viernes, 7 de mayo de 2021

Palabra que designa...

 

Las cosas se apoyan en sus nombres y viceversa.

Octavio Paz, El arco y la lira.

 

 

 

1

 

Hace ya sus añitos, en cierta universidad, a algún directivo le pareció necesario que un grupo de docentes, entre los cuales desafortunadamente me encontraba yo, recibiera una terapia grupal. Nos citaron en una sala de juntas en la que dispusieron una mesa enorme y sillas. Entre profesoras y profesoras, éramos unos quince, todos en equilibrio psíquico, al menos por lo que dejábamos ver. Gadamer (1900-2002) nos recuerda que “el término 'terapia', que viene del griego, significa servicio” (El estado oculto de la salud). Estoy seguro de que el psicólogo encargado de la terapia que pretendían sorrajarnos no lo sabía o al menos no lo entendía así. El profesional entró, dio los buenos días, tomó asiento y sin más espetó:

 

— Bien, comencemos por conocernos –y enseguida, dirigiéndose a la maestra sentada a su izquierda:—. Compañera, por favor, dime quién eres tú.

 

— Hola, me llamo Manuelita Aceves Mejía. Imparto…

 

— No, compañera…, te pedí que nos dijeras quién eres, no cómo te llamas —la atajó, y se dirigió entonces al siguiente—. ¿Podrías decirnos quién eres?

 

— Sí, yo soy Margarito Zava… 

 

— ¡No, ese es tu nombre! Yo te pedí que nos dijeras quién eres, no cómo te llamas… A ver, tú, compañero —me dijo, porque el azar había hecho que me tocara el tercer sitio—: dinos quién eres…

 

— Eso tendrás que averiguarlo tú, para reportarme –le respondí antes de levantarme—.  Y para eso, te recomiendo que indagues mi nombre.

 

True story.

 

 

2

 

Luego de llamar a cuentas a Aristóteles de Estagira y a José Emilio Pacheco del DF, de traer a cuento salamandras y aves fénix, la semana pasada concluía yo que todo orden es artificial. El texto versaba sobre categorías. Hoy aludo al nombre de las cosas, de la gente, de todo. Ambas —categorías para clasificar y apelativos para nombrar— son herramientas del pensamiento —en el sentido que da Dennett (Intuition Pumps And Other Tools for Thinking)—, herramientas con las cuales modificamos la realidad concreta y creamos la realidad social. Lisa Feldman Barrett considera que tal es el súper poder de los sapiens (How your brain creates reality). “La realidad social tiene un nivel asombroso de influencia en nuestras vidas… Incluso tu propio nombre es parte de la realidad social. Tan pronto alguien acaba de inventarlo, tú y otras personas lo tratan como si fuera real.”

 

 

3

 

El inspector Kurt Wallander y su colega Ann-Britt Höglund caminan rumbo al sitio en el que interrogaran a una testigo —La falsa pista (1995), del sueco Henning Mankell (1948-2015)—:

 

Wallander se dio cuenta de que ni siquiera conocía el nombre…

 

— Erika –respondió Ann-Britt–. Un nombre que no le queda bien.

 

— ¿Por qué?

 

— Yo al menos pienso en una persona robusta cuando oigo el nombre de Erika —dijo—. La encargada de la cocina de un hotel, una camionera.

 

— ¿A mí me queda bien el nombre de Kurt?

 

Ella asintió alegremente con la cabeza:  — Ya sé que es una tontería emparejar la personalidad con el nombre —dijo—. Me divierte, como un juego intrascendente. Pero por otro lado no te puedes imaginar a un gato que se llame Bobby. O a un perro llamado Missy.

 

— Seguro que los hay –dijo Wallander.

 

De acuerdo. Es más, si vuelvo a tener un gato, le voy a poner Firulais.

 

 

4

 

En su celebérrimo Bemzulul, el tuxtleco Eraclio Zepeda (1937-2015) cuenta cómo el indígena Juan Rodríguez Benzulul, mientras camina hacia Tenejapa, reflexiona sobre lo que su nana Porfiria le ha explicado: “… uno es como los duraznos. Tenemos semilla en el centro. Es bueno cuidar la semilla. Por eso tenemos cotón y carne y huesos. Pa cuidar la semilla. Pero lo más mejor pa cuidarla es el nombre…”. Él colige: “El nombre da juerza. Si tenés un nombre galán, galana es la semilla. Si tenés nombre cualquier cosa, tás fregado. Y eso es lo que más me amuela. Benzulul no sirve pa guardar semilla”. Recuerda que ni su padre ni su madre tuvieron nombre tampoco. “Y cuando es así, la semilla se seca”. Los nombres clasifican, dividen: “El que tiene buen nombre de ladino, nombre de razón, ese tá seguro. Ese hace lo que quiere y siempre tá contento. Pero eso de llamarse Benzulul, o Tzotzoc, o Chejel tá jodido”. En cambio, “… si yo dijera: aquí tá Encarnación Salvatierra, todos me vendrían a saludar, y ya no se están fijando si vengo a pie, o vengo montado, o si tengo escopeta, o si mato. Nada.”

 

Más tarde, ya en su jacal, Benzulul se queja: “No me siento juerte con mi nombre, nana. Es como ser caballo sin dueño. No es nada. Me siento con miedo. Se me sale el miedo de entre la ropa. Por eso nunca hago nada. Nunca platico. Nunca cuento lo que veo. Sé que no tengo defensa”. La vieja no va a desmentirlo: “El nombre no sólo es el ruido… El nombre es como un cofrecito. Guarda mucho. Tá lleno. Son espíritus que te cuidan. Da juerzas. Da sangre. Según el nombre es el chulel que te cuida”.



 

 

5

 

En su imprescindible ensayo El arco y la lira (1955), Octavio Paz ilumina: “No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre frente a una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es lo innombrado.”

 

La palabra designa, identifica, incorpora a la realidad.

 

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