Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

martes, 14 de mayo de 2024

La mitad de México vive en 100 municipios

 

 

Con agradecimiento,

a mis compañeros Pedro Rivera y Vicente Terrazas.

 

 

Atendiendo el tamaño y forma de sus piezas, el rompecabezas municipal en que se integra el territorio mexicano se presenta completamente disparejo. Considerando una variable más, la población, la heterogeneidad municipal se pavonea. En promedio, en cada uno de los 2,476 municipios de México residen 50.9 mil personas. Tal es un monto poblacional muy cercano al que reporta Ixhuatlán de Madero (50,836 habs.), sin embargo, este municipio veracruzano, con una extensión territorial de 669 km2, presenta una población relativa de 76 habitantes por km2 (hab./ km2), densidad considerablemente superior a la del promedio nacional: 64.3 hab./ km2.


Si el promedio nacional tenemos que contarlo en decenas de miles —casi 51 mil habitantes por municipio—, la gente que radica en el municipio menos poblado del país se cuenta por decenas, no llega a un centenar.

Santa Magdalena Jicotlán, ubicado en la región chocholteca, en la Mixteca oaxaqueña, unos 120 kilómetros al noroeste de la capital del estado, y tiene una población de 81 personas. Santa Magdalena Jicotlán ocupa una superficie del mismo tamaño que el que tiene la demarcación Benito Juárez de la Ciudad de México —casi 27 km2—, en donde residen cerca de 435 mil habitantes, y en la cual se estima que, de lunes a viernes, conviven alrededor de dos millones de seres humanos. La densidad de población en Santa Magdalena Jicotlán, Oaxaca, es de 3 hab./km2, en tanto que en la demarcación territorial Benito Juárez viven poco más de 16 mil hab./km2.



Santa Magdalena Jicotlán celebra sus fiestas patronales el 22 de julio. Además de sus pobladores, participan más de mil invitados, la mayoría, jicotlanenses emigrados… El año pasado, la mayordomía contrató para el festejo un espectáculo piromusical traído desde San Pedro y San Pablo Tepostolula. Durante el resto del año, Santa Magdalena Jicotlán es un sitio desolado; su cabecera municipal, un poblado limpio y bien cuidado, tiene una Iglesia, en la que no hay cura; un centro médico sin doctor de planta y una escuela atendida por una sola maestra —según su presidente municipal, actualmente la población infantil no llega a la decena—.

Con todo y que el promedio de habitantes por municipio en Oaxaca es mucho mayor respecto a la cantidad de gente que queda en Santa Magdalena Jicotlán, la dispersión poblacional por municipio de aquella entidad es la más pronunciada de todo México: en promedio, 7,249 personas por municipio. En el extremo opuesto de la tabla se encuentra la Ciudad de México: en cada una de sus 16 demarcaciones territoriales en promedio habitan más de 575 mil seres humanos. Con 152,685 habitantes, Milpa Alta, la menos poblada, tiene una población muy similar a la de Iguala de la Independencia, Guerrero, y a la de Delicias, Chihuahua.

El municipio más poblado del país ya no se encuentra en la Ciudad de México; tampoco está en el Estado de México. Con base en los resultados censales 2020, Tijuana, Baja California, es el municipio con más habitantes de todo nuestro país.


El territorio del municipio de Tijuana abarca 1,074 kilómetros cuadrados, una extensión prácticamente igual a la del municipio de Valladolid, Yucatán, y a la de Coneto de Comonfort, Durango.


En Valladolid residen poco más de 85 mil personas, en Coneto de Comonfort viven 4,084 hombres y mujeres, mientras que Tijuana, con la misma extensión, tiene una población de casi dos millones de habitantes: 1 millón 922 mil 523.



Con 1’835,486 habitantes, Iztapalapa, Ciudad de México, ocupa ahora el segundo sitio entre los municipios más poblados de nuestro país. 

Iztapalapa se extiende al oriente de la CDMX en poco menos de 115 kilómetros cuadrados —una superficie similar a la del municipio de Zináparo, Michoacán, en donde residen menos de 3,300 personas—.

