… ignorance more frequently begets
confidence than does knowledge.
Charles Darwin, The Descent of Man.
La
semana comenzó con una esperanza: el lunes —13 de mayo—, la Conagua emitió un
boletín de prensa cuyo párrafo inicial decía: “Hoy finaliza la segunda onda de
calor, no obstante, se pronostica ambiente extremadamente caluroso en varias
zonas de México”. Me quedé con el primer aserto: por fin comenzará a aminorar
el calorón. A la mañana siguiente, justo a las siete y media, chequé la
temperatura: 16 grados ya. El miércoles otra vez, a la misma hora: 17 grados.
El jueves, igual: 18 grados. El viernes, ayer, 19 grados. La ola de calor no ha
terminado. El calor no bajó, se incrementó.
Hoy
sábado 18 de mayo de 2024, llegamos a la media tarde con 32 grados en la Ciudad
de México.
*
La edición del 7 de mayo del podcast The
Daily de The New York Times se tituló “Cómo el cambio de
temperatura del océano podría alterar la vida en la Tierra”. Dos reporteros
especializados desde hace décadas en el cambio climático, David Gelles y
Raymond Zhong, hablaron de lo que se sabe y de lo que no se sabe acerca del
impacto en la biósfera del calentamiento que está experimentando el agua de los
océanos. Cuestionado acerca de la preocupación que cunde entre los científicos
por el aumento de la temperatura del mar, Gelles explicó que desde el año
pasado los científicos comenzaron a percibir algo alarmante en los océanos de
todo el mundo: las temperaturas han empezado subir de una manera que nunca se
había visto antes. Los científicos están cada vez más preocupados. “Incluso
perplejos”. ¿Cómo se explica esa inquietud entre la comunidad científica si el
calentamiento de los mares lleva mucho tiempo sucediendo? Según Gelles, ante
una gráfica que muestre los promedios de temperatura de los océanos durante dos
o tres décadas a la fecha, uno observa incrementos graduales, pero en marzo de
2023 se aprecia un salto abrupto, una aceleración en el aumento de la
temperatura que, además, no ha mostrado cambios. Peor: ninguno de los
sofisticados modelos climatológicos de los que disponen puede explicar el
drástico salto en el calentamiento de las aguas marinas. El Pacífico está
siendo afectado por El Niño, ciertamente, pero ni siquiera este fenómeno
explica el big jump. Entonces, ¿qué pasó? ¿Qué provocó el gran salto?
*
Durante
la mayor parte de la existencia de la humanidad, la respuesta más acertada y
honesta a prácticamente cualquier pregunta fue “no sé”. ¿Por qué se oculta el
Sol? ¿Qué provoca el oleaje de los mares? ¿Dónde estamos? ¿Qué había antes
aquí? ¿Siempre ha habido gente, siempre la habrá? ¿Volverá a cubrirse todo de
hielo? A lo largo de la mayor parte del devenir de la especie, el conocimiento
y la comprensión del mundo eran muy limitados. Sabíamos casi nada de todo, así que,
si queríamos tener respuestas, teníamos que inventarlas: las explicaciones
sobre lo que acontecía dentro y fuera de nosotros mismos eran mitos,
supersticiones, creencias religiosas…
Los
sapiens hemos tenido presencia en la Tierra durante no menos de 200 mil años,
quizá hasta 300 mil. La mayor parte de ese tiempo vivimos en pequeños grupos de
cazadores-recolectores y luego, de hace apenas unos doce mil años, agrarias,
con conocimientos muy exiguos. El conocimiento moderno —que no racional, porque
los anteriores también eran construcciones racionales— no comenzó a construirse
sino hasta hace muy poco. Sólo se ha desarrollado y difundido en el último
medio milenio, aproximadamente desde el Renacimiento, el método consistente en observar
y recopilar datos, formular hipótesis, diseñar experimentos para probar esas
hipótesis, analizar los resultados y llegar a conclusiones que puedan ser
validadas y replicadas por otros. Además, la alfabetización y el acceso a la
educación masiva son fenómenos también muy recientes, ocurridos principalmente a
lo largo de las dos últimas centurias. Antes de esto, casi la totalidad de la
gente no tenía acceso a la información ni a la educación formal. Las personas
no podían saber más allá que de lo que les permitía su percepción directa. La
explosión de la información accesible gracias a la internet y las tecnologías
digitales ha ocurrido en los últimos treinta años, lo cual es una porción
minúscula del tiempo que los humanos tenemos por estos rumbos. Si usamos estas
referencias, podríamos concluir que por al menos el 99% de la existencia de la humanidad,
la mayoría de las preguntas no tenían respuestas basadas en saberes verificables.
Por lo tanto, a lo largo de más del 99% de la existencia humana, la respuesta
más acertada y honesta a casi cualquier pregunta era “no sé”.
*
Vuelvo
al podcast de The Daily. El mismo reportero contó que por decreto
de la Organización Marítima Internacional a partir de enero de 2020 los
combustibles empleados por los embarcaciones que transitan por aguas
internacionales, sobre todo los grandes cargueros, tenían que bajar el
contenido de azufre de sus combustibles, de 3.5 a 0.5%. Esta disposición,
efectivamente, ha significado una reducción en la contaminación ambiental: los
barcos ya no emiten grandes nubes de humo sobre el océano… Pero hasta
principios de este año se supo que la medida está reportando un imprevisto
negativo: esas mismas nubes de humo tapaban los rayos del Sol, así que ahora,
dada su ausencia, se están calentando más los mares… ¿Eso explica el fuerte
aumento de marzo de 2023 para acá? No, tampoco. No sabemos qué lo desató.
*
Recientemente,
la soberbia humana sufrió una golpiza. Un ente que ni a célula llega, un agente
infeccioso microscópico, se apareció en diciembre de 2019 para zurrar la
altivez de los sapiens. La covid-19 evidenció que la ciencia no tiene todas las
respuestas, una obviedad que mucha gente no veía. Me temo que el cambio
climático obligará a que aprendamos de nuevo a saber contestar “no sé”.
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