Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

martes, 3 de febrero de 2009

La razón mítica

Yo salía, él entraba: chocamos en la puerta del Aula Magna. Mientras balbuceaba una disculpa, alcé la mirada: Julio Cortázar y Santa Claus en uno. El enorme personaje se detuvo, me sonrió y luego siguió su camino. Con un andar de equilibrista experto en lidiar con su propia estatura, fue esquivando la ahí congregada fauna de Filosofía y Letras de la UNAM, la de hoy día, 2009; nueva y fresca, la misma de siempre y acartonada: melenas, sacos de pana con parches en los codos, lentes a la Lennon, faldones batik, camisetas I ♥ DF y ¡Viva el EZLN!, sombreros sacados del armario de un teatro en ruinas, huaraches y botas de minero, jeans, corbatas desteñidas y camisas desfajadas, rastas y calvas, morrales y portafolios de vaqueta…

– Ah, ya está aquí Franz –anunció al micrófono Enrique Dussel.


Franz Hinkelammert nació en 1931 en Alemania; dos años después, Hitler se haría del poder absoluto. Después de la guerra, emigró. De 1963 hasta el golpe militar encabezado –es un decir– por Pinochet, radicó en Chile. Luego se fue a vivir a Costa Rica –hoy es naturalizado tico–, para trabajar en el Departamento Ecuménico de Investigaciones. Filósofo y doctor en Economía (Universidad Libre de Berlin), su obra lo ha consolidado como uno de los pensadores más influyentes de la teología de la liberación.

– ¿Ya empezó la conferencia? –pregunta una Janis Jopplin versión La Condesa que llega corriendo como si ahí estuvieran repartiendo las últimas entradas al paraíso.

– Apenas, lo presentó Dussel. Dijo que era el filósofo más importante de Latioamérica.

– Chido..., pero es alemán, ¿no?


En el recibidor, terminar de instalar un monitor para que los que ya no cupieron –y es que el Auditorio Che Guevara sigue tomado, caray– se enteren. Le acercan el micro a Franz y él suspira…


– Oye, se parece a Cascarrabias.., pero en buena onda –establece un descomunal pelón con una magnolia tatuada en el cráneo.


Hinkelammert explica que el pretexto es presentar su nuevo libro, Hacia una crítica de la razón mítica (Dríada, 2008), pero que mejor lo leamos, porque él nada más va a explicar la idea principal de la obra. Pausado, travieso, en un español apenas rarito, seduce pronto a la audiencia… Muchos piensan que la modernidad en la que vivimos, la modernidad tardía para algunos (Dussel mismo, para no ir más lejos), la posmodernidad para otros, se ha quedado sin mitos. Franz Hinkelammert opina distinto. Para los griegos de la Antigüedad Clásica, Zeus y su estirpe de dioses y héroes no eran seres mitológicos, sino parte sustancial de la realidad con la que cotidianamente convivían. En la Europa medieval, el que los muertos salieran de sus tumbas a medianoche a penar no era asumido como un mito, sino como un hecho. De igual forma, el hombre contemporáneo, tú y yo, quizá admitamos como realidades incuestionables abstracciones que más bien son producto del pensamiento mítico. Tal es el parecer de Hinkelammert.

La razón mítica es una característica sustantiva del ser humano. En los albores del siglo XXI somos tan capaces de mitificar la realidad, como lo fueron los neolíticos que hace unos diez mil años comenzaron a sembrar la tierra. Más incluso: igual que los miles de bizantinos que la peste bubónica mató en Constantinopla hace quince siglos, hoy, supuestamente a las puertas de una calamidad global, necesitamos de respuestas míticas para dar sentido al mundo. Las requerimos, somos capaces de producirlas y lo hacemos efectivamente. Hinkelammert piensa que “el gran mito que sustenta la modernidad es el mito del progreso. Surge con la modernidad y le da su alma: su alma mítica”.

El problema no radica en que nos hayamos quedado sin mitos, el lío está en lo que se basan éstos. La modernidad gira en torno a un logos, la racionalidad, piedra angular de Occidente desde la Grecia Clásica. No se trata de cualquier racionalidad; es la instrumental, la cual opera en función del criterio de medio – fin, según un cálculo –en términos weberianios– de utilidad. Así, por ejemplo, arrasar con la selva amazónica puede resultar racionalmente útil, conforme a dicha racionalidad…; si sus resultados son monstruosos es ya esa harina de otro costal. La racionalización instrumental produce resultados irracionales, los cuales, globalizados, hacen insostenible el mundo. ¿Qué puede oponerse a la razón instrumental? No es el sentimiento, sino otro tipo de razón: la mítica, basada en el criterio vida – muerte. De ello trata precisamente Hacia una crítica de la razón mítica.

Con todo y sus casi ochenta años a cuestas, Franz traía cuerda para rato. Cuando salí del Aula Magna, Cascarrabias Peroenbuenaonda recitaba la Meditación XVII del Devotions Upon Emergent Occasions de John Donne (1572-1631):

La muerte de cualquier hombre me disminuye.
Porque soy una parte de la humanidad.
Por eso no preguntes nunca por quién doblan las campanas.
Están doblando por ti.

1 comentario:

Luis dijo...

Esto mismo es abordado por Max Horkheimer y Theodoro Adorno en "La dialéctica de la ilustración". Los alemanes en cuestión encuentran la simiente de la razón instrumental en Odiseo, el mítico héroe creado por Homero, rescatando el pasaje en que se hace atar al mastil del barco para escuchar a las sirenas sin sucumbir a sus llamados, mientras sus compañeros tapan sus oidos con cera.