Tanto el municipio bajacaliforniano de Tijuana como la demarcación territorial Iztapalapa tienen una población superior a la que vive en nueve estados de la República Mexicana: Colima, Baja California Sur, Campeche, Nayarit, Tlaxcala, Aguascalientes, Quintana Roo, Zacatecas y Durango. Tijuana e Iztapalapa, cada uno, tienen más población que países como Letonia, Guinea Ecuatorial, el Reino de Baréin, Estonia, Belice, Islandia…

Por monto poblacional, todos con más de un millón de almas, le siguen a Iztapalapa los siguientes municipios:

MUNICIPIO

POBLACIÓN 2020

León, Guanajuato

1’721,215

Puebla, Puebla

1’692,181

Ecatepec de Morelos, Estado de México

1’645,352

Juárez, Chihuahua

1’512,450

Zapopan, Jalisco

1’476,491

Guadalajara, Jalisco

1’385,629

Gustavo A. Madero, Ciudad de México

1’173,351

Monterrey, Nuevo León

1’142,994

 

Y hay cuatro municipios más con una población de más de un millón de habitantes: el mexiquense Nezahualcóyotl; Mexicali, Baja California; Querétaro, Querétaro, y Culiacán, Sinaloa.

Tan sólo en estos catorce municipios, los más poblados del país, habitan casi veinte millones de habitantes (19’687,979), 15.6% de la población total de México.


Ahora, si consideramos los cien municipios más poblados —es decir, apenas el 4% de los 2,476 que hay en el país—, se alcanza la cifra de 63.2 millones de habitantes, o sea, la mitad de toda la gente que radicamos en este país. Vale la pena repetirlo: en menos del 5% de los municipios del país habita el 50% de la población total.


La extensión territorial que suman ese centenar de municipios asciende a 168.5 mil km2, es decir, para todos esos municipios habría espacio en Uruguay (176 mil km2) o en el estado de Sonora (179.3 mil km2).

Ahora, si esa misma cantidad de personas, 63.2 millones, la mitad de los habitantes del país, vivieran todas y todos en una misma ciudad con la misma densidad de población que la que presenta la demarcación territorial Benito Juárez (16,259.7 hab./km2), requerirían para ello de 3,889.7 km2, es decir, un territorio mucho más pequeño que el que tienen países como Transnistria (4.1 mil km2) y Trinidad y Tobago (5.1 mil km2), una superficie menor a la que tiene el todo estado de Tlaxcala (3,996.6 km2) o muy similar a la del municipio de Ahome, Sinaloa.

La población relativa promedio en nuestro país, 64.3 hab./ km2, es igual a la que podemos encontrar en municipios como Poncitlán, Jalisco, y Tepetzintla, Veracruz. Hay 31 municipios en los que la densidad de población es inferior a un habitante por kilómetro cuadrado. Existen municipios mexicanos, como el fronterizo Anáhuac, Coahuila, con una población relativa como la de Australia (4 hab./ km2), y otros, como Villagrán, Guanajuato o la demarcación Milpa Alta de la Ciudad de México, con una densidad de población igual a la de Corea del Sur (512 hab./ km2). En el extremo opuesto, la densidad de población más alta se registra en las demarcaciones territoriales y los municipios integrados a la Zona Metropolitana del Valle de México; en los cinco más densamente poblados, por cada kilómetro cuadrado habitan más de 15 mil personas: Iztapalapa y Benito Juárez, con 16.2 mil hab./ km2, la también capitalina Cuauhtémoc, con 16.7 mil hab./ km2, Nezahualcóyotl, Estado de México, con 17 mil hab./ km2, y finalmente Iztacalco, en donde habitan más de 17.5 mil personas por cada kilómetro cuadrado. ¿Demasiado? Bueno, en el núcleo de la llamada Ciudad Luz, París, la población relativa es de poco más de 20 mil hab./ km2.

Como en otros renglones, en cuestión de espacio el problema no es de suficiencia, sino de distribución.

