viernes, 18 de diciembre de 2020

El fin de la Megamaquinaria

 

… unpredictability is precisely the decisive feature of the great systemic crisis

into which we are moving ever more deeply.

Fabian Scheidler, The End of the Megamachine.

 

 

Este año leí dos libros indispensables. Dos ensayos que brindan una relectura fresca, desprejuiciada y sólidamente documentada del devenir de los sapiens a través del tiempo, y a partir de ello una perspectiva oportuna, urgente, del momento histórico en el que nuestra especie se encuentra. Del primero de ellos ya he hablado aquíTranscendence. How humans evolved through fire, language, beauty and time, de inglesa-australiana Gaia Vince (Basic Books, 2020). El segundo es también una novedad editorial; originalmente publicado en la lengua en el que fue escrito, alemán (Promedia Publishers Vienna, 2015), apenas a finales de septiembre pasado comenzó a circular la edición de Zero Books en inglés, actualizada: The End of the Megamachine. A Brief History of a Failing Civilization. Su autor, Fabian Scheidler (Bochum, Alemania; 1968), estudió historia y filosofía en la Universidad Libre de Berlín y dirección teatral en la Universidad de Música y Artes Escénicas de Frankfurt. 

 


No se necesita demasiada perspicacia para saber que este año resultará memorable, digno de ser recordado, y The End of the Megamachine es un libro necesario para entenderlo. Su pertinencia es contundente. Aunque también parte de una perspectiva macrohistórica, a diferencia del de Gaia Vince, el ensayo de Fabian Scheidler no pretende ser una historia de la humanidad, sino la de un sistema específico de organización humana —social, política, económica y cultural—, al que él llama la Megamáquinaria, el sistema en el que vivimos hoy día.

            

La Megamaquinaria es el omnipresente engranaje ideológico, económico y político que conforma el mundo moderno. El concepto empata con la Modernidad, la etapa civilizatoria que durate el último medio milenio se ha apoderado de todos los rincones del planeta… ¿Cómo? Un ingeniero geólogo, seguramente el más exitoso de nuestro país a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XX, me lo explicó así:

 

— Imagínate un balín…

 

— ¿Un balín? —bueno, entonces yo era un escuincle.

 

— Sí, uno enorme… O una bala de cañón, una esfera de hierro. Pulida, brillante. En un momento dado le caen encima unas cuantas gotitas, pequeñísimas, de agua, casi microscópicas. No las podemos ver, pero cayeron ahí hace más de doscientos mil años…

 

— ¿Y luego? 

 

— Luego no pasa nada durante mucho tiempo, más de cien mil años…, pero hace unos setenta mil años esas gotitas, por alguna razón, comenzaron a generar una especie de moho, de oxidación en la esfera…, lo cual comenzó a hacerse notorio, incluso a simple vista. La oxidación se fue difundiendo, primero lentamente, y luego, de pronto, muy rápido, rapidísimo, y desde hace unos diez mil años cada vez más aceleradamente… Y de un cuarto de milenio para acá, a una velocidad de vorágine, terminó de cubrir toda la esfera, completamente…

 

— Ajá…

 

— Bueno, ese moho somos nosotros, los seres humanos.

 

La imagen que ofrece el historiador/dramaturgo alemán —tiene una ópera que ha sido ya puesta en escena— es más dramática: “Imaginemos el lapso de tiempo desde la primera aparición arqueológicamente documentada del homo sapiens, hace unos doscientos mil años, hasta el presente. Ahora, imagínelo como un solo día. El tiempo durante el cual los humanos fueron exclusivamente cazadores y recolectores habría durado casi 23 horas. Por otro lado, el período de diez mil años desde el inicio de la agricultura —la Revolución Neolítica— cubre solo la última hora… Si imaginamos la historia de la Tierra durante los últimos 200 años como una película de lapso de tiempo, entonces, vista desde el espacio exterior, veríamos la imagen de una detonación violenta.” Esa explosión, para la civlización occidental  —otra marca de la Megamaquinaria— no es otra cosa que el resultado del progreso, ideal que, según el autor, está enraizado en el pensamiento religioso: “el culto moderno al progreso es una variante del concepto central del Apocalipsis”. Y tanto como con la poderosa noción del Apocalipsis, como con el inapelable ideal del progreso, y al igual que “sus predecesores cristianos, los predicadores radicales del mercado impulsan una ideología universalista y afirman que el suyo es el único camino a la salvación”. Por supuesto, la globalización es la cara contemporánea y terminal de dicha ambición ecuménica. Y, claro —como lo planteó hace algún tiempo Franz Hinkelammert —Hacia una crítica de la razón mítica—, Fabian Scheidler considera que la Megamaquinaria tiene fincada su razón mítica en la racionalidad instrumental: “El símbolo de este tipo de racionalidad es la máquina… Fascinados por el funcionamiento del reloj mecánico de rueda, inventado en el siglo XIV, pioneros de la ciencia moderna como Galileo Galilei, René Descartes e Isaac Newton comenzaron posteriormente a ver la naturaleza como una gran rueda dentada”, aunque nadie como Bacon ejemplifica mejor la fusión de cuatro de los pilares epistemológicos de la civilización occidental: el apocalipticismo, el colonialismo, la dominación de la Naturaleza por el hombre y la búsqueda de ganancias.

 

Además del componente ideológico de la Megamaquinaria, Scheidler revisa detalladamente sus sostenes político y económico, esto es, los estados nacionales, y el capitalismo, catastrófico sistema de producción que, afianzado en la obsesión suicida del crecimiento económico imparable y la religión del consumismo, ha devastado el orbe: “tiene más sentido nombrar esta nueva era Capitaloceno en lugar de Antropoceno…”

 

La tesis central de The End of the Megamachine es que este modelo civilizatorio ya dio de sí. En efecto, vivimos su colapso.

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