Así como la más perversa de las mentiras del diablo es hacernos creer que no existe, probablemente la más trampera de las chapuzas del priísmo histórico ha sido dejar correr la ilusión colectiva de que su forma de hacer política, la grilla, fue democráticamente sepultada en el siglo pasado. Quesque desde el 2000 entramos francotes a la “normalidad democrática”, según el eufemismo acuñado por el único presidente de la República que el IPN nos ha dado. Quesque el país de los polacos mexicas quedó atrás. Si en enero de 1994 los neozapatistas boicotearon desde algún lugar de los Altos de Chiapas la entrada de México al Primer Mundo, llegamos al siglo XXI con la creencia trepada en botas de charol de que, nomás sacando al PRI de Los Pinos, todos los males nacionales, empezando por los políticos, serían superados.
En La Silla del Águila (Alfaguara, 2003), Carlos Fuentes lanzó la mirada al 2020. El Anciano del Portal, un expresidente mítico, aparece en un café veracruzano grillando a la distancia y dictando cátedra respecto a los usos y costumbres del sistema político mexicano, los mismos que después de julio del 2000 no hemos logrado redefinir: “Para conservar las costumbres, violemos las leyes”. La Silla del Águila es una novela epistolar; se estructura en 69 cartas y un monólogo. Destinatarios y firmantes tienen en común la lucha por el poder, desde el mero preciso hasta el más rascuache de sus secretarios.
En El rencor (Planeta, 2006), Fabrizio Mejía Madrid no encuadra los altos rangos, más bien da cuenta de la tropa que los sostiene, mientras duran, y de los políticos de medio pelo que han podido amasar fortunas ejerciendo el musculo de la tranza y el cochupo: “Se hizo Estado con los taimados que fraguaban sus negocios en la sombra depositándose en sus cuentas bancarias el presupuesto federal, estatal y municipal”. De hecho, si me apuran, en justicia quizá habría que decir que el gran tema de la novela es la corrupción, como sistema y como destino obligado de quienes lo apuntalan: “La madurez, maestro, es un proceso de decepción acompañado de más degradación física y la ilusión de que uno finalmente sabe lo que es la madurez”, dice el protagonista de El rencor, Max Urdiales, miembro de las fuerzas vivas del Partido, universitario de fachada y porro en los hechos: “En México, las porras no comenzaron en el deporte sino en la Cámara de Diputados”. Urdiales se coló a las filas del PRI de la única forma posible: a la sombra un padrino, el Licenciado –con mayúscula, faltaba más– Laureano X. Vidal–, un prototípico grillo posrevolucionario: torturador de los enemigos de México, carambolero de varias bandas a la hora de ordeñar el erario e ideólogo de restaurante: “El Partido no es una ideología, compañero… Es una práctica por la práctica misma; después de todo somos un partido no para ganar el poder, sino para no perderlo”.
La referencia que establece Mejía Madrid en El rencor con Pedro Páramo es, desde el primer epígrafe, a carta abierta. La misteriosa “comisión” con que el Partido saca de la banca a Urdiales se va develando como la búsqueda de su pater politicus, el fantasmal y “lauriadito” Licenciado X. Si bien la novela no pasa de ser lo que se propone, es decir, una parodia de una gran obra, el libro está bien escrito y plagado de humor negro y de certeros autorretratos hablados de la política mexicana: el alcalde de un recóndito municipio anegado en aguas negras explica el método compartido: “Usted sabe cómo es la política: dejar que la gente luche para quedarse como estaba. A eso le llaman victoria y se aplacan por un rato”. Desencantados pero mañosos, los grillos cantan, cínicos, sus triunfos –“El éxito en México no equivale a la victoria sino al aguante. Es por eso que siempre ganamos”–, y lo hacen sin ningún sentimiento de culpa, porque de verdad creen que México los necesita: “El papel de un político es dar esperanzas. El papel de las multitudes es creer en él. Este país funciona con dos columnas: la fe y el engaño”.
En la medida que tiene muchos cantos, conviene leer El rencor. Por ejemplo, su generoso surtido de consejas lo hace un anti manual del político profesional: “en política el cuello se pierde por la lengua”, al tiempo que la inteligencia irreverente que cunde en sus páginas permite un repaso a vuelo de pájaro de la historia reciente del país: “La Revolución había terminado como una mala borrachera travestida: los líderes se asesinaron entre sí, y los demás se fueron agotando de ser un día maderistas, otro día convencionistas, otro más obregonistas, villistas o zapatistas, callistas, después, y del presidente en turno cada seis años".
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