 

lunes, 6 de mayo de 2024

Rompecabezas municipal

  

En principio, los municipios —demarcaciones territoriales en el caso de la Ciudad de México— son realidades espaciales: las delimitaciones del territorio que definen las células de la organización política, administrativa y de gobierno de todo nuestro país —desde la reforma de 1999 al artículo 115 constitucional dejaron de ser una entidad puramente administrativa, para convertirse en un orden de gobierno—. En suma, el municipio es la base territorial en la que se divide la República, y el nivel de gobierno con el que la ciudadanía tiene más contacto. De hecho, con el que todas y todos tarde que temprano tenemos que gestionar algo: 99% de los municipios del país administran el servicio de panteones, por ejemplo.

Si bien cada uno de los municipios que hay hoy en México tiene la misma categoría jurídica, ya desde su nominación hay 16 diferentes: las demarcaciones territoriales mexicopolitenses —como lo lee, mexicopolitenses: prefiero que critique el gentilicio que acuñé con tal de no usar el horroroso mexiqueño que nos asigna a los capitalinos exdefeños la Real Academia Española—. Por cierto, aunque sea una batalla perdida, conviene insistir: no son alcaldías, son demarcaciones territoriales.

La versión más actualizada del Catálogo Único de Claves de Áreas Geoestadísticas Estatales, Municipales y Localidades, publicada el 15 de marzo pasado por el INEGI, considera ya, contando las 16 demarcaciones territoriales de la CDMX, 2,476 municipios.

2,476 municipios… Así que, si nos pidieran armar un rompecabezas del territorio continental de la República Mexicana, es decir, sin las islas, en el que cada una de sus piezas fuera un municipio, ¿cuántas piezas tendríamos que unir de nuevo? Si pensaste que la respuesta es la obvia, esto es, 2,476… no acertaste. En la caja de nuestro rompecabezas tendríamos 2,538 piezas. ¿Por qué? Claro, porque si bien la gran mayoría de los municipios de este país, 98%, integran la totalidad de su territorio en un solo polígono, hay 58 municipios que no.

En efecto, existen 58 municipios cuyo territorio se encuentra repartido en varios polígonos. De ellos, 56 se integran por dos polígonos cada uno; por ejemplo, el mexiquense Tlalnepantla de Baz, dividido por el extremo septentrional de la Ciudad de México —territorio de la demarcación Gustavo A. Madero—...;




...o el sudcaliforniano Mulegé, el segundo municipio más grande del país, con una pequeña península del lado este de la Bahía de Concepción —bueno, ni tan pequeña: tan sólo este pedacito mulegiano, con poco más de 550 km2, es 20.6 veces más grande que la demarcación territorial mexicopolitense en la cual habito, la Benito Juárez, y es más extenso que Jesús María, Aguascalientes, que Delicias, Chihuahua, que Tehuacán, Puebla…, en fin, más extenso que siete de cada diez de los municipios de México—.




San Cristóbal de las Casas, Chiapas, es otro ejemplo de un municipio conformado territorialmente por dos partes: además del polígono principal, en el que se encuentra su cabecera, tiene una pequeña porción al noreste, sin continuidad espacial.




Además, existe un municipio que presenta dividida su superficie en tres polígonos: Tamalín, Veracruz. Y finalmente, uno, Zimatlán de Álvarez, Oaxaca, que se integra territorialmente por cuatro polígonos que no se tocan entre sí, cuatro piezas más para nuestro rompecabezas.




2,576 municipios distintos y ningún promedio verdadero: el sino de la descomunal heterogeneidad municipal germina desde su origen, el espacial. El tamaño promedio de cada una de las 2,538 piezas de nuestro rompecabezas, en un juguete imposible escala 1 a 1, sería de 771.4 kilómetros cuadrados (km2) en promedio.

