Le coeur a ses raisons
que la raison ne connaît point.
Blas Pascal, Pensées.
Inconsciente
En 1849, siete años antes de que Sigismund Schlomo Freud sufriera la experiencia vital más traumática de la existencia, nacer, de los talleres del Establecimiento Tipográfico de Mellado salió el tiro de la tercera edición del suplemento del Diccionario Nacional o Gran Diccionario de la Lengua Española, obra compilada no por un castellano sino por un gallego, el filólogo Ramón Joaquín Domínguez —era oriundo de Verín—. Sigmund Freud llegó al mundo en 1856, en Příbor, un pequeño burgo de la región de Moravia-Silesia, entonces parte del Imperio austríaco. El Establecimiento Tipográfico de Mellado se ubicaba en la calle de Santa Teresa número 8, en la capital de España, Madrid. En la página 149 de ese suplemento del Diccionario, entre incomodadísimamente y inconsideradísimo se encuentra inconsciente. Esa fue la primera aparición del vocablo en un diccionario de nuestra lengua —en la primera edición de este diccionario, 1846-1847, enseguida de inconsiderado hallamos inconsiguiente, así que de inconsciente nada—. Don Ramón Joaquín Domínguez informaba que se trata de un adjetivo, para el cual consignaba un significado único, elemental: “Que no tiene conciencia”. El inconsciente, lo inconsciente, es decir, inconsciente como sustantivo, a mediados del siglo XIX no existía en castellano.
Unconscious
En un montón de textos se afirma que el primero que empleó la palabra inconsciente en inglés (unconscious) con un sentido filosófico fue Henry Home (Lord Kames) —amigo, por cierto, de David Hume—, en 1751. Vaya usted a saber si fue el primero… Lo que sí puede constatarse es que ese año, poco más de una centuria antes de que Jacob Freudy y Amalia Nathanson recibieran a su primogénito, Sigismund, en efecto, el abogado escocés publicó un libro, Essays on the Principles of Morality and Natural Religion, en el que, ciertamente, usa el vocablo en una ocasión… Traduzco:
Se ha insistido… que nada está presente en la mente excepto las impresiones hechas en ella; y que no se puede ser consciente de nada más que de lo que está presente… Sin embargo, lo contrario es un hecho evidente: que somos conscientes de muchas cosas ausentes de la mente; es decir, que no están, como las percepciones y las ideas, dentro de la mente. Tampoco es difícil concebir que un objeto externo pueda causarnos una impresión que suscite una percepción directa del objeto externo mismo. Cuando prestamos atención a las operaciones de los sentidos externos, descubrimos que los objetos externos no producen todas las impresiones igual. A veces sentimos la impresión y somos conscientes de ella, como una impresión. En otros casos, siendo completamente inconscientes de la impresión, sólo percibimos el objeto.
Inconscient
Aunque sin aportar ejemplos concretos, también abundan referencias que sostienen que la palabra inconsciente apareció inicialmente en francés (inconscient). Quizá, pero si así fue, en las postrimerías del siglo XVIII no alcanzó la importancia suficiente como para ser considerada en la primera edición de Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, realizada bajo la dirección de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert, y publicada en París, entre 1751 y 1772. En la página 654 del tomo VIII (1765), después de inconnu (desconocido) está inconsequence(inconsecuencia), así que ni el barón d'Holbach ni Marmontel ni Voltaire ni Mirabaud ni Turgot ni Rousseau ni ningún otro de sus casi ciento cincuenta colaboradores consideraron que inconsciente mereciera un sitio en la Encyclopédie.
Unbewusst
También resulta fácil toparse con muchos que copian y pegan el aserto según el cual, en Alemania, Johann Wolfgang von Goethe echó mano de la palabra inconsciente en su poema “A la luna” (An den Mond), de 1777. Efectivamente, en el primer verso de la última estrofa del poema aparece la palabra unbewusst: Menschen unbewusst, “personas inconscientes…” En la traducción para la edición de Aguilar de las Obras completas de Goethe, R. Cansinos Assens se toma una licencia poética para presentarlo así:
Aquello que de los hombres,
no sospechado siquiera,
del alma en el laberinto
por las noches andulea.
Quien sí usó profusamente la palabra y la noción de unbewusst fue Schelling. En su libro Sistema de Idealismo Trascendental, publicado en 1800, el pensador alemán entrevera el idealismo kantiano con el panteísmo de Spinoza, y coloca al inconsciente, ya no como un adjetivo elemental, sino como un concepto multifacético con un rol central en su filosofía:
… quien crea que no hay nada inconsciente en toda la actividad del espíritu ni ninguna región fuera de la conciencia, no comprenderá cómo la inteligencia puede olvidarse de sí misma en sus productos, ni cómo el artista puede perderse en sus pensamientos.
Para Schelling, el inconsciente representa tanto una fuerza creativa en la naturaleza como la dimensión más profunda del alma humana:
El primer acto de toda la historia de la inteligencia es el acto de la autoconciencia, en la medida en que no es libre, sino todavía inconsciente. El mismo acto, que el filósofo postula desde el principio, cuando se piensa sin conciencia, produce el primer acto de nuestro objeto, el yo.
Sinantrópica
Nadie acuñó la palabra inconsciente, ni en español ni en ningún otro idioma. Inconsciente surgió de la dinámica del lenguaje. Como casa, mamá, amor, cuerpo…, en fin, como la mayoría de las que usamos, inconsciente es una palabra sinantrópica.
Según Darwin, se logra domesticar una especie cuando se controla su reproducción. Perros, vacas, cerdos, gallinas son animales domesticados. Ratas, cucarachas, pinzones son animales sinantrópicos, especies que han evolucionado para prosperar en compañía de los humanos, pero nadie se encarga de cuidarlas, de atender sus necesidades… Daniel Dennett sostiene que la enorme mayoría de las palabras son sinantrópicas, no domesticadas. ¿Quién inventó palabras como bueno, árbol, fuego, duelo…? Nadie, todos, la evolución cultural. No puede decirse lo mismo de una palabra como cibernética, la cual, como se sabe, fue acuñada por Norbert Wiener (Cybernetics: Or Control and Communication in the Animal and the Machine, 1948).
Como perro, inconsciente —que no es consciente— es una palabra sinantrópica. Cuando Schelling, por ejemplo, la empleó para referirse a la inteligencia que actúa olvidada de sí misma, comenzó a domesticarla y la palabra fue encaminándose hacia otra condición, la de concepto. Eso fue a lo que se vio obligado Sigmund Freud, no a acuñar una palabra, sino a construir un concepto, el robusto concepto de inconsciente. ¿Obligado? Ciertamente, como atinadamente explica James Strachey, el traductor de la obra del neurólogo austriaco al inglés: “el interés de Freud por este supuesto nunca fue de naturaleza filosófica… Su interés era práctico. Encontró que sin ese supuesto —la existencia del inconsciente— le resultaba imposible explicar o aun describir una gran variedad de fenómenos que le salían al paso”. Si hoy día es prácticamente de dominio común que la palabra inconsciente significa algo mucho más allá que no estar consciente es precisamente gracias a Freud. Por cierto, en el diccionario de la RAE se incluye una acepción freudiana de la palabra inconsciente: “conjunto de caracteres y procesos psíquicos que, aunque condicionan la conducta, no afloran en la conciencia”.
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