Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

miércoles, 11 de febrero de 2009

El tiempo real, una fantasía

Haruki Murakami (Kyoto, 1949): un tipo que se aventó la puntada de correr su primer ultramaratón —¡nada más 100 kilómetros!— a los 47 años de edad, un escritor que ha demostrado que puede mantener tensión narrativa en composiciones de gran aliento —Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, quizá su obra maestra, supera las 900 páginas—, regresa después de su maravillosa Kafka en la orilla (2002) con una novela de mucho menos grosor y con una historia más bien sencilla: After dark (2008; la primera edición, en Japón, data de 2004, y la traducción al inglés apenas de 2007). ¿Sencillo Murakami? Ciertamente, pero no en el sentido de ingenuidad, en lo absoluto, mucho menos de candidez; sencilla más bien la historia, sin artificios ni rebuscamientos; sin embargo, el asunto complejo, profundo y experimental, incluso osado, el novelista: resulta que el japonés apuesta ahora por una novela en tiempo real.
After dark comienza a las 11:56 pm; lo sabemos porque el gráfico de un reloj analógico, minutero y manecilla de horario, así lo indica. Mari Asai, la adolescente que protagoniza el libro, está en un restaurante de comida rápida y, sin dormir, pasará toda la noche fuera de su casa. El último capítulo de la novela inicia a las 6:52 am del día siguiente. Así, Murakami nos entrega una novela que a lo largo de poco más de 250 páginas da cuenta de lo ocurrido durante poco más de siete horas. “Perfil de una gran ciudad. Captamos esta imagen desde las alturas, a través de los ojos de un ave nocturna que vuela muy alto”. Descaradamente, Murakami inicia y cierra echando mano de un recurso cinematográfico, la cámara aérea —¿cómo no recordar el íncipit de American Beauty (1999)?—, y de ahí en adelante el narrador continuamente nos pide observar desde tal o cual perspectiva, a través de determinada lente, variando ángulos y acercamientos, de tal suerte que incluso llega a conseguir el efecto de la cámara subjetiva, con lo que, tratándose de una novela, incorpora al lector a la trama como el fisgón necesario: sabemos que algo ocurre porque alguien lo presencia y va a contarlo, y viceversa: “En el espacio de tiempo que en que hemos tenido los ojos apartados de la habitación (han transcurrido dos horas desde nuestra marcha)…” suceden cosas que no pueden ser narradas porque nadie estuvo ahí para testimoniarlas. Y, claro, para conseguir la experiencia de la narración en tiempo real, Murakami también tiene que conceder espacios a Cronos, al tiempo sin relevancia: en algunos tramos, el narrador se limita a describir, para que se sucedan momentos sin acción: “El tiempo trascurre, pero no sucede nada”. ¿Será?

Como ocurre en Tokio Blues (1987) y Sputnik, mi amor (1999), After dark rebosa música; la primera rola mentada, Go Away Little Girl, de Percy Faith, acompaña la travesía de la joven Mari Asai: pocos metros, mucha experiencia. Takahashi, uno de los personajes que ayudarán a la joven a transcurrir a través de la noche, toca el trombón, claro, jazz “puro y desnudo”, y lo hace porque alguna vez compró un viejo LP de jazz, Blue-sette, desde cuya primera melodía de la cara A, Five Spot After Dark, el trombón de Curtis Fuller le encandiló el futuro. Y mientras Hall & Oates interpretan I Can´t Go for That presenciamos que las cosas no son jamás lo que aparentan y que nunca podemos estar seguros de lo que ocurre cuando no estamos ahí para atestiguarlo: Mari Asai sale del baño y nosotros, “al mirar con atención descubrimos que en el espejo todavía se refleja la imagen de Mari. Y la Mari del espejo está mirando hacia nosotros desde el otro lado”.

La hermana de Mari, Eri Asai, permanece en casa, lleva varios días profundamente dormida… La habitación de Eri Asai es el escenario en el cual Haruki Murakami nos obliga a ver que la fachada del sueño es siempre engañosa: durante los primeros minutos, el narrador se limita a describir por qué no pasa nada, aunque percibimos con él que algo va a pasar… El reloj digital da las cero horas, y ¡cuidado! en el Skylark, el barman advierte a Mari Asai: “… a medianoche, el tiempo transcurre de manera especial. Y es inútil oponerse a ello”. Y tiene razón.
Lo que les sucede a las hermanas Asai ocurre simultáneamente, conforme el lector lo va descubriendo; además, el dormitorio en apariencia tranquilo de Eri tiene su otra cara, su contraparte: “Se trata de una imagen que nos está llegando en tiempo real. Tanto en esta habitación como en la otra, el tiempo transcurre de manera equivalente. Las dos habitaciones están viviendo el mismo momento”.

Poco después de las 12:25 am aparecerá Kaoru, una ex luchadora que regentea el Alphaville, un hotel de paso expreso, apoyada apenas por dos ayudantes casi fantasmales Komugi y Kôrogi. Mari Asai entrará a ese recoveco de la realidad, en donde, como en la película homónima de Jean-Luc Godard, “no está permitido tener sentimientos profundos”. Y de nuevo, ahí también Murakami se saldrá con la suya para sembrar pruebas de que la realidad puede ser todo menos lo que muestra ser.

En la antología de cuentos de Murakami Sauce ciego, mujer dormida (también apenas en 2008 publicado en español por Tusquets) aparece un relato que probablemente sea el origen de After dark. Un detective sui generis trata de averiguar cómo es que un hombre desapareció entre el piso 24 y 26 del edificio de apartamentos en el cual habita; para hacerlo, se esfuerza en experimentar “una erosión del tiempo” justo en el sitio en el cual se esfumó aquella persona y busca “algo que tenga la forma de una puerta, o de un paraguas, o de un donut, o de un elefante. En cualquier lugar donde parezca que esto pueda hallarse”. Como otras de sus novelas, en After dark el japonés insiste en señalar que esto que llamamos realidad tiene muchos pliegues, varias caras y, sobre todo, que el paso entre dimensiones es posible, quizá a través de algo en forma de una puerta: “El punto de contacto del circuito que une los dos mundos experimenta violentas sacudidas. En consecuencia, también vacilan los contornos de su existencia. El sentido de la sustancia se va erosionando”.

Por lo demás, nada que defraude a los lectores de Haruki Murakami: una prosa limpia y elegante, jazz y gatos, siempre gatos.

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