Pero consideremos de nuevo los territorios integrados de los 2,476 municipios que hay actualmente en nuestro país. La extensión promedio del municipio mexicano es de 790.7 kilómetros cuadrados (km2). Chiapa de Corzo, uno de los municipios del estado de Chiapas, es el que tiene una extensión más próxima a dicho promedio (789.03 km2). Pero Chiapa de Corzo es caso raro, extrañísimo, porque en un universo tan heterogéneo, caer en el término medio resulta una excentricidad. Resulta que, considerando una tolerancia de ±10 km2, menos del 0.5% del total de los municipios se halla en la franja promedio; apenas 11 en términos absolutos. Y quizá algunos piensen que una tolerancia de ±10 km2 es demasiado estrecha. Bueno, basta recordar que existen en el país 49 municipios con una extensión menor a dicho margen. ¿Pocos? Bueno, consideremos que el estado de Aguascalientes no tiene tantos municipios. De hecho, 16 entidades federativas, esto es, la mitad, se integran cada una por menos de 49 municipios. Con todo, el promedio, otro promedio equívoco, de municipios por entidad federativa es de 77.

El estado de Chiapas se conforma hoy día por 124 municipios. Cada uno de ellos, en promedio, mide 591 km2, así que el municipio en el cual se asienta su capital estatal, Tuxtla Gutiérrez, es más bien pequeño: 334.8 km2.  Bueno, sucede que en el territorio de Tuxtla Gutiérrez caben perfectamente los 49 municipios más chicos del país. Porque, ciertamente, se trata de realidades espaciales realmente muy pequeñas.




El municipio con menos territorio de todo México es más chico que la primera sección del Bosque de Chapultepec (2.4 km2). Se trata de Natividad, localizado en la sierra norte de Oaxaca, en el distrito de Ixtlán de Juárez. Creado en 1939, Natividad cuenta con una superficie de apenas 2.2 km2.



Ahora, no crea usted que la menudencia espacial natividense, que no navideña, es única: los tres municipios más pequeños del país —además de Natividad, los también oaxaqueños Santa Cruz Amilpas y Santa Inés Yatzeche—, completitos, los tres, cabrían perfectamente en la Ciudad Universitaria de la UNAM (7 km2). Echando mano de una referencia hidrocálida, podemos decir que el municipio Natividad tiene una superficie equivalente a un polígono en el que agrupemos el parque Rodolfo Landeros, o Héroes Mexicanos, y los fraccionamientos Jardines que colindan con él. También podemos decir que sería factible fragmentar el municipio de Aguascalientes en 533 polígonos del tamaño que tiene el municipio de Natividad, Oaxaca. Y, ojo, no es que Aguascalientes, Aguascalientes sea muy extenso: hay 381 municipios más grandes. Bueno, qué digo que el municipio de Aguascalientes: hay 64 municipios más grandes… que el estado de Aguascalientes.




Y como bien sabemos, Aguascalientes no es la entidad federativa más menuda del país. Lo es la capital de la República. Con poco menos de mil quinientos km2, la Ciudad de México es más pequeña que 309 municipios, y en su pequeñez habría espacio para albergar a los 130 municipios menos grandes del país.

En el altiplano central chiapaneco, en el extremo oeste de la selva Lacandona, en medio de Ocosingo y Las Margaritas, se localiza el municipio de Altamirano. El municipio cuyo nombre honra al poeta decimonónico guerrerense Ignacio Manuel Altamirano cubre el 1.3% del territorio total de Chiapas. Ciertamente, Altamirano no es uno de los municipios más grandes de tal entidad federativa —de hecho, en Ocosingo hay espacio suficiente para diez territorios iguales al de Altamirano—. Pues resulta que la extensión de Altamirano equivale a la suma de las superficies de los cien municipios más pequeños de todo el país (955.5 km2). Entre dicho centenar se encuentran municipios como el mexiquense Melchor Ocampo, el cual forma parte de la Zona Metropolitana del Valle de México, Guelatao de Juárez, cuna del Benemérito de las Américas, y Río Blanco, Veracruz, cuya cabecera municipal está conurbada con Orizaba.

Ahora, si consideramos en conjunto el territorio de los 247 municipios más chicos de la República Mexicana —es decir, el primer decil—, el área resultante, 4,541.2 km2, es prácticamente la misma que la que ocupa el municipio de Anáhuac, Nuevo León: 4,539.21 km2. Y con sus 4.5 mil km2, Anáhuac no alcanzaría para cubrir ni siquiera el 1% del territorio nacional.

