
Como ocurre en Tokio Blues (1987) y Sputnik, mi amor (1999), After dark rebosa música; la primera rola mentada, Go Away Little Girl, de Percy Faith, acompaña la travesía de la joven Mari Asai: pocos metros, mucha experiencia. Takahashi, uno de los personajes que ayudarán a la joven a transcurrir a través de la noche, toca el trombón, claro, jazz “puro y desnudo”, y lo hace porque alguna vez compró un viejo LP de jazz, Blue-sette, desde cuya primera melodía de la cara A, Five Spot After Dark, el trombón de Curtis Fuller le encandiló el futuro. Y mientras Hall & Oates interpretan I Can´t Go for That presenciamos que las cosas no son jamás lo que aparentan y que nunca podemos estar seguros de lo que ocurre cuando no estamos ahí para atestiguarlo: Mari Asai sale del baño y nosotros, “al mirar con atención descubrimos que en el espejo todavía se refleja la imagen de Mari. Y la Mari del espejo está mirando hacia nosotros desde el otro lado”.
La hermana de Mari, Eri Asai, permanece en casa, lleva varios días profundamente dormida… La habitación de Eri Asai es el escenario en el cual Haruki Murakami nos obliga a ver que la fachada del sueño es siempre engañosa: durante los primeros minutos, el narrador se limita a describir por qué no pasa nada, aunque percibimos con él que algo va a pasar… El reloj digital da las cero horas, y ¡cuidado! en el Skylark, el barman advierte a Mari Asai: “… a medianoche, el tiempo transcurre de manera especial. Y es inútil oponerse a ello”. Y tiene razón.
Lo que les sucede a las hermanas Asai ocurre simultáneamente, conforme el lector lo va descubriendo; además, el dormitorio en apariencia tranquilo de Eri tiene su otra cara, su contraparte: “Se trata de una imagen que nos está llegando en tiempo real. Tanto en esta habitación como en la otra, el tiempo transcurre de manera equivalente. Las dos habitaciones están viviendo el mismo momento”.
Poco después de las 12:25 am aparecerá Kaoru, una ex luchadora que regentea el Alphaville, un hotel de paso expreso, apoyada apenas por dos ayudantes casi fantasmales Komugi y Kôrogi. Mari Asai entrará a ese recoveco de la realidad, en donde, como en la película homónima de Jean-Luc Godard, “no está permitido tener sentimientos profundos”. Y de nuevo, ahí también Murakami se saldrá con la suya para sembrar pruebas de que la realidad puede ser todo menos lo que muestra ser.
En la antología de cuentos de Murakami Sauce ciego, mujer dormida (también apenas en 2008 publicado en español por Tusquets) aparece un relato que probablemente sea el origen de After dark. Un detective sui generis trata de averiguar cómo es que un hombre desapareció entre el piso 24 y 26 del edificio de apartamentos en el cual habita; para hacerlo, se esfuerza en experimentar “una erosión del tiempo” justo en el sitio en el cual se esfumó aquella persona y busca “algo que tenga la forma de una puerta, o de un paraguas, o de un donut, o de un elefante. En cualquier lugar donde parezca que esto pueda hallarse”. Como otras de sus novelas, en After dark el japonés insiste en señalar que esto que llamamos realidad tiene muchos pliegues, varias caras y, sobre todo, que el paso entre dimensiones es posible, quizá a través de algo en forma de una puerta: “El punto de contacto del circuito que une los dos mundos experimenta violentas sacudidas. En consecuencia, también vacilan los contornos de su existencia. El sentido de la sustancia se va erosionando”.
Por lo demás, nada que defraude a los lectores de Haruki Murakami: una prosa limpia y elegante, jazz y gatos, siempre gatos.
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