: “Rechaza AMLO rebrotes, mientras titular de Salud ve riesgo en ocho estados”. La Razón colocó la nota como la principal, y etiquetó el asunto como una “polémica”.  También en primera, ContraRéplica dio cuenta sólo de la postura del presidente. El Heraldo no le dio tanto espacio, pero igual en portada editorializó: “Polemizan AMLO y Salud por rebrote de COVID19”. Ovaciones detalló: “Hay rebrote: Alcocer; No hay rebrote: AMLO; Rebrote temprano: Gatell”. ¡No, bueno…! A estas alturas, seguramente usted ya estará más intrigado en saber qué dijo exactamente cada uno de los funcionarios involucrados, y eso en el mejor de los casos, porque quizá estará más bien molesto por lo que los medios reportan como una polémica entre quienes deberían estar actuando en total acuerdo para enfrentar la emergencia sanitaria. Y esto ya está mal, porque lo importante, la situación de la pandemia en México, queda relegado a un opaco y muy lejano segundo plano. En realidad, no existió diferencia alguna respecto a las cifras con que se mesura el fenómeno. El presidente, el secretario de Salud y el subsecretario López-Gatell comparten los mismos datos; es la manera de interpretarlos y en la perspectiva en donde hay diferencias. Curiosamente, fue Publimetro el periódico que mejor presentó las cosas: en su portada, una pregunta, ¿Se puede hablar de rebrote en México?, una pregunta que se refiere no a la realidad, sino a la manera de interpretar la realidad, y publica una gráfica. En las x, el tiempo, en las y los casos diarios confirmados; se despliegan los comportamientos de la epidemia en México y en cuatro países europeos: Francia, España, Italia y Reino Unido. De golpe, salta a la vista: aquí, un solo brote, largo y moderado, con un primer pico a mitad de camino, en tanto que en Europa el rebrote que están padeciendo es franco, drástico… En este contexto, no tiene ningún sentido hablar de un rebrote en nuestro país. Incluso si lo observamos en forma aislada, no se aprecia repunte alguno… ¿Entonces? ¿Los funcionarios de la Secretaría de Salud mintieron? Tampoco: alertaban oportunamente. El día anterior, martes, durante la conferencia vespertina López-Gatell había advertido que el índice de positividad efectivamente está aumentando: en días pasados estaba por debajo del 38% y el viernes se ubicó en 42 puntos porcentuales. El subsecretario también mostró otra gráfica en la que sí se aprecia claramente un repunte en las hospitalizaciones diarias. 

 

Vale la pena repetirlo: se dan versiones de la realidad, que pueden ser opuestas entre sí, y todas ellas son resultado de la comunicación, y no reflejo de verdades objetivas.