 



En efecto: la suma del espacio de los 247 municipios más pequeños del país, 10% del total, apenas suma el 0.2% de la superficie nacional. En el extremo opuesto de la tabla, los 247 municipios más extensos de México, los que integran el decil superior de la tabla, concentran poco más de seis de cada diez kilómetros cuadrados de todo el país. Consecuentemente, descontando los extremos, el 80% de los municipios, esto es 1,982, se reparte el 39% del territorio nacional.

Ensenada, uno de los municipios que integran el estado de Baja California, era hasta enero de 2020 el municipio más grande de todo México. Tenía entonces una extensión territorial de 53 mil km2. Para alcanzar la misma cantidad de kilómetros cuadrados habría que sumar los territorios de Cosío, el municipio más pequeño de Aguascalientes; de los 28 municipios más chicos de Chiapas, de todas las demarcaciones territoriales de la Ciudad de México, excepto las dos más grandes, Milpa Alta y Tlalpan; de siete municipios de Guanajuato, cuatro de Guerrero, 21 de Hidalgo, siete de Jalisco, 63 del Estado de México…, y bueno, así hasta llegar a 35 de Yucatán: en total, habría que sumar la superficie de los 868 municipios más pequeños de México, es decir, más de una tercera parte de todos, para tener la misma extensión que el solo municipio de Ensenada.

Tres comparaciones nacionales más para dimensionar las cosas:

  • En lo que era el territorio ensenadense cabían 24 mil veces el del también municipio libre de Natividad, Oaxaca.
  • El municipio bajacaliforniano de Ensenada tenía una superficie en la que cabría 36 veces el área que ocupan las 16 demarcaciones de la Ciudad de México.
  • Ensenada ocupaba un espacio equivalente a los territorios agregados de la Ciudad de México, Tlaxcala, Morelos, Aguascalientes, Colima, Querétaro e Hidalgo.

Pero Ensenada no es ya el municipio más extenso de México, porque se dividió. En la actualidad, el municipio más grande del país es el también bajacaliforniano San Quintín, cuyo territorio salió precisamente de Ensenada. Sin considerar su territorio insular, el novel San Quintín se extiende por 32,863 km2. Esa enorme superficie es igual al área que se obtiene sumando lde los 221 municipios de Tlaxcala, Morelos y Estado de México, más las 16 demarcaciones territoriales de la Ciudad de México y el municipio poblano de Teotlalco: 32,858.34 km², es casi la misma que la que ocupa San Quintín…, claro, sin contar sus islas.

Así pues, la disparidad de las dimensiones espaciales del municipio mexicano va desde Natividad, Oaxaca, asentado en un territorio mucho más chico que el que ocupa el lago artificial Nabor Carrillo (9.4 km2) o el del Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México (6.6 km2), hasta San Quintín, Baja California, que es más grande que países como Moldavia, Bélgica, Armenia, Haití, Israel y El Salvador. En efecto, la superficie de San Quintín es mayor que la suma de los territorios del Líbano, Trinidad y Tobago, Palestina y Puerto Rico.

Decíamos que, en promedio, cada una de las 32 entidades federativas del país se divide en 77 municipios de 790.7 km2. De nuevo, se trata de promedios que más que ayudar a entender una realidad concreta, la encubren: mientras que hay estados que no tienen más de 10 municipios —Baja California, Baja California Sur, Colima—, Oaxaca concentra casi una cuarta parte del total de municipios de todo México, 570 con una superficie promedio de poco menos de 165 km2. Si Yucatán, Michoacán, Chiapas, Jalisco, Estado de México, Veracruz, Puebla de Zaragoza y Oaxaca se conforman todos por más de un centenar de municipios cada uno, además de las Baja Californias, cada una de las siguientes entidades federativas se integran por menos de veinte municipios: Colima, Aguascalientes, Campeche, Quintana Roo, Ciudad de México, Tabasco, Querétaro y Sinaloa. Con todo, el promedio de la extensión territorial más pequeño no lo tienen los municipios oaxaqueños, sino los de Tlaxcala, con 66.2 km2, seguidos por las demarcaciones territoriales de la Ciudad de México, y los municipios de Morelos y Puebla, con 92, 135 y 157 km2, respectivamente.




Para mí la conclusión obligada es que bien nos convendría remapear el país, reconfigurar la división municipal e incluso darnos la oportunidad de repensar la integración de todo el territorio nacional en unidades político-administrativas que no necesariamente tengan todas y cada una tenga el mismo peso, la misma personalidad jurídica. Por descontado, sé que la idea es casi un sacrilegio, y sé que abundarán las voces que al leer esto digan que eso es imposible. Al menos planteárselo sí es posible.

jueves, 2 de mayo de 2024

La inteligencia olvidada de sí misma

  

Le coeur a ses raisons

que la raison ne connaît point.

Blas Pascal, Pensées.

 

 

Inconsciente

En 1849, siete años antes de que Sigismund Schlomo Freud sufriera la experiencia vital más traumática de la existencia, nacer, de los talleres del Establecimiento Tipográfico de Mellado salió el tiro de la tercera edición del suplemento del Diccionario Nacional o Gran Diccionario de la Lengua Española, obra compilada no por un castellano sino por un gallego, el filólogo Ramón Joaquín Domínguez —era oriundo de Verín—. Sigmund Freud llegó al mundo en 1856, en Příbor, un pequeño burgo de la región de Moravia-Silesia, entonces parte del Imperio austríaco. El Establecimiento Tipográfico de Mellado se ubicaba en la calle de Santa Teresa número 8, en la capital de España, Madrid. En la página 149 de ese suplemento del Diccionario, entre incomodadísimamente y inconsideradísimo se encuentra inconsciente. Esa fue la primera aparición del vocablo en un diccionario de nuestra lengua —en la primera edición de este diccionario, 1846-1847, enseguida de inconsiderado hallamos inconsiguiente, así que de inconsciente nada—. Don Ramón Joaquín Domínguez informaba que se trata de un adjetivo, para el cual consignaba un significado único, elemental: “Que no tiene conciencia”. El inconsciente, lo inconsciente, es decir, inconsciente como sustantivo, a mediados del siglo XIX no existía en castellano.

 

Unconscious

En un montón de textos se afirma que el primero que empleó la palabra inconsciente en inglés (unconscious) con un sentido filosófico fue Henry Home (Lord Kames) —amigo, por cierto, de David Hume—, en 1751. Vaya usted a saber si fue el primero… Lo que sí puede constatarse es que ese año, poco más de una centuria antes de que Jacob Freudy y Amalia Nathanson recibieran a su primogénito, Sigismund, en efecto, el abogado escocés publicó un libro, Essays on the Principles of Morality and Natural Religion, en el que, ciertamente, usa el vocablo en una ocasión… Traduzco:

Se ha insistido… que nada está presente en la mente excepto las impresiones hechas en ella; y que no se puede ser consciente de nada más que de lo que está presente… Sin embargo, lo contrario es un hecho evidente: que somos conscientes de muchas cosas ausentes de la mente; es decir, que no están, como las percepciones y las ideas, dentro de la mente. Tampoco es difícil concebir que un objeto externo pueda causarnos una impresión que suscite una percepción directa del objeto externo mismo. Cuando prestamos atención a las operaciones de los sentidos externos, descubrimos que los objetos externos no producen todas las impresiones igual. A veces sentimos la impresión y somos conscientes de ella, como una impresión. En otros casos, siendo completamente inconscientes de la impresión, sólo percibimos el objeto. 

 

Inconscient

Aunque sin aportar ejemplos concretos, también abundan referencias que sostienen que la palabra inconsciente apareció inicialmente en francés (inconscient). Quizá, pero si así fue, en las postrimerías del siglo XVIII no alcanzó la importancia suficiente como para ser considerada en la primera edición de Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, realizada bajo la dirección de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert, y publicada en París, entre 1751 y 1772. En la página 654 del tomo VIII (1765), después de inconnu (desconocido) está inconsequence(inconsecuencia), así que ni el barón d'Holbach ni Marmontel ni Voltaire ni Mirabaud ni Turgot ni Rousseau ni ningún otro de sus casi ciento cincuenta colaboradores consideraron que inconsciente mereciera un sitio en la Encyclopédie.

 

Unbewusst

También resulta fácil toparse con muchos que copian y pegan el aserto según el cual, en Alemania, Johann Wolfgang von Goethe echó mano de la palabra inconsciente en su poema “A la luna” (An den Mond), de 1777.  Efectivamente, en el primer verso de la última estrofa del poema aparece la palabra unbewusstMenschen unbewusst, “personas inconscientes…” En la traducción para la edición de Aguilar de las Obras completas de Goethe, R. Cansinos Assens se toma una licencia poética para presentarlo así:

Aquello que de los hombres,

no sospechado siquiera,

del alma en el laberinto

por las noches andulea.

Quien sí usó profusamente la palabra y la noción de unbewusst fue Schelling. En su libro Sistema de Idealismo Trascendental, publicado en 1800, el pensador alemán entrevera el idealismo kantiano con el panteísmo de Spinoza, y coloca al inconsciente, ya no como un adjetivo elemental, sino como un concepto multifacético con un rol central en su filosofía: 

… quien crea que no hay nada inconsciente en toda la actividad del espíritu ni ninguna región fuera de la conciencia, no comprenderá cómo la inteligencia puede olvidarse de sí misma en sus productos, ni cómo el artista puede perderse en sus pensamientos. 

Para Schelling, el inconsciente representa tanto una fuerza creativa en la naturaleza como la dimensión más profunda del alma humana:

El primer acto de toda la historia de la inteligencia es el acto de la autoconciencia, en la medida en que no es libre, sino todavía inconsciente. El mismo acto, que el filósofo postula desde el principio, cuando se piensa sin conciencia, produce el primer acto de nuestro objeto, el yo.

 

 

Sinantrópica

Nadie acuñó la palabra inconsciente, ni en español ni en ningún otro idioma. Inconsciente surgió de la dinámica del lenguaje. Como casamamáamorcuerpo…, en fin, como la mayoría de las que usamos, inconsciente es una palabra sinantrópica.

Según Darwin, se logra domesticar una especie cuando se controla su reproducción. Perros, vacas, cerdos, gallinas son animales domesticados. Ratas, cucarachas, pinzones son animales sinantrópicos, especies que han evolucionado para prosperar en compañía de los humanos, pero nadie se encarga de cuidarlas, de atender sus necesidades… Daniel Dennett sostiene que la enorme mayoría de las palabras son sinantrópicas, no domesticadas. ¿Quién inventó palabras como buenoárbolfuegoduelo…? Nadie, todos, la evolución cultural. No puede decirse lo mismo de una palabra como cibernética, la cual, como se sabe, fue acuñada por Norbert Wiener (Cybernetics: Or Control and Communication in the Animal and the Machine, 1948). 

Como perroinconsciente —que no es consciente— es una palabra sinantrópica. Cuando Schelling, por ejemplo, la empleó para referirse a la inteligencia que actúa olvidada de sí misma, comenzó a domesticarla y la palabra fue encaminándose hacia otra condición, la de concepto. Eso fue a lo que se vio obligado Sigmund Freud, no a acuñar una palabra, sino a construir un concepto, el robusto concepto de inconsciente. ¿Obligado? Ciertamente, como atinadamente explica James Strachey, el traductor de la obra del neurólogo austriaco al inglés: “el interés de Freud por este supuesto nunca fue de naturaleza filosófica… Su interés era práctico. Encontró que sin ese supuesto —la existencia del inconsciente— le resultaba imposible explicar o aun describir una gran variedad de fenómenos que le salían al paso”. Si hoy día es prácticamente de dominio común que la palabra inconsciente significa algo mucho más allá que no estar consciente es precisamente gracias a Freud. Por cierto, en el diccionario de la RAE se incluye una acepción freudiana de la palabra inconsciente: “conjunto de caracteres y procesos psíquicos que, aunque condicionan la conducta, no afloran en la conciencia”.